Capitulo 42: Ley.
*Trailer de "Recta Final MAG" disponible
(Tyler )
Sinceramente estaba tan lejos que me era imposible poder prestarle atención a lo que estaba sucediendo dentro de las cuatro paredes de la habitación de James. Y es que Mark Ross, mi hermano, siempre me salvaba de las peleas con James, el que siempre estaba pendiente de mis calificaciones, el que siempre me rescataba de los castigos escolares y el que siempre, cada vez que papá no me prestaba atención, estaba ahí para mí. Y ahora había formado parte del coche que me había llevado a la muerte.
Sí, costaba creerlo, pero la grabación no mentía. Quería desaparecer, salir de aquí, pero debía saber por qué diablos James lo sabía, y necesitaba respuestas. Me enfoqué en prestar atención a la realidad, a Marie y James, que estaban hablando sobre el tema. Por primera vez no estaban discutiendo, ni... besándose.
—Él sabe que... —Marie estaba nerviosa, pero de todas formas miraba a James de manera directa— ...¿que tú lo sabes?
James se demoró en responder, mientras que yo, por mi parte, rogaba para que no empeorara más aún y que James también estuviera metido en esto.
—No, y no voy a decírselo.
—¿Por qué?
—Porque sé que él no tuvo nada que ver en esto.
Más lágrimas cayeron por mis ojos, y una leve sonrisa se posó en mi rostro, al menos James no estaba involucrado en ello.
—James... Sé qué es tu hermano, y créeme que yo aún no puedo creerlo, pero... Tyler murió, no se trata de un robo ni mucho menos de un juego de niños. Esto es grave, no puedes callar algo así.
Marie, que estaba aún parada cerca de la televisión, se acercó hacia James para acariciarle el brazo, pero él la apartó.
—Sí puedo, y lo haré. Conozco a Mark y sé que él no mató a Tyler.
Un silencio. Marie miraba a James, pero este, en cambio, se enderezó para quitar la cinta de la televisión, apagándola.
—Listo, ahora ya puedes irte —le dijo de paso, encaminándose afuera de la habitación.
Marie se acercó hacia él.
—Déjame ayudarte —no me esperaba que Marie Acuña dijera esas dos palabras, pero en cierto modo me alegraba que lo hiciera.
James frunció el ceño y abrió la puerta de su habitación.
—No necesito tu ayuda.
—No juegues conmigo, Ross. Tienes esta cinta desde hace semanas y... ¿Qué has descubierto?
Su tono de voz fue algo irónico, y mi hermano no lo pasó desapercibido, por lo que la tomó de la muñeca obligándola a salir de la habitación.
—Esto no tiene nada que ver contigo, ya has visto lo que querías, ese era el trato —Marie soltó un grito cuando James la empujó afuera, cerrando de golpe la puerta en su cara.
Yo me quedé ahí. Observando cómo James Ross se echaba al suelo apoyado en la puerta, ahogando un llanto lastimero de manera silenciosa. La imagen del vídeo me venía una y otra vez a la cabeza. Mark. Necesitaba verlo, necesitaba descubrir la verdad del misterio. Dejé a James en su habitación, y afuera, para mi sorpresa, estaba Marie con la oreja pegada a la puerta, escuchando los sollozos de James.
Pensé que iba a gravarlo o a burlarse, pero en su rostro se podía notar claramente que estaba preocupada. En fin, me encaminé hacia la puerta de Mark, de donde hacía un buen rato había visto salir a Diana Grey. Al entrar, Mark no estaba. Me quedé impresionado por el desorden en que se encontraba la habitación. Mierda.
(Haley)
Volví a despertar tres horas más tarde luego de que mamá me consolara al saber lo de Kyle Reyes. Y agradecí a Dios que no me insistiera más en que le respondiera qué diablos sucedía, sino que solo me acarició el cabello hasta que me quedé nuevamente dormida. Ya era tarde y mi celular vibraba junto a mí, y nerviosa de que se tratara de Simon para pedirme perdón o algo así ni tuve el coraje de mirar de quién se trataba.
En eso, la mata de cabellos rubios traspasó la pared, entrando a mi habitación. Si no fuera por todos los nervios que se agolpaban en mi pecho seguro que hubiera saltado de sorpresa o algo así, pero hoy no era mi día. Necesitaba contárselo a Tyler. Pero él se me adelantó.
—Mark Ross... —este se dejó caer en la pared de mi habitación para luego proseguir— ...estuvo dentro del coche de Aaron Gay el día de mi accidente.
«Bien». Si antes ya estaba nerviosa ahora mismo tenía un ataque de histeria. Me quedé ahí, sin moverme. Mark... El príncipe azul de todas las chicas, el más bueno de los Ross. Sí, él. ¿Que había estado en el coche?
—Es imposible.
Tenía que serlo.
—Lo vi en la cinta que James había obligado a robar a Marie —yo abrí los ojos, y es que no podía creerlo.
Tyler me contó sobre su visita a su hogar.
—Piénsalo, Haley, Mark ha estado actuando extraño desde el accidente —recordé su nueva actitud, su nueva forma de ser—. Esto lo explica todo...
Me quedé analizando al nuevo Mark Ross, cuando lo había visto discutiendo con James. Y ahora hasta cobraba más sentido el porqué de su negación al descubrir al culpable de la muerte de su hermano.
—Culpabilidad. Mark se siente culpable de tu muerte —pude concluir.
—Pero no entiendo por qué diablos estaba ahí metido —noté cómo los ojos de Tyler estaban llorosos, concluyendo que debía haber estado llorando.
Y se me partía el corazón al verlo así.
—Sabía que escondía algo, que quizás estaba involucrado con mi muerte o sabía algo de ella. Pero no que estuviera en el coche de Aaron. ¿Por qué diablos estaba ahí metido?
