Capítulo 28: "Tomando un café con un ser inmortal".
Ámbar se sentó en un pequeño sofá y pidió un cappuccino. Alex optó por un café expreso, y compartieron un pedazo de cheesecake.
—Aparentemente, se vienen tiempos difíciles —comenzó a decir Alexander—, por eso necesito que seas muy cautelosa. No hagas nada descuidado... e infórmame de cada cosa extraña que te pase.
Boyer se encogió de hombros ¿Con qué clase de gente estaba rodeándose? ¿Por qué debía ser cuidadosa?
Por otro lado ¿Por qué le había aceptado un café a un inmortal? No debería confiar en él, aunque la hubiera tratado como una reina cuando eran amantes.
—Alex... ¿Qué está pasando? ¿Podrías decirme la verdad, por favor?
Él negó con la cabeza. No iba a contárselo.
—¿Vos entendés cómo me siento? —protestó la mujer—. ¿Entendés que, en cuestión de pocos días, empecé a ver fantasmas y a tratar con un inmortal? Lo mínimo que merezco es saber a qué me enfrento...
—Lo sé, y realmente lo lamento. Lamento que te hayan involucrado en esto. Tu aura... sé que sos especial. Todos lo saben. Por eso, lo mejor es que te mantengas afuera de este mundo. Te dejaré quedarte con el libro, aunque ya haya roto varias reglas.
¿Él se había metido en problemas por ella? No quería saberlo. Ámbar no podía culparse por algo que no tenía nada que ver con ella.
—El libro ¿Responderá mis preguntas?
—Responderá muchas, sí. También puedo contarte mi historia. Quizás te ayude a comprender algunas cosas.
—Está bien —respondió con frialdad—. Soy toda oídos.
—Bueno —bebió un poco de café, y continuó—: nací en España, en mil seiscientos treinta y uno —susurró el año, para que la gente no lo escuchara—. Era el hijo menor de dos campesinos, cuando todavía regía el sistema feudal...
Ámbar abrió los ojos ampliamente, pero no lo interrumpió. Él ya le había dicho que tenía más de trescientos años ¡Pero estaba cerca de cumplir los cuatrocientos! Dejó su pedazo de torta a medio comer para escucharlo.
—Mis hermanas mayores, Alysa y Chloe, murieron en una peste cuando eran adolescentes, en mil seiscientos cuarenta y siete. Mis padres y yo, por alguna extraña razón, no nos contagiamos. Enterramos sus cuerpos en el bosque, y les hicimos unas lápidas.
>>Durante los años que siguieron, me dediqué a cuidar de mis padres. Ellos querían que yo me casara, pero no podía abandonarlos: no estaban bien de salud para cuidar de sí mismos. Luego de haber trabajado para jefes maltratadores en mi adolescencia, a los diecinueve me hice cargo del campo y de las cosechas, y de comerciar las hortalizas en las aldeas más cercanas...
>>Hasta que sucedió. En mil seiscientos cincuenta y dos, un tipo con túnica se metió en mi casa. Los mató. Y yo lo vi todo —sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas. Habían pasado trescientos sesenta y siete años de aquel incidente, y no parecía haberlo superado—. No pude salvarlos. Corrí, pero no llegué...
Ámbar sintió que se le encogió el corazón. Sin siquiera pensarlo, apoyó su mano sobre la de él. Notó que su piel estaba más seca y áspera de lo normal ¿Qué habría estado haciendo?
Alexander se sorprendió por su gesto, pero no se apartó.
—Luego de eso, un Emisario se presentó a mi casa. Me propuso entrenar para convertirme en un Trabajador Divino y así vengarme por la muerte de mis padres y cuidar de las almas destinadas. Acepté. Entrené duro, estudiaba nueve horas diarias y me preparaba físicamente unas siete...
>>Y a pesar de que en mil seiscientos sesenta y seis me convertí en Emisario... no lo logré. No logré nada de lo que me propuse. Eso hizo que mi temperamento fuera cambiando a lo largo del tiempo. Al principio era un celestial muy obediente, pero ahora... ya no sé qué soy ahora. Sólo sé que soy malísimo atrapando Cazadores.
Parecía a punto de echarse a llorar. Sus hermosos ojos grises brillaban intensamente.
Ha tenido una vida muy dura.
—Hay algo que no entiendo ¿Qué fue lo que no lograste? Estoy segura de que has protegido a quienes tenías que proteger.
Se apartó para beber un poco más de su cappuccino, ya que estaba comenzando a enfriarse.
—No encontré al asesino de mis padres... y el Cazador volvió a aparecer en mil ochocientos treinta. Y mató a una humana. A una humana de aura púrpura brillante.
Su rostro se estremeció a causa del dolor. Ámbar no supo qué decir. No supo qué sentir.
Una chica de aura púrpura...
Sintió escalofríos, y se aferró a su abrigo.
Una chica de aura púrpura. Como yo.
—Tenía veintiún años, y murió en mis brazos. Murió porque yo la expuse al peligro.
