4. Solo somos un quizá
Antes de que los organizadores del debate puedan vernos, salimos corriendo del edificio. Soy plenamente consciente de que estoy abandonado a mi amiga, cuando seguro que estará deseando hablar conmigo para felicitarme, pero creo que Ashley lo entenderá. Porque, tiene que entender que me estoy "fugando" con un chico, y eso es importante, ¿no? En fin, no es algo que a mí me pase todos los días, debo aprovechar la ocasión.
—¿A dónde vamos? —pregunto mientras me aparto los pelos de la cara que se me han despeinado mientras corremos. Él me mira un momento, y después devuelve la mirada al frente para no chocarse contra un árbol que ha aparecido de la nada.
—A tomar algo. ¿Te gusta alguna cafetería en especial? —Me lo pienso. Me gustó bastante el sitio en el que estuve con Tom, pero creo que es mejor probar algo nuevo con un chico nuevo, así que sacudo la cabeza. —Bien, pues elijo yo. —sonríe, y me contagia la risa. No sé por qué seguimos corriendo si ya hace rato que nos hemos alejado del lugar, pero él no tiene intención de parar. Empiezo a aflojar la marcha, porque me está comenzando a doler la barriga y no creo que forzarme sea muy buena idea.
Él me ve y para a mi lado al mismo tiempo que recupera la respiración con dificultad. Menuda carrera. No sé cuánto tiempo hacía que no corría tanto rato a tanta velocidad.
—Creo que no eres una deportista apasionada.
—No, no soy una deportista en ninguna de sus formas.
Los dos nos miramos en silencio justo antes de empezar a reír. Tengo la sensación de que cuando estoy con él no hay nadie más a nuestro alrededor. Su carcajada me envuelve con suavidad y me hace olvidar todos mis problemas. Y entonces me coge la mano. Y eso sí que me pone los pelos de punta. Comienza a andar de nuevo, pero tiene que arrastrarme un poco para ponerme en marcha, porque mis piernas no reaccionan a las órdenes que les da mi cerebro.
Cuando llegamos a la cafetería, no han pasado ni cinco minutos. El local está casi vacío, solamente hay otra pareja que no habla, puesto que ambos están mirando sus teléfonos móviles. Los observo: me parece bastante triste comer mientras miran sus pantallas en vez de sus caras, pero supongo que cada uno está en el derecho de hacer lo que quiera.
Elegimos una mesa junto a una gran ventana que da a una calle bastante concurrida. Nos miramos a los ojos, que parecen brillarnos, sin decir nada. No es un silencio incómodo, más bien al contrario. Este chico está creando algo en mí que nunca antes me había pasado, aunque no sé muy bien qué es o cómo describirlo. Es algo más fuerte que las mariposas en el estómago, es una sensación que siento en el corazón y que pone mi sangre en circulación de nuevo. Creo que hay una palabra, una simple palabra, que puede describirlo a la perfección, pero no me atrevo a decirlo. Ni tan solo me atrevo a pensarlo.
Un camarero joven se acerca a nosotros con un bolígrafo y una libreta pequeña. Espera a que le digamos lo que vamos a desayunar y después se marcha a la cocina. No he visto a más trabajadores que él en el local. Supongo que, al ser una época de vacaciones y encima muy temprano por la mañana, hay pocos clientes, por lo que no necesitan mucho personal activo.
Al cabo de un momento, nos trae los dos cafés con leche que hemos pedido. Sin darnos cuenta, bebemos al mismo tiempo y dejamos la taza en la mesa en el mismo segundo. Sí, creo que estamos compenetrados, y eso me hace sentir bien. Estoy segura de que vamos a congeniar. Nos parecemos, pero no en todo, justo lo que busco en una pareja.
Me está mirando fijamente a los labios. ¿Será que quiere besarme? No lo sé, porque me está lanzando ideas contradictorias. Empieza a reír sin despegar la mirada de mi boca. ¿Qué le pasa? ¿Se me ha quitado el pintalabios? ¿Será que los tengo muy secos?
