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12


Hice un pacto con mis ojos, ¿cómo podía entonces mirar a una virgen?
Job 31:1

Desde aquel día en que tuve esa intensa charla con Astaroth, las semanas se deslizaron en un vacío profundo y ensordecedor. Los pasillos se convirtieron en abismos silenciosos donde nuestras miradas apenas se entrelazaban. Astaroth ahora solo me lanzaba miradas de reojo, cargadas de un misterio insondable, antes de continuar su camino dejándome atrapada en una burbuja de incomodidad y preguntas sin respuesta.

Observarlo se convirtió en mi único consuelo y mi tortura. Desde la distancia, lo veía sumergirse en sus quehaceres, encerrado en su despacho ajeno al mundo exterior y dolorosamente, ajeno a mí. Cada día me preguntaba qué había cambiado, qué palabras no dichas habían erigido un muro tan infranqueable entre nosotros. Las horas que pasaba mirándolo, intentando descifrar sus pensamientos y emociones a través de la barrera invisible que nos separaba, se mezclaban con una melancolía profunda.

Sin embargo el silencio se prolongaba, y con cada día que pasaba la esperanza de reconectar se desvanecía un poco más. En mi corazón sabía que algo fundamental había cambiado, pero no podía resignarme a aceptarlo. La incertidumbre de no saber si debería dar el primer paso y romper el hielo o si debería esperar a que Astaroth viniera a mí, me atormentaba constantemente.

Mis pasos eran los únicos sonidos que perturbaban la calma, hasta que de repente no lo fueron. Un ruido sutil al principio, pero inequívocamente humano, hizo eco en la vastedad del castillo. Mi corazón latía con fuerza, movida por la curiosidad y una pizca de temor decidí seguir el origen de aquel sonido.

Con cautela me desplacé a través de las sombras, mis manos rozando las frías paredes de piedra, guiándome a través del laberinto de memoria y mármol. El sonido se hizo más claro, era como si alguien estuviera tocando la puerta principal, insistente, casi con urgencia. Mis pensamientos volaban; ¿Quién podría ser?, ¿Un viajero perdido quizás, o algo más inesperado?.

Al llegar a la gran puerta de roble, dudé. La lógica me decía que no abriera, pero la curiosidad, esa fuerza indomable, me empujó a deslizar los pesados cerrojos. El mundo exterior se reveló con un susurro de viento y ahí, bajo el umbral oscurecido por las nubes, se encontraban dos ojos verdes intensos, penetrantes que me miraban con una mezcla de sorpresa y algo indefinible.

— Hazel — dijo, su voz llevaba el peso de mil historias no contadas, el sonido de mi nombre en sus labios sonó como una melodía olvidada. El corazón me latía en el pecho no por miedo, sino por la súbita y abrumadora sensación de estar conectada a este desconocido de una manera que no podía explicar.

¿Quién era él?, ¿Y cómo sabía mi nombre?

Después de lo que aquel hombre me dijo, di unos pasos atrás aún procesando sus palabras. Pero en mi torpeza, choqué con alguien. Al voltear me encontré cara a cara con Astaroth. Su presencia era abrumadora, pero lo que me desconcertó aún más fue su sugerencia que entre al desconocido que había pasado por mi lado, dejando tras de sí un intenso aroma a rosas. Por un momento Astaroth me miró fijamente y comentó que me veía muy rara. Confundida y algo ofendida, fruncí el ceño sin saber cómo reaccionar. Entonces de sus labios emergió una risa.

Esa risa me desconcertó aún más. Astaroth con su aura misteriosa y esa sonrisa enigmática, me hizo cuestionar lo que acababa de ocurrir. ¿Qué significaba su comentario?, ¿Y por qué dejo entrar a  aquel desconocido?

Sin embargo algo en su mirada me tranquilizó. A pesar de su comentario inicial, había una especie de calidez en su expresión, una invitación a confiar en él a pesar de las circunstancias extrañas. Decidí entonces que quizás había algo más allá de lo obvio, una aventura o una revelación esperándome si decidía seguir su consejo.

Así con una mezcla de curiosidad y cautela, comencé a caminar en la dirección del desconocido con aroma a rosas. Astaroth con su risa aún resonando en mi mente, se convirtió en una figura intrigante en mi vida.

Aunque no comprendía completamente qué estaba sucediendo, sentía que estaba a punto de adentrarme en algo completamente fuera de lo ordinario.

Desde el momento en que mis ojos captaron la figura imponente de Astaroth invitando a aquel desconocido a su despacho, supe que algo extraordinario estaba a punto de acontecer. Astaroth con su voz profunda que resonaba como el trueno en la distancia, habló de la aproximación de los ángeles al territorio del Orgullo. Mi corazón se aceleró fue entonces cuando el desconocido, cuya voz era suave pero llevaba un tono de urgencia, mencionó mi nombre. No como una simple mención, sino como parte central de su conversación. Dijeron que yo tenía que salir de ese territorio que mi presencia allí ya no era segura. La sola idea me llenó de un temor emocionante.

