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Capítulo 27: "El robo".


Siglo XVIII. Europa.

Alexander era un joven buenmozo, y hacía relativamente poco tiempo que se había convertido en Emisario.

Durante una de sus primeras misiones, tuvo un problema: el humano que debía cuidar se había escapado de su rancho sin que él lo notara.

Se vio obligado a seguir su rastro: pisadas, aroma, energía espiritual con tinte de la muerte. Luego de varias horas, lo encontró en una pelea callejera.

Tuvo que luchar cuerpo a cuerpo contra humanos y repartir puñetazos por doquier para que no lo asesinaran antes de tiempo.

Luego, al devolverlo a su casa, tuvo un ataque de ira: le rompió una buena parte de las pocas pertenencias que poseía. Desde que sus padres habían sido asesinados, le costaba controlarse.

—¡Humano idiota! —gritó, mientras el tipo estaba tan borracho que ni siquiera era capaz de escucharlo—. ¡Tuve que romper las reglas por tu culpa!

En esa época, las reglas le importaban.

En esa época, su carácter era muy irritable.

En esa época, se dejaba llevar por sus impulsos.

En esa época, todavía tenía la esperanza de encontrar al asesino de sus padres.



21 de septiembre de 1951. Buenos Aires.

A pesar de que la práctica era ilegal, Alexander decidió cubrir las horribles cicatrices de guerra contra los demoníacos con tatuajes.

En el brazo derecho, se hizo dibujar una rosa con espinas, representando el amor que había sentido por Mía. El amor que le había causado la muerte. También se tatuó cuatro pájaros volando. Los mismos eran grandes y bellos, y simbolizaban a su familia. Se tatuó también un fragmento del Soneto 18 de Shakespeare, que le recordaba a la difunta joven Loncar.

Sentía la necesidad de que su cuerpo no fuera solo un recordatorio constante de las batallas entre Demoníacos y Celestiales, sino que también tuviera algo que representara a las personas que había amado y había perdido.


3 de junio de 2019. Buenos Aires.

Sólo los ángeles podían usar "magia blanca", a través de artefactos celestiales (el cetro de Namael, espadas, etcétera). Los Emisarios sólo tenían habilidades sobrenaturales, y las mismas dependían del rango del Emisario.

Alexander era consciente de que él jamás ascendería a nivel dos (o medio). Honestamente, tampoco era que moría de ganas de tener que hacer varias cosas al mismo tiempo, como le sucedía a Dimitri, quien debía vigilar a Emisarios de nivel uno, cuidar de sus almas e investigar a los Demoníacos.

Dejó escapar un largo suspiro.

A veces se sentía un poco disgustado con las leyes del cielo:

No todas las almas eran vigiladas, solamente aquellas cuyo destino ya estaba marcado, o como le decían los celestiales, "destinado". Básicamente, sólo aquellas almas que Dios necesitaba que reencarnaran contaban con la protección Divina.

Nadie se preocupaba por las almas deambulantes, lo cual a Alexander le parecía un error: esos espíritus muchas veces acumulaban resentimiento y acababan convirtiéndose en marionetas de Luzbel o en Demonios de Bajo Rango.

A Alex solían asignarle los casos que los Emisarios de mayor rango no querían aceptar. Nadie soportaba la personalidad de Mateo, por eso, se lo designaron exclusivamente a él.

No era un mal amigo, pero sí un mal padre y un mal esposo. A lo largo del tiempo, Samaras había aprendido que no todas las personas eran cien por ciento buenas o cien por ciento malas. Tenían aspectos positivos y negativos, y punto.

Pérez ahora se encontraba con su amante. Poco le había importado que su esposa no hubiera decidido atenderlo y le hubiera exigido el divorcio. Tampoco le interesaba ver a su pequeño hijo.

Lo peor era que tenía que escuchar cómo gemía de placer cuando su joven pareja le lamía el miembro.

—Esto es una pesadilla... —murmuró para sí mismo, y decidió distraerse enviándole un mensaje a Ámbar, para preguntarle cómo estaba.

De pronto, recordó lo que le había dicho Dimitri: "No son la misma persona". Mía y Ámbar no son la misma persona... Entonces ¿Por qué los Demoníacos le habían puesto la estatuilla a Boyer? ¿Por qué estaban vigilándola?

Aunque se rompiera la cabeza pensando en ello, sabía que no podía hacer averiguaciones en ese instante. Por ello, abrió la aplicación de Booknet e intentó continuar con "Amor Rebelde".

Sin embargo, los gritos de Mateo disfrutando del contacto físico con su amante lo desconcentraban. No era capaz de leer dos renglones sin distraerse.

¿Tanto tenía que gritar? ¡Lo escucharía todo el barrio!

—Mi tarea es denigrante —pensó en voz alta, irritado.

Son las cuatro de la tarde, por el amor de Dios. Falté a la metalúrgica para esto, pensó, y se frotó las sienes. Se sentía súper molesto.

Quizás me quede un rato más, y luego vuelva a casa a ver a Zeus.


3 de junio de 2019, Buenos Aires.

