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el miedo se convierte en amor

Gracias al perfil de WattpadRomanceES por la oportunidad💖

(Si los guiones aparecen cortos, es culpa de wattpad. Desde la web se ven bien...)

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Junto a la maldad, la esperanza fue liberada. Christine intentó olvidar al monstruo que había excarcelado pero fue imposible, esa fealdad que lo llevó a vivir oculto entre las sombras estaba tan arraigada a su ser que las opciones se habían disipado igual que la niebla que los rodeaba, debía aprender a amar al hombre detrás de la máscara.

—Oh no..., Christine. —dijo mientras la desesperación se apoderaba de él, tratando de ocultarse en las sombras, cubriendo sus más profundos miedos con las mismas manos que eran capaces de crear magia.

—Pobre criatura de las tinieblas, ¿Qué clase de vida has conocido? Por favor, dame la oportunidad de mostrarte que no estás solo.

—El mundo jamás ha tenido compasión conmigo ¿Debería creerte, mi ángel? ¿Debería confiar?

—Déjame intentarlo, eso es todo lo que te pido...

Christine, que aun mantenía la máscara blanca entre sus manos temblorosas, se puso de pie lentamente y se acercó a él, ese hombre frágil que en sus momentos más solitarios le había enseñado que la música está en todas partes y que solo debes escuchar, y que es tan mágica que puede sanar todo con tan solo dejarla entrar.

Recibió la máscara pero la deformidad en el lado derecho de su rostro seguía expuesta ante ella, quien sintió una indescriptible tristeza cuando esos ojos azules la encontraron antes de decir:

—Esta mascara es el único recuerdo que tengo mi madre, fue mi primer regalo y mi primer condena. Christine... —La miro—. ¿Estás segura de que quieres enfrentar una eternidad de esto frente a ti? —Sus ojos llenos de dolor y miedo hicieron que el corazón de Christine suspirara.

Tenía miedo, sí, pero nada podía compararse con lo que él debió estar sintiendo durante todos esos años ¿De qué forma hizo de esta ópera su hogar? Quería saberlo, quería conocerlo, quería escuchar y comprender su historia y perder el temor que todos en la ópera habían inculcado en los pasillos, camerinos y luego en las calles aledañas cuando los espectadores abandonaban el lugar entre murmullos temblorosos y malintencionados.

—¿Cómo te llamas, mi ángel? —Christine aguardó una respuesta con la mano extendida frente a él.

—Erik. —Respondió, para luego tomar su mano y dejarse llevar.

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La inesperada visita del Vizconde de Changy la obligó a subir desde aquel lugar al cual la luz del día nunca llegaba pero la música era capaz de envolverla y convencerla de que vivía por y para cantar.

Le sonrió a Raoul cuando lo vio entrar en su habitación, el aroma de las flores que sus allegados y nuevos admiradores le habían dado en su primera presentación se mezcló con los chocolates suizos que él le entregó.

—Me encantan, gracias, Raoul. —Dejó la cara sobre el tocador.

—Lo sé querida, y cuando nos cacemos podrás comer todo tipo de chocolate y dulces, lo que tú desees.

Christine evitó su rostro, sabía que ver la sonrisa de Raoul haría que quisiera olvidar la conversación que les aguardaba.

—Sobre eso..., hay algunas incertidumbres que me mantienen despierta por las noches.

—De acuerdo, hablemos ¿Quieres que demos un paseo? Tengo los caballos afuera.

Pero ella no se movió, se había quedado con la espalda apoyada contra al gran y frio espejo.

—Eres tan considerado, tal y como te recuerdo..., pero está bien si hablamos aquí.

—No es nada, mi querida Christine; te prometí no más preocupaciones... —Raoul se acercó hasta ella y apoyó una de sus cálidas menos en su hombro derecho—. Tardes de verano en la playa comiendo chocolates. Prometí estar contigo tan solo si me das tu amor a cambio.