No sabía qué decirle, Mark Ross era un total misterio. Y teníamos que descubrirlo.
—No lo sé, pero sí estoy segura de algo, y es que tu hermano está totalmente arrepentido y quizás puede que todo haya sido una equivocación.
Tyler soltó una carcajada.
—Me gustaría creerlo.
Me quedé en silencio. Me hubiera gustado responderle y decirle que debía creerlo, que Mark no tenía nada que ver, que como había dicho hacía segundos todo podía ser un malentendido, pero ya estaba cansada de mentir. Y aunque ni yo misma quería creerlo la prueba era evidente. Mark Ross había estado ahí, dentro del coche. No había excusa, él estaba involucrado nos gustara o no.
—Debes ir a verlo, Tyler, búscalo e intenta saber bien lo que pasó esa noche.
—No sé dónde está.
—A ver... ¿Quieres saber de una jodida vez la verdad de esa noche? —Sí, Haley Dickens podía maldecir. Tyler, que me miraba sorprendido, asintió levemente—. Entonces búscalo, ya no nos queda tiempo, debemos apresurarnos...
Tyler se levantó del suelo regalándome una sonrisa torcida.
—Lo voy a hacer, pero tú primero respóndeme cómo estás —me quedé muda—. ¿Cómo estuvo la siesta? —sabía que Tyler, aunque estuviera preocupado por mí, tenía la cabeza en otro sitio, muy lejos de mi habitación.
¿Le contaba lo de Kyle? Sabía que tenía que hacerlo, pero no era el momento adecuado. Acababa de enterarse de que su propio hermano estaba en el coche que le costó la vida, y sabía que eso ya era bastante para procesar. No quería preocuparlo más de lo que ya estaba.
Kyle quería verme.
A mí, no a Tyler. Esto era algo que debía afrontar por mí misma, y si queríamos avanzar debíamos ir por caminos separados para poder destapar todas las mentiras que nos rodeaban antes del día de las elecciones.
—Bien —pude decir, a lo que este se bastó a asentir, observándome un momento.
—¿Seguro? —volqué los ojos y este se rascó el cabello—. Porque puedo quedarme, no me...
—Tyler Ross, vas a ir a ver a tu hermano —le corté cruzándome de brazos.
A este se le curvó finamente el labio.
—Quién iba a creer que Haley Dickens iba a decirme qué hacer —sonreí sin poder evitarlo, ladeando la cabeza a un lado y poniendo cara de cachorro—. Bien, iré. Pero mañana no vas a poder quitarme de tu lado.
Tyler salió de mi habitación de inmediato, dejándome sola. La sonrisa que tenía en mi rostro desapareció al instante, y ahora volvió a mi rostro esa mueca de tristeza y nervios que había tenido toda la tarde. Kyle Reyes. No me atrevía, no quería ir a hablar con él. Con solo pensarlo se me erizaban los pelos. «Debí habérselo dicho», me regañé en mi interior.
No me gustaba esconderle cosas a Tyler, ni mucho menos algo como esto. Pero Mark, su propio hermano, había estado presente en su accidente. Eso ya era mucho con lo que lidiar. Escuché cómo Holly seguía en el departamento con mi madre, y una idea se me ocurrió. Necesitaba salir, despejarme. Encerrada en mi habitación lo único que lograba era recordar aún más lo que había sucedido con Simon y ahora lo de Kyle. Bingo. Se me ocurrió el lugar perfecto al cual ir.
(Tyler )
No sabía adónde ir, y el único lugar donde podía estar Mark Ross era en mi casa. Y aunque ya sabía que no estaba hacía unas horas eso no significaba que no hubiera vuelto. Al llegar ya estaba comenzando a anochecer, Fernando estaba arreglándose para salir en su habitación, Roy miraba televisión con un bote de nachos y Marie Acuña seguía ahí conversando con Martha.
Fui a echar un vistazo a James, que estaba en su ordenador bastante concentrado. Me acerqué a ver con qué estaba, y me encontré con la cinta de mi accidente puesta ahí, y en el momento en que el coche enemigo se veía claramente James lo puso en pausa y copió la imagen abriéndola en otro programa. Ahí la acercó, y podía verse algo borrosa la matrícula del coche. Unos cuantos números se podían rescatar, pero otros dos era imposible.
En eso, escuché cómo este maldecía mientras escribía lo que podía sacar. Quería gritarle que no servía para nada, que seguramente el coche ya fue llevado a demoler por Richard Grey, y que el culpable fue su hijo. Y aunque me muera de ganas de que Haley se lo contara a todo el mundo no podía. Ya no.
Por dos razones: Haley sería el nuevo blanco de los Grey (Gay) y Mark seguramente se hundiría con ellos. Y sabía que una de las razones era fundamental para James. En eso, escuché una maldición desde el piso de abajo, por lo que dejé a James. Fernando Ross estaba maldiciendo desde su habitación, mientras que tiraba su ropa de un lado a otro. Roy apareció en la estancia mirándolo con una sonrisa burlona desde el umbral.
—Vamos, Feñi, tarde o temprano iban a descubrirlo.
—Cierra la boca, cierra la maldita boca de una vez —por instinto di un paso atrás, asustado, y es que esa voz de Fernando furioso podía asustar a cualquiera.
Pero no a Roy, que solo soltó una carcajada, desapareciendo de la habitación. Fernando siguió buscando algo entre toda su ropa sin siquiera darse la vuelta.
