Capítulo 32: "Sanando heridas".
1793, Plaza de la Revolución. París, Francia.
Alexander se encontraba junto a Noah en la plaza, viendo cómo el verdugo obligaba a caminar a María Antonieta hacia la guillotina. Ella tropezó y le pidió perdón al sujeto:
—Perdón, señor. No lo hice a propósito.
La muchedumbre que estaba esperando su muerte, algunos abucheándola, otros observándola, expectantes.
—No merece su muerte —protestó Alexander—. Los humanos son unos bárbaros incivilizados ¿No hubiera sido mejor evitar que derrochara dinero antes que asesinarla?
—Así funciona el mundo, Alexander. No la matarán por sus errores, sino por el resentimiento que la sociedad carga contra ella.
Samaras detestaba ver morir a los seres humanos. Sin embargo, debía estar atento para que no apareciera ningún Cazador por allí, intentando robarse su alma a último minuto.
—Dios debería dejar de destinar almas. Es demasiado peligroso —protestó.
—Si las almas no reencarnaran, las futuras almas se irían debilitando, porque irían perdiendo su espiritualidad. Mi primo te hubiera pegado un puñetazo al oírte hablar así.
Alexander revoleó los ojos. Era cierto.
Dimitri era uno de los seguidores más devotos del Reino Celestial. Él y su primo se habían convertido en Emisarios a los treinta años, luego de que la Inquisición acusara injustamente a toda su familia de robo y los llevaran a la horca.
Samaras comprendía mejor que nadie lo que era sentirse desolado y sin esperanzas, sin embargo, no disfrutaba de esto. No podía acostumbrarse a ver humanos masacrados.
—Los Cazadores se aprovechan de la debilidad de las Almas y de la necesidad de Dios de traerlas de vuelta a la vida.
—Ya sabemos eso Alexander. Por eso hemos tenido conflictos milenarios con ellos ¡Atento!
En ese instante, vio cómo el verdugo dejaba caer la guillotina y cortaba el cuello de María Antonieta en dos mitades.
6 de junio de 2019, Buenos Aires.
Ámbar no había dormido en toda la noche. Sólo se tranquilizó cuando Samantha le avisó que Alexander estaba herido pero vivo y en su hogar. Iré a verlo más tarde.
Sin embargo, no podía permitir que los asuntos inmortales interfirieran con su vida cotidiana, aunque estuviera muerta de miedo.
Esa mañana se puso en contacto con la editorial, luego había ido a la entrevista —había bebido dos tazas de café y un energizante para poder ir bien despierta—, y a pesar de su malestar físico y emocional, había conseguido un trabajo de maquetadora de libros.
—Tenés muchos seguidores en las redes sociales ¿No te gustaría publicar alguna de tus historias con nosotros?
—Me gustaría ¿Podrían explicarme la oferta?
Le dijeron que querían publicar su novela más popular: "Amor rebelde" y que debía terminarla para finales de año. Ella les respondió que le dieran un tiempo para pensarlo, aunque el dinero le resultaba tentador. Especialmente ahora que debía pagar media casa sola.
Pensó en sus padres. Pensó que ellos estarían orgullosos de ellos porque continuaba con su vida a pesar de todo lo que le había sucedido. Sola, pero en pie, y con la cabeza en alto.
Alexander se encontraba en el sofá. Se sentía increíblemente dolorido, a pesar de que sus heridas estaban sanando rápidamente. La cabeza le daba vueltas, y no era capaz de quitarse la imagen del Cazador de la mente. Lo recordaba apuñalándolo una y otra vez.
Samantha estaba parada frente a él.
—Lamento mucho todo lo que pasó...
Alexander soltó un bufido.
Le dolía el cuerpo, pero lo que más le molestaba, era la humillación. Había necesitado de los primos Elenis para poder sobrevivir a un Cazador de Almas y había puesto a Mateo en peligro —quien, por cierto, ahora se encontraba a salvo en un hospital.
