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Capítulo 4: "El emisario inmortal".


Alexander volvió a su casa un poco más tarde de medianoche. Fue caminando, ya que quedaba muy cerca de la vivienda de Matías Greco, y le había dado pereza sacar su auto de la cochera para hacer tan pocas cuadras.

No podía dejar de pensar en esa mujer cuya aura era púrpura brillante al igual que la de Mía Loncar. También tenían el mismo color de cabello y una forma de ser bastante similar: mujeres independientes y simpáticas.

Su sangre recorría su cuerpo con violencia. No podía dejar de pensar en su alma especial, en esa que nacía una vez cada cien años ¿Por qué él había vuelto a encontrar una?

Mía no podría reencarnar, porque su alma había sido aniquilada con un arma negra. Sin embargo, no le parecía una casualidad que, luego de casi doscientos años, se hubiera encontrado con otra aura púrpura en la ciudad de Buenos Aires. Para los Celestiales, las casualidades no existían.

Ingresó a su vivienda, ansioso por ponerse a leer las historias de esa misteriosa mujer. Sin embargo, se encontró con una desagradable sorpresa: un Emisario Superior (nivel tres) del Cielo. Hablando específicamente, su jefe y casi amigo: Dimitri Elenis. Se hallaba sentado en el sofá de terciopelo. Vestía un traje elegante y su cabello oscuro peinado hacia atrás.

Pudo escuchar los maullidos de Zeus, provenientes del jardín. En lugar de decirle: "buenas noches", directamente soltó:

—¿Seguiste investigando al asesino de Mía Loncar?

—Sí... Aunque perdí el rastro de los demoníacos hace tiempo —se encogió de hombros.

Se sentía un fracasado y muy, pero muy culpable, por no haber logrado encontrar al asesino de Mía Loncar en prácticamente doscientos años.

—¿Estás cuidando el alma que se te encomendó, Alexander? —inquirió Elenis, y se cruzó de brazos.

Dimitri no le tenía confianza. Desde lo que había sucedido con Mía, las cosas habían cambiado entre ellos dos. Ya no eran amigos íntimos como antes.

—Sí. Recién estuve con él. Incluso entré a trabajar en el mismo lugar...

—Está genial que te mezcles con los humanos, pero nunca olvides tu misión.

—Claro que no, Dimitri ¿Estás acá para hacerme las mismas preguntas de siempre, o por algo más?

—Estoy acá porque volvieron los Cazadores de Almas, Samaras. Se robaron un alma en Montevideo, Uruguay. También se reportaron apariciones de espectros y marionetas demoníacas en Río de Janeiro, Brasil.

Un escalofrío recorrió su espalda.

Por eso había visto fuego en la casa de los Greco: los súbditos del Demonio habían regresado. Por eso su superior le había preguntado por su investigación.

No pudo evitar recordar la muerte de Mía, y aún no había encontrado a su asesino ¿Por qué aparecía justo ahora? ¿Tendría que ver con la mujer de aura púrpura?

—Hoy en la reunión con mi jefe, vi a una mujer con aura violeta ¿Deberíamos avisar al cielo? ¿Tendrá algo que ver con eso la aparición de marionetas?

—No lo sé, pero momentáneamente, no nos reuniremos. Sólo lo haremos si algo grave sucediera. No podemos darnos el lujo de descuidar nuestras almas... Con cada alma que ellos se roban, se hacen cada vez más fuertes. Con cada alma que se roban...

—Se roban la posibilidad de reencarnación de ese ese espíritu. Lo sé.

—Sé que lo sabés. Sólo vine a advertirte que seas cuidadoso y que no pierdas tiempo divirtiéndote con los humanos. No querés que se repita la historia con tu familia y con Loncar ¿Verdad? Yo le echaré un vistazo a esa alma púrpura que acabás de mencionar.

Dimitri siempre le metía el dedo en la llaga. Alexander apretó los dientes, sintiendo cómo sus venas empezaban a arder, y empezó a jugar con su reloj de plata, como siempre que se sentía nervioso lo hacía.

—Me alegra que hayas aprendido a controlar ese mal temperamento —Elenis le dio unas palmaditas en el hombro—. No toleraremos otro fracaso, Samaras. Recordá las reglas de los Emisarios.

Y en ese momento, chasqueó los dedos y desapareció.


Odiaba que los Emisarios Superiores tuvieran el poder de teletransportación. Él sólo tenía pase libre al cielo y al infierno (a través de unos movimientos con la mano), podía hacerse invisible, era superfuerte, leía auras y podía hipnotizar sutilmente a alguien (como lo había hecho con el guardia cuando había ingresado al baile de los Moreno en mil ochocientos treinta). Y bueno, llevaba las almas al cielo, al purgatorio, al limbo o al infierno cuando fuera necesario.

Se sentía débil al compararse con los ángeles de Dios, los Emisarios Superiores (los de nivel dos y tres), con el Diablo y sus seguidores, ya que los poderes se asignaban a cada trabajador del Cielo según su rango. Él estaba en el menor puesto de los Emisarios: en el nivel uno.

Por otro lado, no había conocido ni a Dios ni al Diablo, sólo había tratado con ángeles. Namael, el ángel rojo y líder de los Celestiales, era terrorífico.

Alexander recordaba con claridad el día que había empezado el proceso de su transformación... hacía más de trescientos años, y lo perdido que se había sentido en aquel entonces.


Imperio Español. Siglo VII.

Su familia siempre lo molestaba porque ya había cumplido los veinte y aún no había conseguido una esposa.

Sin embargo, él sólo quería trabajar para sacar a sus papás de la pobreza, quienes ya eran dos personas ancianas (en los años mil seiscientos, tener cincuenta y tantos años era ser muy viejo). Quería que tuvieran una vida digna antes de morir.