—Sabes que lo hago, casi tanto como amo la música... y actuar y bailar.

—Sobre eso... —Raoul hizo una mueca—. Una vez te conviertas en mi esposa tendrás que renunciar al teatro. Claro que podremos venir cuando La Carlota se presente, sin embargo...

Christine palideció, alejándose del tacto cariñoso de su prometido. Estaba molesta, sus ojos brillaron cuando lo miró sin comprender del todo porque insistía con algo así.

—Pero no puedo renunciar a la música, Raoul. Es todo lo que soy.

—Te equivocas, no eres sólo esto, Christine: eres mi futura esposa. —Sonrió, estaba claro que para él lo más importante era mantener su imagen frente a los demás aristócratas. —Una condesa no interpreta obras de teatro, las disfruta desde el palco más exclusivo.

Christine retuvo sus lágrimas de impotencia, dio la vuelta y se encontró de frente con el reflejo de su hermoso rostro descompuesto ante la idea de renunciar a su sueño. Ella quería ser una estrella.

—¿Me pides que renuncie así..., sin miramientos? ¿Que renuncie a quien ha sido mi guía desde que mi padre murió?

—Christine... Christine, no pienses que no me importa. Sólo quiero sacarte de este lugar y darte todo lo que mereces.

—Este lugar es mi hogar, Raoul y no puedo irme y pretender que las noches con mi Ángel de la Música no existieron. No puedo aceptar que él... no existe en esa vida que me prometes.

—¿Ángel de la Música? No puedo creer que utilices esa excusa tan ridícula ¿Él? ¿Otro hombre?

—Ya te lo había dicho Raoul, la primera noche que volvimos a vernos. Te lo dije pero tú no quisiste escucharme, sólo te interesaba ir a cenar...

—Lo que más deseaba era volver a tener un momento contigo, el primero de muchos pero tú sólo hablaste de ese ángel y luego... luego desapareciste ¿Estabas con un hombre?

—No es lo que crees, Raoul. El Ángel de la Música...

—¿Qué demonios pasa en este lugar? ¡Están todos obsesionados! Primero el antiguo dueño y todo el cuerpo de bailarines hablando de un Fantasma de la Ópera. Y tú me vienes con ese... ¿Ángel? ¡Já! No hay dudas de que necesitas salir de aquí lo más pronto posible.

—¿Seguirás tomando todas las decisiones a partir de ahora? ¿No quieres saber cómo me siento o lo que pienso de todo esto?

—Me importas, Christine. Si dejaras de estar tan obsesionada como todos los demás entenderías que mi mayor deseo es hacerte feliz y para eso debo sacarte de este infierno.

—¡No te permito que hables así de la Ópera Populaire!

Raoul podía desprestigiar su opinión sobre la vida que aún no habían formado juntos pero Christine no podía soportar que negara el hecho de que la Ópera Populaire era su mundo ahora y no estaba dispuesta a irse sin mirar atrás.

Cuando la puerta fue cerrada y la habitación se entregó al silencio de la noche, las mejillas de Christine estaban empapadas. Se sentía tan sola, su prometido ni siquiera la escuchaba y ella como una tonta se había ilusionado en base a todos esos recuerdos que habían compartido cuando niños.

Se abrazó a si misma ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Renunciar a sus sueños? ¿Y qué iba a hacer con Erik? No podía dejarlo, no cuando habían compartido secretos, sus más profundos miedos estaban expuestos y él los había entendido ¿El dolor que tantos años de soledad le habían causado? Le prometió que lo acompañaría, que con ella a su lado podía regresar al mundo que durante tantos años lo había despreciado por su rostro. Ese rostro al cual Christine ya se había acostumbrado, porque aprendió a ver con su corazón y no con sus ojos.

—Su corazón..., oh, mi pobre Erik ¿Cómo podría atreverme a romper tu corazón tan puro? —No podía, no sería ella quien apagase su luz. Esa cálida luz que habitaba en un hombre que solo conocía la oscuridad.

