11
Pues ya saben que la prueba de su fe produce constancia.
Santiago 1:3
De nuevo, me encuentro en esta habitación. Mis manos, como movidas por voluntad propia, encuentran el camino hacia mis labios, tocándolos suavemente, evocando el recuerdo de aquel beso robado, aquel instante suspendido en el tiempo donde todo parecía posible. "Astaroth", su nombre resuena en mi mente como un cántico prohibido, un eco de algo peligrosamente hermoso y a la vez aterrador.
Pero entonces, la realidad se impone cruel, recordándome la naturaleza de Astaroth. Él, un ser que habita las profundidades del infierno, un demonio que, a pesar de su apariencia casi humana, pertenece a un mundo que está más allá de mi alcance. Es en este momento que la neblina del enamoramiento se disipa, dejándome ver con claridad la brecha infranqueable entre nuestros mundos. Aunque su figura puede engañar a los ojos, su esencia es algo que no puedo olvidar ni ignorar. Vive en el infierno, y eso, por más que mi corazón se niegue a aceptarlo, cambia todo.
Desde el momento en que mis ojos se posaron en la habitación vacía, donde antes había una ventana que me ofrecía una vista al mundo exterior, sentí cómo una opresión se apoderaba de mi pecho. Era mi pequeño escape, mi conexión con la libertad que se extendía más allá de estas cuatro paredes que ahora parecían encogerse cada vez más, asfixiándome en su inmensidad vacía.
En un acto de desesperación, el nombre de Astaroth escapó de mis labios una y otra vez como un mantra que podría de alguna forma romper las cadenas invisibles que me ataban a este lugar.
- ¡Astaroth! - gritaba con la esperanza de que el sonido cruzara las murallas que me encerraban, que llegara a oídos de aquel que podría tener el poder de liberarme. Pero los días pasaban, uno tras otro, en un torbellino de silencio y soledad, sin una respuesta, sin un signo de salvación. Mi garganta empezó a doler, no solo por los gritos desesperados, sino también por la sed de libertad, de vida, que parecía cada vez más lejana.
Con el tiempo me di cuenta de que mi libertad no vendría de llamar a entidades que quizás nunca acudirían a mi llamado. Comprendí que la verdadera batalla era interna contra el desánimo y la resignación. Así, aunque la habitación seguía sin tener ventana, mi mente empezó a construir sus propias salidas, sus propias ventanas a mundos imaginarios donde la libertad era infinita. Aprendí que, aunque físicamente podía estar confinada, mi espíritu y mi imaginación volarían siempre libres, más allá de cualquier muro o limitación. Y en esa revelación, encontré una paz y una fuerza que nunca supe que tenía.
Desde el primer momento en que la puerta se abrió y Astaroth apareció con su rostro marcado por el enojo, supe que ese instante podría cambiarlo todo.
- ¿Cómo es posible que un trozo de tierra pueda gritar sin parar? - fueron sus palabras, llenas de una confusión y furia, que parecían no encajar en el ser imponente que tenía frente a mí. Sin embargo, a pesar del miedo que podía sentir correr por mis venas, algo en su pregunta me dio el valor que necesitaba. No era solo un trozo de tierra, era una persona con sueños y deseos, y uno de ellos era recuperar mi libertad.
Sin desperdiciar un segundo, con toda la fuerza que había acumulado durante esos días de encierro, le respondí:
- No quiero estar encerrada más tiempo - Mi voz, aunque temblorosa, resonó con una determinación que yo misma desconocía. Astaroth me miró sorprendido, quizás por la firmeza en mi voz o por el hecho de que me atreviera a desafiarlo.
Desde el momento en que mis ojos se posaron sobre Astaroth, supe que mi vida estaba a punto de cambiar. No era sólo su imponente presencia lo que me intimidaba sino también la manera en que su voz profunda y definitiva resonaba en el castillo.
- No - su negativa fue tan seca que parecía cortar el aire entre nosotros.