>>Los Celestiales cumplieron su deber y me castigaron por ello: me enviaron a limpiar el inframundo y estoy obligado a quedarme en Argentina por tres siglos más... Te juro, Ámbar, que antes de que eso pasara, busqué incansablemente al asesino de mis padres, y no lo encontré. Estoy seguro de que él me encontró a mí, y por eso terminó con la vida de Mía.
Mía... ¡Qué hermoso nombre!
—Este sujeto estuvo burlándose de mí durante más de trescientos años. Esto tiene que parar, Ámbar. Ahora mismo, tengo miedo de que... temo que... —no fue capaz de terminar la frase.
—No dejes que tus emociones te nublen el juicio, Alexander. Es evidente que tenés que indagar en tu pasado para saber quién puede ser el asesino. Ese asesino debe ocultarse en lugares que están fuera de tu alcance... Puede estar en cualquier país en este momento. Seguramente se esconde entre las personas. También puede tratarse de más de una persona.
—Es cierto, puede ser más de uno y tener cualquier apariencia —soltó un largo bufido. Luego, la miró a los ojos—. Sos una mujer muy inteligente, Ámbar.
—Puede ser. Sólo una mujer inteligente lograría vivir de lo que le gusta en un país latinoamericano.
—Después tenemos que brindar por eso —Alexander sonrió.
Sus dientes eran blancos como la nieve, y su sonrisa era cautivante.
Ámbar sacudió la cabeza, no podía permitirse ese tipo de pensamientos. No ahora. No luego de todo lo que había ocurrido.
—Ahora que me hablás con sinceridad, todo tiene sentido. Que te expreses de manera arcaica, por ejemplo, o que dijeras que no te acostumbrabas a las mujeres independientes.
—Buena observación. De hecho, tengo que esforzarme mucho para no hablar con palabras que ya no se usan. A lo largo de los siglos, tuve que adaptar mi idiolecto si quería encajar en la sociedad.
—Eso debe haber sido complicado... aunque, creo que necesitás más práctica. Recuerdo que me mencionaste la palabra: "cortejo" la noche en la que fuiste a mi casa por primera vez —parecía que hubiera pasado un siglo desde ese día.
—Puede ser. Soy un desastre —se sonrojó.
Era extraño volver a hablar así con él. Sin embargo, se sentía natural. Su compañía era más que agradable.
—No pasa nada. Podés ser vos mismo conmigo ahora que sé la verdad —Ámbar se pausó para comer lo que le quedaba de torta, y comentó—: Vos me habías contado que tu papá trabajaba para proveer al hogar y que tu mamá cuidaba de sus hijos... y que vivían en el campo, prácticamente sin contacto con el mundo exterior. También me habías dicho que hacía poco que habías aprendido a usar internet. Todo era cierto, sin dudas. Lo único que no era cierto es que me llevabas un poco más de dos años de diferencia ¿Cuántos años son exactamente? No soy buena sacando cuentas con los años.
—Soy trescientos cincuenta y cinco años mayor —se sonrojó.
—Nos llevamos unas cuántas vidas de diferencia —suspiró. Estaba empezando a acostumbrarse a lo sobrenatural y a aceptar que se había acostado con un inmortal—. Valoro tu sinceridad.
—No soy bueno mintiendo, honestamente. Tampoco soy muy bueno expresándome con las palabras como vos, Ámbar. Siento que lo que digo nunca es suficiente...
—Eso no cuenta. Yo ya llevo años de práctica. Escribo desde que soy una adolescente.
Cerró la boca de repente, porque se dio cuenta de que había dicho una estupidez ¡Él quizás tenía siglos de práctica estudiando idiomas!
—¿Por qué no estudiaste literatura? —inquirió él—. ¿Por qué elegiste diseño gráfico?
—Estábamos hablando sobre vos y me cambiaste el tema —revoleó los ojos.
—Tenemos tiempo para hablar de lo que quieras... ¿O estás apurada?
—No estoy apurada... —sólo estaba ansiosa por saber más, pero no lo expresó en voz alta—. Bueno, estudié diseño gráfico porque pensé que me redituaría más económicamente. Trabajé para una empresa mientras comenzaba a publicar mis escritos en Booknet. Una vez que alcancé diez mil seguidores y las ventas empezaron a servirme para vivir, abandoné ese empleo —y ahora había enviado nuevos currículums porque tenía media casa que pagar, pero no lo dijo en voz alta—. Sin embargo, mis conocimientos de diseño son muy útiles para tener un aesthetic profile en mis redes.
—Un ¿Qué?
—Un perfil estético, que llame la atención. Allí me promociono para ganar nuevos lectores.
—Lo recuerdo, algo me habías dicho... ¿Y pensás enviar tus escritos a editoriales?
—Sí, envié mis libros y también mi currículum como diseñadora. Necesito hacer cambios en mi vida —o más bien "pagar deudas". Pagar deudas y no ser perseguida por fantasmas e inmortales—. Pero en mi tiempo libre, miro dramas coreanos y a veces, cuando ando antojada de algo dulce, cocino postres. Trato de usar materia prima que no tenga que calentar en la hornalla... no me gusta mucho el fuego. No desde que me dejó esa cicatriz.
