Capítulo 35: "Emisario de tercer nivel".
Buenos Aires, 1880.
Dimitri fue a buscar a Alexander al inframundo. Su subordinado se veía increíblemente pálido y demacrado. Había perdido mucho peso, debido a las pocas provisiones que le habían enviado los celestiales durante cincuenta años.
—¿Estás bien? —sentía mucha lástima por él. A pesar de que Namael le había arrancado el corazón, seguía teniendo un "alma blanda"—. Te ves terrible.
—¿Cómo voy a estar bien, si una humana inocente ha muerto por mi culpa?
—Estuve averiguando estos años, Alexander. Me parece sumamente extraño que no haya casi pistas para seguir... los registros celestiales son demasiado generales. El cuerpo desapareció luego de que los ángeles examinaran. Desaparecieron los expedientes y las balas. Apenas pudimos seguir las huellas del Cazador, pero se perdían en medio de la ciudad.
Alexander mostró desesperación en su rostro. Sin embargo, soltó:
—Seguiremos buscando. Investigaré a las potenciales brujas y trabajadores demoníacos... pero esto debe resolverse pronto. Han pasado cincuenta años.
Dimitri asintió.
—Durante este medio siglo, Luzbel ha estado tranquilo. Es extraño ¿No lo crees?
Alexander parecía a punto de desfallecer. Asintió, pero se tomó la cabeza entre las manos.
—Vamos a comer algo ¿Qué se te apetece?
—Una lasaña bien caliente y deliciosa.
—Conozco un lugar donde las hacen muy ricas —le colocó la mano en el hombro—. Yo pediré pollo asado.
Alexander sonrió. Dimitri no había cambiado nada.
—Vamos —pronto, el Emisario de nivel tres chasqueó los dedos... para llevar a su compañero a una taberna en Buenos Aires.
Buenos Aires, 7 de junio de 2019. 5.40 p.m.
—Ámbar Boyer —Dimitri estaba viéndola, con los ojos abiertos de par en par—. ¿Se encuentra bien?
Ella asintió, aunque su corazón latía con tanta fuerza que parecía que en cualquier momento se saldría de su pecho ¿Qué demonios acababa de suceder? ¿Las hermanas de Alexander eran brujas?
A todo esto ¿Dónde se había metido Samantha?
—Todo estará bien, señora Boyer. Ahora, cuénteme ¿Cuánto sabe usted de los seres inmortales?
Ella retrocedió. No confiaba en ese sujeto. En realidad, ni siquiera sabía en quién confiar.
—¿Por qué está usted acá? ¿Me siguió?
—Vine a hablar con usted. Necesita saber cuál es su lugar de humana.
Sus ojos brillaban con una intensidad que le daba desconfianza. Ahora no lo veía solamente como un hombre que gustaba de Alexander, sino como a alguien peligroso.
Ámbar tragó saliva, y metió la mano en su abrigo. Allí tenía la daga que le había dado Alexander. Si era necesario, no dudaría en defenderse.
Tenía las manos frías, pero su cuerpo sudaba por los nervios ¿Qué querían todos esos inmortales con ella?
—Confirmé que las brujas son las hermanas mayores de Alexander. Por lo tanto, están del lado del Diablo. Y Luzbel es el ser más despiadado que existe. Si fue capaz de traicionar a Dios, no tendrá escrúpulos para hacer que sus discípulos lastimen a sus seres queridos.
Ámbar se sintió descompuesta. Ella sabía lo importante que eran las hermanas de Alex para él, y esto debía de resultarle una pesadilla.
De hecho, era una locura ¡Las hermanas Samaras deberían haber muerto hacía más de trescientos años!
—¿Por qué está diciéndome esto? —preguntó finalmente, obligándose a no sonar temerosa.
—Porque si usted se aleja a tiempo, no castigaré a Alexander por haberle contado tanto sobre los inmortales.
Le estaba pidiendo que se alejara de Alexander ¿Para protegerlo a él o por celos? No le gustaba que la amenazara con castigarlo.
—No fue su culpa. Las brujas me hicieron ver espectros, y fui yo quien se robó un libro de su casa —justificó a Samaras—. El cual, por cierto, se acaban de llevar las hermanas Samaras.
—¿Qué libro?
—El de terciopelo azul, se titula: "Los seres inmortales".
—¡¿Se llevaron el libro de terciopelo azul?! —exclamó, y frunció el entrecejo.
—Sí, se lo llevaron.
—Es una reliquia celestial... —se pasó la mano por el rostro, sin ser capaz de ocultar su consternación—. ¡Hasta pueden utilizarla para hacer hechizos! ¡Esto es grave!
Dimitri aparentaba entre treinta y mil años. Se veía demasiado joven y demasiado viejo al mismo tiempo... si es que eso era posible.
—Tendremos que recuperarlo —bufó—. La familia Samaras no se cansa de causarme problemas.
En ese instante, el móvil de Ámbar comenzó a sonar.
Ella lo buscó para ignorar la llamada, pero notó que se trataba de Alexander. Dimitri también lo percibió, y le hizo una seña para que le pasara el celular.
Ámbar tragó saliva y obedeció. No quería pelear con un inmortal.
—Hola, Alexander. Justo estaba dialogando con la señora Boyer.
La escritora de Booknet empezó a frotarse las manos con nerviosismo, mientras intentaba escuchar la conversación entre los inmortales.
