22
Los labios del necio provocan contienda, y su boca llama a los golpes.
Proverbios 18:6
Habíamos pasado horas encerrados en ese espacio, compartiendo miradas cómplices y conversaciones que desvelaban poco a poco la intrincada red de secretos que rodeaban su vida. Zack era un enigma, pero cada palabra suya destilaba amabilidad y una curiosa mezcla de vulnerabilidad y fortaleza.
De repente, una voz profunda y resonante rompió el silencio.
— Vengan a mi despacho — ordenó Astaroth, su tono no admitía réplica. Zack y yo intercambiamos una mirada llena de preguntas no formuladas.
Sabíamos que Astaroth era una presencia poderosa, alguien que no debía ser desafiado. Sin decir una palabra, nos levantamos y salimos de la habitación, siguiendo el eco de aquella voz que parecía surgir de todas partes y de ninguna al mismo tiempo.
El recorrido hacia el despacho de Astaroth fue breve pero cargado de tensión. Cada paso resonaba en los pasillos oscuros, creando una sinfonía de incertidumbre y expectación. Al llegar, la puerta se abrió como si nos estuviera esperando. Astaroth estaba allí, su figura imponente y su mirada penetrante. Sabía que esta reunión cambiaría algo en nuestras vidas, pero no tenía idea de cuánto. Y así, con una mezcla de temor y curiosidad, entramos en su despacho, listos para enfrentar lo que fuera que el destino tuviera preparado para nosotros.
Siempre había sentido una especie de curiosidad morbosa por el despacho de Astaroth. Estaba junto a la ventana, con un montón de papeles en la mano y unos lentes de media luna que le daban un aire aún más enigmático de lo habitual. La luz del atardecer se filtraba a través de los cristales, iluminando su figura con un halo casi mágico.
Por un momento, sentí que nuestros ojos se encontraron. Mi corazón se aceleró, pude observar cómo Astaroth se dirigía hacia Zack que estaba esperando nervioso a unos metros de distancia. Con un movimiento lento y deliberado, Astaroth le entregó los papeles y le murmuró algo que no pude escuchar. Sin embargo la expresión de Zack cambió de inmediato. Sus ojos brillaban con una mezcla de sorpresa y orgullo.
— Ahora te puedes ir — dijo Astaroth con una voz firme pero serena — Con esto, seguro serás líder.
No podía dejar de pensar en la sonrisa de Zack mientras salía del despacho de Astaroth.
— Si aún sigues en el infierno, considera ir a Umbra — sus palabras resonaban en mi mente. Su guiño me dejó una sensación extraña, una mezcla de inquietud y curiosidad.
¿Qué quería decir con eso?
Ahora sola en la habitación con Astaroth, sentía la tensión en el aire. Él se sentó en el borde de la mesa, observándome con una mirada que parecía atravesarme. Suspiró profundamente, como si estuviera a punto de decir algo importante. Me sentí pequeña e insignificante bajo su escrutinio, pero también sabía que este era el momento para obtener respuestas.
— No es fácil estar aquí, ¿verdad? — dijo Astaroth finalmente, rompiendo el silencio.
Su voz era grave y resonante, llena de una sabiduría antigua que me hizo estremecer. Asentí lentamente, sin atreverme a hablar.
— Zack tiene razón — continuó —Umbra podría ser una opción para ti. Pero primero, debes entender lo que significa estar aquí y lo que realmente buscas.
Mientras hablaba, sentí que una puerta se abría ante mí, una puerta a posibilidades que nunca había considerado.
Noté que Astaroth desvió la mirada, evitando decir algo. Sus ojos normalmente llenos de una confianza imperturbable, ahora reflejaban una mezcla de preocupación y duda. Finalmente después de unos segundos que parecieron eternos, volvió a mirarme.
— Sabes que estamos en problemas desde que llegaron los ángeles — dijo con voz grave — Los otros líderes de los territorios no quieren resguardarte por temor a Elohim.
Mi corazón se hundió al escuchar sus palabras. El temor comenzó a apoderarse de mí, enredándose en mi pecho como una serpiente.
— ¿Ahora qué haré? — pregunté, casi en un susurro. La incertidumbre de nuestra situación era abrumadora.
Astaroth se acercó y puso una mano firme sobre mi hombro.
— Tranquila — dijo con una determinación renovada en su voz — No permitiré que te hagan daño. Encontraremos una solución, aunque tengamos que enfrentarnos a los mismos ángeles — Sus palabras me dieron un respiro de esperanza.
Aunque la amenaza de Elohim y sus ángeles era real y peligrosa, sabía que con Astaroth a mi lado, tenía una oportunidad de sobrevivir.
Sin embargo esa calma se rompió cuando Astaroth, con una mueca que indicaba que algo no andaba bien, se acercó a mí.
— Sabes que no me has contado todo, Hazel — dijo, sus ojos oscuros fijos en los míos. Sentí un nudo en el estómago. Astaroth siempre tenía una habilidad inquietante para ver más allá de mis palabras, para detectar los secretos que intentaba esconder.
— Es difícil — admití, desviando la mirada hacia el horizonte — Pero ahora no tenemos aliados.
