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Capítulo 43: "Marionetas demoníacas".

Siglo XVIII, Europa.

Los Emisarios Ismael, Abraham, Dorien, Gori, los primos Elenis y Samaras estaban en una aldea bastante humilde, luchando contra decenas de marionetas demoníacas.

Había mujeres y niños tratando de refugiarse en chozas, mientras los hombres intentaban apagar los incendios que, para ellos: "habían sido ocasionados por las brujas". La escena era caótica: gritos, olor a chamuscado y a sangre. Mucha sangre.

—Hace tiempo que no llueve en este lugar —observó Samaras, mirando el césped amarillento.

—A pesar de ello, los Cazadores aprovecharon para hacer de las suyas —comentó Noah, apretando los labios—. Terminemos con las marionetas antes de que se lleven más vidas inocentes.

Había decenas de marionetas ¿Setenta? ¿Ochenta? Todas lucían como esqueletos en descomposición, y en lugar de "huecos" en el cráneo, destellaban luces rojas. Moscas revoloteaban a sus alrededores, haciendo que la escena fuera todavía más nauseabunda.

También había un par de demonios de bajo rango, que eran más fuertes que los títeres diabólicos, ya que eran formados por Cazadores con más energía maligna a su disposición. Estos se veían como zombis de una pesadilla postapocalíptica: tenían pedazos del cuerpo podridos, pero eran tan fuertes como cualquier inmortal.

Samaras utilizó una espada con mango de esmeralda y no dudó en meterse en medio del caos. Con hábiles movimientos, empezó a cortar las cabezas de las marionetas. Era la forma más efectiva de hacerlas desaparecer.

Domingo Gori, el mentor de los primos Elenis, gritó entre el caos:

—¡Ismael! ¡Abraham! ¡Busquen a los Cazadores que están creando las marionetas! ¡Noah, Dimitri, maten a los Demonios!

Dimitri y Noah se envolvieron en una batalla feroz con esos "zombis". El Emisario Elenis de nivel tres recibió varias heridas, ya que el demonio era bastante veloz. Sin embargo, al cabo de unos minutos, logró arrancarle la cabeza con su espada.

—Terminamos con los demonios, vayamos a ayudar a nuestro mentor y a Alexander —sugirió Noah, quien se veía demasiado preocupado por su maestro.

Y menos mal que fueron a ayudarles. Cada vez había más marionetas. Alexander era joven y tenía mucha energía, pero a veces no acertaba sus movimientos y dejaba a un títere sin un brazo, pero todavía con su motor demoníaco (su cráneo) funcionando. Por lo tanto, el Emisario se cansaba en vano.

—¡Alexander, cuidado! —exclamó Noah, justo cuando una marioneta intentaba clavarle sus huesos filosos en la yugular.

Domingo detuvo el golpe y le arrancó la cabeza al títere, pero no vio que, detrás de él, venía otro esqueleto demoníaco... el cual le enterró sus huesos falanges en el cuello.

—¡NO! —gritó Dimitri con desesperación, y se precipitó a ayudar a su mentor.

Alexander se apresuró para seguir cortando cabezas, pero parecía que no podía quitarse las marionetas de encima.

—¡NO, NO, NO! —Noah llegó primero hacia su maestro, quien yacía en el suelo, desangrándose.

Dimitri, cortó un par de cabezas y logró aproximarse hacia donde estaba su primo, intentando detener el sangrado de Domingo, pero era imposible. Sería imposible.

Sus ojos mostraron una profunda angustia. Los Elenis perderían a su mentor.

—¡Aléjense, maldición! —escuchó que Samaras gritó.

Por suerte, Dorien se acercó a socorrerlo, para que las marionetas se alejaran.

—No mueras, maestro —sollozó Noah—. ¡No mueras!

Sin embargo y con el corazón roto, Dimitri sabía que los huesos de las marionetas funcionaban como armas negras, ya que estaban impregnadas de magia maligna. No sobreviviría al ataque.

Ver a alguien morir siempre dolía. Pero dolía aún más si era alguien preciado para uno. Alguien que te brindó cálidamente su sabiduría, su tiempo y sus atenciones. Te echaré muchísimo de menos, maestro.

Verlo así le provocaba una horrible desazón.

Gori temblaba de pies a cabeza, mientras sostenía su cuello con sus últimas fuerzas. Intentó mover la boca.

—No hables, maestro —lo regañó Noah con afecto—. Intentaremos salvarte.

