10
Estén alerta y oren para que no caigan en tentación. El espíritu está dispuesto, pero el cuerpo es débil.
Mateo 16:41
Cuando salí de la habitación, luego de mi conversación con Asael, me envolví rápidamente en una capa y sentí cómo su tela suave rozaba mi piel y me brindándome un efímero consuelo antes de enfrentar lo que venía. El aire en el castillo parecía más frío, más denso, como si presagiara la tempestad que estaba por desatarse. Mis pasos decididos, pero cautelosos me llevaron hasta la salida, donde la figura imponente de Astaroth esperaba con un rostro visiblemente molesto. Al verlo, un escalofrío recorrió mi espalda, pero me mantuve firme, recordando las palabras de Asael, aquellos consejos envueltos en misterios que ahora parecían cobrar sentido.
Asael con su presencia tranquila, pero firme se acercó a explicarme la situación con una claridad que antes había faltado. Debía acompañarlo a su territorio, un lugar reservado para aquellos lo que consumidos por su orgullo necesitaban aprender lecciones difíciles. Aunque la idea me aterraba, algo en su tono, en su mirada, me hizo confiar. No era una elección, era una necesidad. Astaroth con su rostro todavía surcado por la molestia parecía un recordatorio viviente de las consecuencias de desafiar las normas en este mundo donde lo sobrenatural era ley.
La decisión estaba tomada y a pesar del miedo que me embargaba, sentí una extraña sensación de determinación. Este viaje no era solo un desplazamiento físico, sino un tránsito hacia lo desconocido, hacia una lección que estaba destinada a aprender. Asael con su presencia reconfortante se convirtió en mi guía en este camino hacia lo incierto. Astaroth, aunque todavía imponente, ya no me parecía una figura tan amenazante. Quizás en este viaje no solo aprendería sobre el castigo de los orgullosos, sino también sobre una fuerza en mí que no sabia que tenía. Con esa esperanza anidada en mi corazón, di el primer paso hacia una aventura que cambiaría mi vida para siempre.
Me acerqué a Astaroth con el corazón latiendo a un ritmo frenético. La anticipación de lo desconocido me envolvía en un manto de emoción y miedo. Su presencia era imponente, y aunque no podía descifrar completamente sus intenciones, había algo en él que me impulsaba a seguir adelante, a buscar su guía. Sin embargo, antes de que pudiera procesar el siguiente paso, su mano cubrió mis ojos, sumiéndome en una oscuridad total. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, no por miedo, sino por la repentina brisa helada que parecía envolverme por completo, como si el mundo alrededor hubiera cambiado.
Cuando Astaroth retiró su mano, la luz inundó mi visión, y lo que vi ante mí me dejó sin aliento: un imponente castillo blanco se alzaba majestuosamente bajo un cielo de un azul profundo que nunca había visto. Era como si hubiéramos sido transportados a otro reino, uno que desafiaba toda lógica y comprensión. La belleza del castillo era inigualable, con torres que se perdían en el cielo y muros que brillaban bajo el sol, como si estuvieran hechos de luz pura. Todo en ese lugar parecía vibrar con una magia antigua y poderosa, una magia que sentía que ahora formaba parte de mí.
Astaroth comenzó a caminar hacia el castillo, y aunque su paso era tranquilo, había una urgencia en su voz; cuando miró hacia atrás, me instó a seguirlo rápidamente.
— Muévete, camina rápido — dijo, y su tono no admitía réplica.
No había tiempo para dudar o temer; algo dentro de mí sabía que este era el camino que debía tomar. Así que corrí, siguiendo sus pasos hacia el desconocido que me esperaba en ese castillo de sueños y sombras. Con cada paso sentía cómo mi antigua vida se quedaba atrás, lista para comenzar un nuevo capítulo en este mundo infernal, guiada por Astaroth hacia un destino que aún no comprendía pero que ansiaba descubrir.
Desde el momento en que seguí a Astaroth hacia el interior del castillo blanco, supe que esta experiencia sería diferente a cualquier cosa que hubiera vivido antes. El esplendor del lugar era innegable; cada pared, cada suelo, cada techo brillaba con una luz pura que parecía emanar desde el interior de las mismas piedras. A pesar de su belleza, el castillo tenía una cualidad solitaria, una ausencia de vida que lo diferenciaba radicalmente del bullicioso y servil entorno del castillo de Asael. Aquí no había súbditos que se desvivieran por atender cada capricho, no había risas ni conversaciones que llenaran los extensos corredores, solo estábamos Astaroth y yo, avanzando en un silencio que era tanto incómodo como reverencial.
