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Capítulo 7: "El parque".


El cinco de abril de dos mil diecinueve, Ámbar compró un pañuelo blanco en el parque, que se lo vendieron dos jóvenes que estaban juntando dinero para caridad.

Ella sabía que debía abrigarse el cuello si no quería enfermarse con el cambio de clima, por lo tanto, decidió que lo usaría siempre que tuviera que salir.


Era la séptima vez que se cruzaban en la plaza en ocho días.

Era seis de abril de dos mil diecinueve, y el suave sol otoñal acariciaba los árboles en la ciudad de Buenos Aires. Era un día espléndido.

—Lo veo más seguido a usted que a Lucero —comentó Ámbar, divertida.

Alexander se sorprendió por el pañuelo que la señora Boyer llevaba puesto. Le parecía demasiado costoso como para combinarlo con ropa deportiva, y le hacía acordar al que llevaba Mía puesto esa noche.

Quitó ese pensamiento de su cabeza. Simplemente no era posible que Mía y Ámbar compartieran el alma.

—Hola, Ámbar. Hola, Hojita —las saludó rápidamente, y le rascó la orejita a la perrita—. ¿Qué tal su día?

—Tuve una mañana bastante productiva como escritora. He vendido varias suscripciones y he avanzado bastante con mi historia ¿Usted?

No podía decirle que hoy estaba vigilando a un alma destinada por este barrio. Tampoco podía contarle que, al mismo tiempo, estaba buscando rastros de un Cazador de Almas.

No se habían registrado nuevos ataques en Latinoamérica, pero los Emisarios no podían darse el lujo de relajarse. Especialmente desde mil ochocientos treinta, con el doloroso homicidio de Mía Loncar.

—Yo también avancé con su libro. Me gusta mucho. También comencé a leer: "Mi viaje en el tiempo". Espero que no me rompa el corazón con alguna muerte trágica.

—Veo que es un ávido lector —ella le dedicó una sonrisa—. Lea hasta el final, no se arrepentirá.

—Amo leer. Cuando tengo un tiempo libre del trabajo, es todo lo que hago —mintió. No era necesario decirle que, mientras su alma destinada dormía, él se ponía a leer... ya que los Emisarios necesitaban pocas horas de sueño.

—¿Quiere acompañarnos un poco a caminar?

Tragó saliva.

No debo establecer vínculos con los humanos.

No debo establecer vínculos con los humanos.

No debo. La última vez, una humana perdió la vida.

Estoy condenado. Podría condenarla a ella también.

Sin embargo, la mirada expectante de la mujer acabó convenciéndolo.

—Está bien, caminemos.

Comenzaron a dar una vuelta tranquilamente alrededor del parque. El paisaje otoñal y el sol estaban muy agradables. Sin embargo, Alexander estaba un poco paranoico. Primero, porque no podía dejar de comparar a Boyer con Loncar. Segundo, porque Dimitri ya lo había regañado por perder tiempo con los humanos. Tercero, los Demoníacos habían vuelto a aparecer, y no quería que descubrieran la existencia de un alma púrpura.

—¿No debería estar trabajando? —preguntó Ámbar, interrumpiendo sus pensamientos.

—Tengo horarios rotativos. Mi puesto es similar al de su esposo, pero tiene esa desventaja —explicó.

La escritora de Booknet se encogió de hombros.

—¿Dije algo malo? —temía haberla ofendido.

—No, para nada. Sólo que las cosas no están bien entre Matías y yo. Él no suele acompañarme a ningún lugar, aunque tuviese tiempo libre... pero me obliga a visitar a su madre y a sus hermanos. También me pide que atienda a sus amigos en casa, y estoy realmente cansada.

—Eso no me parece justo. Y por lo visto, usted no soporta a su familia política —recordó lo que Ámbar le había contado el otro día sobre tener bebés.

—La verdad es que no. Mi suegra es una metiche, y mis cuñados son unos cavernícolas.

—¿Cavernícolas?

—Sí. Se separaron de sus respectivas parejas, entonces se la pasan hablando sobre mujeres de una manera... desagradable.

—Entiendo. Es una falta de respeto que un hombre hable así de una dama —a veces le asombraba cuánto se había perdido la caballerosidad estos últimos doscientos años.

—Es una falta de respeto ver a las personas como objetos sexuales —enfatizó Ámbar—. Es esa la razón por la cual me considero demisexual. También un poco proculsexual.

—¿Cómo? —él desconocía esos términos, y todavía le sorprendía que una persona del sexo femenino hablara tan libremente de su sexualidad.

En otra época, decir algo así era totalmente mal visto y tabú. Hoy en día, hablar de "esos temas", era prácticamente como dialogar sobre el clima. Al menos, sabía que Ámbar lo veía de ese modo.