Sin embargo, el hombre se esforzó.

—Samaras... mi perdición —movió los labios, y cerró los ojos.

En medio del caos, Gori dejó escapar su último aliento.


Marzo de 2019. Jerusalén.

Deseaba estar con los demás Emisarios que vigilaban el resto del mundo. No quería entrenar más novatos ¡No tenía paciencia!

—¡Vamos, muchachos! —Abraham regañó a sus nuevos alumnos—. ¡Muevan más rápido sus espadas!

Le irritaba tener que encargarse de los nuevos Emisarios. A pesar de que estaban en un lugar sagrado (donde Dios podía observarlos directamente y donde había protección directa de los ángeles), los humanos se comportaban como niños. Eran débiles y temerosos.

—¿No quieren convertirse en Emisarios? ¡Trabajen! —aulló, mientras caminaba entre las filas de jóvenes (todos entre dieciocho y treinta años), corrigiendo su postura y sus ataques—. ¡Les falta convicción!

Sí, les faltaba convicción... y a Dios le faltaban trabajadores. Muchos habían muerto en los siglos anteriores, y los novatos no habían llegado a convertirse en Emisarios.

Los que no cumplían con los requisitos para formar parte del Cielo eran confundidos con magia blanca, para que creyeran que su entrenamiento había sido un sueño. Sólo la magia negra podía borrar recuerdos o traerlos de vuelta, y los Celestiales no usarían tal tipo de hechicería.

—¡Más rápido!

Los jóvenes no se veían lo suficientemente motivados. Muchos dudaban de la existencia de Dios. Muchos decían que lo hacían porque "no tenían nada que perder" (sí, los Emisarios no tenían familia por cuestiones de seguridad), y muchos otros protestaban porque "tendrían que trabajar por el resto de la eternidad".

Abraham se frotó las sienes. Deseaba poder decirle a Dios que debía considerar contratar mujeres, pero no se atrevía a ir en contra del mandato Divino.

—¡Postura firmes, llorones! ¡Así no llegarán al Cielo!


13 de junio de 2019. Buenos Aires.

Mientras Dimitri y el ángel blanco Vehuel registraban el jardín de Ámbar en busca de hechizos de magia negra, el Emisario Superior no podía quitarse el recuerdo de la muerte de Domingo Gori de la cabeza ¿Y si alguien culpaba a Alexander por ello? Sí, fue negligente en el pasado, pero también había aniquilado a decenas de marionetas en esa ocasión. Además ¿Quién podía culparlo, cuando los célebres Emisarios Ismael y Abraham también habían cometido el error de dejar escapar a un Cazador?

El único ser perfecto, era Dios... y ni siquiera lo había visto nunca. Los Emisarios de nivel uno no tenían tal honor.

—El Detector Celestial indica que en el jardín hubo magia negra —comentó el ángel—. Rastros de Cazador. Ahora revisaré el interior de la vivienda.

El Detector Celestial: un aparato únicamente utilizado por ángeles en ocasiones especiales, el cual encontraba rastros o partículas de magia negra con mucha precisión.

—¿No dice la fecha del rastro?

—Principios del otoño. Supongo que habrá venido a vigilar a Boyer. Ingresemos a la casa.

Aparecieron en el interior. Vehuel, con su Detector Celestial que parecía una aspiradora, paseó por la habitación de la mujer, por el baño, por la cocina, y finalmente, se detuvo en la sala de estar.

—Aquí, en el mueble. Aquí el Detector marca que hubo una poderosa energía negra.

—Eso debe ser por la estatuilla que provocó que ella viera espíritus —un hechizo trasmisor bastante poderoso, hecho sin dudas por la mejor de las brujas, pensó Dimitri—. ¿Dice la fecha?

—La misma en la que apareció el Cazador, o un día después. Esperá —se detuvo en el borde del mueble—. Este rastro es más reciente ¿Aquí había una vela?

—¿Una vela de vigilancia? ¡Esa magia también es fuerte!

—Lo es —asintió el ángel.

Siguieron buscando, y en el garaje, también encontraron rastros de un Cazador.

—Estuvieron visitándola en reiteradas ocasiones, parece —Vehuel frunció el entrecejo—. Informaré a Namael al respecto.

—Está bien... ¿Hubo novedades respecto al alma púrpura de Ámbar Boyer?

—Aún no. Si decidieran destinarla, serías uno de los primeros en enterarte.


13 de junio de 2019. Bariloche, Argentina.

Esa mañana, Alexander había madrugado para entrenar fuera del hotel: moviendo su espada, pensando diferentes estrategias de ataque y corriendo. Luego, había despertado a Ámbar y habían conducido unas diez horas, hasta llegar a destino.

Boyer había estado leyendo y escribiendo durante todo el camino. Luego, pasaron por una casa de computación a pedir que cambiaran el VPN que Ámbar tenía en su ordenador.

Como era invierno y estaban al sur del país, había anochecido temprano y estaba nevando cuando finalmente llegaron a la cabaña de Alexander.

Se trataba de una vivienda hecha de madera. Parecía sencilla por fuera, pero era enorme por dentro: tenía dos habitaciones, dos baños, una sala de juegos, una sala de estar con una enorme chimenea y ventanales que daban directamente al bosque y al lago nevados.

—Ponete cómoda. Hacé de cuenta que esta es tu casa.

Ella dejó su bolso al lado del sofá de terciopelo —ni siquiera se molestó en llevarlo hasta la pieza—, y se recostó allí. Se veía agotada y triste.

Alexander se sentó a su lado, y apoyó su mano sobre la de ella.

—¿Estás bien?

—No. Extraño a Hojita... y tengo miedo de morir —confesó, con la mirada perdida en algún punto de la pared—. Tengo miedo del futuro, Alexander. Pensé que mi vida no podía ponerse peor cuando empecé a ver fantasmas, pero el hecho de haber tenido que abandonar mi vida para venir a esconderme acá para ganar tiempo... ¿Qué te hace pensar que no nos encontrarán? Saben que vos no podés salir del país. Lo primero que harán es venir para estos lados.

—No pienses en eso, Ámbar. Yo me encargaré de protegerte.

—Saliste muy lastimado la última vez que te encontraste con un Cazador —ya hablaba como una experta sobre los inmortales.

Samantha se encontraba en el rincón de la sala, asintiendo con la cabeza. Ella siempre se ponía del lado de Ámbar.

—Pero ahora no estamos desprevenidos. Dimitri y Noah están en Buenos Aires ocupándose de los Demoníacos, y yo te cuidaré aquí.

Ella se cubrió el rostro con ambas manos, intranquila.

—Tengo un mal presentimiento, Alex. No sé si esto terminará bien.

Él agachó la mirada.

—¿Te arrepentís de haberme conocido? —soltó de repente.

Alexander se mordió la lengua ¿Por qué le había hecho esa pregunta a una humana? ¡No tenía derecho a hacer ese tipo de interrogaciones!

Ámbar se enderezó para mirarlo a los ojos, y apoyó una mano sobre su pecho.

—No me gusta que te sientas en deuda conmigo.

—Pero lo estoy...

—No. Quiero que nuestro trato sea igualitario. No quiero que me recuerdes que soy una simple humana. Quiero que me enseñes a defenderme. Quiero que me des conocimientos para poder usarlo en contra de nuestros enemigos. Quiero que me cuentes toda la verdad... pero no quiero que te sientas en deuda ni que me trates como a alguien inferior. Y respecto a lo de haberte conocido... no, no me arrepiento. Me motivaste para dejar al inútil de mi ex, me motivaste para hacerme valer como persona, siempre me hacías compañía cuando nadie más estaba a mi lado y además les mis libros... Hubieras sido perfecto de no ser por el rollo inmortal —esbozó una sonrisa triste.

Eso le encantaba de Ámbar: su forma de ver la vida, su forma de pensar, su corazón...

Él no pudo evitar inclinarse, y apretar sus labios contra los de ella.

Al principio, la escritora lo besó tiernamente. Luego, se atrevió a sentarse sobre su regazo en el sillón y a frotarse contra él.

—¿Querés...? —jadeó Alexander, quien se encendía con facilidad.

—Merezco una distracción —respondió, y volvió a besarlo.

Alexander metió las manos en el interior de la camiseta de Ámbar, y le acarició los pezones suavemente. Estaban firmes, y eso lo excitó aún más. Bajó la mano por su abdomen, hasta llegar al cierre de sus jeans. Lo abrió, y deslizó sus dedos en el interior de las bragas de Boyer.

La acostó sobre el sofá, y acarició su zona íntima de manera circular, haciéndola gemir.

—Sacame la ropa. Quiero hacerlo —gimió.

—Te haré olvidar tus penas, preciosa —y en ese instante, se quitó el pantalón.


Muchas gracias por leer, nos vemos mañana :)

Sofi.

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