Capítulo 39: "Cumpleaños feliz".
—No puedo creer que vayas a perder tiempo en esa frivolidad —Dimitri bufó, indignado—. ¡Los Celestiales están vigilándote!
—No importa. Hoy es un día especial, y estaré a su lado —los ojos de Alexander brillaron con intensidad.
Si bien Dimitri no les daba importancia a los días festivos, Alexander, sí. Y Samaras, durante estos tres siglos, siempre lo había saludado para su cumpleaños (el treinta de septiembre), nunca le había hecho una sorpresa. Le había regalado algún que otro objeto y casi siempre, comida.
No pudo evitar sentirse un poco... celoso. Sin embargo, reprimió sus emociones, como lo había hecho durante más de quinientos años.
—Te estás tomando muy a pecho el descanso, Samaras. Deberías estar buscando a tus hermanas ¿O acaso tenés miedo de encontrarlas?
—No puedo negar que me da miedo verlas. Me alegra que estén vivas, pero me abruma que sean brujas y no me hayan contactado en más de trescientos cincuenta años. Sin embargo, estuve buscándolas, y no descansaré hasta dar con ellas. Necesito hablarles, y preguntarles por qué. Por qué se convirtieron en brujas, por qué me abandonaron...
Alexander, quien por fuera parecía un hombre rudo y atlético, en realidad era súper sentimental.
Dimitri le dio unas palmaditas en el hombro.
—No es fácil ser inmortal, Samaras. Pero debemos hacerlo bien. Debemos proteger a los humanos y seguir con el orden Divino ¿Entiendes?
Dimitri también había visto morir a su familia y a su mentor. Había reprimido su homosexualidad durante siglos. Había tenido que acompañar a almas destinadas que habían sido brutalmente asesinadas. Había tenido que hacerse cargo de muchas tareas horribles hasta que ascendió a nivel tres.
Alexander pareció compartir sus pensamientos.
—Lo sé. Prometo hacer bien mi labor, pero hoy pasaré el día con ella.
—¡FELIZ CUMPLEAÑOS, ÁMBAR!
Lucero, Rocío y sus amigas de pastelería (Sara, Francisca y Malena), habían aparecido con bebidas, snacks y una orden de compra de veinte mil pesos en una librería.
—¡Muchas gracias, chicas! ¡No tenían por qué gastar!
La escritora de Booknet se sintió muy agradecida de contar con ellas: a pesar de todo lo que le estaba sucediendo, la hacían sentir "normal".
—¡Yo no gasté! —exclamó Rocío, quien le entregó un dibujito y se fue corriendo a jugar con Hojita.
—¿Cómo no era necesario, Ámbar? —intervino Sara—. Si sos muy buena amiga. Además, supongo que ahora más que nunca necesitás un mimo, ya que estás divorciándote...
Divorciándome, viendo fantasmas, cruzándome con brujas e inmortales... mi vida es súper tranquila, pensó con ironía.
—¿Cómo van esos papeles? —preguntó Francisca.
—Están en proceso —suspiró la escritora—. Sabemos que esas cosas llevan tiempo.
—¿No te mandó un mensaje por tu cumple? —inquirió Lucero.
—¿Quién?
—Matías —la mamá de Rocío revoleó los ojos—. ¿O acaso estabas esperando otro mensaje? —hizo cara de pícara.
—Matías no me escribió... y quedé con Alexander para esta noche. Él sí me ha escrito, pero no me ha llamado. Debe estar ocupado.
—¿Alexander? —preguntaron las chicas de pastelería.
Ámbar les convidó del pastel de limón que había preparado esa mañana y unos mates, mientras le contaba todo lo que había pasado —obviando los asuntos inmortales.
—Escuché que a Matías lo ascendieron en su trabajo —comentó Malena—. Murió su jefe ¿No es así?
—Sí. Alexander trabajaba allí también, pero creo que iba a renunciar.
—¿Tu amante era compañero de tu esposo? —sus amigas se sorprendieron.
Exesposo.
—Sí... Vale aclarar que él me había traicionado primero. Ninguno de los dos actuamos bien, pero Matías fue quien empezó.
—Tenés razón —intervino Lucero—. Siempre demonizan a la mujer en estas situaciones...
—Nosotras no estamos para juzgarte —intervino Malena.
—Claro que no —Lucero sacudió la cabeza—. Mejor cambiemos de tema. Hay cosas mucho más interesantes para hablar que de hombres: contanos de la editorial, de tus escritos, etcétera.