—Se encontró con las brujas, quienes se llevaron el libro de terciopelo —hizo una pausa para oír a su interlocutor—. Tus hermanas quieren que Ámbar se acerque a vos ¿Sabés lo que eso significa? Peligro inminente para ella, significa —volvió a pausarse—. Supongo que para mañana tus heridas habrán sanado. Noah ya no te cubrirá con tu alma. Pronto ocurrirá —se detuvo para escuchar a Alexander una vez más—. No voy a tenerte más paciencia, Samaras. O cumples con tu deber, o pierdes tu condición de inmortal. Namael no contemplará más errores —su acento a veces sonaba español, y a veces, argentino. Dimitri era raro.
En ese momento, cortó la llamada, y le devolvió el celular a Ámbar.
—Manténgase alejada de Alexander... que, si un Cazador la atacara, ni él, ni yo, podremos protegerla. Debe haber visto por usted misma sus heridas ¿No?
—Las he visto, sí.
—Entonces manténganse alejada. Si un solo Cazador le hizo eso a un inmortal de casi cuatrocientos años ¿Qué pueden hacerle a usted? Váyase de Argentina. Huya.
* * *
Alexander había descubierto ese mismo día que sus hermanas seguían con vida. Había quedado atónito durante un largo rato, luego había visto cómo Dimitri lo dejaba solo, llorando como un condenado.
Sus hermanas. Sus hermanas vivían y eran brujas.
Luego, el mayor de los Elenis había vuelto a llamarlo para avisarle que Mateo había sido infectado por un hechizo Aer.
Y horas más tarde, él había telefoneado a Ámbar y resultaba que ella se había encontrado con Dimitri y sus hermanas en el cementerio. Era una locura. La había expuesto demasiado al peligro.
Alexander sintió que estaba haciendo muy mal su trabajo de Emisario, y no podría soportar que más inocentes perdieran la vida por su culpa.
Minutos después, le sonó el teléfono. Atendió.
—Alex —la voz de Ámbar sonaba temblorosa. Se escuchaba un ruido de fondo ¿Estaba viajando en auto o en colectivo?—. Te aviso que no me pasó nada, nadie me atacó y estoy perfecta. Vos ¿Estás bien? ¿Podemos hablar?
Ella acababa de enfrentarse con tres inmortales ¿Y le preguntaba a él si estaba bien? Era adorable.
—Siempre y cuando nuestras líneas no estén interferidas, podremos hablar un rato —respiró profundamente. Suponía que los Demoníacos no habían llegado a ese punto aún—. Me alegra que estés a salvo. Yo estoy bien. Mis heridas están prácticamente curadas, por lo tanto, mañana iré a por mis hermanas. Debo enfrentarlas y también recuperar el libro. Dimitri no debe estar para nada contento de que un elemento celestial esté bajo las garras de Luzbel.
—Me amenazó con castigarte.
—Lo sé. Lamento muchísimo que hayas tenido que escuchar eso. Por cierto, Samantha se quedará con vos, por si llegás a necesitar ayuda.
—Samantha desapareció cuando yo visité la tumba de mis padres, y no volví a verla. Deberías hablar con ella.
—Lo haré.
—Y con respecto a los Demoníacos, deberías andar con cuidado. Esta gente es muy peligrosa.
—Lo sé. Por eso te quiero al margen. Los Emisarios nos ocuparemos de los Demoníacos y de nuestras almas. Estarás a salvo.
—Está bien... —hizo una breve pausa, y luego, explicó—. Antes de que me cortemos la llamada, hay algo que quiero decirte... cuando mencioné lo de la muerte de tus padres a tus hermanas, Chloe se puso muy tensa. Si fueran unas brujas despiadadas, eso no les importaría ¿Verdad? Algo raro está pasando. Deberías indagar en tu pasado para poder prevenir problemas a futuro.
—Tenés razón. Gracias por todo, Ámbar. Sos una mujer valiente e inteligente, es una pena que no pueda protegerte como me gustaría. Me encantaría llevarte a la Patagonia donde tengo mi fábrica y una cabaña. Me encantaría que pudieras estar en paz. Lamento mucho lo que está pasando.
—Sólo quiero que ambos sobrevivamos —replicó, con lágrimas en los ojos—. Y, honestamente, no quiero dejarte solo si estás herido.
Era adorable que todavía siguiera preocupándose por él.
—No tengas miedo, te prometo que estaré bien. Y nos seguiremos viendo, pero de manera cautelosa. No puedo dejarte desprotegida, pero tampoco puedo exponerte al peligro ¿Me explico?
—Sí, pero... Y ¿Tu castigo? —eso parecía abrumarla mucho.
—Eso no importa. Lo importante es que todos salgamos con vida de este embrollo.
Hubo un breve silencio, como si ella estuviera esperando que él dijera algo más. En cambio, lo que hizo fue cambiar de tema.
—Por cierto, estoy terminando de leer tu novela, es muy buena ¿Cuándo volvés a actualizar? ¿Tuviste alguna otra novedad editorial?
—No seas ansioso, lector —imaginó que sonreía melancólicamente—. No, todo sigue igual con la editorial.
Hubo otro pequeño silencio, como si ella tuviera más cosas para decir, pero prefería callar.
—Ya vendrán tiempos mejores. Lo prometo.
—Voy a colgar el teléfono, porque estoy llegando a casa —soltó de repente, con la voz quebrada—. Nos estamos comunicando... cuídate mucho.
—Vos también. No dudes en llamarme si me necesitás.
—Lo mismo digo. Adiós.
¡Muchas gracias por leer! ¡Saludos!
Sofi.
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