Astaroth con su mirada penetrante que parecía desentrañar los misterios más profundos del alma, me miró directamente.

— ¿Asael te envió para llevártela? — Su pregunta cortó el aire como una cuchilla.

Mi corazón latía con fuerza mientras observaba la escena ante mí, una que jamás olvidaría

— Exacto — respondió.

— Asmodeo, si la tocas aunque sea un poco, estarías en problemas — dijo con una voz que podría hacer temblar al más valiente. Pero Asmodeo con una sonrisa cargada de sarcasmo y desdén, simplemente se rió. Su respuesta me dejó perpleja y aterrada a partes iguales.

— ¿No la toque? — preguntó con burla — Si tú ya besaste a alguien sin pecado.

En ese momento el aire se cargó con una tensión palpable, una mezcla de amenaza y desafío que parecía tejerse entre ellos. Yo, atrapada en el medio, me sentía como un peón en un juego de poderes que no comprendía del todo. La idea de ser objeto de tal disputa y las palabras de Asmodeo, resonaban en mi mente, confundiéndome aún más.

¿Qué significaba eso de besar a alguien sin pecado?, ¿Acaso mi inocencia o la falta de ella era ahora el foco de esta contienda sobrenatural?

Mientras los observaba desafiándose mutuamente con palabras y miradas, no podía evitar preguntarme qué desenlace nos esperaría a todos en esta confrontación de voluntades sobrenaturales.

Astaroth sus ojos ardían con una ira que parecía consumirlo desde dentro. Sus palabras resonaron en el aire, un mandato ineludible que heló mi sangre.

— Vete con ella.

Antes de que pudiera procesar lo que estaba sucediendo, Asmodeo apareció ante mí. Tan rápido como un suspiro, sus labios se encontraron con los míos en un beso que, aunque breve, fue lo suficientemente poderoso como para arrastrarme hacia la oscuridad de la inconsciencia.

Flotando en ese limbo entre el sueño y la vigilia, la voz de Astaroth me alcanzó de nuevo. Aunque no podía verlo podía sentir la urgencia y la advertencia tejidas en sus palabras. Hablaba de informar a Asael si algo sucedía, aunque el qué exactamente quedaba envuelto en misterio. Esa voz cargada de poder y autoridad se convirtió en el hilo conductor de mis pensamientos dispersos, un recordatorio de que había fuerzas en juego mucho más allá de mi comprensión.

                           ****

Desperté de un sueño profundo, sintiendo algo inusualmente cálido y reconfortante a mi lado. Un suave aroma a rosas inundaba el aire, despertando mis sentidos uno a uno. Mis dedos moviéndose casi con voluntad propia, exploraron la suavidad que yacía junto a mí, deslizándose por una superficie lisa hasta detenerse en la firmeza de una mandíbula. Confundida y todavía envuelta en los últimos velos del sueño, abrí los ojos lentamente, solo para encontrarme con una visión que mi mente tardó unos momentos en procesar.

Asmodeo estaba allí, sin camisa, con una sonrisa en su rostro que irradiaba una mezcla de diversión y ternura.

— Duermes mucho — dijo con una voz suave pero resonante, que parecía acariciar mis oídos. Por un momento el tiempo pareció detenerse, mientras intentaba hilar mis pensamientos y recordar cómo había llegado a esa situación tan peculiar. Mi memoria, sin embargo, estaba envuelta en una bruma densa, los recuerdos de los eventos previos esquivaban mi comprensión, dejándome flotando en un mar de confusión.

Asmodeo me observaba con una mezcla de diversión y curiosidad en su mirada.

— ¿Quieres continuar en donde nos quedamos? — preguntó, aunque más que una pregunta parecía una invitación a un juego del que solo él conocía las reglas.

Fruncí el ceño confundida, sin tener recuerdo alguno de lo que sugería. Mi mente era un lienzo en blanco, sin trazos de memorias recientes que pudieran darme alguna pista. Él notando mi desconcierto, extendió su mano señalando algo en mi. Baje la cabeza y solo tenía mi brazier. Enseguida la realidad de mi situación me golpeó tan fuerte como una ola fría. Estaba expuesta, vulnerabilidad que se manifestó tan pronto como la vergüenza coloreó mis mejillas de un tono carmesí. Instintivamente me cubrí, buscando algo, cualquier cosa, que pudiera ofrecerme un poco de dignidad en medio de mi confusión. Asmodeo por su parte parecía disfrutar de mi turbación, una sonrisa juguetona adornaba su rostro, pero sus ojos no carecían de una cierta suavidad.

— No tienes por qué avergonzarte — dijo con voz suave, extendiendo hacia mí un manto oscuro que había tomado de algún lugar cercano. Agradecida aunque aún cautelosa, lo tomé y me envolví en él, sintiendo un alivio inmediato ante la cobertura y el calor que proporcionaba.

