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¿Se hablará de tu misericordia en el sepulcro, {y de} tu fidelidad en el Abadón?
Salmos 88:11

Cuando el sirviente cuyo rostro permanecía oculto tras un velo cerró la puerta detrás de mí, un escalofrío recorrió mi espalda. La habitación, aunque cómoda a primera vista, tenía un aire de desolación que me hacía sentir todo, menos en paz. Los muebles desgastados y la ausencia de ventanas creaban una atmósfera claustrofóbica. ¿Cómo había llegado a este punto?, ¿cómo había terminado hablando con el mismísimo Lucifer en su palacio infernal? Todavía podía sentir el peso de su mirada, una mezcla de curiosidad y diversión, como si mi miedo y confusión fueran meramente un entretenimiento pasajero para él.

Mi mente no dejaba de dar vueltas intentando encontrar una salida. No confiaba en nadie. La revelación de estar en el infierno, de haber cruzado una línea que jamás imaginé posible, me llenaba de un terror que nunca antes había experimentado. La idea de escapar consumía cada pensamiento, pero sin ventanas y con la puerta seguramente vigilada, las opciones parecían nulas. Me senté en la cama, sintiendo el peso de la desesperanza. No obstante, una parte de mí se rehusaba a rendirse. Si había logrado sobrevivir a un encuentro con Lucifer, debía haber alguna manera, por más imposible que pareciera, de salir de este lugar.

Comencé a examinar cada rincón de la habitación, buscando algo que hubiera pasado por alto. Cada mueble, cada grieta en las paredes, cualquier detalle que pudiera ser la clave para mi escape. El miedo me mantenía alerta, cada ruido me hacía saltar, temiendo que en cualquier momento la puerta se abriera y el fin llegara. Pero también era ese miedo el que me impulsaba a seguir buscando, a no darme por vencida. No sabía qué me depararía el futuro, ni siquiera si lograría salir de esta habitación, pero estaba decidida a luchar hasta el último aliento. En el palacio de Lucifer, rodeada de oscuridad y desesperanza, mi voluntad de escapar era la única luz que me guiaba.

En el momento en que mis ojos finalmente cedieron ante el agotamiento, después de incontables intentos de hallar una salida de aquella opresiva habitación en el palacio de Lucifer, no imaginé que despertaría en una realidad aún más desconcertante. Mi cuerpo, exhausto y rendido sobre aquella cama, se estremeció al percibir una presencia imponente frente a mí. Mis ojos, luchando contra la penumbra y la confusión del sueño interrumpido, se encontraron con una figura cuya belleza era tan perturbadora como su entorno. Un hombre de estatura sobrenatural con facciones que rozaban lo divino, vestido con una túnica tan negra como la oscuridad misma, se dirigía ante mí. Su voz impregnada de una dulzura peligrosa cortó el silencio con una pregunta que resonó en los confines de mi mente.

— ¿Por qué te encuentras en esta habitación?

Mi corazón, palpitando con fuerza contra mi pecho, quería confiar en la serenidad que sus palabras parecían prometer, pero el instinto de supervivencia que había crecido en mí desde que puse un pie en este laberíntico palacio me impulsó a reaccionar. Con un grito que escapó de mis labios antes de poder contenerlo, manifesté toda la desconfianza y el terror acumulados.

La reacción fue inmediata; apenas el eco de mi voz se desvaneció, una sombra se materializó a nuestro lado. Era uno de los sirvientes de Lucifer, su rostro; oculto tras un velo que parecía absorber la poca luz que nos rodeaba, añadiendo un aura de misterio y opresión que ya era demasiado familiar para mí.

El aire se tensó a nuestro alrededor, cargado de una electricidad que presagiaba un desenlace incierto. Mientras el sirviente esperaba alguna orden, una mirada de entendimiento no pronunciado se intercambió entre él y el hombre de aspecto angelical.

Era evidente que mi presencia aquí, en el corazón de un territorio gobernado por seres cuya existencia desafiaba toda lógica y razón, era un enigma que incluso a ellos les intrigaba. Sin embargo, en ese momento de vulnerabilidad y miedo, una chispa de determinación se encendió dentro de mí. Aunque no sabía cómo había llegado hasta aquí ni cómo escapar, algo en la profundidad de esos ojos casi divinos me hizo creer que, tal vez, la clave para mi liberación residía en la comprensión de este encuentro inesperado.

Estaba frente a él, en una habitación que desprendía un aire de misterio y peligro, cuando comenzó a hablar en un idioma que resonaba como música pero que no lograba comprender. Lo hacía con uno de los sirvientes de Lucifer, lo que añadía una capa extra de inquietud a mi ya confundida mente. No podía evitar preguntarme qué hacía yo, una simple mortal, en un lugar como aquel. La presencia de aquellos seres, especialmente la del hombre de túnica que destilaba un atractivo casi celestial, me mantenía en un estado de alerta constante.

Cuando el sirviente finalmente se marchó, el silencio se apoderó de la habitación. El hombre de túnica se giró hacia mí y comenzó a hacer preguntas en un tono que, aunque suave, no dejaba lugar a dudas de que buscaba respuestas. Mi confusión debió ser evidente, ya que mi boca se abría y cerraba sin emitir sonido alguno, incapaz de formular una respuesta coherente. Fue entonces cuando él, notando mi desconcierto, decidió presentarse.

— No temas — dijo con una voz que calmaba y aterraba a partes iguales  — Mi nombre es Samael. Solo siento curiosidad cómo un humano sin pecado ha terminado aquí.

