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26

Se le concedió hacer guerra contra los santos y vencerlos; y se le dio autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación.
Apocalipsis 13:7

Atada con sogas que cortaban mi piel y restringían cada movimiento mío, mi único deseo era escapar de esa prisión. La desesperación se apoderaba de mí mientras me movía frenéticamente, buscando una salida a mi confinamiento. De repente entre la penumbra y el caos de la habitación, surgió una figura imponente. Gabriel con sus magníficas alas blancas desplegadas, se posicionó frente a mí.

Sin embargo, la escena tomó un giro inesperado cuando la tranquilidad fue interrumpida por un aura oscura. Asael con una expresión llena de ira y venganza, apareció de la nada, poniendo sus manos sobre el cuello de Gabriel.

— Asael, cuanto tiempo sin verte, hermano — dijo Gabriel, intentando mantener la calma.

La respuesta de Asael fue fría y cortante.

— Yo no soy hermano de un traidor — mientras apretaba aún más fuerte el cuello de Gabriel. Observaba atónita la disputa, mis emociones fluctuaban entre la esperanza y el miedo.

La habitación se llenó de una tensión palpable mientras los dos seres luchaban. Gabriel a pesar de su apariencia celestial, parecía debilitarse bajo el agarre de Asael.
Por un lado la desesperanza de ver a mi salvador en tal situación. En ese instante, algo dentro de mí cambió. Decidida, comencé a moverme con renovado vigor, intentando liberarme antes de que fuera demasiado tarde.

Gabriel y Asael, cuyas presencias imponen un aura de poder y misterio, se hallan en una interacción cargada de tensión. Gabriel con un gesto provocador, baja sus manos de los brazos de Asael.

— Parece que esta humana hizo algo en tu corazón — soltó palabras que destilaban veneno.

— Cierra esa jodida boca — responde con una visible molestia.

La tranquilidad se quiebra cuando, de repente, Asael dirige su mirada hacia mí, encontrándome atada en el suelo, un descubrimiento que lo deja visiblemente sorprendido y altera el curso de los acontecimientos. Con una rapidez inusitada, libera el cuello de Gabriel y se acerca a mí. Su reacción es inmediata: se arrodilla, acaricia mi rostro con una mezcla de angustia y tristeza y apresuradamente rompe las sogas que me restringían. La preocupación se dibuja en su rostro al notar mis manos lastimadas.

— ¿Te lastimaron? — sus palabras, aunque teñidas de preocupación, resuenan en el aire, preguntando sobre mi estado.

Mi respuesta es una negación silenciosa, un intento vano de esquivar su intensa mirada que desata un torbellino de emociones en mi interior.

Mi corazón late con una fuerza que me es desconocida, impulsado por la cercanía de Asael. La preocupación en sus ojos, su toque cuidadoso al intentar aliviar el dolor de mis manos, todo contribuye a una confusión de sentimientos que luchan por salir a flote. A pesar de la oscuridad que rodea este encuentro, un destello de esperanza y calidez se cuela a través de las grietas, ofreciendo un contraste vibrante con la frialdad precedente. Este momento, aunque marcado por el caos y el desconcierto, brinda un vislumbre de humanidad y conexión en medio de un mundo lleno de incertidumbres.

Asael enojado se levantó. Gabriel con una calma que apenas conseguía disimular la irritación subyacente, se encontraba acariciándose el cuello, señal del reciente enfrentamiento físico o quizás una provocación simbólica hacia Asael.

La entrada de Asael al escenario fue tan dramática como sus palabras. Con una risa que resonaba con desdén.

— Elohim le encantará que informe que su hijo esta enamorado de una humana — dijo Gabriel de manera burlona.

— Informale también la llegada de un grupo de ángeles llego a mi territorio — sus palabras diseñadas para desestabilizar a Gabriel. Y, efectivamente, logró su cometido.

La reacción de Gabriel no se hizo esperar, su postura desafiante se intensificó al tiempo que su expresión facial evidenciaba una mezcla de ira y resolución. A pesar de su molestia palpable, Gabriel no perdió la compostura, contrarrestando las provocaciones de Asael con una mirada que prometía repercusiones. Fue un momento de silencio cargado, donde cualquier observador podía sentir el peso de las palabras no dichas flotando en el aire.