Astaroth asintió lentamente, su expresión se tornó aún más sombría.
— Asael otra vez está contradiciendo a Elohim — continuó y en sus palabras había una mezcla de tristeza y resignación — Elohim sabe que pecaste en el infierno.
Mis manos comenzaron a temblar ligeramente. Sabía que pecar en el infierno era un riesgo, pero lo había hecho por desesperación, por la necesidad de encontrar una solución. Ahora todo parecía más complicado. Miré a Astaroth buscando alguna señal de esperanza en su rostro, pero sólo encontré la misma preocupación que sentía yo.
Caminé nerviosa por el despacho, sintiendo el aire pesado y cargado de tensión. Astaroth estaba allí, de pie junto a su estantería, mirando los libros con una expresión de frustración en su rostro. No pude evitar notar cómo sus dedos tamborileaban impacientemente sobre la madera pulida de la mesa.
— Asmodeo y yo pensamos que si nosotros recibíamos los castigos, tú no obtendrías el pecado — dijo, tratando de mantener su voz firme.
Frunció el ceño con una mezcla de ira y decepción y de un solo movimiento brusco, tiró varios libros de su estante. Los volúmenes cayeron al suelo con un ruido sordo, esparciéndose por todo el despacho. Me quedé helada, sin saber cómo reaccionar ante su arrebato.
— Ahora fue un hecho, sigues con el pecado — espetó, su voz cargada de reproche y amargura.
Me quedé allí, inmóvil, sintiendo el peso de sus palabras. No sabía cómo defenderme ni qué decir para calmar su ira.
Me encontraba en medio de una situación que jamás había imaginado. Sus ojos oscuros despedían una furia contenida y su voz resonaba con un tono que hacía temblar hasta las paredes del inframundo. Tragué saliva, sintiendo un nudo en la garganta.
— No tenían que hacerlo por mí, yo podía recibir el castigo — dije con voz temblorosa.
Astaroth soltó una risa sarcástica que hizo eco en la caverna. Su mirada penetrante se clavó en la mía, llena de una mezcla de enojo y tristeza.
— Hazel, tú vas a quedarte en el infierno por nuestra culpa — dijo con una voz que parecía romperse por momentos.
No podía entender completamente sus palabras, pero la culpa y la desesperación se reflejaban claramente en su rostro. La situación superaba cualquier escenario imaginable, y me era imposible saber cómo reaccionar.
El aire se volvió denso mientras lo observaba, tratando de descifrar sus verdaderas intenciones. ¿Por qué alguien tan poderoso como él se sentiría culpable por mi destino? Había algo más profundo en su enojo, algo que iba más allá de la simple ira. La tristeza en su mirada me desconcertaba y al mismo tiempo me hacía sentir una extraña conexión.
Siempre he sido consciente de mis errores, pero nunca imaginé que llegaría un día en el que un demonio sentiría pena por mí.
— Yo aceptaré mi destino — dije, tratando de mantener mi voz firme — No tienen que sacrificarse por mí. Yo tuve la culpa.
Las palabras apenas salieron de mis labios cuando las lágrimas comenzaron a brotar. No podía detenerlas, eran la manifestación de todo el dolor y la culpa que había reprimido durante tanto tiempo. Astaroth claramente molesto, me tomó de los brazos y me obligó a mirarlo a los ojos. Su voz resonó con una mezcla de exasperación y una extraña ternura.
— Llorar no soluciona nada. De pequeña fuiste siempre así, siempre enfrentando tus problemas con lágrimas.
Me quedé quieta, sorprendida por sus palabras. ¿Cómo podía saber eso de mí?, ¿Por qué le importaba?. En ese momento, me di cuenta de que Astaroth no era solo un demonio. Había algo más profundo en su ser, algo que lo conectaba conmigo de una manera que aún no comprendía. Mientras mis lágrimas continuaban cayendo, sentí que por primera vez, no estaba completamente sola en mi dolor.
Las lágrimas caían por mis mejillas como ríos interminables. La desesperación me envolvía, pensando que mi destino estaba sellado en este infierno. De repente sentí una presencia cerca de mí. Al levantar la mirada, vi a Astaroth, acercándose con una expresión extrañamente compasiva en su rostro. Extendió su mano, como si quisiera limpiar mis lágrimas, pero me aparté de inmediato.
— ¿Por qué dices que siempre era así? — le pregunté entre sollozos — ¿Tú me conocías de pequeña?
Astaroth se detuvo, su mano quedó suspendida en el aire por un instante antes de retroceder. Su mirada normalmente fría y calculadora, se desvió momentáneamente hacia el suelo. Dio un paso atrás, como si mis preguntas lo hubieran tomado por sorpresa.
— Olvida lo que te dije — respondió con voz baja, casi inaudible.
La confusión me invadió. Lo miré fijamente, intentando encontrar alguna pista en sus ojos, alguna señal que me indicara lo que realmente estaba pasando. Pero Astaroth ya había recuperado su compostura y su mirada volvía a ser impenetrable. ¿Qué significaban sus palabras?, ¿Qué sabía él sobre mi pasado que yo no? Las preguntas se arremolinaban en mi mente, mientras la incertidumbre y la tristeza se mezclaban en mi corazón, sin encontrar aún respuestas claras.
