Capítulo 23: "El espíritu y el Emisario".
—¡Vení para mi casa! —gritó, llorando—. ¡Tenés que explicarme esto!
—¿Qué pasó? ¿Estás bien? —era muy inusual que Ámbar lo llamara por teléfono ¿Habría tenido un problema con su esposo?
—Vení, por favor...
Tragó saliva, asustado.
—Ahora voy. Tranquila ¿Sí?
Dejó de vigilar a su alma y condujo hasta la casa de Ámbar. No podía evitar preguntarse qué la había hecho sentir así. Estaba muy preocupado.
Minutos después, tocó timbre, y ella le abrió rápidamente la puerta. Llevaba ropa deportiva y sus ojos se veían muy hinchados.
—Hola, Ámbar ¿Estás bien?
Sin decirle una sola palabra, lo tomó del brazo y lo arrastró hacia la cocina.
—¿Estás bien? —volvió a preguntar, mientras la escritora lo obligaba a avanzar.
Pronto, notó que había una fantasma adolescente sentada en una silla. Era lo más normal del mundo que las almas vagabundas pasaran tiempo en los hogares, añorando la vida que alguna vez habían tenido.
Alex la ignoró.
—¿Qué pasó? ¿Tuviste problemas con tu esposo? ¡Estuve muy preocupado por vos estos días!
Ámbar no le soltaba el brazo. Ahora tenía los ojos llenos de lágrimas.
—¿No la ves? —señaló a la difunta con nerviosismo—. ¡Es un espíritu!
Samaras dio un respingo ¿Cómo podía ser que ella, una humana común y corriente, viera a un fantasma? ¡No era posible! ¡Sólo la magia negra...!
A lo largo de la historia, pocos humanos habían sido capaces de ver fantasmas, y la mayoría de ellos no habían tenido un final feliz.
Él se sentó y trató de pensar racionalmente, a pesar de que los nervios habían empezado a carcomerlo por dentro.
Rastro del Cazador.
Presencia maligna en Latinoamérica.
Demonio de bajo rango.
Dios mío ¡Ámbar estaba realmente en peligro!
—No veo nada ¿De qué estás hablando? —fue lo único que se le ocurrió decir. Empezó a toquetearse el reloj con nerviosismo.
¿Qué debía hacer? ¿Qué debía hacer?
—¡No mienta! —soltó la fantasma, acongojada.
Ámbar estaba apretándole la muñeca con tanta fuerza que, si él hubiera sido humano, le hubiera dolido. Nunca la había visto tan asustada.
Antes de que pudiera pensar en qué decir, la difunta comentó:
—Mi nombre es Samantha. Te diré lo que hice solamente si admitís que podés verme.
Alexander se frotó las sienes.
La segunda regla de los Emisarios prohibía terminantemente informar a un humano sobre el Orden Divino. Si admitía que él podía verla, tendría problemas. Bueno, más problemas, ya que había roto más de una norma. Sin embargo, si no abría la boca, Ámbar lo odiaría para siempre.
No podría soportar que Ámbar sufriera. Era necesario decirle la verdad. Esperaba que la verdad también pudiera protegerla de los Demoníacos.
Suspiró, despegó la mano de Ámbar de su muñeca y la obligó a sentarse junto a él en la silla. Luego, miró a la fantasma, y soltó:
—Decime lo que hiciste, por favor.
Ámbar soltó un grito de sorpresa, y Samantha sonrió.
—Sos un Emisario. Lo sé porque ustedes no tienen aura —había empezado a tutearlo.
Ámbar soltó un grito. Él trató de tomarle la mano, pero ella se apartó. Le rompía el corazón verla así de asustada.
—Lo soy.
Samantha miró a Ámbar.
—Vos tenés un aura de un brillante y llamativo púrpura porque sos humana, pero como él es inmortal, no tiene aura. No te asustes, nadie te hará daño —luego, se volvió hacia Alexander—. Bueno ¿Querés escuchar lo que hice?
Él miró de reojo a Ámbar, quien temblaba de pies a cabeza. Seguramente, a partir de ahora en más, ella no querría volver a verlo jamás.
No importaba. Sólo quería que ella estuviera a salvo. Haría lo que fuera para protegerla.
—Sí, por favor —miró a Boyer una vez más—. Tranquila. Sé que esto es difícil de asimilar, pero nadie te hará daño ¿Te acordás de que vos me habías dicho que creías en los espíritus? Bueno... te has topado con uno. Es algo normal —no lo era, pero necesitaba que ella se calmara. No quería que sufriera a causa de los nervios.
La escritora, pronto se tapó la boca con ambas manos, y se echó llorar ruidosamente. Quería consolarla. Quería abrazarla. Quería decirle que no permitiría que nada ni nadie le hiciera daño, pero las palabras no brotaron de su boca.
Samantha fue quien rompió el silencio.
—En esta casa había una estatuilla de arcilla que contenía dos rubíes que destilaban magia negra. Lo soplé hasta que se fue por una alcantarilla, para que ya no contaminara esta casa.
Magia negra.
—¿Qué hiciste qué? —Samaras se puso de pie, alterado.
La ignorancia de los fantasmas era súper peligrosa ¡Si esa estatuilla llegaba a las manos equivocadas, podría haber consecuencias fatales!
