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Lulú

Para Lulú. Ahora, de alguna forma, sé que volviste a mí. También dedico ésta historia a Apollonia. En tí vive Lulú. Y para Kubrick. Mi leal y fiel amigo.

El trabajo sucio no es algo que siempre le gustara a pesar de que nunca ponía queja alguna. Luca Brasi era un desalmado, pero aún así, había momentos en que su corazón parecía mostrar señales de vida. Sin embargo, él procuraba que nadie se enterase de ello. Cualquier muestra de sentimentalismo por parte suya sería su fin. Sus enemigos lo tomarían como una provocación; sería mostrarse débil y él no era de esos. A Brasi le temían en todo barrio conocido desde que era un adolescente. Y aunque no siempre fue un matón, la fama de un hombre de cuidado siempre lo siguió, sobre todo desde que mató a aquel muchacho irlandés en Brooklyn cuando apenas tenía diecisiete años. Por entonces ya era una persona de porte serio: su cara cuadrada y poco amistosa dejaba en evidencia que no era alguien con quién jugar, y su amplia y musculosa espalda era tan solo una advertencia de qué, quien se metiera con él, seguramente no sobreviviría para contarlo.

Eso precisamente le sucedió a Jerry O'Connor, quien le debía a Brasi dos dólares de una apuesta relacionada al póker. Cuando Luca iba a verlo siempre le daba largas, y como por entonces Luca no era un busca pleitos, no respondió a la primera. Fue una tarde de domingo cuando no lo soportó más.

-O me pagas los dos dólares o te mato-fue lo que le dijo Luca a Jerry cuando lo interceptó de camino a su casa. Lo metió a un callejón dónde le dió una paliza y seguido de ello, lo mató cuando Jerry le dijo que no tenía ni un solo centavo. Los que se enteraron del incidente supieron que Luca le reventó el cráneo con el pie derecho, aunque también corría la historia de que Brasi simplemente hizo chocar la cabeza de O'Connor contra la pared del edificio. Fuera cual fuera la versión, el hecho liso y llano es que cuando encontraron el cuerpo del muchacho, su rostro estaba irreconocible. Alguien por entonces le apodó al matón: Luca 'El Gorila' Brasi.

Podría decirse que a esa edad se ganó el respeto de muchos, aunque la verdad es que le tenían más miedo que respeto. A los dieciocho empezó a boxear y eso solo aumentó su fuerza bruta. Su entrenador, un tal Carlo Montana, le llegó a decir que era su mejor estudiante y qué, con facilidad, podría romperle el cráneo a alguien usando sólo su pulgar o incluso podría reventarle las tripas de un golpe. Claro está que cuando Luca dejó el ring no tardó en encontrar un trabajo haciendo lo mejor que sabía hacer: intimidar y golpear. Hasta asesinar si era necesario. Se volvió un hombre frío y calculador; los otros hombres le tenían miedo y algunas mujeres, por alguna extraña razón, se volvían locas por él. Ese fue el caso de Anita De Santis, su primera y última esposa. Cuando se casaron él tenía veinticuatro y ella diecisiete. Y a pesar de que Luca nunca dejaba de golpearla, ella se negaba a dejarlo. Simplemente lo amaba de la manera más ciega. Hasta en el momento en que quedó embarazada, Luca Brasi la hizo abortar a patadas, puesto que se negaba a mantener una boca más. Un día Anita enfermó y murió, así nada más. Eso poco le importó a Luca. No la amaba y se sentía más cómodo en su trabajo con los capos de la mafia que solían contratarlo para que les sirviera de sicario.

Pero como todo gran monstruo, Luca también tenía su debilidad. Su porte serio y aterrador se veía afligido cuando se encontraba en la calle a una de esas pobres almas desdichadas que no podían defenderse de los abusadores solo porque no sabían hablar y no eran lo suficientemente fuertes. A Brasi los perros lo volvían el hombre más amoroso del mundo, y si de dar la vida por un animal se trataba, él estaba dispuesto a hacerlo de la misma forma en que daría la vida por su Don. Cuando era niño había rescatado a una camada de perros que alguien había abandonado dentro de una caja no muy lejos de su casa. Su padre le dió una paliza por llevar animales al departamento, pero eso no fue impedimento para que Luca les diera de comer e incluso les consiguiera hogar entre los vecinos de los barrios.

Fue pocos días antes de su muerte que conoció a su última gran amiga.

