Escena
—¿Para qué me hiciste hacer todo esto? Creí que estábamos juntos...
—Lo estamos, técnicamente...
—Eso es..., olvidalo...
—Solamente debía hacerlo, era necesario. Tenía que enseñar una lección.
—¡¿Enseñar una lección?! ¡¿Tú?! ¡¿Un ser tan malévolo y descarado, tan maléfico y capaz de torturar a las almas más inocentes?! ¡¿Tú?! —el hombre estaba bastante molesto.
—Sí, es difícil de creer, pero repito, era necesario —suspiró y se quedó viendo al vacío.
—Todo este tiempo me hiciste creer que esto era para que nuestro padre viera el potencial de nuestras acciones, todo este tiempo me diste una ilusión, ¡¿todo para enseñar..., una maldita lección?! —tomó al otro del cuello y lo alzó a los aires. Rio.
—¿Qué planeas hacer ahora? ¿Matarme? Es lo más glorioso que existe, adelante.
—Ojalá fuera gratificante matarte, pero disfrutas tanto el dolor propio que resulta insatisfactorio —lo soltó azotándolo contra el piso. El otro se levantó y se limpió—. ¿Por qué carajos lo hiciste? ¿A quién le querías enseñar una lección?
—A un niño...
El hombre se quedó estupefacto.
—¿Y qué le querías enseñar?
—Yo no se lo enseñaría, sino su padre. Y le enseñaría sobre perdonar.
—Por favor, eso es ridículo. Ambos sabemos como...,
—Lo sé —interrumpió—, pero era necesario.
—¡¿En qué carajos era necesario?!
—Ya te dije, debían enseñarle sobre el perdón... —pausó. El hombre esperó a que dijera algo, pero se quedó callado.
—¿Y por qué querrías que hicieran eso?
El otro volteó y le miró con seriedad.
—Para que me perdone a mí...
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