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Capítulo 47: "En peligro".

—Alexander no nos perdonará nunca —Chloe se encogió de hombros.

A pesar de que era la más impulsiva de las hermanas Samaras, también era la más sensible. Alysa, en cambio, no permitía que sus emociones nublaran su juicio.

—¿Acaso tenemos opción? —la mirada de la mayor de las hermanas era seria pero cargada de sentimientos—. Sólo así podremos salvar a nuestro hermano, y al mismo tiempo, cumplir con nuestro deber. La venganza vendrá después.

Aunque debería haberse acostumbrado a esperar, lo cierto era que le costaba mucho hacerlo.

—¿Cuándo se acabará esta tortura? No sé cuánto tiempo podré tolerarlo —Chloe deseaba echarse a llorar allí mismo.

Honestamente, nunca en su vida había tenido tanto miedo como en aquel momento.

Su hermanito menor estaba en peligro.

—Es un proceso que llevamos siglos esperando a que culmine. Y recién ahora el universo conspiró para dar lugar a una batalla final... —suspiró Alysa, caminando sin dejar huellas en la nieve y aferrada a su abrigo—. Aprovecharemos el momento para vengarnos.

—¿Y luego? Nos matarán.

—Ya lo hemos hablado mil veces. Si vamos a morir, será por una buena causa... y será solamente cuando hayamos logrado vengarnos. Vengarnos con nuestras propias manos... y en el proceso, tenemos que salvar a Alexander. Para salvar a Alex, debemos cumplir con nuestra misión ¿Te das cuenta?

Le dolía la cabeza, pero sabía que su hermana tenía razón. Alysa siempre tenía razón.

—Aunque nos odie para siempre por ello —concluyó Chloe, mirando con congoja la puerta de la cabaña donde su hermano y su amante se hallaban conversando.


25 de julio de 2019, 07:00 a.m. Bariloche.

Alexander recibió una llamada telefónica de un número que no conocía, pero tenía característica de Bariloche.

¿Sería de la fábrica, para preguntarle algo? Quizás debería ir allí junto a Ámbar, para mostrarle el lugar y de paso chequear cómo iba todo.

—¿Hola?

—¿Alex? —habló una voz femenina demasiado familiar.

Él tembló. Pudo imaginar sus ojos grises, su cabello castaño oscuro hasta casi la cintura, sus labios finitos y sus ropas humildes.

Alysa.

—¿Quién... habla? —preguntó, tembloroso.

Se levantó de la cama (sin despertar a Ámbar) y salió de la habitación. La casa todavía estaba a oscuras, ya que, en el sur del país, amanecía alrededor de las nueve de la mañana en invierno.

—Alex... ya sabes quién soy —soltó.

Su voz era la misma, pero hablaba un español moderno.

No podía estar llamándolo ¿Verdad? ¿Su hermana, una bruja, tenía el descaro de telefonearlo luego de haberse presentado con Ámbar y Dimitri y no con él? ¿Luego de haber implantado una estatuilla maligna y una vela blanca en su vivienda?

Sin embargo, lo único que fue capaz de decir fue:

—¿Aly? —le temblaron los labios.

Más allá de los errores que pudiera haber cometido su hermana, aún moría de ganas de hablar con ella y de darle un fuerte abrazo.

—Estoy aquí afuera.

—¿Afuera? —se le quebró la voz.

Si hubiera sido humano, su corazón estaría latiendo con violencia.

—Sí.

—Esperame, entonces.

Alexander se calzó, se abrigó tan rápido como pudo, y salió de la cabaña.

Al principio, no pudo ver más que la nieve iluminada por la luz de la calle. Luego, divisó a una mujer de cabello castaño y largo, cubierta hasta los pies con una túnica púrpura de terciopelo.

Corrió hasta ella y miró el rostro de cerca, para corroborar que no fuera una ilusión. Necesitaba comprobar que era cierto, y que su hermana vivía.

