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30

Y vi otra bestia que subía de la tierra; tenía dos cuernos semejantes a los de un cordero y hablaba como un dragón.
Apocalipsis 13:11


En un susurro de luz y sombras, me encontré observando cómo las alas de los ángeles se desplegaban, destellando con una luz que apenas rozaba la realidad. Asael con su presencia imponente, parecía un guerrero sacado de una leyenda antigua. Mi cuerpo temblaba, vibrando con la tensión del momento, cuando de repente, una fuerza me atrajo hacia atrás. Era Astaroth cuyos ojos estaban clavados en Asael con una intensidad ardiente. Asael con una voz cargada de furia, lanzó un mandato al viento.

- ¡No la toques!

Astaroth respondió con una sonrisa helada y en un acto de protección, me colocó detrás de él. Asael impulsado por una fuerza sobrenatural, se lanzó hacia Astaroth con una velocidad que desafiaba el tiempo mismo. Pero entonces, como si un hechizo invisible lo hubiera atrapado, Asael quedó adherido al suelo, luchando por liberarse de un poder que lo mantenía prisionero, inmóvil e indefenso ante el destino que se tejía a su alrededor.

Elohim con pasos medidos, se acercó a Asael, quien luchaba por liberarse de la energía que lo anclaba al suelo.

- Aún te dejas llevar por impulsos, Asael - pronunció con una calma que desafiaba la tormenta en sus ojos.

Asael con una mirada que destilaba veneno.

- ¡Cállate! - espetó tajante.

Elohim sin inmutarse, avanzó hacia mí, obligando a Astaroth a ceder su lugar. Mis ojos se entrecerraron, molestos por el resplandor que emanaba de él, casi tan tangible como su presencia.

- Eres una de mis ovejas más puras- comenzó Elohim - pero tu lana, antes inmaculada, ahora está salpicada de sombras.

Sus palabras flotaban en el aire, y yo me esforzaba por atrapar su significado, como quien intenta sostener el agua entre sus manos.

Sus miradas penetrante se posó en mí, y con una ternura que desmentía su firmeza.

- Hazel, percibo la fragilidad de tu corazón - dijo.

Con un gesto paternal, posó su mano sobre mi coronilla, y con una calma celestial.

- Mi perdón es infinito, pero tus sentimientos hacia Asael... esos no puedo bendecir - proclamó.

Su declaración me dejó atónita y con un movimiento reflejo, aparté su mano de mi cabeza, mi voz temblaba de pasión al replicar.

- No, lo que siento por Asael es una fuerza inquebrantable, daría mi existencia por él.

Observé cómo Elohim negaba con la cabeza, su expresión serena pero firme.

- Pequeña mía, es tiempo de purificar tu corazón, alguien más digno llegará a tu vida.

Una risa cargada de ironía escapó de mis labios.

- ¿Alguien mejor para mí? - Mis palabras resonaron con desdén. Di un paso atrás, mi declaración tan firme como el amanecer - Mi amor por él es tan vasto como el amor que tú nos ofreces a nosotros.

Mi corazón palpitaba con la intensidad de un tambor salvaje, mientras el sereno Elohim pronunciaba palabras que resonaban en el silencio.

- No es comparable - insistía.

Yo sacudiendo la cabeza con determinación.

- Sé que eres el arquitecto de mi existencia y te estoy eternamente agradecida, pero no tienes el poder de dictar a quién debo entregar mi corazón.

Un silencio se extendió entre nosotros y en ese momento, a través del resplandor celestial que bañaba su rostro, pude ver sus labios curvados en una mueca de tristeza. Elohim con voz suave pero firme.

- Tu corazón es libre para amar y hallar la felicidad, pero debes saber que Asael fue forjado para ser el guardián de la humanidad, un escudo contra la injusticia. A pesar de su traición, mantengo la esperanza de que su corazón redescubra la luz que una vez lo guió - replicó.

Con un gesto de mi mano, le rogué que cesara su discurso. Una lágrima solitaria trazó un camino por mi mejilla mientras murmuraba.

- Sin Asael, la felicidad es un sueño inalcanzable. ¿Acaso prefieres verme perecer en la sombra de la tristeza?.