Ya en la cocina me quedé escuchando la conversación de Marie y Martha, en la que hablaban de cómo estaba Colombia. A lo que pude concluir que Martha era colombiana, pero había venido a los Estados Unidos a buscar nuevas oportunidades aprovechando que conocía al padre de Holly y que lo tenía aquí. Ahí la contrataron en casa de Fernando Ross, que eran multimillonarios. En mitad de la historia Fernando entró en la cocina, inquieto y nervioso.
—Martha, ¿has visto mi corbata verde?
—Debe de estar en su armario, recuerdo haberla colocado ahí hace unos días.
—Pues no está —dijo enfurecido, a lo que se pasó una mano por el cabello antes de darse la vuelta para salir de la cocina.
En eso, Marie frunció el ceño y abrió la boca, seguramente para decirle que no tratara de ese modo a su abuela, pero Martha le tapó la boca negando con la cabeza.
—Tiene sus razones, Marie, él nunca trata a nadie de ese modo si no es porque tiene un lío en la cabeza.
—¿Y eso le da el derecho? —soltó la castaña mirando a su abuela sin entenderla.
Martha no respondió, sino que caminó hacia la pequeñísima televisión que estaba colocada en la pared derecha de la cocina, y la prendió con Marie siguiéndola por detrás. La pantalla nos mostraba a una pareja besándose, y la mujer rubia se me hacía bastante conocida. Abrí los ojos de golpe. Mierda.
Ha sido captada en México, específicamente en Playa del Carmen, la esposa de Fernando Ross con un hombre de identidad desconocida, besándose en plena luz del día. Las fotos fueron captadas por un periodista de nuestro equipo que estaba en la playa por un tema de peces y algas marinas. ¡Y qué sorpresa se ha dado! Del candidato a alcalde de nuestra ciudad no se ha sabido mucho, al parecer no ha quer...
La pantalla se apagó de golpe.
—Como odio a ese tipo —dijo Roy detrás de mí.
Marie estaba aturdida, y al intentar hablar se trabó, teniendo que repetirlo.
—¿Le pusieron los cuernos? —Martha y Roy asintieron—. Qué perra.
Martha le dio un golpe rápido en la mejilla.
—Cuida ese vocabulario, señorita.
Marie asintió llevándose la mano ahí, mientras que Roy soltaba una carcajada. Yo aún estaba algo sorprendido, sabía que Kelly lo engañaba, pero siempre había sido discreta.
—No la culpo, Feñi no la quería.
—Era su esposa. ¿Por qué no la querría? Es absurdo.
Martha se disculpó para ir a ayudar a Fernando a buscar la corbata que tanto necesitaba.
—Porque estaba enamorado de otra mujer, la política es complicada, Marie. Fernando necesitaba a una mujer para su imagen. Nadie va a votar por un hombre que no está casado, la idea de una familia es fundamental para una campaña política.
Marie ahora fue la que soltó una carcajada.
—Por favor, escúchate, es totalmente estúpido. ¿Vas ahora a decirme que tuvo tres hijos con una mujer que no amó? ¿Y por qué no se quedó con la que sí quería?
—Muchas preguntas. Si quieres puedes preguntarle tú misma a Feñi, no soy el indicado para hablar de eso —Roy se llevó una mano a los labios, sellándolos.
—Vamos, no voy a decírselo a nadie.
Este hizo como si no pudiera despegar los labios, como si realmente estuvieran sellados. Marie soltó un bufido, a lo que este se encogió de hombros como diciendo "ya están sellados y no puedo hacer nada para ayudarte". En eso, Fernando apareció en la estancia colocándose la corbata verde oscuro que tanto había estado buscando, mientras que Martha entraba también por detrás.
—¿La corbata de la suerte, Feñi? No puedo creer que sigas teniéndola.
¿Corbata de la suerte?
—¿Y qué sucedió con "mis labios están sellados"? —dijo Marie burlona.
Roy le sacó la lengua como si fuera un niño de diez años y se acercó a mi padre.
—La prensa está como loca afuera, no sé cómo voy a salir. ¿Se te ocurre alguna idea? —le preguntó Fernando.
—Toma mi coche y yo tomo el tuyo. Pero una cosa —Roy se acercó a centímetros—. Llega a tener un rasguño y te juro, Feñi, que ni que seas alcalde va a impedirme destrozarte el rostro. ¿Entendido?
Fernando asintió sin ningún problema, tomando las llaves que Roy le estaba entregando. Yo me debatía si quedarme aquí a esperar a Mark, seguir a Fernando a ver qué diablos tenía que hacer con tanta prisa o restarme a una alocada noche con Roy Miller. Opté por la segunda, ya que quizás Mark no llegara y la alocada noche de Roy lo más probable es que fuera una alocada noche de pasión con Anna. Y no me llamaba para nada ser testigo de... eso.
—Marie, ¿te llevo a tu casa? —le preguntó Fernando mientras Roy iba al baño.
—Un amigo viene por mí.
—¿Seguro? No tengo problema en ir a dejarte, aún me quedan unos... —este miró su reloj, y los ojos parecía que iban a salírsele—. Maldición. ROY, BAJA TU CULO AHORA MISMO, ¡MIERDA! —Fernando se puso a gritar como un loco, a lo que Roy apareció en la estancia volcando los ojos—. ¿Seguro que vienen a por ti? —Marie asintió.
—¿A dónde vas que estás de esa forma?
—Tengo un compromiso importante.
—Entonces vamos.
Los dos se despidieron de manera rápida, saliendo al estacionamiento. Se podía escuchar desde ahí el murmullo de todos los periodistas, que estaban a unos cuantos metros. Lo bueno de todo esto era que no alcanzaban a reconocerlos, por lo que al cambiarse de coche iba a ser la movida perfecta para que mi padre pudiera librarse de ellos. Me metí en el coche de Roy, junto a él. De inmediato recibió una llamada de este, a lo que al estar conectado a su coche se escuchaba por los altavoces.