Samantha notó que había una vela blanca nueva en la sala de estar, justo donde estaba la estatuilla ¿La habría puesto Ámbar?

La escritora la distrajo de sus pensamientos cuando empezó a preparar su cartera.

—¿A dónde vas? —la fantasma preguntó, viendo que la mujer estaba abrigándose para salir.

—Necesito ir a la casa de Alexander —confesó.

¿Por qué quería verlo de repente?

—Es probable que esté ocupado ahora.

—Es probable... Y si no hay nadie en la casa ¿No podrías soplarme un librito...?

¡Por ahí venía su interés! ¡Quería buscar información porque no había hallado nada en internet!

—¡Ámbar! ¡Eso me puede meter en problemas! ¡Ya me equivoqué en arrojar a la estatuita a la mierda...!

—Te hago una pregunta: ¿Desde cuándo te importa no meterte en problemas? —Ámbar enarcó una ceja, mientras caminaba junto a Hojita—. Pensé que te encantaba el chisme. De hecho ¿No fue por eso que viniste a mi casa?

Samantha revoleó los ojos.

—No te confundas, me gusta el chisme... Pero ahora tengo la posibilidad de ir al cielo.

—¿La posibilidad de ir al cielo?

—No voy a decirte más que eso.

—No importa. Yo misma averiguaré lo demás. Hojita se quedará en casa por las dudas.

Preparó en su cartera la daga que le había dado Alexander, y salió disparada hacia la calle. Sabía que la fantasma tenía la obligación de seguirla, ya que estaba dejando a la perra encerrada porque Ámbar pensaba que podía tratarse de una misión peligrosa.

—No estoy de acuerdo con que vayas a su casa. Sin embargo, entiendo tu situación. Por eso, yo misma elegiré un libro y te lo entregaré. Buscaré uno que Alexander no use —era eso, o exponerla al peligro de que se encontrara con un Cazador o una Bruja en la casa del inmortal.

—Sabía que te convencería.

—Esto tiene que quedar entre vos y yo. Apagaré las cámaras de seguridad y cuando sople el libro, vos tendrás que atraparlo.

—Entendido.


* * * 


Llegaron a la vivienda de Alex.

Ámbar vio cómo Samantha traspasaba la pared con facilidad. Se sintió un poco culpable por haber manipulado a la fantasma para conseguir lo que quería, pero ¿Acaso le habían dejado opción? Samaras no le había explicado prácticamente nada, pero ella sentía que el peligro estaba acechándola como si fuera su propia sombra.

No podía dormir durante las noches y era una bola de nervios. Que un espíritu tomara un libro prestado no era un pecado gravísimo ¿No? Además, Alexander tenía un montón de ejemplares. Posiblemente ni siquiera notaría que le faltaría uno.

Mientras esperaba, no pudo evitar pensar en las veces en las que había ido allí. En los besos que había intercambiado con él. En los momentos compartidos dialogando, tomando mate y acariciando a Zeus. Sintió melancolía, y sacudió la cabeza. No podía permitirse ese tipo de pensamientos en ese momento tan complicado de su vida ¡Veía espíritus, por el amor de Dios! ¡Y no sabía por qué su alma era especial! Y necesitaba averiguarlo. Con urgencia.

Aguardó unos instantes mientras suponía que Samantha se encargaba de las cámaras. Más tarde, la puerta balcón se abrió, y un libro de tapa azul de terciopelo salió disparado por la misma.

Ámbar saltó y lo atrapó con ambas manos. Su corazón latía con violencia, estaba desesperada por conocer todo sobre los inmortales. Necesitaba estar preparada para el futuro.

—Si necesitabas un libro, podrías habérmelo pedido.

Boyer se sobresaltó.

Miró hacia atrás, y allí se encontraba él: vestido de traje, con su precioso cabello negro peinado hacia atrás y sus ojos grises que brillaban más de lo usual. Su presencia resultaba abrumadora, casi magnética... era demasiado hermoso para ser real.

Al cabo de unos instantes, abrió la boca para tratar de justificarse, pero la aparición de Samantha atravesando la pared de su casa lo empeoró todo.

Alexander se frotó los ojos con cansancio.

—Te toca ir a vigilar a mi alma. Ahora —soltó el inmortal.

La fantasma no se atrevió a protestar. Se encogió de hombros, y desapareció.

¡Qué vergüenza! ¿Y ahora qué iba a decirle? ¡Qué momento tan incómodo!

—Ámbar Boyer ¿Me aceptarías un café? Creo que tenemos que hablar. Podemos ir a la cafetería que está acá cerca.

Hablar, buena idea.

—Es cierto, tenemos que hablar ¿Prometés ser sincero conmigo? —necesitaba averiguar con urgencia lo que estaba sucediendo.

—Concedido. Vos por tu parte ¿Prometés no robarme más libros?

Ámbar asintió.

—Vamos a ese bar que está a un par de cuadras. Allí hacen cafés bastante ricos.

—Andando.



¡Muchas gracias por leer! ¡Nos vemos mañana! 

Sofi.

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