— ¿Me espiabas?
Él me miró, visiblemente confundido, y negó con la cabeza.
— Sabes algo de mí, ¿verdad? — insistí.
Mis palabras lo hicieron rascarse el cuello incómodamente, como si estuviera debatiendo una decisión interna.
— No te lo puedo decir. Lo tengo prohibido. Asael me destruiría — con voz baja y vacilante, respondió.
Mi corazón se aceleró y las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos. Estaba desesperada por entender qué estaba pasando.
— Dime qué eres — le rogué — ¿Por qué sabes de mí? — La frustración y la tristeza se mezclaban en mi voz. Astaroth me miró con una mezcla de compasión y tristeza, pero permaneció en silencio. Su silencio solo alimentó más mi angustia y confusión.
Las lágrimas rodaban por mis mejillas, pero con determinación las sequé.
— Me voy — dije intentando que mi voz no temblara. Sin embargo antes de que pudiera dar un paso hacia la puerta, sentí una mano cálida sobre la mía. Era Astaroth cuyo rostro reflejaba una súplica muda.
— Por favor, Hazel — dijo con un tono que jamás había escuchado en él, uno lleno de tristeza y arrepentimiento.
Pero la situación había llegado a un punto donde no podía soportar más mentiras ni secretos. Retiré mi mano rápidamente, como si su toque quemara.
— No me toques — le respondí con la voz quebrada, pero firme. La habitación se llenó de un silencio pesado, en el que solo se escuchaba el latido acelerado de mi corazón.
Astaroth bajó la mirada, sus ojos reflejando una tristeza profunda.
— No te puedo decir por ahora nada — murmuró, casi para sí mismo. Sentí una mezcla de ira y desesperanza. ¿Qué era tan difícil de decirme?
— ¿Tan difícil es decírmelo? — pregunté, mi voz cargada de incredulidad y dolor. Necesitaba respuestas, pero parecía que él no estaba dispuesto a dármelas.
Salí del despacho con el corazón acelerado y la mente llena de pensamientos confusos. Caminé unos pocos pasos cuando de repente sentí una mano helada agarrar la mía. Me giré bruscamente y ahí estaba él, Astaroth con la cabeza gacha y una expresión de tristeza en el rostro. Intenté liberar mi mano de su agarre, pero su fuerza era abrumadora.
— Astaroth, suelta mi mano — le exigí, tratando de mantener la calma aunque por dentro me sentía aterrorizada.
Astaroth levantó la mirada lentamente, sus ojos llenos de una mezcla de dolor y nostalgia.
— Yo te conocí desde que naciste — dijo con una voz apenas audible — Te cuidé, te vi crecer, pero no pude hacerlo mucho tiempo — Sus palabras me dejaron paralizada. ¿Cómo era posible que él, una figura tan enigmática y distante, hubiera estado presente en mi vida desde el inicio? Sentí una oleada de emociones: incredulidad, rabia, confusión y algo más, una extraña sensación de seguridad que no podía explicarme.
Mientras intentaba procesar sus palabras, Astaroth continuó.
— No quería que supieras la verdad de esta manera, pero ya no puedo seguir ocultándotelo. Hay cosas que debes entender, y nuestro destino está entrelazado de formas que aún no puedes imaginar.
Aunque su agarre seguía firme, sus ojos mostraban una sinceridad que me desarmó por completo. En ese momento supe que mi vida estaba a punto de cambiar drásticamente y aunque quería resistirme, algo en mi interior me decía que debía escuchar lo que tenía que decir.
Fruncí el ceño y traté de entender lo que Astaroth estaba diciendo.
— ¿Qué tratas de decirme? — le pregunté, mi voz temblando ligeramente por la confusión y el miedo. Astaroth me miró fijamente, sus ojos oscuros parecían leer cada rincón de mi alma. Mordió su labio inferior, un gesto que solo aumentó mi desconcierto.
— Hazel, yo era tu ángel guardián — dijo finalmente, sus palabras resonando en mi mente como un eco lejano.
Sentí un nudo formarse en mi estómago. No podía procesar lo que acababa de escuchar. ¿Cómo era posible que él, Astaroth, una entidad que claramente pertenecía al infierno, hubiera sido mi ángel guardián? Las historias que me contaban de niña sobre ángeles siempre los describían como seres puros y llenos de luz, no como él.
— Pero... ¿cómo llegaste al infierno? — pregunté, mi voz apenas un susurro.
Mis ojos lo miraban con una mezcla de extrañeza y desesperación por comprender. Astaroth bajó la mirada por un momento, aparentemente buscando las palabras correctas.
— Hazel, no todo es blanco y negro en el universo. Las reglas cambian y a veces, incluso los ángeles caen — respondió, su voz cargada de una tristeza y una sabiduría que solo el tiempo y la experiencia pueden otorgar. Me quedé allí, en silencio, tratando de juntar las piezas de este rompecabezas imposible.
F. P. 🦋
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