Había sido invitado a la boda de Connie Corleone en la finca de Don Vito ubicada en Long Beach. Aprovechó la ocasión de que el Don estaría recibiendo a todos los que quisieran hablar con él gracias a una vieja tradición Siciliana. Sin embargo, él en lugar de pedirle un favor como todos los demás, simplemente quería agradecerle el haber sido invitado. No tardó en comunicárselo a Tom Hagen para que programara el encuentro. Cuándo estuvo frente a Don Vito las rodillas le comenzaron a temblar, puesto que era posiblemente, el único hombre al que le tenía un auténtico respeto. Aquello no se le salió de la cabeza por el resto de la tarde. De regreso a su casa pensó en lo bien que lo habían tratado los Corleone a pesar de sus diferencias en el pasado, sobre todo con Tom Hagen, a quien casi mata por haberse acostado con una de sus novias. De no haber sido por la sabia intervención del Don, posiblemente y Tom no siguiera vivo y el consigliare de la Familia sería otro.

Sus pensamientos se dispersaron cuando doblando en un recodo algo llamó su atención. Era un sonido que ya conocía de sobra y que hacía años no conocía. El lamento de una pobre e indefensa cachorrita que lloraba oculta dentro de un bote de basura. Luca se detuvo y se acercó a los recipientes, buscando el origen del llanto. Revolviendo entre papeles y restos de comida, ensuciando su smoking, finalmente la encontró. No tendría más de unas cuantas semanas de nacida. Estaba delgada y apenas y podía moverse, pues estaba tanto deshidratada como hambrienta. Sostuvo a la perrita de color marrón entre sus brazos y la miró con curiosidad.

-Hola, pequeña-saludó al animalito mientras aún lloraba-. Hola. Pero quién habrá sido el bastardo que te dejó aquí.

Miró al rededor suyo. La calle desierta no mostraba señales de vida aquella noche y comenzaba a hacer frío. Así pues, Luca tomó la decisión de llevarse al cachorro a su casa.

A los pocos días la perrita engordó lo suficiente y se encariñó profundamente con Luca Brasi. Dormía tranquila sobre su cama y comía junto a él cada mañana y cada noche. Le había llamado Lulú y pensaba que el nombre iba perfecto con ella. Era sencillo y tierno, adecuado para una compañera como ella. Hacía tantos años que no tenía la compañía de un amigo así, que por primera vez en mucho tiempo sonrío. Le resultaba simpático el ver cómo Lulú saltaba de vez en cuando siempre que estaba feliz, o incluso cuando estaban cenando y ella terminaba su comida. Daba uno o dos saltos, y seguido de ello se posaba sobre la pierna de Luca, moviendo la cola llena de alegría. Luca, con restos de sobras en el rostro y en su servilleta, lanzaba una carcajada de simpatía.

-Anda, come, diablilla-decía arrojándole parte de su comida, ya sea una pierna de pollo o incluso algunas albóndigas de su pasta.

Se sintió aliviado los días siguientes a la boda de Constanza Corleone. No tenía mucho trabajo y estaba descansando lo suficiente. Se había enterado de que Tom Hagen había sido enviado a Los Ángeles a algún asunto que no era de su incumbencia. Era tiempo perfecto para sacar a pasear a Lulú, pensó Luca Brasi. Una tarde la metió dentro de una bolsa y dejó un hueco para que pudiera asomar la cabeza. Luca se vistió de forma discreta para no llamar la atención más allá de su corpulencia. Se puso su fedora favorito y una gabardina a juego, y posterior a eso salió de su departamento junto con Lulú, quien quieta dentro de la maleta, asomaba la cabeza de vez en cuando con una expresión de felicidad en el rostro y también sacando la lengua.

Luca tomó un taxi y se dirigió a Manhattan. A pie recorrió la Gran Manzana, paseando junto a su perrita. En Central Park le puso una correa y caminaron el resto de la tarde, deteniéndose solamente para comer algún bocadillo y para juguetear un rato. Ahí se sentía seguro, pues entre tanta gente, difícilmente alguien iba a saber quién era Luca Brasi. El parque estaba lleno de familias aquel domingo y de gente que también salía con sus perros. Pero Luca no veía a Lulú como si fuera solo un animal. Hasta cierto punto y en ya poco tiempo, la consideraba parte de su familia.

Era como su hija.

Aquella noche, después de un largo día con ella, Luca se desvistió y encendió la radio. Mientras escuchaba música y mientras a lo lejos se oía el bullicio de la ciudad, en su pequeño departamento dos ruidos en particular se hacían del ambiente: el aceite friendo unas cuantas salchichas en la sartén, y los ladridos de Lulú, que aún llena de energía, corría de un lado a otro, jugando con un calcetín. El sicario sonrío de verla, y a la hora de cenar no dudó en compartir con ella. Cuando se fue a dormir subió a la cachorrita a su cama y la durmió a sus pies. En aquel momento olvidó una vieja costumbre que ya traía arraigada desde hacía años. Cargaba su revolver y la ponía junto a su mesa de noche. No lo hizo. Estaba demasiado concentrado en que debía llevar a su amiga al veterinario al día siguiente, y eso le hizo olvidar lo otro. Además, de que se encontraba convencido de que en el futuro ni siquiera iba a usar un arma. Sería Lulú quien cuidara de él.