—Voy a salir primero. Frenaré y me quedaré ahí mientras los periodistas se me tiran encima, tú ahí aprovechas para salir. Cambio.
—Perfecta idea. Cambio.
Volqué los ojos, y es que realmente se comportaban como dos niños pequeños con sus walkie-talkie.
—Por cierto. ¿Dónde vas? A estas horas de un sábado es imposible que al trabajo, y sé que no se trata de Kelly, ya que te importa un comino que la prensa se haya enterado. Hasta sospecho que tú mismo mandaste a ese periodista. ¿O me equivoco? Cambio.
¿Que mi papá había hecho a propósito lo de pillar a su propia esposa poniéndole los cuernos?
—Cuando Holly me dijo que Marie era mi hija me salió con la excusa de que era un hombre casado, que nunca podríamos ser una familia y que era mejor que Marie nunca se enterara —Roy no respondía, a lo que Fernando soltó un suspiro—. Cambio.
—Y entonces decidiste actuar, dando a conocer que tu esposa te engañaba para que así pudieras estar con Holly. Cambio.
—No lo podrías haber dicho mejor. Cambio.
—Entonces que empiece el espectáculo. Cambio y fuera.
La llamada terminó, y se podía ver el coche de Roy, que iba al frente, saliendo afuera, donde los periodistas se arremolinaban a su alrededor, y al avanzar unos pocos metros frenó el coche, donde todos pensando que iba a bajarse o a decirles algo se acercaron sin tomarle atención a nuestro coche, que salió sin siquiera la vista de ninguno de ellos hacia la calle. Luego de unos minutos Roy volvió a llamar a Fernando, y sus carcajadas se escuchaban por todo el coche.
—Pero qué gente, dios mío. ¿Cómo lidias con ellos todos los días? Ni sabes la cara que pusieron al ver que no eras tú.
—Gracias, Roy, juro que voy a recompensarte con algo.
—Pensándolo bien... ya sé en qué quiero que me recompenses.
—Dilo y será tuyo.
—Anna.
—¿Anna? —Fernando volcó los ojos soltando una leve carcajada—. Es que nunca cambias, Roy, en serio te lo digo como amigo, ella no te ve de esa mane...
—Nos acostamos.
Un silencio.
—Pues... ¡Felicidades! —al parecer la declaración de Roy había sido totalmente desconcertante para Fernando, que no podía creerlo—. Pero no entiendo por qué yo tengo que recompensarte con algo relacionado a Anna.
—Quiero que hablen, ella me dijo que aún sentía que debía explicarte lo que realmente sucedió hace dieciséis años. Siente que aún no la perdonas.
—Roy, yo... sabes que no puedo.
—Solo te pido que la escuches, al igual que yo lo hice con ella.
Necesitaba escuchar esa conversación.
—Bien, lo haré —sentenció luego de más de un minuto en silencio—. Buscare un día en mi agenda que esté disponible y hablaremos. ¿Feliz?
—Bastante. Por cierto, ¿vas a decirme adónde mierda vas con la corbata de la suerte que te regaló Holly?
—La misma me ha llamado cuando salió en la televisión lo de Kelly, he quedado con ella.
—Oh, qué ternura —se burló desde la otra línea—. ¿Vas a hacerte el cordero degollado o le dirás la verdad?
—Si fuera el mismo hombre de hace meses le mentiría. No voy a seguir con eso, le diré la verdad.
Yo me preguntaba por qué Roy no decía nada, hasta que al fin lo hizo.
—Estoy orgulloso de ti, amigo.
Y yo, por mi parte, pensaba exactamente igual. Me había mentido, pero al menos no iba a seguir haciendo lo mismo con los demás.
(Haley)
Ya había caído la noche sin haberme dado cuenta. Pensé que un escalofrió iba a invadir mi cuerpo y un muerto iba a salir de su tumba como en las películas de terror. Pero no fue así. El cementerio fue iluminado por un sistema eléctrico que cada tumba tenía en las lápidas. Lo que hacía el dinero, ¿no? No era una sorpresa tratándose del cementerio de primera clase con que contaba Chicago. La tumba de Tyler estaba al frente de mí, y su nombre estaba inscrito en letra cursiva, y debajo decía: Hijo, hermano y amigo. Siempre permanecerás en nuestros corazones. R.D.: ¡Invencibles!
Me quedé observándolo, pensando en la hipocresía de esas pocas palabras. ¿Acaso eso resumía a Tyler? No lo hacía, las personas creían que con una lápida y unas palabras sacadas de alguna frase célebre de reflexiones podían resumir a una persona. El punto era simple, con eso ya bastaba para que las personas vinieran una o dos veces al año para pasarse por aquí, leer esa lápida, llorar unos momentos y luego irse. Y ahí estaba todo.
Sabía que estaba pensando en puras estupideces, y es que no quería aceptar que había una gran y enorme posibilidad de que Tyler muriera, que nunca más lo volviera a ver y que todo esto terminara no siendo real. Y al final yo me volviera loca en un manicomio. Fin.
En eso, el ruido de unos pasos acercándose llamó mi atención. Al darme vuelta pude ver a una persona a una lápida de distancia. Whitey. El entrenador de los Red Dragons estaba con un ramo de flores, con los ojos perdidos en la lápida que tenía delante. No quise interrumpirlo, por lo que me quedé ahí quieta, mirando por décima vez la lápida de Tyler Ross.
Al cabo de unos minutos, cuando ya iba a darme la vuelta para irme, un estornudo hizo quebrar el silencio que envolvía el cementerio. Por supuesto no me di la vuelta hacia el entrenador, rogando que no hubiera notado mi presencia.