—¡Eso! —exclamaron las demás, mientras comían pastel y tomaban mate.
Luego de que sus amigas se hubiesen ido, Samantha, Hojita y Ámbar se quedaron solas. La escritora de Booknet abrió sus redes sociales —para ver quién la había saludado por su cumpleaños número treinta y tres—, y más que nada, había recibido mensajes de lectoras. Su hermano le había escrito por Facebook y le había puesto un simple: "Feliz cumpleaños, hermana. Que tengas un bonito día".
La frialdad de Lorenzo le rompía el corazón. Le contestó: "Muchas gracias" y, con lágrimas en los ojos, se puso a mirar los recuerdos del 2016. Ese había sido el último cumpleaños que había celebrado con sus padres. Recordó que ellos le habían regalado un abrigo y una bufanda, para que no se resfriara durante el invierno.
Dios, los extrañaba tanto. Mientras lloraba, le rogaba a Dios que sus papás estuvieran disfrutando del paraíso.
De pronto, sonó el timbre. Con el corazón acongojado, se levantó de la silla para abrir la puerta.
Alexander había llegado vestido de traje, con un portafolio y dos bolsas de comida. Se veía tan hermoso como siempre, y no mostraba signos de estar herido o angustiado.
—Feliz cumpleaños —le sonrió—. Estás muy bonita hoy.
Vestía un jean negro, un sweater gris y unas botitas beige: estaba súper sencilla. Incluso su maquillaje era sutil, pero él no dejaba de decirle que se veía bien. Empezó a recordar por qué le había sido infiel a Matías con Alexander: Samaras era todo un caballero.
—Gracias por venir —tomó las bolsas con comida y las dejó sobre la mesa, mirando hacia abajo para ocultar que había estado llorando.
Él había traído sushi, lasaña y bocaditos salados. También dos vinos tintos.
—Te pasaste... no hacía falta tanta comida. Algo hay acá y, además, preparé una torta de chocolate sólo para nosotros.
—La comida nunca está demás —volvió a sonreír. Era hermoso.
Ámbar puso la mesa, dejó que la música alegre de BTS sonara de fondo y se sentó junto a Alexander.
—Antes de empezar a comer... quería decirte que te traje un regalo.
Sacó un sobre marrón de su portafolios.
—Tomá. Feliz cumpleaños.
—¿Qué es esto? —agarró el papel, confundida.
—Abrilo.
Ámbar sacó los papeles del sobre, y tuvo que ahogar un grito cuando se dio cuenta de lo que tenía en la mano. Empezó a temblar, y releyó una y otra vez, para asegurarse de no estar equivocada.
—Samantha, vení —Alexander le hizo un gesto a Sam para que apareciera—, contale todo a Ámbar.
La escritora de Booknet no podía salir del estado de shock. Aún no despegaba la vista del papel. Sintió que las piernas empezaban a temblarle.
—Quería dejarles su privacidad...
—Lo sé, luego de esto, te irás a mi casa un rato. Ahora contale por qué las escrituras de su casa están a su nombre.
Había comprado la mitad de Matías, y la había puesto a su nombre.
—Bueno, el día que te peleaste con Matías —empezó la fantasma con timidez—, lo vi llevarse los papeles. Le conté a Alex, y él decidió comprarle su parte de la casa a un buen precio, y ponerla a tu nombre. Es tu regalo de cumpleaños, Ámbar.
—Gracias, Samantha. Ahora podés irte.
La fantasma se desvaneció.
Ámbar empezó a llorar, y apoyó el papel sobre la mesa.
Una mujer independiente recibió como regalo de cumpleaños media casa... de parte de un inmortal.
—¿Me compraste... la otra mitad de la casa? —sentía un nudo en la garganta. No podía creer que alguien hubiera hecho algo así por ella—. ¿Por qué?
—Porque quería ayudarte, y tengo el dinero para hacerlo ¿Hay algo malo en ello?
—No hacía falta que lo hicieras —se le quebró la voz.
Era demasiado.
—Luego de todos los inconvenientes que te he generado, lo mínimo que podía hacer por vos era esto. No es nada, de verdad.
—No digas eso... es un montón. No sé si debería aceptarlo...
No estaba acostumbrada a que alguien hiciera algo así. La hacía sentir extraña y abrumada.
No podía dejar de llorar.