Muy temprano por la mañana sonó su teléfono y lo despertó. Eran las nueve y media, así que se apresuró a atender. Se trataba de Tom Hagen llamando desde Long Beach. El Don quería verlo de inmediato para platicar un asunto privado. Brasi asintió y sin chistar dijo que sí a la orden del consigliare interino de la Familia. Se vistió y se tomó un café con las prisas. Sin embargo, se tomó su tiempo para dejar algo de comida para Lulú. Sirvió leche en un tazón y en otro dejó un pan. Acarició el lomo del animal antes de salir de casa y suspiró. Cuando la puerta se cerró, Lulú despertó.

"¿A dónde habrá ido?" se preguntó con curiosidad. Bajó de la cama dando un salto y corrió hasta la puerta, chillando. Así se mantuvo por un par de minutos. Cuando se dió por vencida volvió a su lecho, pero no sin antes darle un bocado al pan y un trago a la leche.

No fue sino hasta la llegada de Luca que Lulú volvió a bajar de la cama. Movió la colita llena de alegría y dando saltos, fue a recibir a su amigo. Luca estaba tanto feliz como asustado. Ella había devorado todo lo que le dejo y seguro tenía más hambre. La cargó entre sus brazos y le dió un beso en la cabeza. Sin embargo, en su mente resonaba con fuerza el encargo que le había dejado el Padrino, su más íntimo amigo, como le había llamado el día de la boda.

Aquella tarde se discutió un plan a puerta cerrada. Adentro de la oficina de Don Corleone solo estaban Tom Hagen y Santino acompañando a su padre. Y por supuesto, Luca Brasi. Se le reveló todo lo que se había discutido con Virgil Solozzo el día anterior. El "Turco", como era conocido en los bajos mundos, era un hombre al que Luca conocía bien por su reputación de narcotraficante. Se había aliado con la Familia Tattaglia y necesitaba el apoyo de Don Corleone para la distribución de la droga sin problemas legales. El Don se negó, y con miedo de que Solozzo se lo tomara personal, Luca sería enviado dónde los Tattaglia para investigar. Alegaría que no se sentía cómodo con los Corleone y que quería cambiarse de bando.

Eso era lo de menos. Luca estaba acostumbrado a ese tipo de encomiendas. Pero por primera vez en mucho tiempo, temió que algo le sucediera. No por él, sino por Lulú. ¿Quién iba a cuidarla si Luca no estaba?

Debía pensar positivo. Después de todo, era Luca Brasi, "El Gorila". Todos le tenían miedo, hasta Solozzo. De eso estaba seguro. Al igual que con otras encomiendas, tendría que tener la mente en blanco y ni siquiera pensar en su compañera. Habría que mantenerse despiadado y neutral, como la vez en que se deshizo de un bebé arrojándolo al fuego. O como las ocasiones en que mutilaba gente y aventaba los restos a los cerdos. Nada se le había escapado en su vida, y hasta donde estaba enterado, había escuchado que incluso el propio Don Corleone le tenía miedo. Eso sin embargo, no tenía ningún sentido para Luca. Don Corleone era el hombre al que más respetaba en todo el mundo, y si a alguien había que tenerle verdadero pavor, era al Don y no a Luca Brasi.

La Familia tenía miedo de que una guerra de bandas diera inicio, sobre todo después de que Santino se mostrara a favor de los negocios de Solozzo durante el encuentro en Long Beach.

El día en que Luca Brasi fue al encuentro de los Tattaglia, las cosas comenzaron a desmoronarse para Los Corleone. Desde temprano Luca se comenzó a alistar a la vista de una quieta y tranquila Lulú, que se limitaba a observar con curiosidad las cosas que su amo llevaba consigo. Debajo de todo el traje y de su abrigo iba bien protegido con un chaleco blindado, y al rededor de este, una pistola iba bien oculta montada en un cinturón de cuero café. Llegada la hora de irse, Luca se sentó al borde de la cama y tomó a su perrita entre sus brazos.

La abrazó y ésta comenzó a lamer su rostro. Ninguno de los dos estaba seguro de qué iba a ocurrir aquella tarde, pero muy en el fondo, Luca tenía una idea de ello.

—Lulú—dijo hablando en siciliano—, tuo padre ti vuole bene assai...bene assai!

Eso fue lo último que Luca le dijo a Lulú. Después de verlo salir por la puerta nunca volvió a saber de él, y cuando una vecina la escuchó chillar adentro del departamento del sicario, la sacó con ayuda de su hijo y la adoptó. Pero aún así, a pesar de tener todas las comodidades, la perrita nunca dejó de ir al departamento de Luca a esperarlo en la entrada principal, con la esperanza de que volviera.

Fine

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