—Cierto que usted ha tenido poco contacto con las redes sociales, me disculpo. Ser "demisexual" significa sólo sentir atracción física si hay un vínculo. Es por eso que yo no puedo ver a los hombres como "objetos sexuales", sólo estoy con aquellos por quienes siento afecto. Por eso antes de Matías, estuve con un noviecito de la secundaria y con nadie más —comentó con total naturalidad, mientras Hojita saltaba por las montañas de hojas secas—. Y la proculsexualidad se refiere a sentir atracción por personas con las que sabemos que jamás estaremos, por ejemplo, una celebridad o un personaje ficticio. Debo confesar que me he enamorado de casi todos los protagonistas de doramas que he visto. "Doramas" son dramas coreanos —explicó.

—Hoy en día hay muchos términos para referirse a la sexualidad —Alexander se pasó la mano por el cabello, sin saber bien qué decir—. Sin embargo, no me extraña que una escritora se enamore de personajes ficticios.

—Como no puedo tener relaciones con el señor Darcy de la novela Orgullo y prejuicio, tuve que conformarme con aquellos con los cuales generé un vínculo.

—Es totalmente entendible.

De repente, él sintió la necesidad de confesarse con ella. Dijo algo que jamás, jamás en su vida había dicho en voz alta, y que la única persona que lo sabía era Dimitri Elenis.

—Yo conocía sólo los términos homosexual, heterosexual y bisexual —admitió—, pero voy a confesarte que soy bisexual.

—¿¡En serio!? —ella lo contempló con sorpresa.

—Sí. Cuando era más joven, solía sentirme solo por las noches, y pasaba un buen rato en burdeles —su rostro enrojeció al hacer semejante confesión—. Si me gusta la persona, no tengo problema si es hombre o mujer, pero siempre me he inclinado más por las mujeres. Me gusta su sensibilidad.

—¡Wow! —exclamó ella, sonriendo—. ¡Qué mente abierta que tiene a pesar de haber sido criado prácticamente en aislamiento en el campo! Y le hago una pregunta ¿Alguna vez se ha maquillado?

—No lo he necesitado, pero no tendría problema en hacerlo.

—Me encantan los hombres que no tienen masculinidad frágil. Creo que podríamos ser buenos amigos.

¿Pasar su tiempo inmortal con una mujer humana casada? Los Emisarios lo castigarían por ello.

Sin embargo, no pudo negarse.

—Claro. Sólo la sigo en Booknet, pero creo que podríamos buscarnos en Facebook.

—¡Por supuesto!

En ese instante, Ámbar se distrajo con unas vendedoras ambulantes. Le hizo una seña a él para que se acercara a los puestos.

Había distintas mesas en donde algunos trabajadores exponían perfumes para ropa, sahumerios, velas, sales de baño, difusores, etcétera. También había puestos de artesanías y artísticos.

—¡Cómo me gustan los sahumerios y las velas! —comentó Ámbar, disfrutando del perfume de los diferentes objetos.

Alex no pudo evitar mirarla: llevaba un pantalón de algodón negro, una sudadera azul, el pañuelo blanco y unas zapatillas deportivas de color gris. Su cabello negro estaba recogido en una coleta, y no se había maquillado. Su perrita estaba sentada a su lado, esperando que terminara de escoger una fragancia. Como cereza del postre, su aura única de color púrpura la rodeaba de pies a cabeza, convirtiéndola en una persona aún más radiante.

Era una mujer hermosa, alegre, inteligente e independiente ¿Cómo podía ser que Matías no quisiera pasar su tiempo libre con ella? Si él fuera su esposo...

Sacudió la cabeza. Tenía que apartar esos pensamientos, eran demasiado peligrosos. Tenía que recordar lo que le había sucedido a Mía por haberse metido con él.

—Me llevo esto —ella tomó dos velas, tres cajas de sahumerios y un difusor—. ¿Cuánto le debo?

—Pago yo —dijo Alexander. No le gustaba que una mujer tuviera que gastar su dinero estando él presente.

Ámbar lo contempló con una ceja enarcada y negó con la cabeza. La vendedora, una señora mayor, sonrió.

—¡Qué suerte que tenés, jovencita! ¡El bombón de tu esposo quiere pagar!

—No, señora, no es mi esposo —le lanzó una mirada letal a Alexander.

Él no se atrevió a insistir en pagar. Colocó las manos en los bolsillos de su pantalón, y se quedó esperando que Ámbar y la trabajadora terminaran de intercambiar dinero.

Sólo una mujer de aura púrpura adoptaría una actitud desafiante con un Emisario Inmortal, pensó.

Una vez que la joven terminó, se acercó hasta Alexander.

—Debería llevarse esta vela para su casa —le entregó el ya mencionado objeto—, perfumará muchísimo el ambiente.

¿Una humana le estaba haciendo un regalo?

—No hace falta, Ámbar.

—Insisto.

Mujer con carácter.

Él no tuvo más remedio que aceptar la vela.

—Muchas gracias, Ámbar. La prenderé cuando llegue a casa... —hizo una breve pausa—. Por cierto, recordé que debo entrar a Zeus a la vivienda, ha quedado afuera desde el almuerzo ¿La acompaño a su hogar?

Ella negó con la cabeza, y se despidió.

Hojita y la escritora de Booknet se habían ido... Dejando a Alexander con una horrible y extraña sensación de vacío en el pecho.



¡Muchas gracias por leer! 

Nos vemos mañana :) 

Sofi.

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