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27

Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados.
Pedro 4:8


Todo comenzó en un instante crítico, un momento que se desvanecía ante mis ojos mientras Asael era arrastrado por esos seres celestiales, dejándome en un vacío absoluto. La sensación de pérdida era tan intensa que, por un momento, el mundo a mi alrededor perdió todo color y significado. Fui capturada de nuevo por Gabriel, quien sin un ápice de empatía ató mis manos y me empujó hacia adelante. Mis pies se sentían tan pesados como mi corazón; cada paso era un recordatorio de mi dolor y desesperanza.

En ese momento, el deseo de cerrar mis ojos y borrar cada emoción que me atormentaba era abrumador. Quería deshacerme del amor que sentía por Asael, pero cómo hacerlo cuando cada fibra de mi ser aún clamaba por él. Este sentimiento no solo profundizaba mi desesperanza, sino que también me hacía confrontar la brutal realidad de mi situación: atrapada, sin libertad, llevada hacia un destino peor que la propia ausencia de futuro.

La llegada al infierno no fue como la había imaginado, ningún castigo físico podría compararse con el sufrimiento emocional por el que estaba pasando. La revelación fue dolorosa: entender que estar enamorada de Asael había sido mi mayor felicidad y ahora, mi más profunda desolación. Cada paso que daba hacia adelante sentía que dejaba atrás un pedazo de mí, una parte que nunca sería capaz de recuperar. Gabriel, con su indiferencia, no entendía que el mayor castigo no era la restricción física, sino el dolor inmenso que llevaba dentro.

La dureza del camino, marcada por la obligación de seguir adelante, se sentía como una ironía cruel. Caminar me recordaba constantemente a Asael, a todo lo que habíamos compartido y a todo lo que nunca sería. No había escape de mi propia mente, de los recuerdos que se agolpaban buscando salida, una y otra vez, en un bucle de dolor y añoranza. La presión de las ataduras en mis muñecas era un pálido reflejo del tormento que atenazaba mi corazón.

El vacío que sentía era un abismo sin fondo. No había palabras que pudieran describir adecuadamente la magnitud de mi dolor, un dolor que se originaba no solo de la pérdida, sino de la comprensión de que, en el amor, a veces encontramos nuestra propia perdición. La desesperanza se mezclaba con el deseo de olvidar, aunque en lo más profundo, sabía que olvidar a Asael significaría perder una parte esencial de quien era. En este sendero hacia el infierno, entendí que el mayor castigo era recordar y mi mente, incapaz de liberarse, me condenaba a vivir en un eterno retorno a ese momento de pérdida.

Llegamos a una puerta de metal oxidado, Gabriel abrió la puerta y me lanzó adentro. Me levanté del suelo frío y comencé a caminar por la pequeña habitación en busca de algo que me ayudara a entender dónde estaba y por qué me habían encerrado allí. Las paredes estaban húmedas y parecían estar cubiertas de moho, el olor a humedad se hacía insoportable.

Gabriel, con una sonrisa en su rostro y un aura de misterio a su alrededor.

— ¿Por qué estoy aquí? — pregunté, tratando de controlar el miedo que se apoderaba de mí.

— No somos tan malos como piensas- dijo Gabriel, con una mirada comprensiva en sus ojos — Estamos aquí para protegerte, no para lastimarte.

Sus palabras me confundieron aún más. ¿Cómo podían estar protegiéndome si me van a encerrar en este lugar lúgubre y siniestro?

Antes de que pudiera hacer más preguntas, Gabriel cerró la puerta y la habitación volvió a sumirse en la oscuridad. Sentí un nudo en la garganta y las lágrimas amenazaron con caer, pero me armé de valor y me prometí a mí misma que no permitiría que me quebraran.

Decidí explorar la habitación en busca de respuestas, aunque no sabía por dónde empezar. Miré a mi alrededor y vi una pequeña grieta en una de las paredes. Con cuidado me acerqué y comencé a investigarla, tratando de descubrir qué se escondía detrás de ella.

De repente, una voz rompió el silencio y pronunció mi nombre.

— Hazel.

Mi corazón empezó a latir con fuerza en mi pecho, sabiendo que solo podía ser Asael. Lo vi en una esquina, con grilletes en sus manos que lo mantenían prisionero, con una cadena que lo conectaba a la pared.

Decidí acercarme a él, pero antes de que pudiera hacerlo, Asael me detuvo con un gesto.

— No te acerques-susurró con voz entrecortada. En ese momento, supe que estábamos atrapados juntos en ese lugar sombrío, cada uno con sus propias cadenas que nos ataban a nuestro destino incierto.

Me acerqué a Asael, su cabeza gacha revelaba la tristeza que lo embargaba. Con mis manos atadas, levanté con suavidad su mentón y mis ojos se encontraron con los suyos, un poco hinchados por el llanto. Su nariz mostraba señales de haber estado llorando. Cuando intentó apartar la mirada, mis manos buscaron sus mejillas, colocándolas a cada lado de su rostro.

— Asael, mírame — le dije con voz suave pero firme. En ese instante, en silencio, nuestras miradas se encontraron y pude ver la tormenta de emociones que bailaban en sus ojos. Sabía que necesitaba mi apoyo, mi presencia para superar lo que sea que estuviera enfrentando. Juntos en ese instante de conexión, sabíamos que podíamos afrontar cualquier adversidad.

Mis labios se unieron con los de Asael y sentí cómo su cuerpo se tensaba, pero aún así continuamos con el beso lleno de emociones que nunca habíamos expresado. El sonido de nuestros latidos resonaba en ese oscuro calabozo, creando una atmósfera cargada de deseo y complicidad. En ese momento, el mundo exterior desapareció y solo existíamos nosotros dos, en ese instante mágico y único en el tiempo.

