Capítulo 8: "Misión divina".
Agosto de 1654.
Alex temía que, mientras más tiempo pasara, no hallara al asesino de sus padres.
Entrenaba físicamente por horas. Luego, leía y leía. Había aprendido sobre magia negra, sobre artefactos divinos, los cuales habían sido autorizados exclusivamente por el ángel Namael, como lo eran algunas piedras mágicas, anillos y collares de protección y especialmente, las armas blancas para luchar contra los demoníacos. También había estudiado las habilidades y debilidades de los Cazadores de Almas: su mano derecha.
Con su mano derecha, ellos perforaban el pecho de sus víctimas y apretaban su corazón, hasta alimentarse por completo de su alma cuando estaban por morir, robándose su último aliento.
Lamentablemente, todavía no se había creado un aparato para identificarlos. Tenían el don del camuflaje, y se escondían perfectamente entre los humanos...
Una noche, Dimitri apareció por su casa vestido con capucha. Alexander se asustó tanto, que tomó su daga y lo atacó.
Su Superior se defendió con un grácil movimiento y rápidamente lo sometió. Samaras acabó en el suelo, con su propia arma apuntándole justo en la yugular.
—Necesitas más entrenamiento, muchacho. Con esa lentitud, los devoradores de almas te harán pedazos.
12 de abril de 2019. Buenos Aires.
Alexander no podía dejar de tocar su reloj de plata. ¡Qué aburrido era vigilar a su alma! Compartir tiempo juntos en el trabajo, escuchar cómo se quejaba de su esposa e incluso oírlo hablar de su amante durante horas, era completamente tedioso. Debía hacer todo eso y más, mientras esperaba que llegara el día de su paro cardíaco.
Muchas veces se llevaba libros sobre magia negra a su trabajo. No porque estuviera interesado en practicarla, sino porque deseaba conocer más sobre los súbditos del Diablo: los Cazadores de Almas y las Brujas.
Ellos utilizaban sangre, huesos y diferentes sustancias venenosas para realizar hechizos que iban en contra de la voluntad divina de Dios y sus ángeles. Tenían una construcción mágica muy compleja, y aunque ya había leído miles de libros al respecto, cualquier detalle podía servirle. No olvidaba el hecho de que Mía había muerto en manos de un arma negra.
Los súbditos de Luzbel (el Demonio), muchas veces se aprovechaban de las almas fantasmales que vagaban por el mundo y los convertían en marionetas demoníacas o en demonios de bajo rango, para que pudieran asesinar a aquellas personas destinadas a ser cuidadas por los Emisarios. Para lograrlo, requerían de un correcto uso de la magia negra y de varios años de entrenamiento.
La sociedad maligna era muy compleja y organizada. Existían diferentes jerarquías de Cazadores y Brujas: estaban los líderes, los sicarios, los científicos, los herreros, los mensajeros, etcétera. Cada uno tenía su rol a cumplir, y eran muy perfeccionistas en su trabajo.
De entre todos ellos ¿Quién habría sido el que había asesinado a su familia en mil seiscientos cincuenta y dos? ¿Sería el mismo ser que había terminado con la vida de Mía? Nunca había podido descubrirlo.
Él era un Emisario del rango más bajo y no había logrado subir de nivel en más de trescientos años. Estaba en una especie de estancamiento, en un bucle sin salida.
Además, lo habían castigado: él había nacido en España, no en Argentina, y lo habían atado al último país por medio milenio debido a la tragedia de Mía Loncar. Lo habían culpado por su muerte prematura e innecesaria y lo habían enviado a limpiar el inframundo por cincuenta años: limpiarlo de aquellas almas en descomposición que parecían impregnadas a la humedad del Infierno.
Luego de cumplir su castigo, había continuado su búsqueda de los culpables, pero ni los espíritus ni sus Superiores supieron darle información que fuera útil. Sólo contaba con sus borrosos recuerdos.
—En los archivos confidenciales del Cielo no encontrarás nada. Sigue buscando en Argentina —le había dicho un ángel de alas doradas, una vez hubo regresado del inframundo.
Él vivió con el corazón destrozado. Se sentía culpable y miserable. Ocupaba su tiempo en cuidar a su alma destinada y en perseguir los mínimos rastros o pistas que pudiera encontrar sobre la noche en que Mía había sido asesinada.
Eventualmente, su pañuelo (el que ella se había puesto la noche de su muerte y que él había utilizado para detener el sangrado de su herida) había desaparecido, al igual que su cuerpo. La pesadilla de Alexander se había hecho realidad: el cuerpo de Mía, luego de un par de examinaciones, fue robado. También su pañuelo. Nadie supo qué y cómo sucedió, asumen que fueron los mismos asesinos quienes hurtaron el cuerpo.