La guía de Astaroth fue inquebrantable. A pesar de la magnificencia que nos rodeaba, ni siquiera hubo ni una sola vez que se detuviera para permitirme admirar la belleza del castillo. No fue hasta que llegamos frente a una puerta particular que su paso finalmente se ceso. Esta no era como las demás puertas del castillo; mientras que el resto eran grandes y ostentosas, esta era relativamente modesta, aunque no por ello menos impresionante. Estaba hecha de un material que parecía absorber la luz a su alrededor, lo que la hacía destacar en el resplandeciente entorno. Astaroth se giró hacia mí y con una voz que llevaba consigo el peso de la autoridad ordenó:
— Entra
El corazón me latía con fuerza en el pecho. No sabía qué me encontraría al otro lado de esa puerta, salvo la curiosidad y una extraña sensación de destino. Nunca había sentido tal mezcla de miedo y determinación en mi vida.
— No pueden encerrarme siempre — grité con todas mis fuerzas, intentando convencerme más a mí misma que a aquellos que pudieran estar escuchándome. Quería creer que aún tenía control sobre mi destino, que podía cambiar el curso de mi historia.
Astaroth con su presencia imponente y mirada penetrante se acercó a mí con pasos decididos, como si fuera el dueño de cada sombra que nos rodeaba. Mi corazón latía con fuerza, casi pudiendo escucharlo en el silencio que nos envolvía. Antes de que pudiera reaccionar, estaba frente a mí, tan cerca que podía sentir su aliento. Pegó su frente con la mía y por un momento el tiempo pareció detenerse. Sus ojos oscuros como la noche sin estrellas no reflejaban emoción alguna, pero su gesto era el de alguien que no acepta un no por respuesta.
Con un movimiento ágil y preciso, giró la manija de la puerta que tanto temía y sin dar lugar a protestas, me empujó hacia el interior de la habitación. La luz se desvaneció tan pronto como la puerta se cerró tras de mí, dejándome envuelta en una oscuridad total. Mi corazón aún palpitante fue el único sonido que llenó aquel nuevo espacio, un lugar del que había intentado escapar, pero que ahora se convertía en mi realidad. A pesar del miedo que me embargaba, algo dentro de mí sabía que este era solo el comienzo de mi verdadera historia.
Desde el momento en que mis ojos se abrieron, la familiar sensación de estar encerrada entre cuatro paredes se apoderó de mí. Una vez más me encontraba en un confinamiento, un lugar donde los orgullosos son castigados, un rincón olvidado por la gracia y la misericordia. Al principio no entendía por qué estaba aquí. Yo, que siempre me había considerado justa y recta, ¿cómo podía terminar en este lugar de penitencia? Y mientras las horas se convertían en días y los días en una eternidad sin fin, comencé a reflexionar sobre mis acciones, sobre mi orgullo.
El silencio de la habitación era ensordecedor, y solo estaba acompañada por mis pensamientos y el eco distante de lamentos. Empecé a darme cuenta de que el infierno de hecho tiene niveles de castigos.
La habitación, que al principio parecía una prisión, comenzó a sentirse como un santuario de reflexión. Aunque no sabía cuánto tiempo me quedaba en este nivel de castigo o si alguna vez saldría de él, una cosa se volvió clara: la verdadera libertad no viene de estar fuera de estas cuatro paredes, sino de liberarse de las cadenas del orgullo que encarcelan el alma. Y con esa realización por primera vez en mucho tiempo sentí una chispa de esperanza arder dentro de mí.
Aquella tarde, mientras el sol comenzaba a ocultarse, mis ojos recorrieron cada rincón de mi encierro, deteniéndose en la ventana que hasta entonces había pasado desapercibida en mis planes de fuga. Al acercarme, noté que la distancia al suelo no era tan grande como había imaginado. Sin pensarlo dos veces, abrí la ventana y me deslicé hacia la libertad.
El impacto contra el suelo fue menor de lo esperado, solo unos cuantos rasguños adornaron mis piernas como medallas de mi osadía. Por un momento, el miedo y la duda se apoderaron de mí, preguntándome si había sido sabia mi decisión. Pero entonces, la brisa de la noche rozó mi cara, y con ella, el dulce sabor de la libertad. Me puse de pie, miré hacia atrás solo una vez para grabar en mi memoria el lugar de mi cautiverio y comencé a correr. Corrí con todas mis fuerzas, sin mirar atrás, sintiendo cómo el aire frío llenaba mis pulmones y cómo mi corazón latía al ritmo de mis pasos.