—¿Haley?
Con mi mejor cara de sorpresa lo miré. Este seguía en su lugar. Me acerqué y le dediqué una sonrisa, saludándolo educadamente.
—No sabía que conocías a Tyler Ross —me comentó frunciendo el ceño.
Bien, me había pillado. ¿Es que era muy obvio que nunca me había dirigido la palabra mientras vivía?
—Le ayudaba de vez en cuando en Literatura —hubo un silencio incómodo, del cual no sabía cómo salir—. ¿Y usted? ¿Vino a ver a un familiar?
—Mi hijo —este apuntó a la lápida que estaba enfrente de mí.
Decía su nombre, Kevin Lewis, y la fecha en la que nació junto a la que murió. Nada más.
—¿De qué murió? —solté, y me retraté al notar que quizás había sido algo desatinada—. Si no quiere hablar de eso... lo siento mucho, no pienso bien lo que digo.
—No pasa nada —Whitey me sonrió, a lo que mis nervios se redujeron—. Fue por la noche, lo asesinaron.
—Lo siento mucho —bajé los ojos algo avergonzada.
—No tienes de qué. Nunca se supo quién lo mató, aunque siempre he sospechado que fue la empresa con la que trabajaba.
No sabía qué decir, ni tampoco qué pensar.
—¿Y no se lo dijo a la policía?
—No me escucharon, en ese tiempo yo no había hablado con mi hijo desde hacía tres años. No tenía pruebas, solo un mensaje que me había dejado en la contestadora ese mismo día, pero cuando analizaron el cuerpo Kevin había ingerido drogas, no estaba en su sano juicio.
—¿Y qué decía el mensaje?
Whitey se quedó mirando fijamente la lápida de su hijo, con los puños apretados.
—Que lo sentía, que yo tenía razón con que debía dejar su trabajo. Hablaba nervioso, parecía como si estuviera corriendo. En eso, él me dijo que acababa de renunciar y que estaba en camino hacia la policía para contarlo todo. Luego escuché un grito suyo y luego nada más —me quedé quieta como una piedra sin poder creérmelo—. Su cuerpo fue encontrado en un callejón con una pistola en su mano y una bala en la cabeza. Parecía un suicidio y todos lo creyeron, pero sé que no fue así.
—Usted cree que lo asesinaron.
—Sí, él no iba a suicidarse, nadie lo haría luego de haberme mandado ese mensaje.
Pensé que Whitey iba a ponerse a llorar, pero simplemente se le veía fastidiado.
—¿Por qué no habló con él en esos tres años?
—No estaba de acuerdo con su forma de vida, y él me escondía cosas... podría haber evitado lo que le sucedió, pero fui tan estúpido con mi orgullo que preferí distanciarme de él y dejarlo vivir su vida como un total cretino.
Me había dejado sin nada que decirle. Y es que todo parecía irreal, sacado de una película. ¿Cómo podía ser que la policía creyera que fue un suicidio luego de escuchar el mensaje que le había dejado a su padre?
—Siempre nos peleábamos, él tenía un ego del tamaño de un camión —pensé que se refería a su hijo, pero este tenía puesta su mirada en la lápida de Tyler—. El día de su muerte lo había sacado del equipo, él vino a mi oficina y comenzamos a pelear. ¿Quieres saber qué fue lo último que me dijo?
Asentí.
—Cuando me venga a rogar que vuelva a su equipo se va a arrepentir —volqué los ojos, muy Tyler Ross—. Desde que murió he venido todos los viernes antes de los partidos, le cuento sobre las tácticas, sobre cómo va todo con los Red Dragons. Al final de cuentas tenía razón, pero no del todo —enarqué una ceja, intrigada—. No estoy arrepentido de haberlo sacado del equipo, se lo merecía. Y si pudiera retroceder el tiempo mil veces no cambiaría nada. Pero sí le ruego que vuelva, echo de menos a este niño orgulloso —Whitey soltó una carcajada—. Porque me recuerda a mí mismo a su edad, queriéndolo todo. Al menos mi esposa supo cómo controlarme y me bajó los humos.
No sabía qué decir, por lo que solo le sonreí.
—¿Quieres que te lleve a tu casa? Ya está oscuro —asentí sin pensarlo dos veces, porque luego de escuchar esa historia un miedo se apoderó de mí—. Te espero en el coche, así puedes despedirte —este miró la lápida de Tyler haciendo una leve inclinación de cabeza, y se dio la vuelta caminando hacia la salida del cementerio.
Me quedé parada frente a la lápida de Kevin Lewis. Su historia se parecía a la de Tyler, había muerto y no había culpable. Una injusticia que la policía no pudo destapar. Iba a darme la vuelta cuando un cuervo se posó en la lápida que está justo en el medio de la Tyler Ross y la de Kevin Lewis. Una lápida a la que nunca había tomado atención. Hasta ahora.
Natalia Turner. Sí, la madre de Tyler. Di un paso atrás cuando el cuervo se echó a volar, pasando justo a mi lado. Luego de aquello me di la vuelta sin mirar hacia atrás, dirigiéndome al coche de Whitey.
(Tyler )
Fernando llevó a comer a Holly, y creí que iba a tratarse de los típicos restaurantes cinco estrellas de la ciudad, pero su rumbo fue hacia un local bastante sencillo cerca del departamento de Anna.
—¿Aún lo recuerdas? —le preguntó Holly observando el local con un brillo de emoción en los ojos.
—Claro. Nunca olvidaré que dejarte conducir mi coche fue una total estupidez.
—No fue para tanto, solo fue un golpe pequeño.
—¡Que rompió mis dos luces traseras, y sin olvidar el neumático, que explotó!