Pero en lugar de retroceder, algo dentro de mí se rebeló. Avancé hacia él, tomé sus manos con decisión y le prometí que no saldría del castillo. La verdad era que ya no podía soportar más tiempo encerrada en esa habitación, pero había algo en Astaroth que me hacía querer desafiar mi destino.
Astaroth me observó, -sus ojos parecían buscar en mi alma -. Sentí un escalofrío recorrer mi espina dorsal cuando amenazó con que si daba un paso fuera, él no sabría qué hacer conmigo. Sus palabras eran un aviso, un límite que no debía cruzar. Pero en el fondo, algo en su mirada me decía que también había una promesa, un desafío que me invitaba a explorar los límites de nuestro acuerdo. La tensión entre nosotros era palpable, una mezcla de miedo y fascinación que me mantenía alerta a cada uno de sus movimientos.
Me encontraba en un estado de euforia, casi flotando, después de escuchar la respuesta de Astaroth. Había algo en su presencia que, aunque imponente y un tanto aterrador, me atraía de una manera que no podía explicar. Mientras él se retiraba con pasos firmes y decididos, algo dentro de mí se negaba a dejarlo ir. Así, sin pensarlo demasiado, comencé a seguirlo, mis pies moviéndose casi con voluntad propia.
Astaroth frenó en seco, como si pudiera sentir mi mirada clavada en su espalda. Se giró hacia mí; su expresión era difícil de leer, pero la impaciencia era evidente en el gruñido que escapó de sus labios.
- ¿Por qué me sigues? - preguntó con una voz que resonaba en los pasillos del castillo, haciendo eco contra las antiguas piedras. Me detuve, sintiendo un nudo en el estómago, pero la respuesta salió de mí de forma natural y sincera.
- No conozco el castillo y podría perderme - dije, mi voz apenas era un susurro en comparación con la suya.
Esperaba un rechazo, quizás incluso que él se enfadara, pero en lugar de eso, Astaroth solo gruñó una vez más, un sonido que extrañamente ya no me parecía tan amenazante.
Con un suspiro que parecía contener siglos de resignación, comenzó a caminar de nuevo. Esta vez, sin embargo, ajustó su paso al mío, como concediéndome permiso tácito para acompañarlo. Aunque no dijo nada más y yo no me atreví a romper el silencio, sentí que en ese simple gesto se escondía algo más, una aceptación a regañadientes de mi presencia. Jamás pensé que lo seguiría en silencio, observando la imponente figura de su espalda, mientras se abría paso hacia un despacho que destilaba lujo y poder. Una vez adentro, él se desplomó con autoridad sobre un gran asiento de cuero negro, su mirada severa advirtiéndome sin palabras que mantuviera un silencio sepulcral. El aire estaba impregnado de un aura de misterio y respeto. No pude evitarlo, mi curiosidad me impulsó a caminar alrededor de aquel lugar, aunque mis pasos eran ligeros, casi imperceptibles.
Fue entonces cuando noté algo peculiar: los estantes imponentes y elegantes estaban desprovistos de libros. En un mundo donde el conocimiento y el poder a menudo van de la mano, la ausencia de tomos y escrituras me pareció un enigma. Sin embargo, mi atención pronto se desvió hacia unas hojas esparcidas sobre un escritorio de caoba. Al acercarme, pude ver que estaban cubiertas de palabras en un idioma que no lograba reconocer, con caracteres que bailaban ante mis ojos, formando patrones extraños, casi vivos. Sentí una mezcla de fascinación y temor, una advertencia silenciosa de que estaba adentrándome en terrenos desconocidos, en secretos que tal vez no estaba destinada a comprender.
Absorta en mis propios pensamientos, no me percaté de que habían tomado forma de palabras y escapado de mis labios. Fue entonces cuando sin querer murmuré en voz alta, cuestionando cómo podía existir tal clase de lenguaje, ese que parecía retorcer el aire mismo y pintar sombras en los rincones más oscuros de la sala.
Astaroth, que hasta ese momento había estado absorto en unos papeles antiguos, levantó su mirada hacia mí, sin mostrar sorpresa ni alteración alguna. Su voz firme y serena explicando que era el lenguaje demoníaco un modo de comunicación tan antiguo como el mismo tiempo y tan complejo que pocos mortales podrían llegar a comprenderlo en su totalidad. Aunque sus palabras eran claras, su significado se entrelazaba con un velo de misterio y una profundidad que me sobrepasaba.