—Fue demasiado... vergonzoso —quería taparse el rostro con un almohadón, pero no era capaz de levantar los brazos a causa del ardor—. Mateo hubiera muerto si Dimitri y Noah no hubieran llegado a tiempo. Gracias por tu ayuda, Sam. Me has salvado.
—Es la primera vez que alguien me agradece algo... —se encogió de hombros.
Pobre fantasma. Había tenido una vida difícil y, además, había sido olvidada por los Celestiales y por los humanos.
—Creo que el destino es sabio. Nos unió porque sabía que nos ayudaríamos el uno al otro.
—Dios es único —agregó la muchacha, con los ojos vidriosos—. Nos dio una oportunidad.
Alex soltó un largo suspiro de cansancio.
Dios es único.
"Dios ha muerto", le había dicho el Demoníaco.
Se quedó pensando en lo que el Cazador le había dicho sobre los ángeles ¿Acaso estarían usando a Dios como marioneta? ¿Por eso nunca había tenido la oportunidad de conocerlo? En el cielo era más común escuchar el nombre de Namael que el de Dios.
Negó con la cabeza. No podía dejarse llenar la cabeza por los seres del Demonio, que estaban invadiendo Latinoamérica para, eventualmente, hacerse con el poder Celestial.
—¿Necesitas que te ayude con algo? Te ves muy dolorido.
Iba a decirle que no, que se encontraba bien, justo al mismo tiempo que sonó el timbre. Él no esperaba a nadie...
La reacción de Samantha le dio a entender que ella sí.
—Le abriré la puerta a Ámbar —anunció—. Soplaré el picaporte.
Deseó protestar (porque no quería poner a Ámbar en peligro como le había sucedido a Mateo), pero la fantasma ya había desaparecido de su campo visual.
Instantes más tarde, oyó una voz familiar:
—¿Dónde está?
—En la sala.
Samantha desapareció, en un intento bastante obvio de darle espacio para que dialogasen.
Ámbar corrió hasta la sala. Se veía elegante ¿Habría ido a una entrevista de trabajo? Pronto, se agachó frente al sofá y miró a Samaras:
—¿Qué te pasó? ¿Por qué tenés todas estas vendas? ¿Estás bien? —sus ojos se llenaron de lágrimas.
Le rompía el corazón que ella estuviera sufriendo por él, especialmente luego de todo lo que había tenido que atravesar sola: la muerte de sus padres hace algunos años, su divorcio, la visión de fantasmas...
—Un Cazador me dio una buena paliza —respondió finalmente. Intentó sonreír, pero sólo hizo una mueca con la boca.
Le dolía cada célula de su cuerpo. Si no hubieran aparecido los Elenis, habría fracasado completamente en su labor.
—¿Te desinfectaste bien? ¡Tendrías que cambiar las vendas! ¡Todavía estás sangrando! —se secó las lágrimas para ponerse en acción.
Se puso de pie y fue al baño. Él sabía que iría a buscar el kit de primeros auxilios. Ella conocía muy bien su vivienda.
—No te preocupes...
—¿Cómo no voy a preocuparme? ¡Están pasando cosas peligrosas! —gritó desde el sanitario—. ¡Podrías haber muerto!
—Tranquila... —susurró. Pero sabía que ella tenía razón. Lo que sucedió había sido peligroso.
Volvió del baño con un par de vendas limpias y desinfectante en las manos.
—Te curaré las heridas.
—Ámbar... es peligroso que estés acá. No hace falta que vengas a cuidarme.
—Lo sé...
—En estas condiciones no puedo protegerte —insistió—. Deberías volver a tu casa. Allí estarás más escondida de los Demoníacos que en la casa de un Emisario.
¿Acaso era realmente así? Alexander no podía asegurarlo. Ámbar ya era un blanco para los seguidores del Señor de las Tinieblas.
—Tranquilo —movió una silla al lado del sofá, y empezó a quitarle la venda de la muñeca—. Tengo mi daga. Está Sam. Nada nos sucederá.
—Ámbar... —se esforzó para mover su brazo izquierdo y entrelazar sus dedos con los de ella a pesar de la herida punzante en su piel—. Por favor. No podés morir.
