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Tampoco es bueno para una persona carecer de conocimiento, y el que se apresura con los pies peca.
Proverbios 19:2


Desde que comencé a pasar más tiempo con Paimon, he notado un cambio significativo en nuestra relación. Lo que inicialmente era simplemente un mentor se ha transformado en un confidente, un amigo. Este cambio no sucedió de la noche a la mañana, sino que fue el resultado de muchas horas compartidas, tanto en entrenamiento como en momentos más personales en su despacho. Es en estos espacios, rodeados de papeles y documentos, donde he aprendido no solo sobre las tareas que Paimon maneja sino también sobre la persona que es.

El despacho estaba más desordenado de lo usual, con montones de papeles esparcidos por todos lados. Paimon, visiblemente abrumado, terminó por tirar más papeles al suelo en un gesto de frustración. Sin embargo lo que podría haber sido un momento de tensión, se transformó en uno de los recuerdos más entrañables que tengo de nosotros. Al verme, su expresión cambió completamente y con una risa contagiosa, me hizo olvidar el caos que nos rodeaba. Esa fue la primera vez que vi a Paimon no solo como mi mentor, sino como alguien capaz de encontrar momentos de ligereza incluso en las situaciones más estresantes.

Las enseñanzas de Paimon han ido más allá de simples lecciones. A través de su guía, he aprendido a pensar críticamente, a cuestionar y analizar las situaciones antes de actuar. Sus reprimendas, aunque en ocasiones duras, siempre han tenido como objetivo mi crecimiento personal y profesional. Este equilibrio entre enseñanza y disciplina ha sido fundamental en mi desarrollo.

Entre los documentos y las responsabilidades serias, han habido instantes de desconexión total, momentos en los que Paimon se transforma de un mentor serio a un amigo que busca consuelo y compañía. Una tarde, al encontrarme sentada en un sillón del rincón de su despacho, se acercó y apoyó su cabeza en mi hombro. Fue un gesto pequeño, pero significativo, marcando la profundidad de nuestra amistad. En ese instante, no era el mentor ni el líder que todos conocían; era simplemente Paimon, compartiendo un momento de humanidad.

En esos momentos de cercanía he podido observar detalles que antes pasaban desapercibidos. Por ejemplo, la línea ligera de color negro bajo sus ojos, que habla del cansancio y tal vez de las preocupaciones que lo mantienen despierto por las noches. Aunque he preguntado sobre los papeles y el trabajo que parece consumirlo, sus respuestas siempre son evasivas, dejándome con una curiosidad insatisfecha sobre los misterios de su labor.

La sorpresa me embargó al descubrir aquellos papeles con escrituras incomprensibles esparcidos por el despacho de Paimon. Mi curiosidad fue inmediata, impulsándome a preguntar sobre su propósito. Paimon.

— Paimon, ¿Qué son todos los papeles que tienes en tu despacho?

Con una voz llena de cansancio y las manos jugueteando con su cabello, comenzó a revelar la verdadera importancia de estos documentos. Eran según sus palabras, una forma de comunicación entre los jefes de los territorios de los pecados capitales, utilizados para determinar si las almas enviadas eran las correctas para recibir su castigo. La revelación me dejó perpleja, ya que durante mi estancia, solo había estado en compañía de demonios, sin rastro de otras almas humanas.

Paimon continuó explicando la existencia de cuevas bajo el castillo donde las almas recibían sus castigos. La idea de que hubiera un lugar tan oscuro y secreto tan cerca me causó un escalofrío. Sin embargo lo que más llamó mi atención fue la confesión de Paimon sobre su percepción del castigo a lo largo de los siglos. Lo que una vez encontró divertido, ahora lo aburría, una confesión que humanizaba de manera inesperada a este ser demoníaco. Ante su aparente desinterés, sugerí actividades como leer o cantar, cuestionando si en su mundo existía algo similar a nuestra música.

La respuesta de Paimon no fue solo una revelación sobre la capacidad de los demonios para aburrirse y buscar entretenimiento, sino también un momento de conexión entre dos seres de mundos completamente diferentes. Esta interacción nos ofreció a ambos una vista hacia aspectos desconocidos y posiblemente incomprendidos de nuestras respectivas existencias. Mi sugerencia de buscar nuevas formas de diversión pareció resonar en Paimon quien consideró la música y la lectura como posibles pasatiempos, una idea que previamente habría parecido impensable en su territorio.