Aquellas palabras me dejaron aún más desconcertada, si es posible. ¿Un humano sin pecado?, ¿acaso se refería a mí?, ¿y cómo sabía algo así? Las preguntas se agolpaban en mi mente, pero una parte de mí sentía un extraño alivio al saber que, a pesar de la situación en la que me encontraba, Samael no parecía tener intenciones hostiles hacia mí. Su presencia, aunque intimidante, emanaba una curiosidad genuina que, de alguna manera, me hacía sentir un tanto... especial. Sin embargo, la pregunta más importante seguía sin respuesta: ¿Qué hacía yo allí? "Y más importante aún": ¿qué quería Samael de mí?

Desde el momento en que mis ojos se posaron en él, supe que algo en mi mundo estaba a punto de cambiar. No podía entender cómo un ser con tal aura de luz y belleza podía estar en un lugar tan oscuro como este. El infierno, un reino de sombras y desesperación, pero él... él era como un haz de luz en una caverna eterna. Me acerqué, impulsada por una mezcla de curiosidad y fascinación, preguntándome si acaso era un engaño, un demonio disfrazado de ángel para tentar a los perdidos aún más en su desdicha.

— ¿Quién eres? — le pregunté, intentando ocultar el temblor en mi voz. — ¿Eres acaso un demonio con la apariencia de un ángel, enviado para confundir y seducir a las almas perdidas?.

Su sonrisa fue la respuesta, desarmante y cálida, como si en ella se escondieran todos los secretos del universo y la promesa de mil paraísos perdidos. Me encontré atrapada en esa sonrisa, sintiendo cómo cada defensa, cada muro que había construido alrededor de mi corazón comenzaba a derretirse bajo su mirada.

— No puedo revelarte mis secretos, pero puedo prometerte que no todo es lo que parece — dijo finalmente, su voz era un susurro, pero resonó en mi ser como un trueno —. En este lugar, incluso en la oscuridad más profunda, se pueden encontrar destellos de luz. Solo tienes que saber dónde mirar.

Y con esas palabras, dio media vuelta y se alejó, dejándome con más preguntas que respuestas, pero con una chispa de esperanza en un rincón de mi alma. Quizás, pensé incluso en el infierno, podrían existir milagros. Quizás él era uno de ellos.

Tan pronto como mis ojos se cerraron, el recuerdo de ese encuentro volvió a mi mente, avivando las llamas de un corazón que creí congelado por la desolación de mi entorno. En este lugar, donde la esperanza se extinguirse con cada suspiro, encontré a alguien cuya luz parecía desafiar la oscuridad perenne que nos rodea. Me recosté en la cama, el frío metal apenas perceptible a través del delgado colchón, y me permití preguntarme: ¿Podríamos ser iguales?, ¿dos luces errantes en este infierno?

Pero tan pronto como esos pensamientos intentaron echar raíces, se vieron arrastrados por la corriente de recuerdos que me llevó hasta aquí. La traición de una amiga, tan cercana como una hermana que en un acto desesperado por salvar a su padre, entregó lo más preciado que tenía: mi alma. Las lágrimas comenzaron a brotar, no tanto por el acto en sí, sino por la soledad que me envolvía, al haberme abandonada en este lugar de tormento, una prisión que no estaba destinada para mí, sino para aquel que había logrado esquivar su destino a través de mi infortunio.

La noche avanzaba, y con ella, mis pensamientos oscilaban entre la desesperación y un atisbo de esperanza encendido por ese encuentro inesperado. ¿Podría ser posible encontrar redención o incluso compañía en el lugar más improbable? La idea parecía tan lejana y, sin embargo, era lo único que me permitía enfrentar otro día en este abismo. Quizás en medio de esta oscuridad, no estaba completamente sola. Quizás juntos, podríamos encontrar una salida, no solo de este lugar, sino de las sombras que habíamos permitido que envolvieran nuestras almas.

No sabía cuánto tiempo había pasado desde que me encontraba en aquella habitación que Lucifer me había asignado en su palacio infernal. El concepto del tiempo aquí era difuso, casi inexistente. No sentía hambre ni sed, solo una creciente sensación de aburrimiento que se apoderaba de mí con cada momento que pasaba. Empecé a pensar que quizás estaba destinada a permanecer encerrada en ese lugar para siempre, una idea desalentadora que comenzaba a asentarse peligrosamente en mi mente.

Sin embargo, esos pensamientos se disiparon abruptamente cuando la puerta, que permaneció cerrada durante lo que a mí me pareció una eternidad, finalmente se abrió. No era un sirviente ni una ilusión, era él, Lucifer en persona, quien se paró en el umbral. Su presencia era imponente, incluso con la máscara de demonio que cubría su rostro, dándole un aspecto aún más temible. No pronunció mi nombre ni ofreció explicaciones, simplemente me ordenó que lo siguiera con un gesto autoritario de su mano. A pesar de la multitud de preguntas que bullían en mi mente, algo dentro de mí sabía que este era el momento de obedecer sin cuestionar.

Con una mezcla de miedo y curiosidad, me levanté de la cama donde había pasado incontables horas sumida en mis pensamientos y seguí a Lucifer fuera de la habitación. Cada paso que daba, me alejaba de mi confinamiento, pero al mismo tiempo, me adentraba más en el desconocido corazón de su oscuro reino. Aunque no tenía idea de lo que me esperaba, comprendí que este cambio inesperado podría significar el final de mi encierro o el comienzo de algo mucho más aterrador. Sin embargo, estaba decidida a enfrentar lo que viniera, con la esperanza de descubrir finalmente el propósito detrás de mi misteriosa estancia en el infierno.



F. P. 🦋

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