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Capítulo 31: "Batalla feroz".


Febrero de 2019. Villa La Angostura, Argentina.


—Te acaban de designar una nueva alma, Alexander —le dijo Dimitri, mientras ambos estaban sentados frente al lago, tomando una lata de cerveza—. Tendrás que viajar a Capital.

Alexander asintió. Él acababa de terminar de ascender a un alma al cielo, pero sabía que, con este trabajo, los Emisarios no tenían respiro. Eran pocos inmortales para la cantidad de almas que había que llevar al Cielo.

—¿Cuándo morirá?

—En junio de este año.

Samaras bebió un trago más de cerveza, y se permitió disfrutar de la bebida y de la brisa fresca que soplaba frente al lago.

—Siempre me he preguntado... ¿Por qué destinan las almas con tanta antelación? En cuatro meses pueden pasar muchas cosas.

—Algunas almas son destinadas con más tiempo, otras con menos. Generalmente las que toman más tiempo de vigilancia es porque Dios todavía está decidiendo su veredicto. De todas formas, no deberíamos juzgar el obrar de Dios.

Alexander alzó las cejas, pero no hizo ningún comentario.

No podía ni debía morder la mano que le daba de comer.


6 de junio de 2019, Buenos Aires.

Ámbar no podía dormir esa noche. Su cabeza no podía dejar de pensar en lo que había leído. No obstante, no se animaba a agarrar el libro nuevamente. No estando sola. Literalmente, Samantha había desaparecido luego de que le había dicho que iba a visitar a Lucero, y no había vuelto a su casa ¿Cuáles serían los quehaceres de un fantasma? ¿Estudiar? ¿O había sucedido algo más?

Se dirigió hacia la cocina, en pijama. Llevó la laptop y puso la pava eléctrica para hacerse un té.

Mientras tanto, chequeó su correo electrónico, el cual hacía dos días que no revisaba.

Una editorial había respondido a su currículum, y le preguntaba para concretar una fecha para una entrevista personalmente. Le hubiera encantado responder al instante, pero eran las tres de la madrugada. Colocó un recordatorio en su celular para concretar una entrevista cuando fueran las ocho.

Luego, abrió el archivo de su novela, y se quedó unos instantes mirando fijamente el cursor. Releyó diez veces la misma página para poder arrancar a escribir. Sin embargo, no podía concentrarse.

Le tenía miedo a lo "sobrenatural". Su corazón latía con violencia. Divorciándose. Viendo fantasmas. Siendo perseguidas por entes desconocidos.

Dios mío ¿En dónde estoy metida? ¡Mi vida es un desastre! Pensó, tratando de forzar su inspiración para actualizar en Booknet, pero sólo podía imaginar a Adán y Eva dando vida a los ángeles rojos.

En ese momento, Samantha apareció por la cocina. Se veía consternada y estaba respirando agitadamente... como si tuviera pulmones para hacerlo.

—¿Qué estás haciendo...? ¿Qué pasó? ¿Estás bien?

La fantasma se sentó en la mesa de la cocina y se echó a llorar. Sus lágrimas no eran corpóreas, por supuesto.

—Sam, me estás preocupando —Ámbar intentó tocarla, pero luego recordó que no podía hacerlo—. ¿Qué pasó?

El corazón de Boyer latía con violencia. Tenía un nudo en la garganta y una sensación amarga en la boca.

Se vienen tiempos difíciles, le había dicho Alexander.

—Alex... —balbuceó, con la voz quebrada—. Alex está en problemas.

—¿Cómo? —se le puso la piel de gallina ¿Cómo alguien como él podía estar metido en aprietos?

—Le avisé a su superior. Irán a ayudarle. Por favor, Ámbar... aléjate de él. Estar cerca de Samaras te podría costar la vida.

Se sintió descompuesta.

—¿Qué estás diciendo?

—Lo que escuchaste. No querés que te asesinen como lo hicieron con su novia humana en el siglo diecinueve ¿Verdad?