La joven lo contempló con sus ojos grises —eran exactamente iguales a los suyos, pero ella tenía unas manchitas amarillas cerca de las pupilas—, y sonrió. Su sonrisa le provocó una mezcla de emociones abrumadoras.

Era su hermana. Sin dudas.

Alexander la abrazó con fuerza, y comenzó a llorar. Lloró sobre su hombro, y notó que Alysa tenía el mismo aroma a madera y a flores que cuando vivían juntos en Europa. Cuando ninguno de los dos se había convertido en inmortal aun.

Su cuerpo temblaba de pies a cabeza, pero no era por el frío o la nieve, sino porque no podía creer que, luego de todo lo que había sufrido por su hermana, luego de todo lo que la había buscado, finalmente estuviera allí.

De pronto, ella se despegó y le acarició el rostro. Sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Has crecido mucho, hermanito.

—Vos te ves igual que siempre. Parecés de veinte años.

Alysa sonrió con melancolía.

—¿Cómo pudimos haber terminado en caminos tan diferentes? —susurró. Su voz era la misma de siempre.

Él le acarició las manos. Aún no podía creer que aquello fuera real.

—Lo mismo me pregunto... —Alexander sentía un nudo en la garganta—. Te he extrañado tanto... si hubiera sabido...

—No podías saberlo ¿Cómo imaginarías que, antes de morir, recibimos una visita de una Bruja? —sus ojos brillaban con intensidad y mostraban lágrimas deseosas por escapar—. ¿Cómo podrías imaginar que nosotras escogeríamos estar del lado de Luzbel con tal de sobrevivir?

Sus palabras le provocaron una punzada de dolor.

Eligieron a Luzbel para sobrevivir.

Dios ¿Estás haciendo las cosas bien?, apartó ese pensamiento de su cabeza.

—Las mujeres no tenían opción —le apretó las manos cariñosamente—. No puedo juzgarte por tu accionar.

—¿Acaso ahora tenemos elección? ¿Dios ha cambiado algo en estos trescientos cincuenta años?

Alexander se encogió de hombros. Él y Dimitri siempre se quejaban de la falta de innovación de los Celestiales. También solía preguntarse si Dios tenía razón en su obrar, pero no había querido ahondar en esos interrogantes filosóficos.

—Aunque los humanos son los encargados de difundir el poder divino, las iglesias no se han innovado mucho que digamos —resopló Alysa—. Siguen discriminando a los homosexuales y siendo machistas ¿Por qué una mujer no puede llegar a ser Papa?

Alexander le acarició el cabello a Alysa.

—Hermana, no nos hemos visto en trescientos años ¿Realmente querés hablar de eso? ¿Por qué no me contás cómo has estado?

Ella asintió. La notó un poco ¿Ansiosa? ¿Acaso tenía miedo de que algún inmortal los viera juntos?

Alexander había roto tantas reglas que ya no le importaba nada más.

—Puedo contártelo, pero eso me llevaría mucho tiempo ¿No querés verlo por vos mismo?

Sabía que su hermana usaría hechicería peligrosa al manejarse con recuerdos, entonces le pediría explicaciones antes de comenzar.

—Sí, pero esperá... necesito que me digas por qué implantaron los amuletos en la casa de Ámbar.

—Porque era parte del plan, Alex.

¿Parte del plan?

—¿Qué...? —Alexander retrocedió unos pasos.

Su dulce hermana campesina jamás le habría dicho algo así. Algo había cambiado en ella. La miró a los ojos, y percibió una profunda tristeza. Profunda e irreparable.

Alysa lo tomó de los hombros, y lo miró intensamente. Ella quedaba mucho más bajita a su lado de lo que recordaba.

—Por lo que veo, seguís siendo el mismo Alex ingenuo y de buen corazón. Siempre querés creer lo mejor de las personas. Por eso, necesito que veas con tus propios ojos, la verdad de la historia.

Dimitri le diría que no confiara en una Bruja, y lo regañaría si permitía que una le efectuara un hechizo.

Sin embargo, él necesitaba escuchar a su hermana.

—Aly, esperá...

No tuvo tiempo a reaccionar. Su hermana recitó unas palabras en latín, y presionó las palmas de sus manos contra las de Alexander, quemándolo y trasportándolo a un mundo completamente diferente.


25 de julio de 2019, 7:10 a.m. Bariloche.

Ámbar despertó porque una música extraña empezó a sonar en la habitación. Encendió la luz, y notó que Alexander y Samantha se habían ido.

Le pareció extraño, por lo tanto, se vistió con ropa deportiva y bajó las escaleras... sosteniendo la daga que le había regalado Samaras.

En la sala de estar vio una imagen que la horrorizó: Samantha había sido inmovilizada con una especie de amuleto enérgico de color bronce que destilaba un humo negro en forma de espiral. Estaba en el suelo.

Soltó un grito, pero se apresuró para intentar liberar a su amiga. Samantha le hizo seña con la mirada para que se fuera, pero como no podía hablar, Ámbar no entendió lo que quería mostrarle.

Boyer estaba temblando de pies a cabeza ¿Qué carajos había sucedido y dónde estaba Alexander?

Empezó a caminar por la sala de estar en busca de sus enemigos, pero sólo encontró un papel dorado sobre la mesa. Lo leyó en voz alta:

<<Así como inmovilicé a la fantasma, puedo hacerlo con tu hermano... también puedo torturarlo. Vení a Chile sola si querés salvarlo>>.

Ámbar empezó a temblar de pies a cabeza, y cayó de rodillas al suelo, sollozando.

No podía ser. No. Era una trampa, lo sabía.

—¿Dónde carajos está Alexander? —se preguntó a sí misma. Tenía que tomar decisiones, y no sabía que hacer.

A pesar del miedo que sentía, no podía quedarse allí tirada, llorando.

Se puso de pie y caminó hasta colocarse a la par de la fantasma. Apuntó su daga al aparato que mantenía cautiva a Samantha. Recordó los movimientos que había entrenado junto a Alex. Contó hasta tres, y dejó caer el arma sobre el amuleto de bronce.

Se escuchó un golpe seco, y al cabo de un instante, el humo negro dejó de salir.

—¡NO VAYAS! ¡NO VAYAS POR FAVOR! —Samantha se puso de rodillas y suplicó—: ¡ALEXANDER NO PUEDE SALIR DE ARGENTINA! ¡VAN A MATARTE!

—¿Dónde está Alexander? —preguntó Ámbar con preocupación, buscándolo por toda la casa. Espió hacia el jardín, y tampoco lo vio—. ¡Avisale que me voy!

—¡Ámbar! ¡Escucháme bien, por favor! ¡Esto lo hizo la hermana menor de Alexander! ¡Dijo que era para protegerlo, pero no le creo!

—Quizás sí quiera protegerlo: entregándome en bandeja a los Cazadores —el corazón de Ámbar latía con violencia—. Quizás no tengan opción.

—¡NO TE VAYAS, ÁMBAR!

Ignoró a la fantasma.

—No puedo creer que luego de todo lo que me ha pasado, me toque morir así —sus ojos se llenaron de lágrimas—, pero jamás me perdonaría si lastimaran a Lorenzo.

—¡Es una trampa!

Arrancó una hoja de su cuaderno y escribió una nota sobre la mesa explicándole la situación a Alexander. También le dejó un mensaje en Facebook por las dudas: que tenía que ir a buscar a su hermano. Ella era la única que podía salvarlo.

—¡Ámbar! —Samantha se paró de repente frente a ella, como si estuviera a punto de soltar una verdad reveladora—. ¡Tu alma debe de haber sido destinada!

La escritora de Booknet no se sorprendió, aunque el corazón le dolía. Muchísimo.