La conversación con Paimon no solo reveló los secretos de la administración de justicia y entretenimiento en el mundo demoníaco, sino que también marcó el inicio de una pecaminosa amistad. Este intercambio de ideas y la apertura hacia nuevas formas de ver nuestras realidades fue un recordatorio de que, incluso en los lugares más oscuros e improbables, es posible encontrar entendimiento y posiblemente, camaradería. La disposición de Paimon a considerar mi sugerencia trajo un nuevo aire de esperanza no solo a su propio existir sino también al mío, demostrando que el intercambio cultural y las nuevas experiencias tienen el poder de transformarnos a todos, sin importar de qué mundo provenimos.

Desde el primer momento en que vi a Paimon, algo en su porte me generó curiosidad. Su apariencia joven contrastaba con un aura de antigüedad que parecía envolverlo. Así que impulsada por una mezcla de admiración e intriga, no pude evitar preguntarle cuántos años tenía.

— Tengo más de lo que imaginas —  respondió con una sonrisa enigmática que sólo profundizó el misterio. Esta respuesta no hizo más que avivar mi curiosidad, llevándome a reflexionar sobre la verdadera naturaleza de los seres que habitaban este territorio.

Durante nuestra conversación, el tema de Astaroth emergió naturalmente. Paimon con una risa que destilaba tanto burla como admiración, reveló que Astaroth era el único joven de verdad en el territorio del Orgullo. Según él, Astaroth apenas llevaba nueve años en este lugar, y ya había logrado vencer al anterior líder, una hazaña que dejó mi mente divagando sobre la posible magnitud de sus poderes. La idea de que alguien tan joven pudiese ostentar tal poder resultaba desconcertante, pero infinitamente fascinante.

Instintivamente, busqué más detalles sobre este joven prodigio.

— ¿Cuántos miles de años tiene entonces? — pregunté, esperando destapar algún secreto antiguo o una explicación lógica que satisficiera mi creciente curiosidad.

La respuesta de Paimon fue una risa burlona, como si la pregunta misma careciera de sentido o como si la edad fuera un concepto demasiado trivial para los seres de su estirpe. Ese momento de humor entremezclado con misterio añadió una capa adicional de intriga a la historia, impulsándome a querer descubrir más no solo acerca de Astaroth, sino del verdadero alcance de este enigmático territorio.

Quizás notando mi mente sobrecargada con información y especulaciones, Paimon sugirió cambiar de ambiente y dirigirnos a la sala de entrenamiento.

— No puedo pasar mucho tiempo en este lugar — dijo con un suspiro evidente.

La idea resonó conmigo de inmediato. En ese momento, comprendí que quizás lo mejor sería despejar mi mente, al menos temporalmente. Aceptar la invitación no fue sólo un acto de curiosidad, sino también una forma de procesar todo lo aprendido y, tal vez, de prepararme para las verdades que aún estaban por descubrirse.

La discreta sonrisa de Paimon y su disposición a mostrarme otro aspecto de este universo no hicieron más que afianzar mi decisión. A medida que avanzábamos hacia la sala de entrenamiento, mi mente, lejos de calmarse, se encontraba más activa que nunca, tejiendo posibilidades, preguntas y teorías acerca de lo que significa ser joven o antiguo en un lugar donde los conceptos tradicionales del tiempo parecen no aplicar.

                             ****

Al entrar en la sala de entrenamiento, la atmósfera se palpaba densa, cargada de expectativas y un poco de nerviosismo. Las luces tenues iluminaban el vasto espacio, adornado solamente con colchonetas y varios equipos de entrenamiento. La solemnidad del entorno me hacía replantear la decisión de enfrentarme a Paimon. Sin embargo la determinación ganaba terreno, el deseo de probar mis habilidades y superar mis límites era más fuerte.

El combate comenzó casi sin previo aviso. Paimon con una seriedad que rara vez mostraba, adoptó una postura de combate que denotaba su experiencia. Inicialmente, me vi abrumada por la velocidad y técnica de sus movimientos, pero poco a poco, fui encontrando mi ritmo. Sentía cómo mi respiración se sincronizaba con cada uno de mis movimientos, anticipando los de Paimon. Era la primera vez que peleábamos en serio y la emoción de estar a su altura me inundaba.

El punto de giro llegó de manera inesperada. En un movimiento que ni yo sabía que tenía en mí, logré desequilibrar a Paimon y lo vi caer al suelo. La sorpresa en su rostro fue un reflejo de la mía. Sin embargo su comentario sobre mi apariencia en ese momento crítico desató una mezcla de enojo y determinación en mí. Esta batalla había trascendido más allá de un simple entrenamiento.

La intensidad aumentó cuando con una agilidad impresionante, Paimon invirtió nuestras posiciones. Ahora era yo quien yacía en el suelo, luchando por recuperar el control de la situación. Su risa resonaba en la sala, un sonido cargado de desafío y diversión. A pesar de encontrarme en una posición vulnerable, la adrenalina que corría por mis venas me decía que este era exactamente el lugar donde quería estar.

El intercambio final entre nosotros fue intenso, no solo en lo físico sino también en lo emocional.

— ¿Quién está ahora en el piso? — dijo él entre risas, mientras yo lo miraba con una mezcla de enojo y admiración. Este encuentro había revelado facetas desconocidas de ambos, una dualidad entre la competitividad y el respeto mutuo. La pelea concluyó no solo con un ganador incierto, sino con una amistad fortalecida.

Todo empezó con una simple guerra de miradas, una contienda silenciosa pero intensa que llenaba el aire con una tensión palpable. Yo estaba allí, en el centro de esta tormenta silenciosa, intercambiando miradas desafiantes con Paimon. Era un juego de poder, una prueba de voluntad, donde cada mirada parecía cortar el aire más denso que antes. Pero este conflicto sutil pronto se transformaría en algo mucho más tangible y peligroso.

De repente la tensión encontró su catalizador. Sin previo aviso el cuerpo de Paimon salió despedido, golpeándose contra la pared de la sala de entrenamiento con un impacto que resonó a través del silencio. Los quejidos de dolor de Paimon perforaban el aire, un recordatorio crudo de que lo que había empezado como una simple confrontación visual se había transformado en algo mucho más serio. Me levanté rápidamente, intentando procesar lo que había sucedido, cuando noté a dos figuras en la entrada: Asael y un hombre misterioso, vestido con una bata de monje que le cubría todo el rostro, dejando solo sus manos a la vista.

La voz de Asael rompió el silencio, rugiendo con autoridad.

— ¿Qué intentas hacer, Paimon? — Su tono cargado de ira y acusación, hizo que mis piernas temblaran involuntariamente. Paimon aun adolorido, se levantó del suelo y enfrentó a Asael con una mirada desafiante, respondiendo con una sola palabra que resonó en el vacío.

— Celoso.

La tensión entre ellos era palpable, un hilo delicado listo para romperse en cualquier momento.

No entendía completamente las dinámicas de poder en juego, ni cómo había escalado tan rápidamente la situación. Lo que había comenzado como una lucha de egos había desencadenado una cadena de eventos que podría tener consecuencias imprevisibles. La confrontación entre Paimon y Asael no solo había revelado la fragilidad de nuestra convivencia, sino que también me había mostrado mi propia vulnerabilidad ante situaciones que escapan a mi control.

Con una mi velocidad anormal Asael tenía agarrado por el cuello a Paimo. Las amenazas de Asael eran susurros mortales en el aire gélido y aunque mi instinto fue intervenir, por un momento, la duda me paralizó.

Incapaz de quedarme al margen, mis pies ya se movían antes de que tomara la decisión conscientemente.

— ¡Suéltalo, Asael! — grité con todas mis fuerzas, aunque fue en vano.

Fue entonces cuando sentí una mano firme deteniendo mi avance. Giré sobre mis talones para enfrentarme a un hombre vestido con una bata de monje, cuya presencia irradiaba un aire de misterio y peligro.

— No te involucres — sus palabras fueron un frío recordatorio de la complejidad del poder y la influencia.

Asael soltó a Paimon y dirigió sus pasos hacia donde yo estaba. Observé cómo la dureza de su rostro se transformaba al encontrarse con mi mirada, dándome cuenta de que había una suavidad en él que no había percibido antes. Sin embargo  su expresión cambió rápidamente, su mirada descendió y con un tono de voz que denotaba molestia.

— Suéltala Zack Morgan — exigiendo.

En ese momento, sentí como el agarre de ese hombre misterioso se evaporaba y él, obedeciendo, levantaba ambas manos en señal de rendición.

Asael se acercó a mí y con una voz que contrastaba con su actitud inicial, anunció que debía irme con él al territorio de orgullo. Mis pensamientos comenzaron a girar en torno a esa repentina orden. ¿Por qué su expresión había cambiado tan radicalmente al verme?, ¿Qué significaba esa decisión abrupta? Internamente, reflexioné sobre el suave matiz que había detectado en su rostro al principio, y cómo eso había dado paso a una decisión tan firme y repentina. La dualidad de Asael me dejaba confundida, pero a la vez, intrigada.

Entre la confusión y la sorpresa, escuché mi voz preguntarle, casi sin darme cuenta.

— ¿Por qué debo ir contigo?

La seriedad de su mirada al responderme que era necesario para mi seguridad en el territorio de orgullo, me dejó aún más perpleja. Las palabras resonaban en mi mente, mezclándose con emociones encontradas sobre la situación. La idea de dejar todo atrás para seguir a alguien que apenas conocía era aterradora, pero una parte de mí sentía que era el camino correcto.



F. P. 🦋

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