—¡SAMANTHA! —gritó, temblando de pies a cabeza—. ¿Qué le pasó a Alexander y por qué estoy en peligro?

—Hace algunas horas que está peleando con un Cazador. Tengo miedo de que lo maten.

Tenía miedo de que lo mataran ¡Un inmortal podría morir!

—No puedo quedarme acá, no puedo ¡No puedo! —se echó a llorar, y sintió ganas de vomitar.

No podía creer todo lo que estaba sucediendo. Parecía una pesadilla.

—No podés poner tu vida en peligro —sollozó la fantasma—. Estaré atenta y te avisaré cuando él regrese a su casa ¿De acuerdo?

—No podré dejar de pensar en él hasta entonces. Tengo un nudo en el estómago. No quiero que le pase nada —Ámbar se cubrió el rostro con ambas manos y lloró. Lloró ruidosamente.

No quería perder a Alex. Era su amigo. Era un compañero. Era alguien... importante en su vida. Le gustaba. Le gustaba mucho.

—No morirá. Te lo aseguro... mientras tanto ¿Querés que te hable de los Cazadores? —era obvio que lo hacía como una forma desesperada de distraerla y de retenerla allí en su casa—. Te contaré lo que he estado leyendo así pensamos en otra cosa.

Ámbar asintió, sabiendo que nada le quitaría el nudo en el estómago que sentía en ese momento.



Alexander se encontraba malherido. El Cazador era un espadachín mucho más hábil que él. Se notaba que había devorado cientos de almas para alcanzar semejante nivel de destreza.

Se preguntó dónde carajos estaba Dimitri y por qué estaba tardándose tanto, mientras se sostenía el brazo izquierdo con firmeza, porque estaba desangrándose. El Cazador le había desgarrado la piel del bíceps.

Podía soportar el dolor físico, y tenía más resistencia que un humano normal. Sin embargo, le preocupaba no poder contra el Cazador, y que éste lograse su objetivo: robarle el alma a Mateo.

—Si tu deseo es sobrevivir, deberías hacerte a un lado.

—No voy a permitir que te lleves a otra alma inocente —jadeó, y le lanzó un golpe a su enemigo. Éste lo esquivó.

—¿Inocente? —señaló a Mateo con su horrible mano derecha—. Destinada, querrás decir. Este tipo no tiene un solo pelo de inocente.

—Es el deber de Dios juzgar a las almas, no el tuyo —jadeó Alexander, y volvió a amenazarlo con su daga.

Deseaba poder ver el rostro del asesino. Deseaba corroborar si era la misma persona que había asesinado a sus padres. Deseaba...

Su cuerpo temblaba. La herida abierta lo estaba debilitando. Era consciente de que, si Dimitri no llegaba a tiempo, su enemigo lo asesinaría. Sin embargo, lo único que debía hacer él, era asegurarse de proteger el alma de Mateo. El alma que, curiosamente, estaba a punto de morir antes de tiempo.

—Dios no es tan poderoso como creés. Es una marioneta de los ángeles —mostró sus horripilantes dientes debajo de la capucha—. Como decía mi amigo Nietzsche: "Dios ha muerto".

Alexander sintió una furia ardiente recorriendo sus venas. Pensó en todas las vidas que Luzbel y sus secuaces habían arrebatado.

No podía permitir que el Diablo ganara. No otra vez.

—No voy a escuchar las palabras de un demonio —musitó, y se arrojó sobre el Cazador.

Alex se encontraba demasiado débil y fue capaz de anticipar los movimientos de su enemigo. El seguidor del Señor de las Tinieblas pronto lo hirió en la pantorrilla derecha con una velocidad monstruosa.

Samaras soltó un grito y cayó de rodillas. Trató de detener el sangrado con las palmas de su mano sana. Nunca en su vida se había encontrado tan nervioso. Ni siquiera cuando había luchado contra un séquito de marionetas en el siglo dieciocho.

Sabe que puede matarme. Sabe que puede clavarme su mano en el pecho y hacerme añicos. Sólo está disfrutando de hacerme sufrir, pensó.