Debía ir con él. Hablar con Erik la ayudaría a tomar una decisión. Aunque en el fondo, Christine lo sentía, siempre lo hizo pero estuvo cegada ante la emoción y la melancolía que Raoul trajo consigo cuando se reencontraron.

Se limpió las lágrimas rápidamente cuando las velas parpadearon y esperó por la voz de su ángel de la música:

—Christine... Christine.

Aquella voz que conocía tan bien, tan estremecedora y gentil, envolvente e imposible de olvidar. Al principio y siendo una jovencita que se quedaba hasta tarde ensayando las piezas musicales que debía interpretar al día siguiente, Christine intentó ignorar aquella voz que la llamaba hacia la oscuridad, prefería concentrarse en las heridas de sus pies de tanto bailar o del dolor en su garganta de lo mucho que le costaba alcanzar ciertas notas cuando recién empezaba a cantar.

Hasta que una noche no pudo ignorarlo más. Él emergió de las sombras, igual que en ese momento, llamándola por su nombre, penetrando en su alma y acariciando su corazón adormecido por una tristeza que sólo aquel ángel de la música pudo quitarle.

De solo pensar en dejarlo se le volvieron a llenar los ojos de lágrimas y entonces una mano grande y cálida limpió sus mejillas sonrosadas de dolor e impotencia.

—Ángel... Ha sido una noche difícil ¿Cómo podría decidir qué hacer cuando mi corazón está divido entre mis sueños y mi futuro?

—¿Y acaso tu futuro no puede depender de tus sueños? Mi hermoso ángel, deja atrás aquellos pensamientos de la vida que conociste y escucha la música en tu corazón...

Erik... —La expresión en sus ojos fríos le demostró que aun no se había acostumbrado a ser llamado por su nombre. Christine pudo sonreír un poco—. Sácame de aquí. Todo el mundo cree que estoy loca, ¿sabes? No puedo convencerlos de que no eres el fantasma, el monstruo que ellos dicen que eres.

—¿Comprendes por qué no pueden verme como solo tú lo haces? —Le preguntó Erik mientras las velas en la habitación se apagaban.

El pasillo interminable se iluminó con su presencia. Erik la sostuvo por la cintura mientras cerraba la puerta secreta, caminaron hasta el lago y la ayudo a subirse al bote. Aquel lugar ya no le parecía tan lúgubre como al principio.

—El miedo puede convenirse en amor si elijes ver con tu corazón y no con tus ojos —Christine buscó su intensa mirada y él le regaló una sutil sonrisa—. Ahora, mi temor más grande es cometer un error del cual me arrepentiré toda la vida.

—Jovencita errante, tan sola y perdida buscando mi guía... Sabes que todo lo que te pido a cambio es que quieras estar conmigo, a pesar de todo.

El bote se detuvo, pero Christine no pudo moverse, el peso sobre sus hombros era tal que por un momento temió hundirse en las aguas turbias de su mente. Debía escuchar la música en su corazón si quería tomar la decisión correcta, y lo hizo cuando Erik la atrajo a su pecho, rodeándola con sus brazos.

No iba a dejarlo, no renunciaría a él.

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Con horror, ambos vieron caer el candelabro sobre los espectadores. ¿Cómo era posible que aquello estuviese ocurriendo? Erik la sujetó con fuerza evitando que se lastimara cuando utilizó otro de sus trucos para sacarlos del escenario en el que todos los habían visto juntos y mientras escapaban de la turba enfurecida que clamaba atrapar al fantasma asesino, Christine se dio cuenta de que acababan de cruzar el punto sin retorno de su vida juntos.