Elohim cuyos pasos resonaban con la promesa de lo eterno.

- Tu tristeza no es mi deseo - dijo con una voz que tejía el alba - pero lo divino y lo terrenal no deben entrelazarse.

Mis labios temblaron, y con un suspiro.

- Eres la esencia del amor, la abundancia y la justicia, pero hoy, tu reflejo se tiñe de egoísmo - confesé. Sentí las miradas de mil almas pesando sobre mí, cada una un universo en espera.

Elohim con ojos como galaxias en calma.

- Hazel, debo guiarte de vuelta al abrazo de aquellos que te adoran - declaró.

Mi corazón se rebeló.

- Rechazo el retorno - murmuré.

Astaroth, en un eco distante.

- Hazel, mide tus palabras con cuidado - advirtió.

Pero yo, ahogada en mi propia marea de pensamientos, no deseaba meditar.

- Hazel, es hora de volver - insistió Elohim.

Y en ese instante, una mano celestial rozó mi existencia. Por instinto, reaccioné, y con un gesto tan antiguo como el tiempo, marqué el rostro de lo divino.

- Perdón - susurré, aún aturdida, mientras la luz divina de Elohim se filtraba entre mis dedos, acariciando su mejilla aún caliente por el impacto.

Pero Miguel, con furia en su mirada, me derribó con un golpe que me envió al suelo. Al alzar la vista, la espada de Miguel se cernía sobre mí, su punta amenazante como su voz.

- Ni un simple perdón podrá arreglar lo que has hecho.

Elohim sereno como siempre, intentó apaciguarlo, pero Miguel era un torrente incontenible y con un movimiento rápido, su espada descendió sobre mi pierna, arrancándome un grito de dolor. Fue entonces cuando Asael, con un rugido que desgarró el silencio, se levantó. Su respiración era agitada, sus ojos, un abismo de oscuridad.

En un torbellino de emociones, sentí cómo Miguel arrancaba su espada de mi pierna con una ferocidad que cortaba el aliento.

- ¡Miguel! - advirtió Elohim, su voz resonando con una urgencia que helaba la sangre.

Asael con una mirada que desafiaba el peligro, fijó sus ojos en Elohim y tensó la mandíbula en un gesto de desafío silencioso. La incredulidad se apoderó de mí mientras observaba, paralizada, cómo el cuerpo de Asael comenzaba su metamorfosis, desplegándose en un imponente dragón de escamas oscuras y cuernos majestuosos. El terror me invadió al escuchar su rugido, un sonido tan poderoso que parecía sacudir el mismísimo cielo. Y entonces, en medio del caos, la voz de Miguel se elevó por encima del estruendo.

- ¡Ataquen! - un grito de batalla que marcaba el inicio de un enfrentamiento épico.

Los ángeles, con armaduras que brillaban como el amanecer, se lanzaron en un valiente asalto contra un dragón de escamas oscuras como la noche más profunda. Con lanzas y flechas forjadas en la luz de las estrellas, desafiaron a la bestia, pero con un suspiro ardiente, el dragón desató un infierno que pintó el cielo de naranja y carmesí. Los ángeles, con sus alas ahora vestidas de llamas, descendieron en espirales de desesperación y humo. La criatura, con un rugido que podría silenciar tempestades, fijó su mirada desafiante en Elohim, y con un aliento cargado de furia y fuego, desafió la misma esencia del divino.

En segundos me encontré envuelta en el abrazo de Astaroth. Sus alas como mantos de la noche estrellada, me rodearon, y un calor reconfortante se apoderó de mí. Mis ojos se perdieron en los suyos, dos esferas de misterio y antigua sabiduría. Pero como si el destino nos jugara una partida, se alejó, y allí estaba Elohim, inmutable ante el furor del dragón, mientras que las alas de Astaroth mostraban las quemaduras de la batalla.

- Astaroth - susurré, y él, con una sonrisa que desafiaba a la oscuridad, me devolvió la mirada.

Elohim con un bastón de madera que parecía contener el latido de la tierra misma, hizo temblar el suelo bajo nuestros pies. El dragón, esa bestia de fuego y furia, me miró por un instante, y sentí cómo una punzada atravesaba mi corazón. Avancé hacia él, impulsada por un deseo inexplicable, pero Astaroth, con la firmeza de quien conoce demasiado bien el peligro, me detuvo.