Sus manos eran tibias y suaves. Boyer lo contemplaba con sus hermosos ojos color avellana, y notó que el corazón de la mujer empezó a agitarse.
Y él también se puso nervioso. No había dudas: se sentía irremediablemente atraído hacia ella. Le gustaba su mirada, su aura, su cabello, su tez trigueña y su perfume floral. Le gustaba su sonrisa, su carácter decidido pero tranquilo, sus contestaciones locuaces, su corazón blando.
—No seas tan dramático —ella terminó de retirarle la venda y la dejó en el suelo.
Empezó a pasarle agua oxigenada por la herida. Tenía una perforación rectangular en la piel de la muñeca que ya había comenzado a cicatrizar.
A pesar de que le ardía, el contacto de Ámbar era tan cálido que quería que continuara tocándolo.
—¿Tanta desventaja corrías con el Cazador? Te hirió en la muñeca derecha. Supongo que te debe haber desarmado. Debe haber sido muy doloroso —frunció el entrecejo, mientras limpiaba su piel.
—Qué observadora... Sí, me desarmó. Si no hubieran llegado refuerzos a tiempo...
Dejó su frase a la mitad. Ella no tenía por qué saber eso. Ella no tenía por qué preocuparse. Ella no tenía por qué saber del mundo de los inmortales, y allí estaba, súper involucrada con él.
Se preguntó si lo que había dicho el Cazador sobre Ámbar sería cierto.
—No te abrumes —le colocó la venda limpia con una delicadeza inhumana—. Lo importante es que ahora estás vivo. Cuando sanes, harás todo lo que esté a tu alcance para detener a esos locos de mierda.
Dios, perdóname, pero me muero por romper todas las reglas por ella. Muero por besarla, por quedarme en sus brazos lo que reste de su vida humana y por caminar a su lado, siempre.
Los Celestiales pensaron que, quitándonos el corazón, dejaríamos de enamorarnos... ¡Se equivocaron tanto!
Amé a Mía una vez... y ahora, a Ámbar. No son la misma persona, pero eso no es relevante. Las quiero. No puedo evitarlo.
—Sanarás —agregó cuando terminó con la muñeca derecha—, y todo estará bien, ya verás. Permitime curar las demás lesiones.
En silencio, se dedicó a sanarle la herida del otro brazo y de la pierna. Samaras quería agradecerle, pero las palabras no salían de su boca. Nada parecía ser suficiente para expresar lo agradecido que estaba o lo que sus acciones bondadosas despertaban en él.
—Hacía años que nadie me atendía así. No desde que mis padres murieron.
Ella hizo una pequeña mueca. Alexander intuyó que se moría por hacerle una pregunta.
—Déjame adivinar, querés saber de Mía ¿Verdad?
—Me gustaría. Samantha la mencionó al pasar, pero no me contó mucho sobre ella.
Fantasma chismosa, pensó.
En ese instante, una bola peluda ingresó por la ventana. Zeus, su gatito adoptado.
Se acercó lentamente a Ámbar, y permitió que ella le rascara la oreja. Éste empezó a ronronear. Se comportaba como si la hubiera extrañado.
—Yo también te extrañé... —lo colocó en su falta y empezó a acariciarle el lomo.
Zeus se durmió, ronroneando sobre las piernas de Ámbar.
—Sólo es así con vos y conmigo. Ignora al resto del mundo y tiene un odio especial con Dimitri. No lo puede ni ver.
Ámbar intentó sonreír mientras le rascaba las orejitas al gatito y esperó. Al ver que él no había comenzado a narrar su historia, preguntó:
—¿Y bien? Me gustaría saber más sobre ella ¿O está prohibido que me cuentes al respecto?
—Es una historia triste —cargaba todos los días con el dolor de su pérdida y con la culpa de no haber encontrado a su asesino—. Vivimos un romance tan breve, que no tuvimos tiempo de cuidarnos el uno al otro.