—Todo esto es obra del Vizconde de Changy y de esos idiotas que ahora dirigen mi teatro —Erik saltó fuera del bote y la ayudó a salir—. Desde el sujeto anterior, han buscado desesperadamente la manera de deshacerse de mi, hacerme parecer un monstruo y ¿todo por qué? ¡¿Por qué?! ¡Por esta cara deforme y horrorosa!

El corazón de Christine tembló de impotencia.

—No eres un monstruo y lo sabes —Intentó sujetar su mano pero él se alejó una vez más—. ¡Erik! Erik, escúchame... tenemos que salir de aquí, hablaré con Raoul, lo convenceré de renunciar a mí y solo así te dejará en paz.

—Pero no a ti, Christine, no te dejará... no aceptará que te quedes con el monstruo.

Christine presa del miedo incierto, la desesperación y la tragedia que se había volcado sobre ellos, se acercó hasta Erik, quien había perdido los estribos y rebuscaba algo entre sus partituras.

—Te sacaré de aquí, mi ángel... esa fue mi promesa y la voy a cumplir...

Christine acalló el miedo en la voz de Erik con un beso. Sellando así la promesa que se habían hecho ambos.

Los puentes se habían caído y ahora tocaba verlos arder.

🌹💀🌹

Erik volvió a reírse, Charisse había heredado de su madre la habilidad de hacer que se olvidara del rechazo externo con alguna de sus ocurrencias. Sujetó la pequeña mano de su hija y ambos salieron al jardín en donde Christine los esperaba con Benjamín en brazos.

—Amor, mira que hermosas se ven las rosas el día de hoy, Benji no deja de intentar arrancarlas.

—Chary ¿Por qué no juegas un momento con tu hermanito? —Le dijo a su hija, que lo miró con sus ojos azules iguales a los suyos.

—¿Sucedió algo malo? —Christine se acercó a él y reposó su cabeza contra su pecho. Él le acarició el cabello, aquel pequeño gesto logró calmarlo un poco más.

—Han rechazado la obra, dicen que es demasiado pretensiosa para alguien como Christine Daaè.

—Solo déjalo ser, un descanso suena agradable. Además estoy segura de que el señor Floyd estará más interesado ¿Recuerdas aquella vez en Londres?

—Él quería cambiar el final, tuve que insistirte para que dejara a la bella con el monstruo.

Sintió la risa de Christine contra su piel y se relajó un poco más. Ver a sus hijos jugar entre todas las flores de ese hermoso jardín había drenado cada mal passaggio en sus venas, y ahora por fin volvía a escuchar con mayor claridad el cantar de las aves, y a sentir el ritmo conformado de su corazón junto al de su ángel.

—Pero al final aceptó y fue un éxito, pronto saldrá una novela ¿Y qué me dices de la obra? Charisse ha estado todo el día tocando las canciones en el piano.

—¿Encontró mis partituras? –Curioso, buscó la mirada de su esposa.

—Siempre lo hace, ella ama la música tanto como tú y yo...

Erik suspiró y entrelazó sus dedos con los de su amada Christine.

—Con el paso de los años me he dado cuenta de que hay algo que amo más que a la música misma. —Vio como una mariposa azul se posaba sobre las rosas rojas, las favoritas de su esposa.

—¿De verdad? ¿Y que podría ser? Debe ser algo capaz de mover tu corazón y alma.

—Y lo hacen —Charisse había corrido hasta ellos con otra de sus brillantes sonrisas. Detrás de ella, Benjamin intentaba ponerse de pie sin mucho éxito, pero ya lo lograría, después de todo a penas iba a cumplir su primer año.

—Chary, te he dicho que no corras descalza, el césped está húmedo y podrías enfermarte. —Christine usó su voz suave para regañarla, obteniendo una mirada ceñuda por parte de la pequeña—. ¿De qué te ríes?

Erik miró una vez más a su esposa y a sus risueños hijos, eran todo lo que él siempre había pedido.

—Los amo, mis hermosos ángeles.


FIN.










Total de palabras: 2414.

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