4
Porque todos los que sin ley han pecado, sin ley también perecerán; y todos los que bajo la ley han pecado, por la ley serán juzgados.
Romanos 2:12
Desde el momento en que mis ojos se posaron en aquel hombre con máscara de demonio, supe que todo había cambiado. Su autoridad era incuestionable, palpable en el aire cargado de temor que nos rodeaba. No era solo su presencia lo que imponía, sino la forma en que sus subordinados, seres de aspectos tan variados como aterradores, nos manejaban: a su antojo. Me encontraba entre un grupo de almas recién llegadas, empujadas sin ceremonia hacia nuestro destino final: el infierno.
Nos condujeron hacia una caverna cercana, un lugar que parecía olvidado por cualquier deidad misericordiosa que pudiera existir. El calor era abrumador, una bienvenida ardiente que parecía querer consumirnos desde el momento en que cruzamos su umbral. Sin embargo, para mi sorpresa, el calor pronto dejó de afectarme. Mis sentidos, que deberían haber estado abrumados por la temperatura, se encontraban extrañamente adormecidos, permitiéndome enfocar mi atención en mis compañeros de infortunio.
A mi alrededor, el pánico y la desesperación se manifestaban en cada rostro, cada gesto. Algunos intentaban rezar, buscando consuelo en palabras sagradas, pero sus plegarias se retorcían en sus labios, saliendo en un revoltijo incomprensible. Era como si el mismo infierno se burlara de sus esfuerzos, torciendo sus palabras hasta volverlas irreconocibles. Observé, fascinada y horrorizada a la vez, cómo la esperanza se desvanecía de sus ojos, reemplazada por un terror que no necesitaba ser expresado en palabras. En ese momento, comprendí la magnitud de nuestra condena, un castigo no solo físico, sino también espiritual, diseñado para quebrarnos de las formas más crueles e imaginables.
La sorpresa y el miedo inicial dieron paso a la curiosidad, empujándome a entablar conversación con las miles de personas que, como yo, habían sido enviadas a este lugar. Al principio, mi interés era meramente por entender, pero pronto se convirtió en una búsqueda de respuestas, una necesidad de comprender el porqué de nuestra condena.
Al hablar con ellos, descubrí un mosaico de historias y emociones. Algunos con voz temblorosa y ojos húmedos insistían en su inocencia. Sus palabras cargadas de dolor y confusión se desvanecían en el aire pesado de la caverna, como si la triste realidad de sus afirmaciones les robara la fuerza. "¿En qué pecamos?", se preguntaban, buscando en los rostros ajenos alguna señal de comprensión, alguna chispa de solidaridad. Pero no todos compartían esa desesperación; había quienes con una frialdad que helaba la sangre se burlaban de las lágrimas y el sufrimiento ajeno. Sus risas crueles y despiadadas resonaban en las paredes de la caverna, un recordatorio constante de la diversidad de almas que compartían este destino.
A medida que las conversaciones se sucedían, empecé a percibir un hilo común en las narrativas. La injusticia, el remordimiento, la negación y, en ocasiones, la aceptación de sus actos. Pero lo que más me impactó fue la realización de que, independientemente de la veracidad de sus afirmaciones, estábamos todos juntos en este infierno, unidos por circunstancias que escapaban de nuestro control. La empatía y la comprensión se convirtieron en mi refugio, y decidí que, mientras estuviéramos aquí, intentaría aliviar el dolor de aquellos a mi alrededor, compartiendo historias y ofreciendo un hombro en el cual llorar. En este lugar de desesperanza quizás podríamos encontrar consuelo en nuestra compartida humanidad.
El ambiente era sofocante, aunque mi cuerpo no experimentaba la necesidad de sed o hambre, a diferencia de las miles de almas que me rodeaban. Sus gritos desesperados por el agua perforaban mis oídos, pero lo que más me perturbaba era el sonido aterrador que emitían los guardianes en la entrada, un recordatorio constante de nuestra condena.
No conseguía distinguir si era de día o de noche; la claridad era abrumadora, pero no ofrecía ni un ápice de calor. Cada persona que veía parecía estar atrapada en su propio tormento, y aunque quería sentir empatía por ellos, una parte de mí se sentía extrañamente distante, casi como si este lugar comenzara a ejercer su influencia en mi ser. Los lamentos y súplicas a mi alrededor empezaban a disminuir con cada sonido que emitían aquellos guardianes, creando una atmósfera de resignación y desesperanza.
****
Dos días habían pasado desde que me encontré en este lugar, rodeada de miles de almas que no hacían más que lamentarse, gritar y llorar, sumergidas en su propia desesperación. El aire se llenaba con el eco de sus penas, creando una melodía de dolor que nunca cesaba. Yo, por otro lado, me sentía extrañamente desapegada de todo aquello. No compartía su dolor ni sus lamentos, solo me invadía un profundo aburrimiento. En busca de un escape a mis pensamientos, me refugié en un rincón solitario lejos del mar de desdicha.
Fue entonces cuando lo vi acercarse. A pesar de las circunstancias, no pude evitar notar que había algo vagamente atractivo en él, aunque su ropa estuviera desgarrada y cubierta de cenizas. Con un paso decidido, se sentó a mi lado y, sin preámbulo alguno, me preguntó cuál era mi pecado. Su pregunta me tomó por sorpresa, y mi respuesta fue tan sincera como inesperada.