Alexander miró con desesperación hacia el interior de la vivienda. Mateo se encontraba allí, en otra habitación de la casa, totalmente indefenso y débil. Era un blanco demasiado fácil.

Intentó ponerse de pie, pero una punzada de dolor lo hizo volver a caer. Maldición, ¿Por qué era un guerrero tan mediocre?

El Cazador le pegó una patada en el pecho, y lo hizo caer hacia atrás. La espalda de Alexander se golpeó contra el suelo, y tuvo que contener un gemido. Se le habían abierto aún más las heridas. Le ardían. Podía sentir la sangre caliente recorriendo su piel.

Su enemigo se paró a un costado de él y alzó su espada.

Cómo deseaba poder verlo.

Cómo deseaba detenerlo.

No podía rendirse. Aún no...

Intentó levantarse, pero el Cazador le clavó la espada en la muñeca derecha, lo cual lo obligó a soltar la daga.

Alexander gritó. Le había desgarrado la carne y le había quitado toda posibilidad de ganar la pelea.

El sujeto se agachó, y le susurró al oído:

—Deberías desconfiar del sistema político de Dios... o, mejor dicho, de los ángeles —su voz sonó tan grave que le dio escalofríos—. Es tan corrupto como el de Luzbel... Pero al menos, mi señor no es un hipócrita.

—¡No digas... tonterías! —escupió. Le salió sangre de la boca.

Le dolía el cuerpo, pero la desesperación de que asesinaran a Mateo lo quemaba por dentro.

—Tu chica será destinada —susurró—. Los celestiales te obligarán a guiar su alma al más allá.

—¿Qué...? ¡No! ¡NO! —intentó levantarse, pero no fue capaz de hacerlo. La espada del Cazador continuaba clavada en su muñeca.

Aulló de dolor y de frustración. Sentía una quemazón horrible en cada célula de su cuerpo.

No podría soportar que le hicieran daño. No podría. No podría... Tenía que salvar a Ámbar y a Mateo. Tenía que... Debía...

En ese instante, el Cazador recibió un espadazo que lo puso de rodillas. Él tomó rápidamente su arma e intentó atacar a su enemigo, pero éste fue más veloz. Le pegó un empujón con su fuerza sobrenatural tan brutal, que lo hizo romper la ventana y aterrizar en el césped del jardín. Dimitri.

Mateo y su esposa dejaron de discutir, sin comprender lo que estaba sucediendo.

Alexander notó que Elenis no estaba solo, sino acompañado por su primo menor, Noah. Un Emisario de nivel dos, o medio.

El Superior de Alexander salió disparado como un rayo por la ventana, mientras Noah intentaba ayudar a Samaras. Le dio una mano para que se sentara.

—¿Estás bien?

—Sobreviviré —replicó, y le chorreó sangre de la boca.

Le dolía absolutamente cada célula del cuerpo y se sentía derrotado. Sin embargo, le aliviaba el hecho de saber que Dimitri se había encargado del Cazador.

—Deberías ir a tu casa a curar tus heridas. Yo me quedaré con Mateo.

La situación era humillante y abrumadora. Podrían haberse llevado a Pérez. Podría haber ocurrido una tragedia.

—No... ese mi trabajo... —balbuceó, sin ser capaz de ocultar su dolor.

Estaba desangrándose. Debía desinfectarse y cerrar sus heridas de inmediato.

—Está en las reglas de los Emisarios cuidar tu propia salud. Tu asistente fantasma hizo bien en alertarnos de lo que sucedió. Dimitri se ocupará del Cazador y yo de tu alma. No morirá ahora porque la ambulancia que llamé llegará a tiempo. Por favor, tomate un par de días para sanar.

—Está bien —asintió, porque era lo más sensato—, lo haré. Manténganme al tanto de mi alma, por favor.

A pesar de que la cabeza le daba vueltas y el dolor le punzaba cada músculo del cuerpo, se puso de pie y, rengueando, se dirigió hacia su vivienda.



¡Muchas gracias por leer! ¡Nos vemos mañana!

Sofi.

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