—¿La que tenés en el codo? Me dijiste que no te gusta el fuego, pero no cómo te has lastimado.
Sí, la quemadura que tenía en el codo. Él se la había visto en más de una ocasión, pero no había hecho preguntas, como ella tampoco había indagado sobre sus tatuajes o cicatrices.
Se sonrojó al pensar en la cantidad de veces que habían estado desnudos y trató de concentrarse para continuar con la historia:
—Sí. En mis cumpleaños mi hermano solía apagar mis velitas porque a mí me daba miedo hacerlo. Bueno, pero todo tiene una explicación. Cuando tenía cuatro o cinco años, estaba corriendo al lado de una fogata... tropecé, y el codo izquierdo aterrizó en el medio del fuego —se levantó el sweater para mostrarle la cicatriz, como si no la hubiera visto cuando habían intimado—. Tuvieron que llevarme al hospital. Me llevó años animarme a prender una cocina, y siempre que puedo, evito hacerlo. Trato de no mostrar nunca esta marca. Es horrible.
—Los niños son muy propensos a tener accidentes. Los padres deben ser súper cuidadosos. Por cierto, esa marca no es horrible, te hace ser quien sos.
Sus ojos se veían sinceros y hermosos. El corazón de Ámbar empezó a latir con violencia ¿Por qué él la hacía sentir así?
—Sí, hay que ser cuidadosos. Mi mamá estaba en el baño cuando sucedió, y mi papá estaba conversando con sus amigos —le dolía el corazón al hablar de sus papás—. No fue intencional.
—Claro que no, claro que no... hablando de la familia ¿Has vuelto a hablar con tu hermano?
¿Tendría que hablar con él porque estaba divorciándose? NO.
—No. La historia es así... Lorenzo vivía fuera de Argentina cuando mis papás se accidentaron. Papá murió en el acto, pero mamá estuvo una semana internada. Él tardó siete días en llegar. Mientras tanto, estuve sola. Quería que mi mamá escuchara su voz, quería que sintiera su presencia... —no pudo contener las lágrimas.
Albergaba demasiado dolor en su interior. Sus padres habían muerto. Se había distanciado de su hermano. Estaba divorciándose y endeudada. Y, para colmo, era el blanco de seres sobrenaturales.
—Quizás para él también fue difícil... ¿No le has preguntado por qué se ha demorado tanto en viajar?
—No. No pude hacerlo mientras mamá estaba viva, tampoco cuando murió, y mucho menos, durante el funeral. Él no se quedó conmigo para hacerme compañía.
—¿Matías te hizo compañía?
—Sólo durante el funeral. Estuve sola en el hospital la semana completa. Si a él no le nacía del corazón pedir licencia en el trabajo para acompañarme, no iba a pedírselo —soltó un largo y doloroso suspiro.
—Lo siento mucho, Ámbar. Si te hubiera conocido entonces...
—Si me hubieras conocido en ese entonces —ella se secó las lágrimas—, te hubiera acosado para que usaras tus poderes de inmortal para salvarla.
Extrañaba tanto, pero tanto a su madre, que se le cerraba el pecho cada vez que hablaba de ella en voz alta.
—Nadie tiene ese poder. Sólo Dios.
—¿Conocés a Dios?
Él negó con la cabeza.
—Entonces ¿Cómo sabés que tiene ese poder? ¿Has visto alguna manifestación divina? —la curiosidad le ganó a su tristeza.
—Ámbar, bajá la voz por favor —hizo un ademán con las manos, mirando a su alrededor, como si alguien pudiera estar escuchando aquella conversación—. Dios existe y tiene sus discípulos. El Diablo existe y también tiene los suyos. Es el Ángel de las Tinieblas, conocido como... Luzbel —susurró la última palabra—. Por favor, no averigües más sobre él. Es... peligroso. No quiero que nadie te haga daño ¿De acuerdo?
—Está bien —contestó.
Pero ella sabía que no podía quedarse sentada en su casa, esperando que la protegieran. Necesitaba informarse. El conocimiento y la inteligencia podrían salvarla.
Alex miró la hora. Bebió rápidamente lo que le quedaba de café y se puso de pie.
—Tengo que irme ¿Te acompaño a tu casa?
—No es suficiente —protestó, cruzándose de brazos—. Necesito saber a qué tendré que enfrentarme...
—Ámbar, tenés el libro —lo señaló con el dedo y luego jugueteó con su reloj, como cada vez que se ponía nervioso—. Debemos irnos. Estaré atento al celular por si me necesitás.
—Está bien. Vamos —ella recogió su abrigo y dejó dinero sobre la mesa.
Él intentó negarse, pero Boyer lo obligó a aceptar el efectivo.
—La próxima, pagás vos —bufó, y se alejó dando zancadas.
¡Muchas gracias por leer! ¡Nos vemos mañana!
Sofi.
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