—Tienes café ahí —dice mientras señala el lugar del que no despegaba la mirada. Yo me encojo sobre mí misma, avergonzada, y tomo rápidamente la servilleta para arrastrarla por mi cara. No sé muy bien en qué parte lo tengo exactamente, así que la voy moviendo por toda la parte inferior de mi rostro hasta que, creo yo, lo he limpiado bien. Él no puede contener más la carcajada y estalla entre risas. Madre mía. Qué vergüenza.
Sonrío de nuevo, pero me tiemblan un poco las piernas. Sé que lo estoy exagerando mucho, pero...
—¿Dónde aprendiste a debatir? —pregunta, y quedo desconcertada porque no lo esperaba. Suelto ruidos para afirmar que estoy pensando antes de contestar.
—Bueno, pues... Supongo que es algo que me sale natural. Escribo, así que estoy acostumbrada a crear diálogos entre personajes que tienen que ser interesantes. Supongo que debe ser eso.
—Lo has hecho muy bien. —Me halaga.
—Tú también. —Lo halago.
Los dos nos miramos a los ojos, pero no de la misma forma que antes. Ahora puedo ver deseo, ganas de hacer algo. Le brillan más que en cualquier momento, y confirmo mis sospechas cuando se apoya sobre la mesa y estira su cuello para besarme.
Al principio me sorprendo, no es algo que tenía planeado, sin duda, pero poco a poco empiezo a cogerle el ritmo. Se coloca en una postura más cómoda y entonces me acaricia la cara con una mano. La coloca en mi mejilla como si quisiera protegerme o evitar que me marche, aunque sabe que no lo haré, porque me encanta. Sus labios son suaves pero contundentes, y sabe besar bien. Cuando nos separamos, tengo la cabeza llena de pensamientos, incluidas preguntas, pero solamente puedo preguntar algo.
—¿Con cuántas chicas has estado? —besar así normalmente requiere de mucha experiencia, y no sé si me gustaría salir con alguien que cambia de pareja cada día, porque eso significaría que solamente soy una más, ¿no? Espero que se ponga a contar y que me responda con grandes números, como doce o catorce.
—Ninguna. —Joder, este chico está lleno de sorpresas. Creo que él se avergüenza de ello, pero yo no lo veo como algo malo. Si salgo con Axel, seré la primera chica en su vida. Nunca me olvidará. Pero eso también es mucha presión, quizá demasiada para mí. —Pero he besado antes. —Se apresura a decir. Intenta justificar las decisiones de su vida, y eso no me gusta. Tiene que estar seguro de él mismo.
—Te admiro por ello. —digo, intentando sacar la parte positiva del asunto. —Por lo de no haber salido con nadie, no por lo de los besos, quiero decir. —Sonríe levemente, parece que lo he hecho sentir mejor: un poco, al menos.
Debo admitir que es algo que no tenía planeado, pero no me parece mal. Yo tampoco he estado con mucha gente, aunque sí que con más que él, y esto nos ayudará a congeniar. Él parte desde cero, y yo desde uno. Quizá tener un poco más de experiencia me convierta en la que dirija más la relación, aunque tampoco lo conozco muy bien, y no sé cómo será su comportamiento en una relación romántica. En cierto modo, tengo un poco de miedo. No de él, parece buena persona, sino de entrar en un círculo del que después no pueda salir. He visto a amigas mías salir con su primer novio y, al romper con él, ir con otro desesperadamente. No quiero convertirme en eso. No quiero salir con alguien para decir que tengo pareja. No quiero sentir que solamente soy una pieza más en el sistema romántico de nuestra sociedad.
Hay un silencio entre nosotros que no sé muy bien cómo definir. Se me ponen los pelos de punta, pero su mirada es tranquilizadora. No puedo permitirme rechazar una oportunidad como esta; nunca me lo perdonaría.
—¿Con cuántos chicos has estado tú? —la pregunta me pilla desprevenida, no esperaba que me lanzara la pelota de vuelta con la misma fuerza. Lo miro con los ojos abiertos, un poco desorientada, y él ríe un poco, aunque sé que no me lo pregunta en broma cuando vuelve a ponerse serio. ¿De verdad tengo que contestar a esto? Cuando yo le pregunté fue porque notaba algo raro, pero, ¿tan rara soy yo? Quizá solo es una especie de venganza sutil... Aunque supongo que es lo justo.