La salida del castillo parecía estar a años luz, pero mi determinación era más fuerte que cualquier distancia. Cada zancada me alejaba más de mi antigua vida y me acercaba a un futuro incierto, aunque libre. Finalmente, cuando las puertas del castillo quedaron atrás, supe que había comenzado un nuevo capítulo en mi vida. A pesar de los rasguños y el cansancio, nunca me había sentido tan viva. La libertad tiene un costo, pero en ese momento, mientras la luna iluminaba mi camino, supe que estaba dispuesta a pagarlo a cualquier precio.
En ese momento crucial, justo al umbral de la libertad sentí una mano firme sujetando el borde de mi camisa, deteniéndome en seco. Mi corazón se aceleró y el miedo se apoderó de mí como una ola fría. Al girarme, me encontré cara a cara con Astaroth. Sus ojos profundos y oscuros me miraron fijamente y por un instante, el tiempo pareció detenerse. Sabía que tenía que actuar rápidamente, distraerlo de alguna manera para poder escapar. Mi mente corrió a través de un millar de opciones, descartando una tras otra en una fracción de segundo hasta que solo quedó una, tan audaz como inesperada.
Sin pensarlo más me incliné hacia adelante y lo besé. Fue un acto impulsivo, movido más por la desesperación que por el deseo, una táctica de distracción en su forma más pura. Sentí cómo su sorpresa inicial se transformaba lentamente en otra cosa; su agarre en mi camisa se aflojaba mientras la confusión y la curiosidad lo envolvían. Ese breve momento de desconcierto fue todo lo que necesitaba. Me aparté, mirándolo fijamente a los ojos, buscando en ellos algún indicio de su próximo movimiento.
De repente, él me miró a los ojos, y en ese instante el mundo a nuestro alrededor dejó de existir. Vi cómo su sonrisa se dibujaba de lado, haciéndome suspirar en la quietud de la noche. Su mirada era intensa, pero en ella encontré una calidez que me envolvía, haciéndome sentir segura, importante. Fue entonces cuando se acercó lentamente, disminuyendo la distancia que nos separaba, y sin decir una palabra hundió sus labios con los míos.
Ese beso fue como un dulce hechizo, un momento suspendido en el tiempo que deseé que nunca terminara. Sentí cómo todo mi ser se estremecía, cómo cada célula de mi cuerpo respondía a su contacto.
Después del beso, el aire entre nosotros se volvió eléctrico, cargado de una tensión que nunca antes había experimentado. Astaroth con una sonrisa coqueta que le iluminaba el rostro de una manera casi sobrenatural y una voz que mezclaba advertencia y diversión me miro fijamente a los ojos.
— No lo intentes de nuevo, sería peligroso — me dijo, no sabia si se refería al beso, a la proximidad entre nosotros o a algo aún más profundo y oscuro que se escondía en sus palabras. Pero antes de que pudiera indagar más, sentí su mano cálida agarrando la mía, firme, aunque gentilmente y guiándome de vuelta al castillo.
El camino de regreso estuvo envuelto en un silencio cómplice, mientras mi mente daba vueltas alrededor de sus palabras. ¿Peligroso para quién, para él, para mí o para los frágiles hilos del destino que parecían entrelazarse más con cada paso que dábamos juntos? Mientras recorríamos los pasillos iluminados por antorchas del castillo, no pude evitar sentir una mezcla de temor y excitación. La idea de lo prohibido, de adentrarme en terrenos desconocidos y posiblemente arriesgado con Astaroth encendía en mí una chispa que no estaba preparada para extinguir.
Al llegar a la puerta de mi habitación, Astaroth soltó mi mano con reluctancia y su mirada se tornó profundamente seria, casi vulnerable.
— Cuida de ti misma — murmuró, antes de darse la vuelta y desaparecer en la oscuridad del corredor.
Me quedé ahí parada con el corazón latiendo desbocado y una sensación de vacío por la pérdida de su contacto. Sabía que algo en mi interior había cambiado tras ese beso, tras su advertencia. Y aunque una parte de mí temía lo que el futuro pudiera traer, otra parte se sentía más viva que nunca, dispuesta a desafiar el peligro con tal de descubrir qué misterios y pasiones se escondían en la oscuridad junto a con Astaroth.
F. P.🦋
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