—Tiene sentido —movió la cabeza afirmativamente. Sintió una punzada de miedo en su interior al pensar en lo que los Demoníacos podrían hacerle. Sin embargo, no daría marcha atrás—, sino ¿Por qué atacarían ahora?

—¡No debes exponerte al peligro! ¡Tendrías que ir a buscar a Dimitri! ¿Por qué no lo llamás?

—Le enviaré un mensaje para decirle que no encuentro a Alexander. Tengo miedo de que le haya sucedido algo malo —de sólo pensarlo, se le encogía el corazón.

Alexander no la hubiera dejado sola. Algo malo había sucedido.

—Quizás descubrió a sus hermanas, y las está persiguiendo... por favor ¡No te vayas!

Ámbar, conociendo el corazón generoso de Samaras, pensaba que él podría haber sido engañado por cualquiera de sus hermanas.

A pesar de que le dolía en el alma tener que irse de esa manera, no podía perder tiempo. La vida de su hermano podría estar en grave peligro.

Le escribió un mensaje de texto a Dimitri que rezaba: <<Alexander desapareció, tengo miedo de que le haya pasado algo malo. Samantha fue atacada por magia negra, y mi hermano corre peligro>>.

—¡No vayas, Ámbar! —insistía la fantasma, mientras la escritora de Booknet preparaba una mochila con sus cosas imprescindibles.

Dejaría su computadora en la casa de Alexander. Luego escribiría en sus redes sociales que tardaría un poco en subir nuevo contenido.

—Llamaré a un taxi para que me lleve al aeropuerto.

—¡Ámbar! —sollozó la fantasma—. ¡Por favor! ¡No te vayas! ¡No quiero que mueras!

—Gracias por tu ayuda, Sam. Sos una gran amiga, a pesar de ser once años menor que yo.

—¡Justamente no quiero que mi amiga muera! ¡Ámbar! —se puso de rodillas.

A pesar de que la situación le rompía el corazón —la fantasma rogándole, Alexander desaparecido y su hermano en peligro—, trató de mantenerse fuerte. No podía dar marcha atrás. La pesadilla no acabaría hasta que ella no enfrentara su destino.

—No quiero morir —confesó, sollozando y marcándole a un taxi—. No quiero morir a los treinta y tres años. Quiero vivir. Quiero vivir en mi casa, con Hojita y dialogando con mis amigas. Ni siquiera hice tiempo a leer todos los libros que me regalaron —se interrumpió para dar la dirección de la cabaña. Cuando colgó, continuó—: llevo conmigo la piedra de Jerusalén, el anillo de la madre de Fernando y la daga que me dio Alexander. Quizás algo de eso me sirva para defenderme.

—¡Ámbar! ¡Vos misma viste cómo quedó Alexander luego de enfrentarse con un Cazador!

Nunca había visto a la fantasma tan desesperada. Le rompió el corazón.

—Lo sé. Me hubiera gustado ser capaz de ayudarlo con los misterios que rodean la muerte de Mía...

—¡Ámbar!

Muerta de frío, se quedó parada en la entrada de la casa, cubierta con abrigos. Cargaba una maleta pequeña que contenía sólo lo imprescindible: abrigo, dinero, entre otras cosas. Movía con nerviosismo su celular de una mano a otra.

—¡Ámbar, por favor! ¡No te vayas!

Negó con la cabeza. No quería morir... pero menos querría que su hermano muriera. Nadie más podía pagar los platos rotos por su aura púrpura.

Ignoró a la fantasma, quien seguía rogándole que no se fuera, hasta que el taxi llegó.

—Ojalá Alexander se encuentre a salvo —suspiró, con un nudo en la garganta, y se subió al vehículo.

Samantha, por supuesto, la siguió.

—¡Ámbar, no vayas!

—Al aeropuerto, por favor —le dijo al taxista, y acto seguido, se colocó auriculares. No quería escuchar más a la fantasma por el resto del viaje.


Muchas gracias por leer 💜

Sofi 💜

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