—Tan neurótico que te pones... Valió la pena. Si no hubiera chocado tu coche nunca hubiéramos conocido las mejores papas fritas de todo Chicago —Fernando asintió de acuerdo.
Yo mientras tanto me entretenía bastante con la conversación, parecían dos ancianos casados de hace cincuenta años. Cuando ya habían entrado y ordenado esas condenadas papas fritas de las que tanto hablaban, Holly le preguntó a Fernando cómo llevaba todo lo de su esposa. Mi padre, sin rodeos, le dijo la verdad, que solo se había casado con ella por un tema de estrategia y que él estaba al tanto de que le ponía los cuernos hace años. Holly, por supuesto, se enfureció.
—No puedo creerlo. En serio, tienes un problema mental. ¿Cómo pudiste siquiera?
—Tenía que hacerlo, si se llegaban a enterar de que tenía tres niños sin una madre ni siquiera hubiera podido presentarme, lo necesitaba para la candidatura —este hablaba en susurros para no llamar la atención de las demás personas que había dentro del pequeño local.
—¿Y fingir toda una mentira lo justifica? Debes parar, este no eres tú y lo sabes. Tienes una obsesión con hacerle pagar lo que hizo y esta no es la manera.
¿Lo que hizo quién?
—¿Y cuál es? Han pasado dieciséis años, Holly, y el muy maldito sigue nadando entre sus millones ganados de manera ilegal y nadie hace nada. Alguien tiene que hacerlo pagar, y si eso significa que tenga que sacrificar mi vida, lo haré. No voy a dejar que él gane, no de nuevo.
—Sabes que esta no es la manera... —noté que una lágrima se le escapaba a Holly, que acercó su mano a la de Fernando, acariciándola—. Puedes ser feliz, podemos ser felices. Solo debes dejar todo esto de lado.
—No puedo —sentenció, quitándole la mano de encima.
Se quedaron ambos en silencio unos minutos.
—Pues entonces yo no puedo estar contigo de esta manera —le dijo Holly—. Lo odio, al igual que tú. No creas que fuiste el único al que se le arruinó la vida ese día. Yo tuve que criar a una hija sola porque tú me mandaste a la mierda —no podía creer lo que escuchaba.
Holly comenzó a sollozar y se levantó de su asiento. En eso, Fernando iba a levantarse para decirle algo, pero la camarera justo llegó con los platos de papas fritas.
—Holly, yo...
—Sé que fue duro, no quiero que sientas lástima por mí ni mucho menos, porque sé que tú lo pasaste aún peor. Pero no puedo, tú elegiste la venganza antes que a mí. Y me encantaría que no me importara y así poder estar contigo, pero me importa —Fernando desvió la mirada de Holly, que se acercó hacia el plato que habían dejado en la mesa, tomando una papa frita—. Todos los días recuerdo ese día: comimos papas fritas, luego nos dimos cuenta de que no habíamos traído dinero y tuvimos que escapar con el dueño del local por detrás gritándonos maldiciones. Ese fue el primer día que me besaste.
—Lo recuerdo perfectamente —se bastó a decir Fernando aún sin poder mirar a Holly.
—Envidio esos días en que éramos solo tú y yo contra el mundo. Éramos libres y podíamos hacer lo que nos placiera sin preocupaciones ni responsabilidades —esta se la llevó a la boca y cerró los ojos sonriendo, a la vez que le caían unas cuantas lágrimas más. Abrió los ojos, y Fernando se la quedó mirando—. Espero que no te des cuenta demasiado tarde de lo que estás sacrificando.
Y luego de decir eso le dio la espalda, caminando hacia la salida del local, desapareciendo por el estacionamiento. Fernando le pidió a la camarera un whisky mientras los ojos se le aguaban, aunque no derramó ni una sola lágrima. Yo salí en busca de Holly, y es que quedarme con Fernando Ross borracho no era una idea que me entusiasmara. Al salir afuera no pude encontrarla. La busqué por la calle, pero no había rastro de ella.
Mientras me decidía qué hacer, el motor de una motocicleta llamó mi atención. Esta se estacionó en la gasolinera que tenía al otro lado de la calle. Y, para mi sorpresa, vi que se trataba de mi motocicleta. El conductor era nada menos que Mark, que se quitó el casco dejando ver su cabello revoloteado de un lado a otro.
En eso, el recuerdo del vídeo vino a mi mente. Me negaba a creerlo. Este se encaminó dentro del pequeño local de la gasolinera, y yo, sin dudarlo, fui hacia él. Mark le pidió a la cajera unos cigarrillos y fue a buscar una caja de botellas de cerveza. Cuando ya lo había comprado todo guardó en la guantera pequeña de la motocicleta las cosas y se montó. Yo me puse atrás. Lo había esperado toda la tarde, no iba a desperdiciar mi oportunidad de saber en qué diablos estaba metido.
(Haley)
Whitey paró su coche justo al frente de mi departamento, donde se despidió con un "nos vemos el lunes", y yo le agradecí el aventón deseándole un buen fin de semana. Cuando su coche desapareció una sombra apareció en la penumbra, dándome un tremendo susto. Era Narco. ¿Qué hacía él aquí? Nunca lo había visto fuera del instituto, lo que me producía en cierto modo escalofríos.
—¿Y tú? —solté sonando más brusca de lo que quería.
—Hay algo que no te he dicho —por supuesto llevaba un porro en los dedos, y el olor me irritaba los ojos.
—Que sea rápido, voy a una fiesta y tengo que prepararme —mentí, ya que en realidad no quería estar sola con él en mitad de una calle desierta.
—Se supone que eres la verdad, no compliques las cosas más de lo que están, Dickens —iba a decir algo, pero él siguió—. No vengo aquí a discutir, ni a mentir, ni a decir la verdad. Solo vengo a decirte una cosa.