—Lamento mucho que la hayas perdido —se quedó pensativa unos instantes, como si estuviera buscando las palabras adecuadas—. Me pregunto: ¿No estarás idealizando esa historia de amor justamente porque fue breve e intensa?
—Es posible... pero nada quita el hecho de que ella murió por mi culpa. Y no quisiera que la historia se repitiera ¿Comprendes?
—Comprendo —acomodó en una posición más cómoda a Zeus, y luego, inquirió—: ese Cazador que te hizo esto... ¿Estará vinculado con... con...?
—¿Con lo de Mía? No lo sé. A veces pienso que pueden haber sido tres Cazadores diferentes llevando a cabo las órdenes de Luzbel... o de alguien más.
—¿Alguien más? ¿Por qué tres Cazadores?
—No deberías meterte tanto en esos asuntos —intentó sentarse, pero sintió horribles punzadas de dolor.
—¡Quédate quieto! Si necesitás algo ¡Sólo tenés que pedírmelo!
Dios, quería un beso. Quería un beso, quedarse a su lado y no tener que cuidar a ningún alma destinada, nunca más.
En cambio, se limitó a responder:
—Un vaso de agua... y a Zeus.
Ámbar depositó al gatito sobre el sofá, el cual se acurrucó al lado de los pies de Alexander. Para ser un animal tan joven, era bastante dormilón.
Ella le alcanzó un vaso con agua fresca. Por alguna razón, le encantaba que Ámbar se manejara en su casa con tanta naturalidad... como si perteneciera a ese sitio.
—¿Cuánto tardarás en sanar?
—Cuarenta y ocho horas, setenta y dos... no lo sé con exactitud. Hacía tiempo que no me herían de esta forma.
Siglos. Siglos hacía.
—Vendré a visitarte todos los días, entonces. No tenés a nadie quien te cuide.
—No hace falta, es peligroso... vos deberías ocuparte de prepararte para festejar tu cumpleaños con tus amigas.
—No me digas qué hacer, inmortal —revoleó los ojos.
A pesar del dolor físico, logró robarle una sonrisa.
—Me olvidaba que hoy en día las mujeres son iguales que los hombres. Aunque, en tu caso particular, podría decirse que sos hasta superior que ellos... superior incluso a cualquier ser humano.
—¿Lo decís por mi alma púrpura? Creo que sólo te fijaste en mí por eso —bufó.
¿Eso era un reclamo?
—No digas tonterías. Un hombre tiene que ser ciego y estúpido para no fijarse en vos.
Ámbar le lanzó una mirada cargada de emociones. No supo distinguir si se sentía atraída hacia él, si le tenía miedo, si le parecía un idiota...
—Contame de tu día —agregó rápidamente, para que la escritora de Booknet no se sintiera incómoda.
Ámbar le contó sobre la editorial, que haría trabajo de diseño en su casa y que, a su vez, se ofrecieron a evaluar sus escritos. Estaban interesados en "Amor Rebelde".
—¡Eso es excelente! Te distraerás mucho.
—Sí...
—¿No estás contenta?
—Me siento rara ¿Sabés? Aunque me pasen cosas buenas, no estoy alegre. Extraño a mis padres. Me estoy divorciando y ahora veo fantasmas y... —soltó un bufido amargo.
Le dio la sensación de que quería decirle algo más, pero no lo hizo.
—¿Viste alguna otra cosa que te preocupara?
—Sobrenatural, no. Por cierto ¿Tuviste tiempo de averiguar algo más?
—No tuve tiempo de ponerme en contacto con Dimitri. Lo que pasó anoche nos dejó bastante sorprendidos y preocupados. Mis compañeros están tratando de encontrar al Cazador. Por lo tanto, no hay nueva información.
Ella asintió, evidentemente decepcionada.
—Ya vendrán tiempos mejores, lo verás —no estaba seguro de ello, pero necesitaba tranquilizarla—. Volviendo al tema de los libros ¿Cuánto falta para que termines "Amor Rebelde"? Estoy ansioso por leer el final.
Muchas gracias por leer ♥
Nos vemos mañana.
Sofi.
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