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Capítulo 9: "Facebook".


Siglo XVII. Europa.

—Morirán por la peste la semana próxima.

Una mujer pelirroja vestida con una túnica negra que ocultaba su rostro, se había metido en su pequeña morada en medio de la noche, cuando sus padres y su hermano dormían. Olía a leña quemada.

La hermana mayor se puso de pie, tambaleante. Estaba muy débil a causa de su extraña enfermedad.

—Váyase de mi casa —exigió entre susurros.

La hermana menor tosió. Ni siquiera fue capaz de sentarse.

—Si no toman una decisión, morirán. Sé que ustedes son dos campesinas, pero he visto que son inteligentes, y que su futuro podría ser prometedor si tomaran una decisión.

—Decido que se vaya de mi casa —insistió la muchacha. Se sentía débil, pero no daría el brazo a torcer.

La intrusa negó con la cabeza.

—No lo entienden. Están por morir ¡Lo he visto! —exclamó.

La jovencita le hizo una seña para que bajara la voz, mientras su hermana menor continuaba tosiendo.

—Las mujeres no tenemos otra opción que casarnos y vivir sometidas a los deseos de nuestros maridos... a menos que, claro está, nos unamos a él.

De repente, comenzó a sonar una balada dentro de la choza. Parecía una melodía extranjera, no podía distinguir con qué se realizaba el sonido repetitivo y a su vez, pegadizo. Adictivo.

La hermana mayor comenzó a sentirse mareada, y cayó de rodillas al suelo frío.

¿Qué era esa música? ¿Quién era esa mujer pelirroja? ¿Cómo tenía la certeza de que ellas iban a morir? ¿Quién era "él"?

Él me salvó la vida. Él me hizo inmortal. Si ustedes aceptan, él les dará cobijo.

¿Inmortal?

—¿Qué...? —la hermana mayor estaba perdiendo las fuerzas ¿Estaría alucinando?

A su vez, oyó cómo la tos de su hermana menor se había apaciguado con la música y cómo sus propios sentidos empezaban a adormecerse.

—Volveré la próxima semana. Sólo tendrán que decir que sí.

Y en ese instante, la mujer de túnica desapareció.



Otoño de 2019. Buenos Aires.

Ámbar recibió la solicitud de amistad de Alexander al día siguiente, el trece de abril. Le sorprendió, pero lo aceptó.

Pronto, empezó a revisar su perfil. Tuvo que contener una carcajada cuando vio que su perfil estaba lleno de logros en el "Candy Crush" y de fotos de su rostro tomadas desde abajo con un teléfono móvil de calidad media.

Le dio me gusta a su imagen y le escribió un mensaje privado.

<<La próxima vez, pídame que le saque una foto en el parque>>.

Como él estaba en línea, respondió rápidamente.

<<No entiendo ¿Por qué lo dice?>>.

<<Por las fotos que ha subido a su muro ¡Están mal capturadas!>>.

<<Lo siento, es que no comprendo mucho de las redes sociales. Cuando nos encontremos, le pediré que me tome una buena fotografía>>.

No pudo evitar sonreírle a la pantalla. Alexander era muy simpático.

—¿De qué te reís? —le preguntó Matías de repente.

Ella se sobresaltó.

—De un meme que vi en Facebook —mintió.

—Pasás mucho tiempo en las redes sociales —observó él—. Me asombra que todavía no tengas que usar anteojos.

Ámbar revoleó los ojos. Pensó que no era el momento adecuado para responderle a Alexander, por lo que abrió el archivo de Word de su novela y se puso a escribir.


* * *


<<Me quedé preocupado por lo de la foto ¿Me veo muy mal?>>

El mensaje de Alexander la sorprendió. Era muy tarde en la noche.

Ámbar le tomó una foto a Hojita, quien estaba echada en la alfombra, durmiendo.

<<Hojita dice que no>>.

<<La opinión de Hojita no cuenta. Le caí bien desde el primer día en que permitió que la atrapara>>.

<<Es verdad. Sin embargo... lamento decepcionarlo, pero es muy difícil caerle mal a Hojita. Tendría que ser un gato para que ella le gruñera>>.

<<No le presentaré a Zeus entonces>>.

<<Creo que es lo mejor que podría hacer>>.

Matías no estaba en casa, por lo tanto, podía tomarse la libertad de chatear con quien quisiera. Además, no estaba haciendo nada malo ¿Verdad?


* * * 


Dialogaron por horas. Alexander le contó que él adoraba coleccionar todo tipo de reliquias. Cuanto más antiguas, mejor. Le comentó que tenía una habitación en su casa en donde guardaba exclusivamente sus antigüedades.

<<¿Cuál es el objeto más añejo que tiene?>>.

<<Un anillo que perteneció a la madre de Fernando II de Aragón. Tiene como seiscientos años>>.

<<¡Mentira!>>

<<Alexander ha adjuntado un archivo>>. Cliqueó en la imagen, y era cierto. La joya era de oro y tenía un óvalo con una piedra de esmeralda algo percudida en su interior. Se veía algo deteriorado.

<<¡No puedo creerlo! ¡Es precioso!>>.

<<Lo es. También tengo libros antiguos... una biblia traducida por Juan de Valdés, un discípulo de Erasmo que tuvo que huir de la Inquisición. Está en castellano antiguo>>.

<<¡Me muero! ¡Es increíble! ¿Y dónde conseguís esas cosas?>>.

<<Me contacto con coleccionistas>>.

<<¿Y su reloj de plata?>>

<<¿El que llevo siempre en la muñeca? Tiene cien años nada más>>.

<<¿Nada más?>>

<<Comparado con los demás objetos, es bastante reciente... ja ja>>.

Ella quería decirle que le encantaría ver sus reliquias, pero no se lo dijo. En cambio, le entró una nueva duda:

<<¿Vos entendés español antiguo? Sino ¿Cómo hacés para leer esos libros?>>.

<<Sí. Estudié en la escuela>>.

<<¿En qué clase de escuela les enseñan español antiguo a los chicos? ¡Pregunto para anotarme!>>.

<<En una escuela de campo, ja ja ja>>.

Su respuesta le pareció misteriosa, pero no dijo nada más. Cerró el ordenador, y decidió que al día siguiente le respondería. Matías había salido con sus amigos y no estaba ahí para vigilarla, pero no importaba. Ella era una mujer casada y ya había hablado con Alexander más tiempo del que correspondía.

La escritora de Booknet decidió telefonear a su amiga, Lucero, porque justo ella le había avisado que se había peleado con su exesposo.

—¿Podés creer que tuvo el descaro de decirme todo eso? ¡Es un sinvergüenza!

—La verdad que sí —suspiró Ámbar—, pero lo importante es que sea un buen padre para Rocío.

—Es capaz de serlo... sólo si lo persigo —bufó—. No entiendo cómo no le sale del corazón comprarle los libros del colegio a su hija ¡Siendo que yo le pagué el uniforme completo con mi trabajo de chef!

—Sólo le importa de sí mismo. Es un descarado —suspiró.

No pudo evitar comparar al ex de su amiga con Matías. Ambos eran sumamente egoístas.

—Hablando de hombres inútiles... ¿Tu marido?

Le causó gracia que Lucero hubiera pensado lo mismo.

—Se fue.

—¿Te dejó sola otra vez?

—Ya estoy acostumbrada. Por lo menos así me da mi espacio... de hecho, tengo que contarte con quién estuve hablando.

Y ahí le comentó sobre los mensajes que había intercambiado con Alexander.



¡Muchas gracias por leer! ¡Nos vemos mañana!

Sofi.

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