¿Es que se había vuelto loco?
—Dime.
—No pongas tu vida en riesgo. Si mueres no podrás hacer nada para ayudarlo.
—¿Ayudar a quién? —le pregunté, necesitaba saber si sabía de la existencia de Tyler.
—Estás convirtiéndote en algo que no eres y temo que sea demasiado tarde...
—¿Qué significa eso? ¿Tarde para qué?
—Para el tiempo.
Me quedé muda. ¿Por qué nunca podía entenderle nada a Narco?
—¿Quién eres? ¿Un ángel? ¿Un ser sobrenatural? —este negaba—. ¿Vampiro? ¿Hombre lobo? ¿Dios? —lo último le hizo gracia y soltó una carcajada.
—¿Yo? ¿Dios? Tienes una imagen bastante errónea y positiva de mí, y me temo que he de decirte que no soy el bueno de la historia.
Me quedé quieta. No me digas que era... ¿El diablo? Al parecer Narco notó mi reacción, a lo que entrecerró los ojos.
—No soy alguien importante, Haley. En esto soy solo una ayuda pequeñísima, pero es algo.
—¡Quiero que me digas quién eres! —grité de improvisto, y es que realmente empecé a ponerme nerviosa.
—¿Qué mierda importa quién soy? —este se apuntó—. Hay cosas mucho más importantes de las que preocuparse, y lo sabes. Y como van lejos de la meta he decidido darte un consejo, y escúchalo bien —se acercó más a mí, a lo que presté toda mi atención en él—. Para entender el presente debes conocer el pasado.
Me quedé ahí, pensativa. El pasado. El presente. La imagen del cuarteto vino a mi mente: mi madre, Holly, Roy y Fernando. ¿Se referiría a ellos? Iba a decirle algo, pero la puerta del departamento se abrió de golpe. Salió una vecina unos años mayor que mi madre. Me giré hacia ella saludándola con una sonrisa, para luego voltearme hacia Narco. Pero como había pasado otras veces, había desaparecido. «Genial», pensé.
(Tyler )
«Maldición», me grité en mi interior al ver a dónde estábamos llegando. Las malditas carreras ilegales. Todo estaba exactamente igual que la última vez que había venido, todo parecía sacado de Rápido y Furioso. Las chicas se movían de un lado a otro luciendo pequeñas ropas de encaje y escotes prolongados, más los chicos malos con sus motocicletas y autos de carreras fumando porros y tabaco mientras la música salía de los altavoces de los coches.
Mark recibía saludos de la mayor parte de las chicas, mientras que yo observaba a las preciosuras con una sonrisa. En eso, frenó de golpe en un sector de motocicletas, donde se quitó el casco y sacó las cervezas. Llamó a ese chico que era como su asistente, y del que yo ni recordaba su puto nombre.
—Que te estaba esperando, hombre. Hoy sí ha venido él.
—¿Dónde está? —Mark parecía desesperado, se puso a buscar como un loco por su alrededor.
—Mira, está ahí besándose con la chica de azul oscuro —el chico con el aro en la nariz apuntó con su dedo a la izquierda, y yo también miré.
Mierda. La chica de vestido azul oscuro estaba besándose nada menos que con Aaron Gay. Tenía que suponerlo, por eso Aaron quería jugar a esa "carrera" contra mí. Mark, sin pensarlo dos veces, fue a acercarse a él, que al ya estar este cerca terminó de besarse con la chica, encontrándose con Mark justo al frente. Sus ojos se abrieron de golpe, asustado. Mi hermano se echó encima de él, tomándolo por la chaqueta. Aaron intentaba quitárselo de encima, pero mi hermano era más fuerte y fue elevándolo del suelo. La gente de alrededor comenzó a acercarse, mirando con atención la escena.
—Eres un maldito hijo de puta.
Aaron frunció el ceño para luego apretar sus labios.
—¿Yo? ¿Y qué eres entonces tú?
Su maldita voz. La odiaba. Mark iba a decir algo, pero al notar todas las personas que estaban pendientes de lo que iba a suceder soltó a Aaron, a lo que este cayó directo al suelo, soltando una mueca. Pensé que hasta ahí sería la pelea, que ahora Mark se iría y el lío acabaría. Pero no fue así, Mark pescó a Aaron de la espalda, arrastrándolo consigo hacia un lugar con privacidad.
Las personas que lo siguieron se retiraron enseguida cuando Mark les gritó que se largaran de manera brusca y a la vez terrorífica. Y así lo hicieron. Cuando por fin llegaron a un lugar a unos metros de donde sucedió la acción, Mark se dispuso a pegarle una patada a Aaron en el suelo.
—¿No te llamabas Greg? —le preguntó enfurecido, a lo que Aaron soltó una risa.
—¿No te llamabas Kevin? —ese era el nombre que Mark había ocupado en las carreras, lo recordaba—. Nuestro nombre y apellido nos causaría una muerte segura en este barrio, ¿no?
Era cierto, todos los presentes eran del barrio bajo de Chicago, si llegaban a enterarse de que tenían a dos niños pijos, hijos de los hombres más importantes del momento, de seguro les darían una paliza, les robarían el dinero y los secuestrarían para pedir una recompensa.
—¡Tú querías matarlo, joder! —no entendía nada. Mark volvió a darle otra patada, y Aaron soltó un grito—. Voy a ir a la policía y meteré tu culo en una celda.
—Inténtalo, porque tú vendrás conmigo —un silencio, en el que Mark se quedó quieto.
—No sabía que eras el hijo de Richard Grey. Me mentiste, dijiste que había sido un puto accidente.