Alexander tuvo cientos de pesadillas por eso.
Al cabo de unos años exiliado en Argentina, siguiendo pistas que no daban a ningún lugar y cuidando almas que no tenía ganas de cuidar, entendió que tenía que reconciliarse con su destino. Por lo tanto, encontró una buena manera de hacer dinero en dicho país: se había puesto una fábrica de chocolates en la Patagonia. Su negocio abrió más sucursales en otras localidades, y él ha tenido que adoptar diferentes identidades a lo largo del tiempo, para poder mezclarse con los humanos y vivir cómodamente.
Cuestión: tenía el trabajo de la industria metalúrgica, pero era sólo una fachada, su verdadera fuente de ingresos provenía de la fábrica de chocolate, como "nieto y único heredero" de la fortuna.
Por lo tanto, él tenía varias casas a su nombre en diferentes provincias, y también terrenos y vehículos. Sin embargo, le gustaba mantener eso en secreto ¿Qué eran los bienes materiales para alguien inmortal? Sólo una comodidad. Como estaría estancado en Argentina por trescientos once años más, por lo menos debía vivir dignamente ¿No?
Sin embargo, pensaba que no lo merecía. No merecía ser feliz luego de la muerte trágica de Mía Loncar.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos por gritos, provenientes de la vivienda del humano que debía estar vigilando. Se hizo invisible y se metió en la casa.
La esposa estaba rompiendo diferentes adornos contra la pared. Había un niño pequeño llorando en el sofá, tapándose los oídos en posición fetal.
—¡Fue un error! ¡Si me das una oportunidad, prometo que arreglaré todo! ¡Te compararé ese collar de rubíes que querías!
—¡Sos un mentiroso! ¿Cuántas veces debo perdonar que te acuestes con tipas veinte años más joven que nosotros?
—¡Ella me sedujo!
El alma destinada tuvo que esquivar una copa de vidrio que voló en su dirección.
Alexander sintió pena por el niño. Él no tenía por qué escuchar las peleas de los adultos, eso le dejaría traumas en el futuro.
El Emisario del Cielo no tenía poder alguno para mejorar la vida de los humanos y tampoco podía intervenir. Estaba prohibido.
Pero el aura blanca del pequeño, llena de pureza y armonía, lo obligó a accionar. Tapó los oídos de la criatura con sus manos invisibles y cerró sus ojos, tratando de transmitirle energía tranquilizadora.
—Siento... unas manos... muy suaves —balbuceó, dormitándose.
Una vez el pequeño se hubo dormido, se aseguró de que sus padres no estuvieran viendo para llevarlo a su habitación. Luego, colocó música relajante de fondo, para que la criatura no se despertara con las peleas.
No pudo evitar pensar que Ámbar tenía razón con respecto a los hijos: "Hay que tener un carácter especial para criarlos, ya que hay que ser muy cuidadosos para no generarles traumas". Estos dos, si seguían peleando violentamente delante de su pequeño, sólo iban a generar en él dolor e inseguridades.
Se sentó en el sofá a escuchar la discusión —para asegurarse de que el sujeto en cuestión no fuera asesinado—, y mientras tanto, tomó su celular —que también era invisible.
Abrió Facebook y se atrevió a buscar el perfil de Ámbar Boyer. Tenían como amigos en común a pocos compañeros de trabajo de Matías Greco.
Él decidió enviarle una solicitud de amistad. No iba a ser castigado por eso ¿Verdad?
El Cazador dejó un rastro en su vivienda.
Había habido casos demoníacos en Latinoamérica.
Ámbar tenía el aura púrpura.
Se estremeció con sus propios pensamientos.
—¡TE ODIO! —ahora un jarrón se estrelló contra el sofá, provocando que Alexander brincara del susto—. ¡NO VOY A PERMITIR QUE VUELVAS A SALIRTE CON LA TUYA!
El Emisario Samaras detestaba que la humanidad hubiera avanzado tan poco en estos tres siglos. Detestaba que las personas que tenían hijos no se preocuparan lo suficiente por ellos. Detestaba tener que hacer este tipo de misiones.
"Cobarde", lo había llamado Dimitri aquella vez que le había dicho que no quería ser testigo de violencia doméstica. "Podrías haber ascendido y estas escogiendo tus misiones si no hubiera muerto una chica humana, un alma destinada muy especial, a causa de tu propia negligencia".
La única forma en la que su vida cambiaría sería si él hallara al culpable de la muerte de Mía Loncar...
O que detuviera a los nuevos Cazadores que habían aparecido en Latinoamérica.
Aunque no dudaba de sus capacidades, era consciente de que su enemigo era peligrosísimo y astuto. Tan astuto que no podía evitar temer lo peor.
¡Muchas gracias por leer!
Sofi.
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