Un gemido había escapado de mis labios antes de que pudiera contenerla, y ahora con nuestras frentes aún unidas, el mundo parecía detenerse.

— Me gustas — dije y cada palabra vibraba con la intensidad de un corazón que no sabía cómo callar.

Asael con sus ojos que reflejaban un cielo estrellado, se sorprendió ante mi audacia.

— Hazel — comenzó y su voz era un susurro que apenas podía sostenerse en el aire-es mejor que olvides lo que sientes por mí.


Pero ¿Cómo pedirle a un corazón que deje de latir?, ¿Cómo silenciar el susurro insistente de un deseo que se niega a morir? Con un gesto desesperado, tomé sus manos, esas manos que habían construido y destruido mundos en mi mente, y las presioné contra mi pecho.

— Sientes como late mi corazón, es por ti, Asael — le dije, y cada latido era un eco de mi voluntad indomable.

Él desvió la mirada, como si en el suelo pudiera encontrar las respuestas que el cielo le negaba.

— Olvida todo, Hazel — murmuró, pero sus palabras se perdían en la distancia, como si él mismo no creyera en ellas.

— No — dije con una fuerza que no sabía que tenía — Nunca olvidaré nada. Yo quiero estar a tu lado, no me importa estar en el infierno.

Y en ese momento, con la firmeza de mi resolución, supe que mi amor era una llama que ni el mismo infierno podría extinguir. Asael con su silencio, dejaba un espacio abierto a todas las posibilidades, un abismo en el que ambos estábamos dispuestos a caer.

En la penumbra de la habitación, sentí el peso de Asael en mi hombro, su aliento cálido rozando mi piel.

— Tienes que regresar — susurró con una voz que parecía acariciar mi alma. Mis ojos se perdieron en el resplandor dorado de su cabello, un halo de luz en la oscuridad.

— ¿Y si no quiero regresar? —repliqué desafiante, pero con un hilo de esperanza vibrando en mis palabras.

Asael soltó una risa suave, un sonido que parecía danzar en el aire.

— No seas testaruda — dijo y aunque intentaba sonar firme, había un matiz juguetón en su tono que no pudo ocultar. Sentí sus dedos entrelazándose con los míos, un gesto tan familiar como el latido de mi corazón.

— Asael, ¿Tú no sientes lo mismo por mí? — pregunté, mi voz apenas un susurro.

Él dejó de jugar con mis dedos y su silencio cayó entre nosotros como una cortina de terciopelo.

— Lo que siento va más allá de lo permitido — confesó finalmente y su voz era un río de emociones profundas y turbulentas. Asael movió su cabeza en mi hombro, y supe que estaba luchando con palabras que no encontraban salida.

— Hazel, tú no saliste de mi mente desde que te vi entre miles de almas pecadoras. Nunca pensé que un humano me volvería loco — continuó y cada palabra suya era como una chispa que encendía fuegos nuevos en mi interior. Al escuchar eso, sentí mis mejillas arder, un calor que se extendía por todo mi ser, un fuego que solo Asael podía encender.

Sentí el peso de Asael desvanecerse de mi hombro y cuando nuestros ojos se encontraron, una pregunta escapó de sus labios.

— ¿No te has preguntado por qué el color de mis ojos cambió?

Mi respuesta fue un mudo asentimiento.

— Sucede cuando los ángeles albergan deseos carnales — continuó, y un nudo se formó en mi garganta. Ya no era mi mirada la que cautivaba su atención, sino mis labios.

— Hazel — susurró, y sus labios capturaron los míos en un beso prohibido. Correspondí al beso, sintiendo nuestras manos entrelazadas, y sin pensar rompió la cuerda que me ataba. Al separarnos, mis ojos se fijaron en la soga rota y en cómo Asael liberaba sus propios grilletes.

— Si podías romperlos, ¿Por qué sigues aquí? — pregunté, confundida. Su mirada se suavizó, y con una promesa eterna.

— Nunca te dejaría sola — respondió.

Sentí cómo Asael, con manos firmes pero gentiles, se posaba en mi cintura, guiándome suavemente hacia el suelo frío. Su presencia era un contraste con el ambiente lúgubre que nos rodeaba.

El beso que compartimos fue un destello de luz en la penumbra, un momento de conexión profunda que desafiaba nuestro entorno. A pesar de la dureza del suelo y la gravedad de la situación, el peso de Asael era un recordatorio de su realidad tangible, de que no estaba sola en este lugar olvidado.

— Asael, tengo miedo — confesé, permitiendo que mis palabras revelaran la vulnerabilidad que sentía. Él respondió no solo con palabras, sino con un gesto lleno de compasión, besando mi frente en un acto de consuelo y solidaridad.

— No te preocupes, yo igual siento miedo — admitió, y en ese instante, su honestidad me brindó un consuelo inesperado.

En un susurro de risas que flotaban en el aire, jamás podría olvidar la forma en que las manos torpes de Asael exploraban mi piel. Había un temblor en su toque, una vacilación que delataba su nerviosismo. Pero era su rostro, tan intensamente cautivador, lo que me tenía completamente hechizada. Cada vez que nuestros ojos se encontraban, sentía como si el mundo entero se desvaneciera, dejándonos flotando en un universo donde solo existíamos él y yo.

Y así, en un acto de valentía y confianza, fusionamos nuestros cuerpos. En esa unión, descubrimos que incluso en los lugares más oscuros, el amor y la esperanza pueden florecer.

F. P. 🦋

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