Capítulo 22: "La fantasma".
Buenos Aires, 23 de mayo de 2019.
Alexander estuvo vigilando la casa de Ámbar y la casa de Mateo en esos días. Estaba muy asustado por el demonio de bajo rango que había aparecido en la ciudad. También había entrenado mientras cumplía con su deber de Emisario.
Asimismo, se había encontrado con muchas almas deambulantes en las calles. Se preguntaba si eso se debía a la presencia de los Demoníacos o si era pura casualidad.
Él no podía dejar de comparar a Ámbar con Mía. No podía evitar pensar que la había puesto en peligro y había causado su separación ¿Cuántas reglas había roto ya?
La número 1: "Prohibido enamorarse de los humanos".
La tres: "Prohibido entrometerse en la vida de los humanos".
La cuatro: "Prohibido causar la muerte de los humanos".
La sexta: "Prohibido desobedecer las órdenes de los Superiores".
Y la catorceava: "Prohibido faltarle el respeto a los Superiores".
Si continuaba así, perdería su inmortalidad. Sin embargo, a él lo único que le importaba era que Ámbar no corriera el mismo destino que Mía. Prefería morir antes de que Boyer sufriera por su culpa.
25 de mayo de 2019. Buenos Aires.
—Creo que hoy la humana descubrirá el poder de la estatuilla.
—¿Por qué lo decís...? —preguntó la hermana menor.
Con sus poderes, la mayor le mostró el presente en su bola de cristal. La fantasma había descubierto la energía proveniente de la estatuilla, que estaba en el mueble del living, justo detrás de un adorno reparado —de esos que había roto el señor Greco.
—El espíritu descubrió que la reliquia emana magia negra porque es capaz de ver eso que es invisible al ojo humano. Durante todos estos días, sin embargo, debe haber tenido un presentimiento, sino no se hubiese escondido del alma púrpura. Sin embargo, sus habilidades son demasiado débiles como para sentir la esencia de la magia ¿Me explico?
—En pocas palabras, que sólo puede verla.
—Exacto... y creo que hoy ha llegado el día en que se delatará a sí misma.
Buenos Aires, 25 de mayo de 2019.
Ámbar había preparado las pertenencias de Matías, ya que era feriado —el veinticinco de mayo es un día patriótico en Argentina, por lo tanto, su exmarido no trabajaría—. No lo merecía, ya que había tenido que arreglar varios de los adornos que él se había encargado de romper en su ataque de ira.
Había intercambiado un par de mensajes con Alexander durante la semana, pero había preferido no verlo esos días. Necesitaba tiempo para pensar en todo lo que había sucedido. Era muy importante para ella tener espacio personal para ordenar su mente.
Se había contactado con abogados y también había enviado varios currículums a diferentes editoriales. Ahora que se divorciaría, necesitaría pagarle la otra mitad de la casa a Matías, por ende, precisaría más dinero que el que ganaba como escritora.
Sus amigas del taller de pastelería y Lucero habían ido a visitarla, y le aseguraron que lo mejor que podía pasarle era divorciarse. Ella lo sabía. Sin embargo, no había imaginado que todo terminaría de una forma tan horrible y violenta.
Eso era lo que le dolía: que todo acabara así. Luego de diez años de compañerismo, ella había quedado como la mala de la relación ante los ojos de la sociedad, a pesar de que había sido él quien había cometido la primera infidelidad.
Maldición, extrañaba tanto a sus padres. Esa semana había llorado como condenada. Se imaginaba a sí misma contándole todo a su madre. Silvia Boyer no hubiera aprobado que engañara a su marido, pero la hubiera comprendido. Su papá, Andrés Boyer, hubiera querido golpear a su exesposo por haberla tratado de esa forma.
Necesitaba que la abrazaran. Necesitaba sentirse menos perdida.
En ese instante, escuchó un ruido proveniente del comedor ¿Matías habría golpeado la ventana? ¿Qué quería ahora?
Se acercó hacia la sala para corroborar, y no pudo evitar soltar un grito.
Había una adolescente en su casa. Tenía el cabello largo y lacio hasta la cintura, de un tono rubio ceniza, y llevaba una camiseta negra con unos jeans rotos. Estaba descalza, y estaba junto a la estatuilla con ojos de rubíes.
Ámbar tomó el secador de piso y apuntó hacia la muchacha, con las manos temblorosas.
—¿¡QUÉ ESTÁS HACIENDO EN MI CASA!?
La adolescente se sorprendió.
—Ámbar ¿Puede verme...?
—¿ME ESTÁS TOMANDO EL PELO? —Ámbar se acercó a la jovencita, apuntándole con el palo—. ¡Andate, si no querés que llame a la policía!
Tenía miedo de que la adolescente estuviera armada o drogada. Seguramente era una ladrona.
—Espere... —le hizo un gesto con las manos, intentando calmar a la escritora—. ¿Usted es tarotista? ¿El inmortal le dio poderes?
—¿Qué? —Ámbar no entendía qué le sucedía a esa muchachita, lo único que quería era que se fuera de su casa—. ¡Estás delirando! ¡Andate de mi casa!
Trató de disimular que se encontraba asustada. Temía que la jovencita tuviera algún objeto punzante para lastimarla o que intentara atacarla. Quizás estaba intentando distraerla para robarle.
—Mi nombre es Samantha —se presentó—. Vine a su casa porque me gustó el color de su aura... y porque supe que usted le fue infiel a su esposo con el inmortal.
Había repetido otra vez la palabra inmortal ¿Tan drogada estaba la adolescente?
—¿Qué? ¿De qué estás hablando? —como no le respondió, volvió a gritarle—: ