18
Todo el trabajo del hombre es para su boca, sin embargo su apetito no se sacia.
Eclesiastes 6:7
La primera vez que caí al suelo, rodeada de demonios, mi corazón latía con una mezcla de agotamiento y miedo. Había llegado a este lugar siendo una extranjera en un territorio regido por seres que jamás pensé que aceptaría. Sin embargo allí estaba, exhausta, sintiendo sus ojos llenos de curiosidad sobre mí. A pesar de la adversidad, una sonrisa se escapó de mis labios; fue el primer indicio de que de alguna manera, había comenzado a ver este lugar con otros ojos. Aquella caída no solo marcaba el final de un entrenamiento, sino también el inicio de mi verdadera transformación.
Transcurrió más de un mes desde mi llegada al territorio de Ira. Durante ese tiempo, un cambio significativo se gestó dentro de mí. Inicialmente, el idioma de los demonios me parecía una serie de sonidos incomprensibles, pero día tras día, mediante gestos y señales, comencé a entenderlos. Ese aprendizaje iba más allá de las palabras; era una adaptación a un entorno que nunca imaginé podría llamar hogar. Mi miedo inicial se transformó en una curiosa familiaridad, convirtiéndome en una más entre estos seres que alguna vez consideré mis adversarios.
El entrenamiento con los demonios se volvió una parte esencial de mi día a día. De una manera que no hubiera creído posible, logré comunicarme y luchar a su lado como una igual. Con cada sesión, mi comodidad y aceptación en su presencia crecían exponencialmente. Estos momentos compartidos no solo fortalecían mi cuerpo, sino que también tejían lazos de entendimiento y respeto mutuo. En el calor de la batalla y el esfuerzo compartido, encontré un sentido de pertenencia insospechado.
Al final de cada entrenamiento, me retiro a cambiar y bañar, un acto que simboliza algo más que una simple limpieza. Es un ritual de renovación, preparándome para los desafíos venideros con la certeza de que puedo enfrentarlos. Cada día mi evolución continúa, marcada no solo por el aprendizaje y la adaptación sino también por la aceptación de mí misma y el lugar inusual que he aprendido a llamar hogar. Esta jornada en el reino de la Ira, paradójicamente, me ha enseñado el verdadero significado de la fortaleza y la superación.
Al recorrer los extensos pasillos, no podía evitar percatarme de la forma en que mi ropa se ceñía a mi cuerpo, un tanto más ajustada que lo habitual. El riguroso entrenamiento estaba rindiendo sus frutos: mi figura se había esculpido, tornándose más definida que nunca. A pesar del rigor físico que esto implicaba, no podía negar la oleada de satisfacción personal que me inundaba al observar los cambios. Sin embargo, mis cavilaciones se vieron abruptamente interrumpidas al encontrarme de frente con Paimon, quien, sorprendido y con papeles en mano, parecía inesperadamente cautivado al verme.
Paimon en un torpe intento por ocultar los documentos, trasladó sus manos hacia su espalda. Aunque capté su acción al instante, decidí no indagar más; mi curiosidad quedó picando, pero opté por reservármela. El intercambio que siguió fue un ameno cruce de reproches en tono de broma y reconocimientos mutuos por el esfuerzo compartido. Él elogiaba mi progreso, a lo cual, no sin cierta fatiga en mi voz, repliqué que todavía nos quedaba una larga jornada para alcanzar el nivel deseado en la formación de los soldados. El ambiente, entonces, se aligeró con una serie de bromas salpicadas aquí y allá, particularmente cuando, en un impulso juguetón, le di un suave golpe en el hombro a Paimon.
Justo cuando la complicidad entre nosotros se intensificaba, Paimon, echando un vistazo una vez más a los documentos, se apresuró a decirme que tenía que irse. Su prisa sumada a la forma en que sostenía esos papeles, tan cerca de sí y con cierto aire de protección, desató en mí una mayor curiosidad; no obstante, decidí dejar el tema para otro momento. A pesar de ello, mi mente no pudo evitar divagar, reflexionando sobre la singular naturaleza de nuestra relación: esa combinación única de camaradería, fraguada en el yunque de nuestras responsabilidades, y aquel halo de misterio, producto de los secretos que Paimon parecía guardar tan celosamente.
La quietud de mi habitación solo era interrumpida por mis propios suspiros mientras yacía recostada en mi cama, dejando que mi mente navegue por un vasto mar de recuerdos y melancolías. Mi vida, hasta este preciso momento, parece haber sido dibujada por una suerte perversa que me arrastró hacia un abismo, al cual he llegado a llamar mi particular infierno. Sin embargo, este destino infernal tomó un giro distinto al imaginado, gracias a ciertos seres que, contra toda expectativa, suavizaron mi caída en las sombras.
Entre esos seres, Asael sobresale como una figura que irradia una luz tenue pero constante, marcando una diferencia palpable frente a las demás sombras que poblaron mis días en este lugar de desdicha. Mi fascinación por Asael es intensa, atribuible tanto a su inusitada bondad en medio de tanta oscuridad como a la belleza que desprendía, convirtiéndose en un faro de esperanza en mi tormento continuo. La atracción que siento por él se entremezcla con la confusión, al compararlo involuntariamente con Asmodeo, otro ser con el cual compartí momentos que aún hacen tambalear los cimientos de mi ser.
Ahora, en la soledad de mi habitación, reflexiono sobre estos sentimientos embriagadores y perturbadores a la vez. ¿Es normal sentirse de esta manera?, ¿Lo que siento por Asael, es acaso una mera repetición de lo vivido con Asmodeo, o existe algo más profundo e indescifrable en este nuevo torbellino emocional? Mi corazón late con fuerza al pronunciar su nombre en un susurro, "Asael", como si al hacerlo pudiera conjurar su presencia y descifrar el enigma que él representa.
Y en ese preciso momento de introspección y anhelo, un aroma a lirios llenó la habitación, envolviéndome en una atmósfera cargada de misterio y anticipación. No estoy segura de si esta fragancia es solo un fruto de mi imaginación o si realmente Asael ha cruzado el umbral de mis pensamientos para manifestarse.
Me senté en mi cama, en medio del silencio que precede el día, mis ojos detectaron una figura emergiendo de la oscuridad. Era Asael, cuyos pasos silenciosos y presencia imponente llenaban el espacio. Su mirada, intensa y oscura, se posó sobre mí provocando un torbellino de emociones. Él, con su voz melodiosa, rompió el silencio preguntándome.
— Hazel, ¿Cómo estás?
A pesar de la sorpresa, mi preocupación principal era entender por qué había encargado a Paimon que me entrenara. Asael explicó que buscaba fortalecerme, lo que provocó en mí una respuesta irónica sobre mi nueva capacidad de enfrentarme a un ejército entero. Su risa y desafío subsiguiente pusieron en marcha una serie de eventos que jamás olvidaré.
Nos encontrábamos en un enfrentamiento inesperado, donde cada movimiento era una prueba de mi fuerza y habilidad. A pesar de mi rápido ataque, Asael esquivaba con agilidad cada uno de mis intentos por alcanzarlo. Este intercambio no solo era un desafío físico, sino también una lucha interna, cuestionando el alcance de mi entrenamiento y la verdadera fortaleza que había adquirido.
Con cada esquive y comentario de Asael, crecía en mí la determinación por superarle. Reflexionando rápidamente, comprendí que ganar requería más que fuerza y velocidad; necesitaba astucia. Mi mente corrida intentaba diseñar una estrategia que me permitiera ganar a mi oponente. Estaba claro que Asael poseía una experiencia y capacidades que superaban con creces las mías. Sin embargo esta situación me empujó a explorar nuevos límites en mi habilidad, forzándome a pensar más allá de lo convencional y poner en práctica todo lo que había aprendido.
Durante largo tiempo, había planificado meticulosamente cómo aproximarme a Asael, motivada por el deseo de demostrar que era capaz de enfrentarme al mismísimo gobernante del infierno, a pesar de todas las advertencias sobre los riesgos que implicaba. Era consciente de que no bastaría con una confrontación directa; necesitaba ser astuta, precisa. Así entre sombras y susurros, fui tejiendo un plan que superaba la mera confrontación física.
Nuestra confrontación inicial se convirtió en un juego de movimientos cuidadosamente estudiados, una serie de intentos de golpes rápidos que Asael esquivaba con una facilidad que rozaba lo sobrenatural. La tensión entre nosotros era tangible, una danza cargada de poder y desafío.
— Hazel, parece que necesitas entrenar un poco más — bromeó Asael con una sonrisa burlona, sujetando mis manos con firmeza.
Estábamos inmersos en un juego peligroso, un desafío a la propia lógica, un enfrentamiento que transcendía lo físico. Mi respuesta, acercarme para depositar un beso en el borde de sus labios, fue tan audaz como inesperada. En ese instante, el tiempo pareció detenerse, y la sorpresa se reflejó en nuestros rostros.
Este cambio de táctica, el uso de un beso como distracción, modificó completamente la dinámica de nuestro enfrentamiento. Asael sorprendido, aflojó su agarre, lo que aproveché para golpear suavemente su mejilla, logrando por fin mi objetivo. Este acto en apariencia inocente pero cargado de significado, dejó a Asael con las mejillas ligeramente sonrojadas y una expresión de sorpresa que no consiguió ocultar. Por un instante, el poderoso gobernante del infierno se mostró vulnerable, humano.
El resultado inesperado de esta confrontación desencadenó una cascada de emociones y reacciones. Asael visiblemente afectado, se cubrió instintivamente el rostro con las manos.
— No tenias que hacer eso — con un tono que bordeaba la vulnerabilidad expresó su descontento antes de desvanecerse en la oscuridad. Por mi parte, me quedé de rodillas en el suelo, sintiendo cómo un calor intenso invadía mi rostro, un rubor no solo provocado por el esfuerzo físico, sino también por la confusa emoción que su acto había despertado en mí.
Reflexionando sobre lo ocurrido, no pude evitar cuestionarme sobre la naturaleza de mis propios sentimientos. Asael, el temido gobernante del infierno, había mostrado un momento de sorprendente ternura que contradecía su formidable reputación. ¿Cómo era posible que alguien tan temido pudiera ser, en un fugaz momento, jodidamente adorable? Esta dualidad entre lo esperado de Asael y lo que realmente había demostrado añadía una nueva capa de complejidad a mis sentimientos hacia él, sentimientos que apenas comenzaba a comprender.
El desenlace de este encuentro, aunque no definitivo, abrió un abanico de posibilidades para el futuro de nuestra relación. Era consciente de que algo fundamental había cambiado entre nosotros. La anticipación de futuros encuentros, ahora teñidos con el recuerdo de esta interacción inesperadamente íntima, planteaba una pregunta en el aire: ¿Qué otras sorpresas escondería Asael y cómo respondería yo la próxima vez que nuestros caminos se cruzaran?
Desde el momento en que dejé mi habitación, supe que necesitaba escapar de los fantasmas que no cesaban de acosarme. Mi mente y corazón se debatían en un turbulento mar de emociones, una amalgama de dolor, furia, y un intenso deseo por liberarme. La urgencia de mis pasos hacia la sala de entrenamiento era palpable, como si cada paso me distanciara un poco más de aquellos demonios internos que me atormentaban. No obstante, lo que encontré al abrir la puerta no fue el vacío y la soledad que tanto ansiaba, sino una escena que parecía arrancada de otro mundo.
En la sala, descubrí a Paimon enfrentándose a un demonio que le superaba en tamaño, su delgada figura contrastando dramáticamente contra la imponente masa de su adversario. El estruendo de sus golpes llenaba el espacio, sirviendo como un crudo recordatorio del mundo sobrenatural al que pertenecemos. Paimon, con una sonrisa burlona dibujada en sus labios, interrumpió su lucha al notarme.
— ¿Porque tienes la cara así?, parece que viste un ángel —. su comentario sobre ángeles y su carcajada solo avivaron el fuego que ya ardía dentro de mí. Con un grito lleno de desafío, le exigí que luchara contra mí, un desafío que él aceptó con una ceja elevada, despidiendo a su enorme contrincante con un simple gesto.
Lo que se desencadenó a continuación fue un combate en el que no solo chocaron puños, sino también emociones reprimidas y palabras nunca antes pronunciadas. Pese a mi previa habilidad en el combate, los ataques que dirigía hacia Paimon eran torpes, más impulsados por la vehementes emociones que por técnica alguna. Era evidente que algo profundo y perturbador me afectaba, algo que trascendía más allá de la piel. Paimon esquivando con facilidad, logró percibir más allá del aspecto físico de nuestra lucha, captando la tormenta que se desataba en mis ojos. Luego de derribarme suavemente al suelo y sentarse sobre mí, la cercanía forzada nos obligó a enfrentarnos a esa tensión palpable entre nosotros, un momento que iba más allá de cualquier enfrentamiento.
La mirada de Paimon se suavizó al estudiar mi rostro, intentando descifrar el núcleo de mi agitación. A pesar de mis protestas iniciales y mis intentos por liberarme, finalmente me quedé inmóvil, permitiendo que ese instante de vulnerabilidad se extendiera entre nosotros. Fue entonces cuando se hizo evidente que mi tormento no se debía meramente a un mal día, sino que era la manifestación de un dolor mucho más profundo, una herida en mi corazón que no conseguía sanar. La imposibilidad de olvidar a Asael se había convertido en un fantasma que no solo perturbaba mi paz, sino que también mermaba mi desempeño en combate y mi interacción con el mundo a mi alrededor.
Este improvisado duelo en la sala de entrenamiento reveló mucho más que meras diferencias en técnicas de lucha; puso en evidencia una batalla interna que libraba contra recuerdos y sentimientos que parecían imposibles de exorcizar. A través de los ojos de Paimon, se deja entrever una complicación emocional que no solo afecta mis acciones presentes, sino que también presagia futuros conflictos y revelaciones. Este enfrentamiento entre Paimon y yo no se trató únicamente de un duelo físico, sino que actuó como un espejo de las luchas internas que cada uno enfrenta, demostrando que, a veces, los demonios más reales son aquellos que residen dentro de nosotros.
F. P. 🦋
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