Consecuencias fatales para el mundo humano, por ejemplo: muchos de ellos enterándose de la existencia de los espíritus; y consecuencias fatales para él: estaba a punto de que lo removieran de su cargo de inmortal.
—La soplé para que se alejara de la casa de Ámbar, porque, como sabrás, no tengo fuerza para "tocar" cosas —explicó, y soltó un suspiro.
—No puedo creerlo —Alexander sintió una punzada de dolor en las sienes ¿Por qué los problemas nunca acababan?
—¡Fue por ese pedazo de arcilla que ella pudo verme! ¡Y creo que el efecto es para siempre! —se justificó Samantha.
No podía quedarse quieto ahí. Debía actuar. Apretó y alzó la muñeca al fantasma con un movimiento brusco. Ella se quejó.
—¿Qué hacés...? —sollozó el espíritu.
—¿Cómo puede ser, si yo quise tocarla y no pude...? —Ámbar se encontraba demasiado consternada.
—Hablaremos luego, Ámbar. Prometo ser completamente sincero con vos —automáticamente, miró a la fantasma, y aseveró—: Samantha y yo tenemos asuntos que resolver.
—No te podés ir ahora —susurró Ámbar, todavía aterrorizada—. Tenemos que hablar. Necesito saber lo que está pasando... por favor.
Le rompía el corazón tener que dejarla así. Quería abrazarla y quedarse con ella para siempre.
—Perdoname. Prometo regresar. Por favor, esperame.
Acto seguido, se volvió invisible y arrastró al fantasma hacia el exterior.
El hedor era casi tan nauseabundo como el del inframundo.
—No es justo que me obligues a venir hasta acá —protestó Samantha, mientras caminaban por el acueducto subterráneo—. Yo soplé la estatua para alejar las malas energías de la casa de Ámbar. Esa chica me cayó bien... aunque al principio le costó creerme, no intentó lastimarme. Además, está por divorciarse. No merece pasar por todo este disgusto. No merece todo lo que está sufriendo.
A pesar del miedo que debió de haber sentido, no había intentado lastimarla. Ámbar era una mujer maravillosa.
Está por divorciarse.
Él había causado la ruptura de su matrimonio y la había puesto en peligro. Los Demoníacos estaban a su acecho ¡Debía protegerla!
La historia con Mía no debía repetirse.
Mía y Ámbar. Ellas eran tan similares... pero sus finales debían ser diferentes.
—Necesito tu ayuda para rastrear ese artefacto del mal ¿Sabías que, si cayera en manos equivocadas, podríamos meternos en serios problemas?
—Dios tendría problemas. Vos tendrías problemas. Yo... no. Para empezar ¿Qué hace un inmortal siendo amante de una humana?
Tenía ganas de gritarle que era una mocosa insolente, pero no lo hizo. Apretó los puños a ambos lados de su cuerpo.
—¿Por qué estabas en la casa de Ámbar? ¿Y qué sabés sobre el Orden Divino?
—Fui a la casa de Ámbar a descansar... porque me dio curiosidad haberla visto con vos. Ahí descubrí que le había sido infiel a su esposo y que se pidieron el divorcio. Ella lo echó de la casa —moría por preguntarle más al respecto, pero no sería ético. Ya demasiado habían violado la privacidad de Ámbar—. Llevo muerta cinco años, y me he cruzado con algún que otro Emisario de vez en cuando. Noté la presencia de la estatua y que Ámbar podía verme en el mismo instante. Vi la energía negra que emanaba la reliquia, entonces la saqué de la casa para que no contaminara más nada. Su esposo no debe de haber tocado los rubíes, ya que no ha sido capaz de verme.
—Esto es muy malo ¿Sabés? Alguien implantó eso en la casa de Ámbar. Alguien quiere hacerle daño —había visto fuego esa noche que había ido a cenar con sus compañeros de trabajo. Quizás fue esa misma noche cuando implantaron el amuleto de magia negra.
No podía ser... ¿Y si durante todos estos años había sido vigilado por un Cazador de Almas? ¿Y si habían estado cerca de él durante siglos? ¿Y si lo odiaban porque en una época había sido fiel seguidor del Orden Celestial? Aunque eso no explicaría por qué asesinaron a sus padres, explicaría lo de Mía y lo de Ámbar...
Negó con la cabeza. A Ámbar nadie le haría daño. No lo permitiría.
—¿Quién podría lastimar a una simple humana?
Mía y Ámbar. Almas púrpuras.
Sin despegar la vista del agua, y toqueteando su reloj de plata con nerviosismo, respondió:
—No sé quién exactamente, pero esto es una acción de los Demoníacos.
—Seguramente —respondió una voz masculina.
Dio un respingo. Alzó la cabeza, y se encogió de hombros a ver a su superior frente a él... con la estatuilla en la mano.
Si Samaras tuviera un corazón, éste le hubiera dado un vuelco.
—¿Cuándo ibas a reportar el problema? ¿Cómo no avisaste que dejaste de vigilar a tu alma para hacer esto?
Dimitri se veía realmente enojado. Su mandíbula estaba tensa y sus ojos brillaban con ferocidad.
—Dimitri, yo... —no sabía cómo explicarle lo que había sucedido ¡Esta vez, no había sido su culpa!
—No quiero oír tus excusas. Vos y tu amiga fantasma vendrán conmigo al reino de los Cielos. Ahora.
¡Muchas gracias por leer!
¡Nos vemos mañana!
Sofi.
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