Desde mi posición, la tensión era casi tangible. Observar este intercambio fue como presenciar una danza mortal donde cada paso, cada gesto y cada palabra tenían el potencial de desencadenar un conflicto de magnitud desconocida. Mi corazón latía acelerado, consciente de la importancia de lo que estaba sucediendo, pero a la vez, profundamente incierta sobre cuál sería el desenlace de este encuentro. Este era un choque de titanes en un juego de poder cuyas reglas apenas lograba comprender, pero cuyas consecuencias entendía podrían ser devastadoras.

Gabriel dio unos pasos hasta Asael, quien, tras intercambiar unas palabras inaudibles para mí, recibió un puñetazo por parte de Asael. Este golpe fue el preludio de una escena aún más dramática, donde flechas adornadas con cadenas doradas se incrustaron en el cuerpo de Asael por orden de Gabriel. La situación escaló rápidamente, remplazando la calma anterior con un caos lleno de dolor y confusión.

Al verlo así, la sorpresa se pintó en mi rostro, el miedo y la confusión se entrelazaban en mi pecho mientras corría hacia él, impulsada por un instinto protector que me consumía. Sin embargo mi preocupación chocó con la resistencia de Asael, quien me detuvo con una mano temblorosa, ofreciéndome una mirada dulce y a la vez cargada de dolor como una despedida silenciosa.

La llegada de Gabriel complicó aún más la situación.

— ¿Cómo puedes confiar en alguien que ha traicionado a tu propio Dios? — sus palabras, llenas de incredulidad y reproche no solo zarandearon mi corazón, sino que destaparon el intenso conflicto moral que me asfixiaba. La lealtad y el cariño que sentía por Asael se enfrentaban ahora a las crudas verdades pronunciadas por Gabriel. La traición, un tema tan delicado, se convirtió en el núcleo de mi tormento emocional.

Por su parte Asael se sumió en un silencio casi sepulcral. Su falta de respuesta a la pregunta crucial sobre si existía algún camino de escape solo agudizaba el abismo creado entre nosotros. Evitaba encontrarse con mi mirada, fijando la suya en el suelo como si en él residiere toda la vergüenza del mundo. Observada por Gabriel, no lograba contener las lágrimas, cada una reflejando la tormenta interna que me consumía.

En un acto de inquebrantable lealtad y amor, me acerqué a Asael desafiando la lógica y el juicio, y lo abracé. Ese abrazo no solo le ofrecía consuelo físico, sino que también era una declaración silente de mi posición y resolución. En aquel momento, elegí seguir a mi corazón más allá de la razón, demostrando que, incluso frente a la traición más dolorosa, el amor y el apoyo incondicional pueden brillar como faros de luz en la oscuridad más absoluta. Mi decisión de permanecer a su lado, a pesar de las acusaciones y el peso de sus acciones pasadas, era el testimonio de mi convicción y profunda conexión emocional con él.

Desde el momento en que mis ojos se encontraron con Asael, herido y desvanecido, sentí como si el tiempo se detuviera. Mi visión se nublaba con cada lágrima que caía, marcando el dolor de una despedida no pronunciada. Asael estaba con su cuerpo atravesado por flechas que le robaban la vida, pero lo que realmente me desgarraba el alma era el dolor evidente en su mirada, una agonía no causada por las heridas físicas, sino por el tormento de nuestro inminente adiós.

En ese instante de dolor compartido, sentí cómo Gabriel, con una determinación que rozaba la desesperación, tomaba mi mano. Sus intentos de alejarme de Asael eran firmes, pero mi corazón se resistía con una fuerza igualmente obstinada.

— No me importa quedarme en el infierno — le confesé, con una voz quebrada por la angustia, revelando la profundidad de mi deseo de permanecer junto a Asael. Sin embargo antes de que pudiera aferrarme a él una vez más, Asael con un último esfuerzo, cubrió mi boca, silenciando mis suplicas con palabras que resonarían en mi ser para siempre.

— Tú no perteneces aquí.

