Mi buena intención
Renata, la sirvienta que tiene como tarea traerme a escondidas un par de migas para mantenerme vivo, hizo realidad mi única petición. Le imploré por una hoja de papel, una pluma y un resto de tinta que se tuviera botada en algún sitio para poder expresar el miedo que tengo de perder a mi mejor amigo por una mala decisión.
Ahora con estas cosas en mis manos, me pregunto, con esta decisión de escribirle algo joven amo ¿La habrán descubierto y también castigado por mi culpa?
Espero con todas mis fuerzas que no, que ella siga haciendo esos mismos y malísimos chistes en la cocina mientras le prepara el desayuno al tío Oscar. Que siga riendo y siendo reprendida con ternura por parte de la señora Ottla.
De solo imaginarlo, esas mañanas en donde los sirvientes nos encontrábamos desayunando en las cocinas, con el sol chocando en las baldosas y colándose por las ventanas, traspasando el humo de las ollas que ya estaban trabajando desde primera hora, se me dibuja, particularmente, una sonrisa quieta. La memoria vive con fuerza dentro de mí, y cada mañana me visita para avisarme que es hora de abrir los ojos y encontrarme solo de nuevo.
Pero esta sonrisa duele, es como si me apuñalara por todo el cuerpo, como si no tuviera permitido, aquí, el dar vida a una expresión así. Tampoco he conseguido llorar más de lo que hice el primer día, creo que mis ojos se secaron y no me percato cuando mi vista se pierde en un objeto por horas.
Temo que sea un trastorno evocado por mi doloroso pensamiento en donde sé, pude haberte perjudicado.
Creo que han pasado dos días desde lo que hice, desde que quise hacer una diferencia en la expresión del joven amo. Sigo lamentándome, cada minuto, cada hora, pienso en lo tonto que fui.
La oscuridad me aterra, temo que solo el brillo de mis ojos resplandece y que mi imaginación da vida a bestias que me aterran. En más de una ocasión me he hecho un ovillo en el suelo, ocultando mi cabeza entre mis rodillas, sintiendo la humedad traspasar mis ropas, y con esto, creo que a duras penas saldo todo el dolor que le hice pasar.
Ni si quiera con mi muerte podría sanar ese hueco que le provoqué en el corazón.
Si tan solo pudiera volver a ese día, detenerme y quedarme con usted para cambiar el rumbo de nuestra conversación. Daría mi libertad por ello, por detener mis pies y hacer que nunca tuvieras que escuchar esas palabras tan duras.
Joven amo, puede que esas palabras por el amo sean verdad o no, pero lo lastimaron y eso no lo puedo perdonar. Tampoco puedo aconsejarle qué posición tomar en cuanto a ello, pero tenga por seguro, no importan las personas que intenten lastimarlo, siempre me pondré por delante suyo para protegerlo.
Usted es mi amo, y si me lo permite, con el corazón acelerado, es mi mejor amigo. Seguramente tiene tantos secretos y dolores como yo, pero estoy seguro que si los escondemos en la alacena, como dice el tío Oscar, podremos ser fuertes algún día, podremos salir adelante e ir en contra de este mundo.
No necesitamos de nadie más que el tío Oscar y juntos haremos historia.
Me estremece la idea de poder estar a su lado, ser yo quien pueda presumir ser el sirviente de grandísimo Oz Vessalius.
Sí quería darle un motivo para sonreír ese día. Quería verlo alegre, pero con honestidad, no con esa sonrisa que fuerza con esa falta de brillo en su mirada.
Salí corriendo aquella vez con la emoción de darle una sorpresa al joven amo, pero ahora me pregunto, toda esa buena intención ¿Fue correcta?
Jamás quise lastimarlo ¡Se lo prometo!
Es verdad que sufro aquí abajo, que todo el rato me hundo en extrañar la luz, la comida que me llenaba y no unas simples migas, pero lo que más hecho de menos y me hace sollozar de forma que nadie puede escucharme, nadie más que las ratas y bichos, mis compañeros en estos días, es volver a jugar a su lado. Tener aventuras con usted y la señorita Ada.
Extraño estar juntos, joven amo, ¿Cree que hice mal?
✤✤✯✤✤
El pequeño de hebras oscuras derramó un par de lágrimas. Ya no podía seguir con su escritura pues la hoja que tenía disponible se llenó y sus manos comenzaron a entumecerse por el frío que albergaba el sótano de la mansión.
Hizo un par de dobleces en el papel y se lo escondió entre su ropa. Pudo haber sido descortés en la carta, demasiado confianzudo y por eso comenzó a debatir en entregársela a Oz.
No, no lo haría, tal vez era otra mala decisión.
Sí, así lo decidió y tras ello, sus suspiros aumentaron y el frío también, de forma que se abrazó a sí mismo y se recostó. No sabía si era de día o noche, sus ojeras lo mataban, pero decidió dormir y soñar con un día soleado en donde sale a jugar en el jardín con su amigo.
La ilusión se hizo tan real, que el pequeño Gil sonrió entre sueños. Las ultimas lagrimas resbalaron por sus mejillas hasta caer en el húmedo suelo.
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