—Y lo fue —Aaron comenzó a enderezarse del suelo, pero Mark lo pisoteó, apretándolo cada vez más al asfalto.
—¿Quieres que le crea al hijo del contrincante de mi padre? Ni de coña.
—¿Y tú qué? Fingiste que te llamabas Kevin cuando te llevé en mi coche y resultó que no dijiste nada cuando golpeábamos el coche de tu hermano.
—¡Tú te lo buscaste! —Mark le dio un puñetazo en el rostro, y le caía sangre del labio.
Aaron soltó un grito pidiendo ayuda, pero Mark solo se bastó a seguir golpeándolo.
—Tú estás tan metido en el accidente como yo, si abres... —le costaba hablar mientras Mark seguía golpeándolo, pero lo hizo igual— ...la boca yo también lo haré, imagínate: "Mark Ross fue cómplice de la muerte de su hermano, Tyler Ross"
—Mark dejó de golpearlo para asesinarlo con la mirada—. "Hijo del gran Fernando Ross mató a su propio hermano". Aunque esté en la cárcel mi padre ganaría las elecciones. En cambio, tú, pues nadie votaría por una familia de ese nivel. ¿No? —Aaron escupió sangre al suelo mientras soltaba un quejido.
—Si hubiera sabido que eras el hijo...
—¿Qué? ¿Acaso eso hubiera cambiado algo? Para de dar la excusa de que no sabías qué carajo iba a suceder.
Mark no dijo nada, estaba pensativo. Yo aún no asimilaba todo lo que estaba pasando, y es que había sucedido tan rápido que ni me daba tiempo de pensar en mí. Mark había entrado al coche de Aaron creyendo que se llamaba Greg y no era hijo de Richard Grey, al igual que Aaron, que no sabía que se trataba del hijo de Fernando Ross, pensando que se llamaba Kevin.
Entonces todo había sido un puto mal entendido. Mark no había ido con la intención de matarme. Lágrimas de felicidad rodaron por mis ojos. Le di gracias a Dios por esto, dejándome caer al suelo sonriendo como un total estúpido.
—Lo sabías perfectamente —Aaron siguió hablando, pero me importó poco— cuando comencé a tirarme encima de tu hermano. Recuerdo bien que tú no dijiste ni una sola palabra, ni siquiera intentaste frenarme. ¿O me equivoco?
Miré a Mark, que apretó los puños. Mala idea, Aaron Gay, muy mala idea. Nuevamente más golpes aterrizaron en su cuerpo, ya que Mark seguía sin detenerse. Unos pasos se acercaron a los dos, y al ver de quiénes se trataban me puse a gritar como un loco.
—¡Para, Mark! ¡PARA DE GOLPEARLO, JODER! —debía parecer un desquiciado, pero los policías cada vez estaban más cerca y Mark seguía golpeándolo sin darse cuenta.
Solté una maldición cuando ya estaban apuntándolo con sus armas y uno de ellos lo separó de Aaron, que gemía de dolor. Mark, al verlos, abrió los ojos de par en par, y su mirada cayó en uno de los policías, que estaba igual de sorprendido que él. ¿Se conocían? Uno de ellos se acercó con unas esposas, diciendo el típico rollo de las series de televisión.
—Está usted arrestado. Tiene derecho a guardar silencio. Todo lo que diga puede ser usado en su contra. Tiene derecho a solicitar un abogado. Si no puede pagarlo se le asignará uno.
Lo único que salió de la boca del policía que se había mirado con Mark fue un simple:
—Llamen a una ambulancia para este chico ahora mismo —eran cuatro policías, y dos de ellos fueron a la patrulla corriendo, mientras que el otro estaba con Aaron preguntándole cómo se sentía.
Se notaba que el restante era más importante, quizás el jefe. Este se acercó a Mark, que ya estaba esposado, y lo hizo caminar con él hasta la patrulla.
—No sé qué diablos pasó, pero escúchame bien: esta no es la manera —Mark asintió, mientras yo me preguntaba de qué se conocían—. Mi hija me dijo que estabas raro, que estaba preocupada por ti... ¿Pero esto? ¿Qué haces en este barrio?
—Necesitaba...
—No hables, lo mejor es que no abras la boca. No sé si podré sacarte de esta, Mark, pero lo intentaré, y lo intentaré por April.
¿April? No me digas. ¿April era hija de un policía? Ante mi estupor una ambulancia llegó al lugar, pero no pude ver más, ya que me subí al coche patrulla junto a Mark. ¿Y ahora qué? Seguramente mañana los periódicos y el noticiero iban a salir con que Fernando Ross tenía ahora a un hijo delincuente. Excelente. El que debía estar aquí esposado en una patrulla debía ser Aaron, pero no. Al parecer las cosas estaban tomando un rumbo completamente distinto.
Quién iba a decir que Mark, el príncipe azul, el de las mejores calificaciones, el del comportamiento perfecto, estaría ahora arrestado por violencia. Y todo por la culpa del maldito Aaron Gay. Lo odiaba más que a nada en el mundo. Le eché un vistazo a Mark, que tenía la vista fija en el suelo, y una pequeña lágrima cayó por su mejilla, quitándosela de un manotazo.
¿Qué estaba sucediendo? Éramos los hermanos Ross, los invencibles, los dioses de Chicago. Y ahora que solo quedaban dos de ellos las cosas eran muy diferentes. Hoy los había visto a ambos derrumbándose ante mis ojos. Estaban quebrados, al igual que yo. Al parecer los Ross no eran tan invencibles como se creía.
Ahora solo me quedaba rogar que las cosas no empeoraran más de lo que ya estaban, y tenía el leve presentimiento de que no iba a ser posible, que las cosas iban a joderse aún más de lo que ya estaban. Y que esto era solo el comienzo.
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