La desesperación de la despedida crecía, mientras Asael, con un último aliento de protección, intentaba guardarme del destino que nos consumía. Su voz, aunque suave, llevaba el peso del mundo, advirtiéndome, cuidándome incluso en su momento más oscuro. Y ahí estábamos, bajo la sombra del fin, marcados por un amor que nos condenaba y nos liberaba al mismo tiempo. La realidad de que esta sería nuestra última mirada compartida comenzaba a hundirse en mi alma, una verdad tan cruel como ineludible.

Finalmente, Gabriel, con una resolución impregnada de tristeza, me apartó de Asael. A pesar de la resistencia de mi corazón, los dedos de Gabriel se cerraron con más firmeza sobre los míos, alejándome de la única persona que deseaba tener cerca. Fue en ese doloroso instante cuando vi a Asael girar su rostro, permitiendo que unas lágrimas rebeldes se deslizaran por sus mejillas. Esas lágrimas, emisarias de un corazón destrozado, eran el testimonio mudo de su amor, un recuerdo grabado en el alma que llevaría conmigo, más allá de cualquier infierno o paraíso.

A mi alrededor, figuras encapuchadas emergieron, sus siluetas delineadas por un resplandor celestial que no dejaba lugar a dudas de su origen divino. Eran ángeles, llenas de bondad y protección. Sin embargo la escena ante mis ojos no reflejaba tales cuentos. Observé paralizada por el temor y la sorpresa, cómo ellos tiraban de las  cadenas forjadas en el mismo cielo que estaban unidas a las flechas qué estaban en el cuerpo , sometían a Asael, un ser que hasta ese momento había sido mi protector.

Instintivamente, mi primer impulso fue correr hacia él, desesperada por liberarlo de sus ataduras. Pero antes de poder acercarme, una mano firme me detuvo. Giré mi rostro para encontrarme con los ojos de Gabriel, un ángel de quien siempre creí entender su misericordia y compasión. Sin embargo, en su mirada solo había seriedad, una firmeza que congeló mi alma. Sin mediar palabra, de sus manos surgieron sogas que envolvieron mis muñecas, atándome y coartando cualquier intento de auxilio hacia Asael.

Mi corazón se quebró al darme cuenta de la dura realidad que los ángeles ante mí representaban. Aquella imagen de bondad inmaculada y justicia infalible se desvaneció, dejando en su lugar un vacío inundado por la desilusión.

— ¿Cómo pueden hacerle esto? ¡Ustedes no poseen la bondad que las historias describen! — grité, con una voz quebrada por el llanto. Mis palabras parecieron no tener efecto alguno en ellos, como si mi desesperación y mi dolor fueran invisibles a sus ojos.

La incertidumbre sobre el destino de Asael comenzó a consumirme. Me preguntaba si alguna vez volvería a verlo, si podría alguna vez entender el porqué de este acto cruel. Las enseñanzas de misericordia y compasión que había asociado con los ángeles se esfumaban con cada lágrima que derramaba, dejando atrás una sensación de traición. No sabía cómo enfrentar el futuro sabiendo que aquellos en los que había depositado mi fe eran capaces de tales actos.

En esos momentos de dolor y confusión, una pregunta retumbaba en mi ser: ¿Qué sería de Asael? La incertidumbre me asfixiaba, ahogándome en un mar de inquietud y miedo. Para mí, Asael no era solo un ser de otro mundo; era un amigo, un confidente, alguien que había iluminado mi camino en los momentos más oscuros. La idea de no poder hacer nada para salvarlo, de estar atada e impedida por aquellos que creía guardianes de la bondad, era más dolorosa que cualquier castigo físico.

En medio del llanto y la desesperación, una verdad ineludible se abrió paso en mi corazón: el mundo es más complejo de lo que nuestras historias y leyendas sugieren. Los seres celestiales, que imaginábamos puros y llenos de amor, también podían ser ejecutores de acciones que desafiaban nuestra percepción de lo justo y lo bondadoso. Esta experiencia marcó un antes y un después en mi vida, dejándome con cicatrices que llevaré eternamente, recordatorios de aquel día en la que los ángeles descendieron, no como salvadores, sino como verdugos de mi paz y mi esperanza.

F. P. 🦋

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