- No es Asael, es peligroso - advirtió, mientras el dragón lanzaba llamas contra los ángeles.

- Astaroth, Gabriel, ambos protejan a Hazel - ordenó Elohim.

Ellos intercambiaron una mirada de entendimiento y aceptación. Yo, en medio de la incertidumbre, no podía anticipar lo que el destino nos tenía preparado.

Observé cómo Elohim, con una autoridad que desafiaba la realidad, levantó su bastón majestuoso. De sus gestos brotaron rayos que danzaban alrededor del dragón, Asael, quien rugía con una furia que no encontraba blanco en su tormento.
Yo, una mera espectadora tras las figuras imponentes de Astaroth y Gabriel, sentía cómo sus alas eran el escudo que me resguardaba. Las punzadas de dolor eran ecos de la batalla, reflejo del sufrimiento de Asael, y mi corazón se estremecía al compás de su agonía.

- Astaroth - susurré, apenas un hilo de voz en medio del caos.

Él, sin apartar la vista del enfrentamiento, me respondió con una mirada cargada de advertencias.

- No puedes intervenir, es demasiado peligroso.

Pero mi alma se rebelaba, incapaz de ser mera espectadora del dolor ajeno.

Fue entonces cuando Elohim, como director de una orquesta infernal, convocó un huracán de fuego que obligaba al dragón a retroceder.

- Asael, te doy una oportunidad, pero si la desaprovechas, no tendré más remedio que arrebatarte la existencia.

Al oír esas palabras, sentí el frío de la incertidumbre, como un balde de agua helada que sellaba mi destino junto al suyo. El dragón con su rugido que retumbaba en los confines de la tierra, parecía invencible.

- ¡Por favor, detente! - exclamé con una mezcla de miedo y súplica.

Elohim el ser de luz, me observó y con un gesto majestuoso, desató un nuevo torrente de rayos deslumbrantes.

La escena ante mí era de una belleza aterradora. Sin embargo con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho, cerré mis manos en puños firmes y tragué el miedo que amenazaba con paralizarme. Con un suspiro que contenía todo el coraje que pude reunir, me liberé de Astaroth y Gabriel. Mis pies, movidos por una voluntad férrea, me llevaron directamente hacia el dragón, mientras la voz de Astaroth resonaba en el aire, un eco lejano ante mi determinación.

A mi alrededor, los cuerpos de los ángeles caídos, guerreros valientes que habían enfrentado al dragón, yacían en un silencio eterno. Levanté la vista hacia el cielo y, con un grito que nacía desde lo más profundo de mi ser, llamé a Asael.

- ¡Asael! - grité y mi voz se convirtió en el estandarte de todos aquellos que aún creían en la esperanza, en la victoria contra las sombras.

Con el corazón palpitante, enfrentándome a la bestia de escamas que respiraba fuego. Mis pies, antes veloces, se anclaron al suelo, y nuestros ojos se encontraron en un duelo silencioso. El dragón, con una majestuosidad aterradora, abrió su boca y de ella brotó una danza de llamas. Cerré mis ojos, preparándome para el final, pero en lugar de calor, sentí la sombra protectora de Astaroth. Sus alas, escudos de amor, ahora estaban marcadas por el sacrificio.

- ¿Qué voy a hacer contigo? - murmuró con una voz que temblaba como las hojas en el viento. Lo miré, con los ojos inundados de preocupación; él, mi guardián, estaba herido.

El dragón aún no satisfecho, se preparaba para lanzar su ira una vez más, pero Miguel, rápido como el relámpago, cortó las patas de la criatura. El dragón rugió, un sonido que sacudió los cimientos del mundo, y cayó al lado.

- ¡No! - grité, pero Astaroth, con una fuerza que desafiaba su dolor, me levantó y me colocó sobre su hombro.

Desde allí observé cómo Miguel, con movimientos precisos y mortales, desmembraba al dragón. Era una escena que desafiaba la creencia, un acto de valentía que revelaba.



F. P. 🦋

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