—¿Por qué no? ¿Por miedo a lo que digan los demás? Matías ha aceptado la oferta. Tus amigas la aprobarán... el único molesto por esto, en todo caso, sería Dimitri —la contempló cariñosamente, y agregó—: si tu problema es aceptar el regalo de por sí, porque te gusta decir que sos una mujer independiente, te explico que este presente no te quitará independencia. Al contrario, te ahorrará ver a tu ex —le guiñó un ojo.
Tenía razón. Él la conocía, y sabía cómo pensaba.
Ámbar finalmente esbozó una sonrisa y se secó las lágrimas.
—Creo que Dimitri está enamorado de vos —cambió de tema.
—¡Tonterías! —se ruborizó.
—¡Te pusiste colorado!
—¡No es cierto! Bueno... nos hemos besado hace como trescientos años, luego de una borrachera. No creo que lo recuerde.
—¡Lo ves! ¡Le gustás!
—Tonterías... —hizo un ademán con la mano—. ¿Vamos a comer?
—Sí, pero antes de comer, quiero decirte que no me debés nada. No tenés por qué regalarme media casa simplemente porque te sentís en deuda por todo lo que pasó. Lo digo de verdad.
Él negó con la cabeza.
—Me siento en deuda por lo que pasó, pero no es por eso que te regalé la casa, ya te lo dije: lo hice para ayudarte. Quiero ayudarte, Ámbar. Quiero que seas feliz y que vivas plenamente de tu humanidad. Ya te lo dije: te estoy ahorrando un problemón con esto ¿Verdad?
El corazón de Ámbar empezó a latir con violencia.
—¿Por qué...? —sentía que le temblaba todo el cuerpo.
Dios, me siento tan atraída por este hombre...
—Porque te quiero —confesó, ruborizado—. Te quiero a pesar de que eso está prohibido. Te quiero a pesar de lo peligroso que puede ser eso para vos. Sé que suena egoísta, pero...
La escritora de Booknet se dejó llevar por un impulso. Olvidó todo el rollo sobrenatural, se levantó de la silla y lo obligó a Alexander a ponerse de pie. Lo arrastró contra sí, rodeándolo del cuello con sus brazos.
—Gracias. Gracias por todo... Y no dejes de estar alerta, pero sí dejá la culpa de lado ¿De acuerdo? —le susurró al oído.
Él asintió, desanimado.
—No quiero que nadie te haga daño —repitió.
—Creo que el único que puede hacerme daño, sos vos... —le acarició el rostro—. Nunca en mi vida me sentí así por un hombre. Me distancié cuando descubrí el rollo sobrenatural, pero no pude estar lejos mucho tiempo. Cuando me enteré de que te habían lastimado, realmente me preocupé. Yo también te quiero: sos dulce, atento y...
En ese momento, Alexander arrinconó a Ámbar contra la pared. Ella sintió una oleada de electricidad por todo el cuerpo, y olvidó que hacía un rato había estado llorando.
—Repetí lo que dijiste —le susurró.
Su aliento olía a menta, y su respiración sonaba agitada.
—Que yo también te quiero, Alexander. No puedo evitar quererte y estoy más que agradecida con vos, por todo.
Él no dudó en tomarla de la cintura y apretar sus labios contra los de ella. Ámbar le acarició sus brazos fuertes y enredó su lengua con la del inmortal.
Se sentía como si una llama estuviera envolviéndola. Él le acariciaba la espalda mientras la besaba. Era dulce pero fuerte.
Ámbar se dejó llevar por el beso. Se aferró al cuello del inmortal, como si no quisiera dejarlo ir nunca... hasta que el calor empezó a agobiarla.
—Vamos a la pieza —le dijo, jadeante.
Alexander asintió.
Fueron besándose y acariciándose hasta llegar a la cama de Ámbar. Ella se deshizo del sweater y quedó en corpiño. Él se quitó toda la ropa, exceptuando sus bóxers.
Durante una milésima de segundo, observó sus tatuajes y sus cicatrices.
Su personalidad. Su físico. Su cerebro. Realmente había sido tallado por Dios.
Pronto, él se arrojó encima de ella sobre la cama. Empezó a besarle el cuello delicadamente. La escritora de Booknet sintió que se le ponía la piel de gallina.
—Dejame mimarte un poco antes de hacerlo —le rogó él, y metió la mano en el interior de las bragas de Ámbar—. Feliz cumpleaños, preciosa.
La única respuesta de Boyer fue un gemido de placer.
¡Muchas gracias por leer! ¡Nos vemos mañana!
Sofi.
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