Alexander era el único que podía lograrlo... ya que sus hermanas mayores, Alysa y Chloe, habían muerto a causa de una enfermedad hacía varios años, a los diecinueve y dieciocho años respectivamente.

Las extrañaba todos los días de su vida. Su alma se había apagado desde que ellas se habían marchado. De hecho, la familia completa se había marchitado: ya no había cenas entre risas, ni tareas domésticas divertidas; sólo almuerzos en silencio y descansos llenos de dolor.

—Queremos que consigas una esposa —le había dicho su madre, preocupada—. No quiero irme del mundo sabiendo que estás solo, hijo querido.

Siempre que ella decía algo así, él la tomaba de las manos y se las besaba. Luego, susurraba:

—No te irás, mamá. No te dejaré ir a ningún lugar.

Su papá hacía trabajos de granja (no muy pesados) porque había sufrido una grave herida en la pierna en una pelea hacía varios años. Su mamá se encargaba del hogar y de la cocina, y Alexander, de trabajar para jefes maltratadores. De esa forma, conseguía algo de dinero para las medicinas de sus padres.

El mundo era cruel.

Cruel en la Tierra. Cruel en el cielo. Cruel en el infierno.

Y sobrevivir, era prácticamente un calvario.

Ese día de invierno nevaba, la mañana estaba gris y hacía un frío del demonio.

Ese día, Alexander vio cómo la nieve se teñía con la sangre de sus propios padres.

Ese día, un individuo ataviado con una túnica oscura que cubría su rostro por completo, se llevó la vida de las dos personas que él más amaba en el mundo.

Ese día, Alexander se quedó solo... para siempre.

Ese día, un encapuchado corrió hacia su hogar. El joven Samaras no logró detenerlo... estaba demasiado lejos. Dejó la leña que estaba juntando en el bosque y se apresuró para llegar a la casita para evitar que el intruso ingresara en su vivienda y quisiera robar o lastimar a sus padres.

—¡Alto! —gritó, pero sus palabras se ahogaron en el viento—. ¡ALTO!

El sujeto encapuchado entró a su choza, ignorándolo. Oyó los gritos de su madre y luego, el silencio.

Mamá. ¡Mamá! Sintió que el corazón iba a congelársele a causa de la desesperación.

—¡Alto! —siguió corriendo con desesperación, pero sus piernas estaban entumecidas por el frío—. ¡NO LOS LASTIMES!

Era demasiado lento, y todo pasó demasiado rápido.

Pronto, su padre salió a la entrada a forcejear con el sujeto, pero duró menos de un minuto con vida.

—¡NO!

Alex notó que el criminal estaba robándole el alma con esas uñas afiladas y sucias, escarbándole el pecho.

—¡NO! ¡NO! ¡NO! —aulló con desesperación.

Luego de haber escarbado el pecho de su padre, el señor Samaras cayó desplomado al suelo. Sin aliento. Sin vida.

El asesino lo miró de reojo y escapó, dejando un leve rastro de fuego detrás de sí, que pronto desapareció con la nieve.

Alexander llegó demasiado tarde.

—¡PAPÁ, MAMÁ! —su mundo se había derrumbado.


***


Había estado intentando revivir a sus padres por horas. También había vomitado y posiblemente, en algún momento se había desmayado.

Lloró como un condenado durante horas. O días. No supo cuánto tiempo estuvo agonizando por la muerte de sus adorados padres. No podía soportar ver sus cuerpos perforados, fríos, sin vida.

Se había quedado solo.

En sus propios delirios, hablaba con sus difuntas hermanas y les pedía perdón por no haber sido capaz de cuidar a sus padres. Por no haberles permitido tener una vejez digna.

—Alysa, Chloe, papá, mamá... les he fallado —balbuceaba, una y otra vez.

Se sentía perdido, y muerto por dentro ¿Por qué Dios lo había castigado despojándolo de toda su familia?

En algún momento de la noche, una persona le tocó el hombro, pillándolo completamente desprevenido.

Él se asustó, y giró para mirar al intruso.

—Alexander... ya has llorado demasiado. Dios te necesita —en el futuro, sabría que ese sujeto era Dimitri.

—¿Qué...?

¿Cómo era posible que Dios necesitara a un muchacho inútil como él? ¿Acaso el Señor, luego de haberle quitado todo, le estaba dando otra oportunidad?

El sujeto elegante lo miró como si pudiera leer sus pensamientos.

—Entrenarás. Y cuando estés listo, serás un Emisario Inmortal. Podrás proteger a los humanos y vengar la muerte de tus padres.

—Tengo muchas dudas, pero, aceptaré. Mi vida no tiene sentido sin mi familia. Antes de comenzar, quisiera enterrarlos —sus ojos se llenaron de lágrimas.

Le dolía tanto el corazón que apenas tenía fuerzas para mantenerse de pie.

—Lo lamento mucho, muchacho. Yo te ayudaré a enterrar a tus padres. Luego, te asearás y comenzarás tu nueva vida. No será sencillo, pero te motivará para seguir adelante.

—Gracias... ¿Quién es usted?

—Soy Dimitri Elenis, un Emisario Inmortal de Nivel Tres. Dios me envió para ayudarte, y para convertirte en uno de los nuestros. A veces, el dolor es una gran motivación. Vamos, muchacho. Te explicaré todo luego de que les hayamos brindado un entierro digno a tus padres. Cavaremos sus tumbas junto a las de tus hermanas.

Con un nudo en la garganta, Alexander le hizo caso al inmortal.



¡Muchas gracias por leer! Mañana vuelvo a actualizar. 

¡Nos vemos! 

Sofi.

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