—Bueno... Estar como pareja, con dos. Pero he tonteado con algunos más, como todo el mundo. —Mi respuesta parece convencerle lo suficiente para asentir brevemente, con la mirada fija en la mesa y los puños alrededor de la taza de café. Pasan los minutos y sigue sin decir nada, me preocupa un poco. —¿Estás bien?
De repente levanta la mirada muy rápido, como si acabara de recordar que está en medio de una cita. Mira rápidamente a ambos lados antes de clavar su mirada en mí con los ojos más abiertos de lo normal.
—¿Qué? Sí, sí. Todo bien, por supuesto. —parece dudar un poco de sus palabras, y mi mirada se vuelve apenada. —Es solo que... Todo el mundo espera que haya estado con muchas chicas. Es bastante presión, muchas no entienden que necesito sentir algo para salir con alguien.
—Entonces... ¿Hoy has sentido algo? —la voz me tiembla un poco, y me ha salido tierna, hasta yo puedo notarlo. En cierto modo, tengo miedo de escuchar la respuesta. ¿Sería malo salir corriendo ahora mismo? Creo que sí.
—Sí. —Mi corazón late más rápido. ¿Qué ha sentido? ¿No es muy pronto? ¿Los sentimientos no llegan después? —Pero no hay presión.
Sí, sí que la hay. Y mucha, más de la que puedo soportar. Cuando tuve novio hace unos años sentía algo por él, claro, pero éramos aún más jóvenes, no sabíamos lo que hacíamos. Ahora tampoco somos adultos ni tenemos las cosas claras, pero somos mucho más maduros; hemos crecido. Sabemos mejor con quién queremos estar y lo que buscamos, sabemos las cosas que nos sientan bien y las que mal, pero, aun así, siempre hay espacio para la duda. Ahora mismo no sé qué hacer. Tengo a un chico amable, guapo e inteligente diciéndome que siente algo por mí cuando nos hemos conocido hace menos de dos horas. Podríamos encajar, pero salir con alguien nuevo en el amor me complicaría las cosas más de lo que necesito. Aunque Axel parece un buen chico...
—Vale. —Es lo único que puedo decir apresuradamente, y me arrepiento al instante. ¿Vale? ¿Eso es lo mejor que puedo decir, en serio?
—Vale. —contesta Axel repiqueteando los dedos nerviosamente sobre la mesa. Yo hago lo mismo en mi taza, pero de forma silenciosa, no quiero llamar la atención ni mucho menos parecer que lo estoy imitando. Nos envuelve un silencio que esta vez sí es incómodo. La gente a nuestro alrededor habla, cada vez aparecen más personas dispuestas a desayunar un buen croissant o un café. Nosotros hemos dejado de mirarnos, aunque, cuando miro por el rabillo del ojo, veo que tiene una sonrisa torcida. Sí, es bastante falsa. —Bueno, pues... Voy a pedir que nos traigan la cuenta, te invito yo.
Se levanta de golpe y da un par de pasos hacia el mostrador, pero yo también me pongo en pie, arrastrando la silla y provocando así un ruido desgarrador para nuestros oídos. Axel se gira para mirar qué ha sucedido, y el resto del restaurante mira hacia todos lados buscando el lugar del que venía el ruido. Yo sonrío, como pidiendo disculpas, y me acerco al chico, que me mira sin entender lo que pasa.
—No, lo pagamos a medias. —digo, y empiezo a caminar hasta el mismo lugar a donde iba él, sin mirar atrás. Allí encuentro al camarero que nos atendió antes, quien me entrega un pequeño ticket con el precio y lo que hemos pedido. No es mucho dinero, pero no me gusta que me paguen mis cosas simplemente por parecer así cavalleroso. Yo pago lo mío, y él paga lo suyo. —Lo pagaremos entre los dos. —Informo al camarero, quien trae una máquina para pagar y, tras pulsar diferentes números, me la entrega para que pase la tarjeta.
Pago, y me giro hacia mi acompañante. Está de pie detrás de mi, con una cara extraña y una arruga entre las cejas. ¿Se lo habrá tomado mal? Bueno, de igual forma, no me importa.
—Podía pagar yo. —comenta, intentando parecer que no lo ha pensado mucho, aunque no lo consigue.