— No tengo ninguno en mente — No pude decodificar su reacción inicialmente, pero luego estalló en una carcajada.
Su risa, en un lugar tan sombrío, era un sonido tan extraño como reconfortante. Aunque le pareciera increíble, era mi verdad, tal vez la menos creíble de todas.
La risa del chico todavía resonaba en el aire cuando uno de los guardianes del infierno, esas criaturas temibles que raramente hacían su presencia tan directa, nos hizo señales para salir. No entendía el porqué de este gesto, pero algo en su mirada nos indicaba que no era una invitación que pudiéramos rechazar.
Nos levantamos, ambos aún confundidos y comenzamos a seguirlo. A pesar de la incertidumbre que me rodeaba, la compañía de este extraño y su inesperada risa me brindaban un atisbo de calidez en un lugar donde nunca pensé encontrarla. La perspectiva de escapar de ese abismo junto a alguien que, como yo, parecía desentonar con el ambiente, me llenaba de una extraña esperanza. Quizás después de todo, había algo más allá de este rincón del infierno.
Al salir de la caverna del infierno, el aire frío me golpeó con una fuerza que no esperaba, limpiando el hedor y el calor que parecían haberse pegado a mi piel. A mi lado, el chico que había conocido en ese lugar oscuro y aterrador me miró con una sonrisa que, de alguna manera, prometía esperanza, una promesa silenciosa de que, a pesar de todo lo que habíamos vivido, había algo más allá de la desesperación. No necesitábamos palabras, nuestras miradas se entendían. Seguimos al guardián, que avanzaba con pasos lentos pero seguros, como si conociera el camino de memoria, como si hubiera recorrido este trayecto más veces de las que podría contar.
A nuestro alrededor, miles de almas se movían en silencio— sus rostros, una mezcla de alivio y temor, anticipación y resignación—. Era una multitud heterogénea, personas de todas las edades y épocas unidas por el mismo destino incierto. El paisaje comenzó a cambiar, la multitud se dispersó y pronto nos encontramos en un lugar desolado donde lo único que destacaba en el horizonte era una mesa y una silla de oficina con alguien sentado allí, esperando. Nos pusieron en fila, y una a una, las almas eran llamadas a acercarse. El proceso era rápido, casi mecánico, pero cada paso hacia adelante hacía que mi corazón latiera con más fuerza.
Cuando finalmente llegó nuestro turno, pude ver más claramente a la persona que nos juzgaría. Cubierta de pies a cabeza con un velo blanco y una vestimenta igualmente inmaculada, emanaba una presencia calmada pero, imponente. No hubo necesidad de hablar; sus ojos, aunque ocultos, parecían penetrar hasta lo más profundo de mi ser, leyendo cada pensamiento, cada acción, cada decisión que había tomado en mi vida. Estaba frente al ser que decidiría nuestro destino final, la condena que cada uno llevaría. A pesar del miedo, una parte de mí se sentía en paz, listo para aceptar lo que viniera, sabiendo que, independientemente del resultado, no estaría sola. El chico a mi lado me tomó de la mano; su apretón firme y reconfortante era un recordatorio silencioso de que, sin importar a dónde nos llevara el camino, lo recorreríamos juntos.
Al principio, un velo blanco cubría su rostro, creando una barrera entre nosotros, un misterio insondable. Pero entonces con un gesto sereno, se quitó el velo, revelando unos ojos azules que parecían contener el universo entero tan hipnotizantes que por un momento olvidé dónde estaba. Su sonrisa perfecta y tranquilizadora contrastaba con el entorno, y sus palabras me envolvieron en una calidez inesperada.
— Tú eres alguien que no tenía que llegar a este lugar — No entendía, mi mente no podía procesar lo dicho; estaba en shock, confusión y un temor sutil empezaba a anidar en mi pecho.
A mi lado, el chico que conocí hace poco su presencia era reconfortante, y sin decir palabra, apretaba mi mano con fuerza, como si intentara transmitirme seguridad a través de su tacto. Sin embargo, ese momento de silenciosa comunión fue efímero. De repente, fui separada de él por uno de los guardianes del infierno, una criatura cuya apariencia desafiaba toda lógica y razón. Mientras me arrastraban hacia otro lugar, el miedo se apoderó de mí y empecé a gritar, a suplicar que me soltaran, pero mis esfuerzos eran vanos. Mi mirada buscó desesperadamente al chico, deseando algo de consuelo o explicación, pero lo único que vi fue cómo se volvía a colocar el velo sobre su rostro, ocultándose de mí, dejándome sola en mi incertidumbre y desesperanza.
El camino se hacía cada vez más oscuro y los gritos de otros perdidos resonaban a mi alrededor, mezclándose con los míos. La figura del chico se perdía a la distancia, y con él, cualquier sensación de calma. No sabía qué me esperaba ni por qué había sido arrastrada a este lugar de desesperación. Las palabras del ser con ojos azules retumbaban en mi mente: "Tú eres alguien que no tenía que llegar a este lugar". ¿Qué significaba eso? ¿Acaso había un error en mi destino? La incertidumbre y el miedo envolvían mi ser mientras era conducida de forma más profunda al abismo, a un destino desconocido lejos de aquellos ojos azules que, por un breve momento, me habían ofrecido un destello de esperanza.
F. P. 🦋
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro