Capítulo 40: "El espía".
Reino de los cielos, 10 de junio de 2019.
—Hemos vigilado al Emisario Samaras: se ha acostado con la humana —anunció un ángel blanco llamado Gabriel, frunciendo el entrecejo—. Sin embargo, no ha logrado ponerse en contacto con las brujas.
—¡MERECE SER CASTIGADO POR ROMPER LAS REGLAS! —exclamó Poyel, irritado—. ¿Cómo osa intervenir con los humanos?
—Lo peor es que le ha contado todo —agregó Gabriel, consternado.
—¿Todo? —preguntó Abaddon, un ángel plateado.
—Todo. Ahora ella también está tratando de averiguar quién asesinó a Mía Loncar.
—Es suficiente —intervino Raguel, impaciente—. Le informaremos esto a Namael, y él y Dios decidirán qué hacer con la humana. No metan a los Emisarios en esto, ya que varios de ellos se pondrán del lado de Samaras... especialmente Dimitri Elenis. No olviden que ellos fueron humanos en el pasado, y que siempre tienen un motivo para justificar su irresponsabilidad.
—¡Qué insolentes! —murmuró la muchedumbre de ángeles.
—¡Dimitri Elenis debería ser relegado a un nivel inferior! ¡Él es el culpable de haber educado mal a Samaras! —escupió un ángel plateado.
—¡Elenis lo protege demasiado! ¡Deberían castigarlos juntos! —exclamó un ángel blanco.
—¡LA HUMANA DEBE SER DESTINADA! —exclamaron unos ángeles negros.
—Sólo Dios tomará esa decisión —concluyó Raguel, y se retiró de la sala.
Ese mismo día, Dimitri se había saltado el protocolo y se había dirigido al cielo para informarle a Namael sobre lo que le había sucedido con Mateo, aunque ya debían de saberlo: que un Cazador había llegado tarde a la escena pero que la misión había sido completada con éxito. Ahora Samaras estaba libre para llevar a cabo cualquier tarea Celestial.
No hicieron una Asamblea Blanca por dicha información, y notó que los ángeles lo miraron de forma extraña al ingresar al cielo ¿Acaso estaban murmurando a sus espaldas? ¡Qué falta de respeto!
El líder de alas rojas lo escuchó y asintió con la cabeza, mientras estaba sentado en su trono dorado.
—Es inusual que el Cazador haya llegado tarde... más siendo que deben estar trabajando con Brujas, quienes pueden calcular la fecha de muerte de una persona.
—Pienso lo mismo —Dimitri se encogió de hombros.
Luego, el líder rojo le habló del incumplimiento de normas de Alexander: que había tenido sexo con una humana y que le había contado sobre el orden Celestial.
Dimitri asintió, sin saber bien cómo justificar el mal obrar de Alexander.
—Por esto que hemos hablado —Namael lo contempló fijamente—, te comento que Dios está evaluando la posibilidad de destinar el alma de Boyer cuanto antes. Una humana con aura púrpura poseedora de tanto conocimiento, sólo se convertirá en un imán para todos los súbditos del Diablo ¿No sería cruel que Dios permitiera semejantes ataques hacia una mujer inocente?
Dimitri apretó los labios. Dios permite demasiadas cosas, diría Alexander.
—No me parece adecuado. Por favor, intente convencer a Dios de que no destine a Boyer.
Si tuviera corazón, hubiera empezado a latir con violencia.
—Eso sólo lo decidirá él. Ahora, largo de aquí. Tengo trabajo que hacer.
Dimitri salió del edificio celestial sintiendo un gusto amargo en la boca ¿Por qué Namael no estaba preocupado por salvar a una humana inocente?
Tal y como le había ordenado el líder rojo hacía unos días, decidió ir a revisar los archivos relacionados con el caso de Mía Loncar.
Entró a la biblioteca celestial —en donde tendría que estar guardado el libro que se habían robado esas malditas brujas. Se trataba de una habitación gigantesca con suelo de mármol y paredes blancas como nieve y brillantes. Había miles de libros ordenados en estanterías doradas, que estaban organizados por sección.
Fue hasta donde estaban los registros de defunción de las almas destinadas, y buscó libro por libro durante horas.
No había ninguno que estuviera fechado en Argentina del año mil ochocientos treinta. Tampoco había uno que hablara de una chica de alma púrpura que había muerto a la temprana edad de veintiún años.
Buscó los registros de las muertes de los padres de Samaras. No encontró nada de nada de Europa del siglo diecisiete.
Sus almas habían sido destinadas y robadas, por lo tanto, un Emisario debió de haber estado a cargo de los Samaras esa noche.
Sin embargo, ningún Emisario había aparecido entonces.
En ese momento, Dimitri ató cabos.
No puede ser, no.
Había empezado a temblar.
No puede ser.
Revisó una vez más... y de pronto, lo entendió todo.
Había un espía dentro de los Celestiales. Un espía que estaba jugando del lado del Diablo.
Mayo de 1703, Europa.
El alma destinada a cargo de Alexander era una prostituta de un burdel. Esa noche, sería brutalmente asesinada por uno de sus amantes.
Samaras no disfrutaba de ver cómo los humanos sufrían, especialmente porque aún no había superado la muerte de sus padres.
—¿Estás solo, pastelito?
Una mujer pelirroja con vestido púrpura le acarició el pecho.
—Estoy solo —admitió.
—Pasemos un rato juntos, entonces.
Él negó con la cabeza.
—No puedo distraerme —replicó.
—Sólo un ratito —se mordió el labio.
Alex vaciló... pero el busto prominente de la mujer, sus labios carnosos y sus hermosos ojos castaños terminaron seduciéndolo.
—Terminaré mis tareas, y volveré.
* * *
Ningún Cazador se llevó el alma de la prostituta. Vio cómo era ahorcada con un nudo en el estómago. Cuando su espíritu salió de su cuerpo, él tuvo que explicarle que había muerto y que debía llevarla al Cielo para que fuera juzgada. La mujer lloró mucho.
Se sintió tan desdichado esa noche, por no haber podido intervenir en el destino de esa pobre humana, que regresó al burdel. Por lo tanto, cumplió su promesa.
Buscó a la mujer pelirroja y pagó para acostarse con ella.
—Me llamo Beatriz —le susurró al oído—. ¿Te molestaría que un amigo se nos uniera?
No le importó. Lo único que quería era olvidar.
Olvidar que había permitido un asesinato horrible. Olvidar que no debía cuestionar su trabajo y seguir fielmente los mandatos de Dios... y recordar que sus emociones debían quedar al margen de sus misiones.
—Soy un hombre abierto a nuevas experiencias —musitó finalmente.
Beatriz invitó a un hombre rubio, alto y bastante atractivo a beber vino con ellos.
—¿No va a decirme su nombre? —preguntó Alexander.
—¿Acaso usted me dijo el suyo? —el señor alzó una ceja.
—Alex.
—Un gusto, Alex —le sirvió vino tinto en una copa—, creo que podremos ser buenos amigos.
En ese instante, Beatriz se acercó a Alexander y empezó a besarle el cuello lentamente y a desprenderle la camisa.
Él cerró los ojos, y dejó que sus caricias borraran de su cabeza la horrible imagen de la mujer asiendo asesinada.
El hombre misterioso se acercó, y empezó besándole el abdomen... hasta bajar a sus pantalones.
—Tu piel es muy dulce, Alex ¿Te gustaría probar algo nuevo?
—Sí —suplicó.
Sólo quería olvidar.
En ese instante, su amante lo mordió. De la herida, empezó a brotar sangre. Sin embargo, por alguna razón, eso lo hizo sentirse excitado.
—Te espera un gran futuro, Alexander —murmuró la mujer, y luego apretó sus labios contra los de Samaras.
11 de junio de 2019. Buenos Aires.
—¿Cómo amaneciste? —Alexander le corrió el cabello del rostro a Ámbar.
Habían tenido relaciones tres veces esa noche, como si hubiesen necesitado recuperar el tiempo perdido. Sin embargo, ella no estaba cansada: al contrario. Se sentía aliviada, como si Alexander tuviera el don de juntar los pedazos de su corazón roto y unirlos con un beso.
—Dormí bien después de mucho tiempo —confesó—. ¿Usaste tus poderes de inmortal para ayudarme a descansar?
—Si a los poderes te referís a... —se quedó callado y se ruborizó.
—¡Alex! —le pegó un codazo—. ¡No me refería a que lo hicimos hasta el cansancio! —rio.
Esa noche, había recordado que él la hacía reír y que era amable y atento. Demasiado atento ¿Qué hombre le regalaba media casa a una mujer para su cumpleaños? Pocos. Muy pocos.
—Me alegra que se hayan divertido —intervino una voz autoritaria.
Ámbar soltó un grito y se tapó con las sábanas hasta el cuello. Miró hacia atrás, y vio a Dimitri parado al pie de su cama.
—¡Dimitri! —exclamó Alexander—. ¡Podrías haberme llamado!
—¿Para qué? Si, de todos modos, sabía que estabas incumpliendo las reglas —se cruzó de brazos, sin despegar la mirada de su subordinado—. Menos mal que te recomendé que Boyer se fuera de Buenos Aires...
Ámbar estaba cada día más convencida de que Dimitri estaba enamorado de Alexander. Parecía un novio celoso, y no un inmortal ocupándose de su trabajo. Siempre estaba metido en medio de ellos dos.
—Esperame en la cocina. Hablemos allí —se levantó de la cama y buscó sus pantalones.
—No. Esto es urgente. Tan urgente, que lo diré delante de Ámbar —caminó hasta ponerse al lado de Samaras y susurró—: hay un espía en el cielo.
—¿¡QUÉ!? —Alexander empalideció.
—Quieren destinarla.
—No puede ser —Samaras se apresuró a ponerse la ropa—. No puede ser...
Ámbar se estremeció, y se aferró a las sábanas.
Destinarla.
—No están los archivos de las muertes de tus padres ni de la de Mía —murmuró, frunciendo el entrecejo—. Sabemos que Dios no es omnipresente, y que se le están escapando muchas cosas últimamente... hasta que tiene un enemigo dentro de los suyos.
—¿Quién los puede haber tomado? —preguntó Alexander, mientras se abrochaba la camisa—. ¿Quién está conspirando contra Dios?
—No lo sé, pero tengo que encontrar a tus hermanas. Estoy seguro de que ellas saben la respuesta —explicó Dimitri—. Mientras tanto, como tu superior, te puedo asignar una misión temporal: cuida de la vida de Ámbar como si todo el cielo dependiera de ello. Márchense de Buenos Aires de inmediato.
Los ojos de Ámbar se llenaron de lágrimas.
—Ustedes los celestiales creen que tienen derecho a manejarme la vida —protestó Ámbar, apretando las sábanas—. ¡No me quiero ir de mi ciudad! ¡Este es mi hogar! ¡Trabajé muchísimo para conseguir todo lo que tengo!
Dimitri caminó hasta ponerse frente a ella, y la contempló fijamente con sus ojos cafés. Su mirada intimidante le provocó escalofríos, sin embargo, ella no agachó la cabeza.
—Esto no es un capricho, jovencita. Se trata de tu vida. No querés morir ¿Verdad?
La escritora de Booknet negó con la cabeza, apretando la mandíbula. Odiaba que ese inmortal la tratara como si fuera una chiquilla.
—Sé que trabajas de forma virtual, por lo tanto, no te complicará la vida viajar. Yo me aseguraré de que ningún humano te usurpe la vivienda.
Su corazón latía con violencia. Quería llorar y gritar a causa de la rabia, pero se controló.
—Si los Demoníacos son tan fuertes como dicen, huir no cambiará nada —soltó, sin poder ocultar su amargura.
—Pero ganaremos tiempo. Lleva tus aparatos a un técnico para que no puedan rastrear desde dónde entregas tus trabajos... y váyanse. Ahora. Nos mantendremos en contacto, Alexander.
* * *
Ámbar preparó sus valijas rápidamente. Llamó a su exmarido y le avisó que se iría de viaje, que cualquier trámite por la casa que fuera necesario hacer, que la llamara. Obviamente, Matías no desaprovechó la oportunidad para llamarla zorra y juzgarla.
—Sólo las mujeres fáciles se van de viaje con tipos que no conocen. Después se quejan por los femicidios.
Su comentario fue tan misógino, que ella no pudo evitar insultarlo y colgar el teléfono. No iba a perder ni un segundo más de su vida con él.
Luego llamó a Lucero y le contó que se iría con Alexander y que le dejaría la llave de su casa. Le pidió que cuidara de Hojita y de Zeus, y le puso de excusa que en el avión no permitían animales (a sabiendas de que probablemente viajarían en auto).
—Es raro que no lleves a Hojita con vos —observó Lucero con suspicacia.
—Lo es ¿Verdad? —le acarició las orejitas a su perrita una vez más, conteniendo las lágrimas—, pero es temporal. Necesito alejarme de todo un tiempo. Prometo escribirte ¿Me enviarás fotos de mi bebé?
Quería proteger a Hojita y a Zeus. Ellos corrían peligro si se quedaban a su lado.
—Por supuesto. Rocío estará contenta con la compañía de dos animalitos en casa.
Finalmente, Alexander pasó a buscar a Ámbar por su hogar.
—¿Cómo estás?
—Triste. Dejé mi casa y no sé cuándo voy a volver a ver a mi perra —sus ojos se llenaron de lágrimas—. Sólo quiero estar en paz.
—Volverás a estar en paz... cuando nos deshagamos de los Cazadores y las Brujas —suspiró el inmortal.
Ámbar estuvo un rato callada, hasta que preguntó:
—¿No tenés ganas de contactarte con tus hermanas? Estás demasiado tranquilo al respecto.
—Moriría por volver a hablar con ellas —se encogió de hombros—, pero ahora la prioridad es salvar tu vida. Confío en Dimitri y en su primo, Noah. Sé que ellos harán lo que sea necesario para terminar con todo esto.
—¿Ellos no están a cargo de almas destinadas?
—Noah sí, Dimitri ya terminó su misión, y ahora está ocupándose de esto. Recordá que Dimitri es mi superior y que tiene la posibilidad de escoger qué hacer.
—Lo sé.
—¿Estás lista?
—Sí.
—Vámonos.
Ámbar cerró todo y colocó la alarma, mientras Alexander cargaba su valija en el baúl del auto.
—Antes de irnos, me gustaría pasar por la librería para gastar la orden de compra que me regalaron mis amigas. No sé cuándo se vence, y quiero aprovechar su regalo.
—Está bien. Yo también tengo algo que hacer —encendió el vehículo—. Vamos.
Muchas gracias por leer ❤️
Sofi.
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