—Y yo. —le sonrío en forma de despedida y le doy un beso en cada mejilla. No le voy a dar mi número, entre otras cosas, porque Ashley ya lo debe tener y me lo dará en caso de que lo necesite para un futuro. —Un placer conocerte, Axel.
Abandono el local al mismo tiempo que bostezo. No sé qué hora es, pero me he levantado temprano en plenas vacaciones y lo único que quiero hacer es volver a mi preciada cama. Aunque, por supuesto, una llamada de Ashley entre en el momento más oportuno.
—Hola, Ash. —La saludo.
—¡Emily! Habéis desaparecido en cuanto se ha terminado el debate, ¿dónde habéis ido? —sonrío para mí, recordando el momento en que hemos salido corriendo del ayuntamiento sin saber muy bien el porqué.
—Solamente hemos estado desayunando, es un chico amable.
—Lo sé, me cayó bien cuando le pregunté si se apuntaba a lo del calendario. ¿Ha pasado algo entre vosotros? —Aunque no lo ha dicho claramente, sé a lo que se refiere.
—Sí, Ashley, nos hemos dado un beso.. —hago una pausa al mismo tiempo que pienso mis siguientes palabras.
—¿En serio? ¿Cómo ha sido? ¿Te ha gustado? —Mi amiga me lanza una pregunta tras otra mientras suelta chillidos de alegría.
—Besaba muy bien, pero no he sentido lo que debería haber sentido. —siento decir esto, porque me hubiese encantado salir con alguien como él. —Pero aún quedan muchos chicos, ¿sabes? No voy a preocuparme por esto. ¿Te veo luego?
—Claro, adiós.
Camino hasta casa. Podría llamar a mis padres para que me vinieran a buscar o coger el autobús, pero necesito pensar en la cita de la que acabo de salir. Mi cerebro está partido por la mitad ahora mismo: por un lado, está Axel; un chico amable, con mis mismos gustos, guapo, listo, y todo lo que podría desear en un chico. Pero, por otro lado... Es nuevo en esto. Nunca ha tendio una relación romántica con nadie, ha besado muy poco (aunque bien) , y no sé muy bien cómo va a llevarlo. Aunque creo que podríamos compenetrarnos bien, para conseguirlo tendríamos que estar en el mismo punto, y, al menos a simple vista, parece que no lo estamos.
Claro, que empezar una relación con él no significaría estar juntos permanentemente. Solamente es cuestión de probar. Aunque, en cierto modo, no me sentiría nada bien estando con alguien de forma provisional y haciéndole creer que es una relación seria. No; definitivamente, esa opción queda descartada. Por muy bien que me haya caído Axel, solamente podríamos ser amigos, ¿verdad?
Mi móbil en el bolsillo de mi pantalón vibra, y lo cojo para mirar quién me ha enviado un mensaje. Es Ashley:
—Emily, Axel me ha pedido tu número de teléfono, espero que no te importe que se lo haya dado.
Mierda. Sé que mi amiga no lo ha hecho con mala intención, pero ahora voy a estar encadenada a quedar con él una segunda vez. ¿O no? Si le ha pedido mi número es porque quiere volver a verme, de eso estoy segura, pero siempre le puedo decir que no quiero o que no estaré disponible. ¿Eso sería muy cruel por mi parte?
Aún tengo el teléfono en la mano cuando me llega una segunda notificación, pero esta vez de un contacto diferente:
—Hola, guapa. Hoy lo he pasado muy bien contigo, me has encantado. ¿Te gustaría que nos viéramos el viernes que viene?
Maldigo a mi teléfono por permitir que me llegue este mensaje y aprieto un poco los puños. No, no puedo volver a verlo, no puedo permitir convertirme en la profesora romántica de mi novio. Ahora mismo necesito a alguien con los mismos conocimientos que yo o que, en todo caso, pueda enseñarme a mí un poco más de lo que sé. Sin pensarlo demasiado, le contesto:
—Lo siento, pero tengo planes.
La pantalla pone que Axel ya ha leído mi mensaje, pero no hay respuesta por su parte. Menos mal, espero que haya entendido mi indirecta. Pero, como si el destino me la tuviera jurada, me llega un segundo mensaje.
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