- ¿Ya capturaron a los culpables? ¿Por qué no me regresan a la Tierra?- pregunté sin vacilar mi impaciencia marcando cada palabra. La situación era surrealista, y aún así mi deseo de volver a la normalidad era lo único que podía entender claramente.
Astaroth, cuyo nombre evocaba imágenes de antiguos textos y advertencias susurradas en la oscuridad, frunció el ceño con evidente molestia.
- ¿Acaso Asael no te informó de nada? - su tono era tan frío como el vacío entre las estrellas, y en ese momento, un escalofrío recorrió mi espina dorsal.
- La información que me dio fue muy vaga - respondí, intentando mantenerme firme bajo su intimidante presencia. La verdad era que Asael había compartido detalles, pero tan encriptados y llenos de terminología desconocida que poco había logrado comprender.
Sus movimientos eran lentos y deliberados; dejó los papeles que revisaba y con un gesto tan humano como inesperado posó sus manos sobre su rostro y soltó un suspiro cansado. En ese momento, su mirada se cruzó con la mía y supe que lo que estaba a punto de decir cambiaría mi destino para siempre.
- Tú no eres como las otras almas que llegan aquí - comenzó; su voz profunda resonaba en el silencio que nos rodeaba. Hablaba de mi amiga, quien entregó mi alma y cuerpo al infierno en un pacto que jamás logré entender completamente.
Astaroth continuó explicando con una serenidad que contrastaba con la tormenta de emociones dentro de mí. Si yo decidiera regresar a la Tierra, sería a un mundo donde mi existencia habría sido borrada de la memoria de todos mis seres queridos. Mis padres, mis amigos, aquellos momentos compartidos, risas y lágrimas, todo sería como si nunca hubiera sucedido. Pero ¿acaso tenía otra opción?, ¿Podría realmente abandonar todo lo que conocía y amaba, aunque ellos ya no me recordaran?
- Tiene que haber otra opción para regresar sin que pierdan la memoria - dije; mi voz apenas un susurro entre los ecos de un mundo que parecía desmoronarse a nuestro alrededor. La desesperación teñía cada sílaba, una súplica por una solución que se escurría como agua entre los dedos.
Astaroth lucía un semblante de cansancio que nunca antes le había visto. Sus ojos, un abismo de secretos y sabiduría antigua, reflejaban un atisbo de resignación.
- Asael tiene que hablar con Elohim - dijo finalmente y su voz grave resonanba con el peso de un destino inalterable.
Astaroth con su presencia imponente como un trueno lejano terminó de explicarme por qué había sido traída aquí. Según él, mi llegada al infierno había desencadenado una serie de eventos que ahora involucraba a todos en este reino de fuego y desesperación. Asael, que al parecer era alguien de gran importancia aquí, le había ordenado esconderme en su territorio del Orgullo hasta que encontraran la manera de "solucionar todo".
Mientras Astaroth volvía su atención a los papeles que sostenía, no pude evitar sentirme abrumada por la realidad de mi situación. Lo observé a Astaroth tratando de descifrar algún indicio de lo que podría estar pensando o planeando. Pero su expresión era indecifrable, tan enigmática como todo lo que me rodeaba en este lugar.
La idea de estar escondida en el territorio del Orgullo bajo la protección de uno de los seres más poderosos del infierno era tanto aterradora como intrigante. A pesar del miedo y la incertidumbre que me invadían, una parte de mí no podía evitar sentirse fascinada por la complejidad de este mundo subterráneo y las criaturas que lo habitaban. Mientras Astaroth se sumergía nuevamente en sus papeles, me prometí a mí misma que haría lo necesario para entender mi papel en esta historia y de alguna manera encontrar mi camino de regreso a casa o al menos aprender a sobrevivir en este lugar que ahora se presentaba ante mí con sus innumerables misterios y peligros.
F. P. 🦋
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