Capítulo 45: "Entrenamiento inmortal".
Ámbar despertó por un sonido extraño que sintió en el exterior. Levantó, y aguzó sus sentidos. Volvió a escucharlo: parecía que alguien estaba caminando por la nieve en el exterior de la cabaña.
—¿Samantha? —preguntó, pero sabía que la fantasma era silenciosa.
Alexander, quien parecía estar en un constante estado de alerta, despertó y se puso de pie.
—¿Qué pasa? —inquirió, caminando hasta colocarse a su lado, y miró hacia el ventanal.
Todavía en boxers, clavó la mirada en el vidrio.
No había nada.
Se acercó a la puerta balcón y la abrió. Salió descalzo a la nieve. Ámbar no pudo evitar pensar que él estaba loco.
Al cabo de un par de minutos, él volvió. Entró y cerró la puerta, temblando de frío.
Ámbar se apresuró a buscar una manta y envolverlo con la misma.
—¿Estás bien? ¡No tendrías que haber salido a la nieve descalzo! ¡Los inmortales también tienen que cuidar sus cuerpos!
A pesar de que él estaba tiritando, le dedicó una sonrisa, y le dio un beso rápido con sus labios morados.
—¿Qué...?
—Eso es por cuidarme.
Ámbar se sonrojó.
¿Por qué se ruborizaba por un besito, y no por tener sexo desenfrenado con él? ¿Era porque el besito era una demostración genuina de "afecto"?
—Sentate. Voy a preparar dos tés, así calentás tu cuerpo.
Puso la pava eléctrica, y preparó dos brebajes de frutos rojos. Se lo llevó a Alexander hasta el sofá, y se sentó a su lado.
—¿No viste nada?
—No.
—¿Huellas?
—Tampoco. Quizás estamos paranoicos, y sólo fue el viento.
Ámbar sabía que él le decía eso para consolarla, pero su "paranoia" era totalmente justificada.
Le tomó la mano a Alexander, que todavía seguía fría.
—Sos un loco... ¿Cómo vas a salir sin abrigo?
—Estaba apurado, pero no te preocupes. Tengo a una hermosa mujer cuidándome para que no me resfríe —sonrió, apretándole la mano.
Quizás él también necesitaba amor tanto como ella, pensó Ámbar.
No pudo evitar acariciarle el rostro.
—Tenés que cuidarte.
—Sí, por eso estoy tomando un té de frutos rojos, a pesar de que no me gustan.
—No puede ser ¡Perdón! ¡Pensé que te gustaban!
—De hecho, sólo tomo té negro porque los demás brebajes me parecen un poco empalagosos... pero por vos, tomo todos los tés que quieras.
A pesar de todo lo malo que les estaba sucediendo, logró que Ámbar soltara una carcajada.
Ella se dio cuenta de que ya no podía controlar lo que sentía por Alexander. Su corazón latía con violencia cada vez que él la miraba o le decía algo tierno.
—Bueno, contame: además de mover el reloj cuando te ponés nervioso, de coleccionar reliquias, y de ser un inmortal bisexual que sólo toma té negro ¿Hay algo más que deba saber?
—Ya conocés mi pasado. Has visto mis cicatrices, que son recuerdos de batallas con Cazadores y marionetas demoníacas. También sabés que tengo una debilidad por las mujeres de alma púrpura...
Ámbar revoleó los ojos.
—Seguramente te fijaste en mí porque te hice acordar a ella.
—Me fijé en vos por tu alma violeta. Luego algunas cositas me trajeron recuerdos, pero más te conozco, más diferentes sé que son. Por cierto, hay una incongruencia en tu personalidad.
—¿Incongruencia?
Alexander le señaló la cicatriz del codo.
—No te gusta el fuego, pero te gustan las velas y los sahumerios.
—Uso el magiclick para encenderlos —Ámbar rio—, son esos encendedores con forma de pistola. El fuego está lejos de la mano. Además, en mi casa todo es eléctrico, sólo uso el gas para la calefacción central y para el termotanque.
Pensar en su casa la entristeció completamente. Se preguntó si Lucero se acordaría de ir a verla de vez en cuando, si Dimitri la cuidaría para que no ingresaran intrusos, y si regresaría a vivir allí algún día.
Alexander le leyó la mente. Pasó la manta por alrededor de los hombros de ella, y la estrechó contra sí. Luego, le dio un beso en la frente.
El gesto cariñoso le provocó un hormigueo por todo el cuerpo. Dejó ambas tazas de té sobre la mesa ratona y le devolvió el abrazo.
—No me gusta sentirme vulnerable —confesó.
—Es normal que te sientas así con todo esto... hasta hace poco, estabas acostumbrada a depender únicamente de vos...
—No me refiero sólo a lo económico y a la protección de los demonios... sino... —no podía decirlo.
Su corazón latía con violencia. Era tan orgullosa, que no podía admitir en voz alta que se sentía irremediablemente atraída hacia un inmortal. Tampoco quería confesar que estaba aterrada. Aterrada de tener una muerte brutal, y también, aterrada porque no quería que Alexander la traicionara. No lo soportaría.
Él la contemplaba con afecto y expectación.
—Tengo miedo —concluyó.
Alexander le tomó su rostro con ambas manos, y la miró con sus preciosísimos ojos grises.
—No dejaré que nada malo te suceda. Mañana mismo empezaremos a entrenar y también, estudiarás.
—¿Aunque todo eso esté contra las reglas?
—Algo que he aprendido con el tiempo, es que tanto Dios como Luzbel tienen algo en común: ven todo en blanco y negro. No distinguen otros matices.
—¿Vos podés ver otros matices? —Ámbar enarcó una ceja, y luego se apoyó sobre su hombro.
—Sí. No veo nada malo en amar a un humano, por ejemplo.
Esos ojos grises, Dios. ¿Por qué me hace temblar así? Estoy apoyada en él, y no puedo dejar de mirarlo...
—El mundo está lleno de pecadores —continuó—. ¿Cómo el amor puede entrar en la misma categoría que el asesinato, el robo, las guerras, etcétera? No tiene sentido.
—Tenés razón —suspiró—. Cambiando de tema ¿Estás más cálido ahora?
—Sí, estoy mejor ¿Vos no deberías descansar?
—No tengo sueño. Prefiero que sigamos hablando de nuestros gustos.
—¿Cómo en los viejos tiempos?
—Sí.
Alexander bajó la mirada hacia sus tatuajes, y comentó:
—Bueno, me gusta mucho la música clásica. Me resulta... nostálgica. Por eso, en mil setecientos sesenta y nueve, fui a ver a Mozart a Austria.
—¡¿ME ESTÁS HABLANDO EN SERIO?!
—Claro, fui su público. Ese señor sí que era talentoso.
—Contámelo todo, por favor.
1 de julio de 2019. Bariloche.
Alexander no podía quitarse de la cabeza la conexión entre Mía y Ámbar. No dejaba de pensar en los pañuelos y en el espía que había en el Cielo.
Sin embargo, estaba atado de pies y manos. Su única opción era enseñarles todo lo que supiera a Ámbar y a Samantha, para que pudieran defenderse.
En ese momento, Boyer, Samaras y el espíritu estaban en el bosque nevado, entrenando. Hacía frío, pero el día estaba soleado.
—No sigas dialogando con fantasmas, Samantha —explicó el inmortal—. No todos los espíritus son como vos. No todos tienen buenas intenciones. Muchos permanecen en la Tierra y van acumulando resentimiento al ser ignorados por Dios. Su cuerpo incorpóreo puede convertirse en una marioneta demoníaca ¿Recordás?
—Lo recuerdo —la fantasma asintió.
—También pueden atacarte Cazadores o Brujas usando amuletos. No confíes en nadie, por favor.
—No lo haré.
Alexander miró a Ámbar.
—En tu caso, cualquier ser puede atacarte. Estás totalmente indefensa a pesar de la daga o de cualquier elemento que yo pueda darte para que te defiendas.
—Qué alentador —bufó la escritora.
—Hablé con Noah y él viajará para acá en unas semanas, cuando terminase su misión. Él me alcanzará algunas de las reliquias que tengo en casa, que podrán servirte en caso de emergencia —hizo una breve pausa para tocar su reloj. Lo ponía nervioso pensar en los posibles escenarios donde podrían atacar a Ámbar—. Por esa razón, creo que la mejor oportunidad que tienen ambas es huir. Hemos estado corriendo en la máquina de caminar que hay en la cabaña, pero es hora de que practiquemos en la vida real.
—¿Querés ver quién es más rápida, si Samantha o yo?
No exactamente. Quería ver cuán veloces eran.
—Algo así. Yo correré con ustedes. Puse una bandera amarilla al final del camino boscoso. La que llegue primero, ganará.
—Y la que gane —intervino Samantha—, elegirá la próxima película.
—De acuerdo —asintió la escritora.
—En sus marcas, listos ¡Fuera!
23 de julio de 2019. Bariloche.
Noah visitó en secreto a Alexander.
—Aquí te traje los amuletos que me pediste. La piedra, las dagas... —empezó a enumerar, revisando la bolsa de terciopelo.
—¿El anillo de la madre de Fernando de Aragón...?
—Sí, está acá también. Aunque, como me debías tres reliquias, me quedé con la versión de la biblia de Valdés, y con dos hebillas antiguas que encontré.
—No hay problema. Escuchame ¿Hubo alguna novedad...?
—No. Ninguna. Cualquier cosa, Dimitri y yo te mantendremos al tanto. También estamos vigilando la casa de Boyer.
Alexander se encogió de hombros y asintió.
—Gracias por tu ayuda, amigo.
—De nada ¿Qué hay de vos? ¿Estás cuidando bien de Boyer?
—Por supuesto. La estoy entrenando para que pueda escapar de los inmortales.
Noah no quiso decirle que estaba perdiendo el tiempo.
—Está bien, Alex. Ahora debo irme ¡Nos vemos!
¡Muchas gracias por leer! Nos vemos mañana.
Sofi.
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