Su presencia era abrumadora, y a medida que se levantaba de la cama, su cuerpo tonificado se dibujaba.

— Has cometido un gran pecado —dijo con una voz que resonó en el silencio de la noche, y sin más se giró saliendo de la habitación. La puerta se cerró tras él con un silencio sepulcral. Yo desconcertada  me senté en la cama tratando de procesar lo que acababa de ocurrir.

¿Qué pecado había cometido?

Con el corazón latiendo a mil por hora me levanté de la cama. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, no solo por el miedo, sino también por el frío que se colaba por cada rincón de la habitación. Fue entonces cuando me di cuenta de mi estado: vestía únicamente unas bragas con estampado de gatito.

Buscaba desesperadamente mi ropa, mis preciados atuendos estaban desgarrados, como si unas garras invisibles hubieran jugado con ellos durante la noche. Confundida y a punto de llorar, escuché la puerta de mi habitación abrirse lentamente. Era Asmodeo con su sonrisa y esos ojos que parecían ver directo a través del alma.

En sus manos llevaba algo de tela, que con un gesto teatral lanzó sobre la cama. El material se desplegó revelando un vestido rojo con un escote más que revelador. Mis ojos se abrieron de par en par mientras lo miraba, incrédula.

— ¿Estás bromeando? — le pregunté, con un hilo de voz, esperando que todo fuera una especie de mal chiste. Pero su respuesta fue un simple encogimiento de hombros, acompañado de una sonrisa burlona.

— Es la única prenda intacta que queda — dijo con un tono que intentaba ser compasivo, pero que no lograba ocultar el regocijo en su voz.

Cada fibra de mi ser se resistía pero la necesidad superaba el orgullo. Mientras me deslizaba dentro del vestido, sentía cómo la tela ajustaba cada curva de mi cuerpo, obligándome a adoptar una nueva faceta, una más audaz y segura aunque internamente estuviera desmoronándome. Asmodeo observaba desde la puerta, su sonrisa nunca decayendo.

— A veces, las circunstancias nos obligan a vestirnos de formas que nunca imaginamos — comentó.

Asmodeo me invitó a seguirlo supe que estaba entrando en un mundo desconocido y posiblemente peligroso. Sin embargo algo dentro de mí, quizá la curiosidad o una sed insaciable de aventura me impulsó a aceptar su propuesta. Al cruzar la puerta de la habitación noté que sus sirvientes eran de una belleza sobrenatural, casi hipnótica. Cada movimiento suyo parecía calculado para atraer y seducir, pero había algo en sus miradas que me hacía sentir incómoda, como si pudiesen ver a través de mí y leer mis más íntimos pensamientos y miedos.

Asmodeo notando mi distracción y quizás mi ligero temor, se acercó para advertirme con una voz baja, pero intensa.

— Ten cuidado con los íncubos — dijo, su tono serio y sus ojos penetrantes — Ellos pueden parecer encantadores y hasta inofensivos, pero son extremadamente peligrosos. Y los súcubos, aunque menos directos, son aún peores. Pueden absorber tu energía vital lentamente, dejándote vacía sin que siquiera lo notes — Sus palabras resonaron en mi mente, aumentando la ansiedad que ya empezaba a apoderarse de mí.
A pesar de las advertencias, decidí seguir adelante, guiada por Asmodeo.

Mis pasos eran sigilosos casi como si intentara no perturbar el velo del misterio que lo envolvía. Asmodeo con su figura alta y aura inconfundiblemente magnética, avanzaba con una confianza que yo luchaba por emular.

De repente ante nosotros, aparecieron unas escaleras antiguas, gastadas por el tiempo. Él bajo primero con la misma seguridad de siempre. Yo intentando no quedarme atrás, puse mi pie en el primer escalón pero no calculé bien la distancia. Mi pie resbaló y en un intento desesperado por recuperar el equilibrio, agité mis brazos en el aire pero fue inútil. Asmodeo se giró justo cuando empezaba a caer, extendiendo sus brazos hacia mí en un intento de atraparme, pero ambos terminamos enredados en una caída torpe y rápida.

Nos desplomamos juntos y de alguna manera, en medio del caos, mi cabeza terminó posicionada curiosamente más abajo del ombligo de él. Mientras yo todavía estaba procesando el golpe y la extraña cercanía, él con una sonrisa torcida y una ceja levantada, soltó.

— Parece que te gusta tomar la iniciativa — Su voz, aunque burlona, no dejaba de tener un tono suave y un tanto divertido como si disfrutara de la inesperada vuelta de los acontecimientos tanto como la confusión que yo sentía. En ese momento, entre la humedad de las piedras antiguas y la sombra de su figura no supe si reír o sonrojarme, pero algo en su mirada me hizo optar por lo primero.

F. P. 🦋

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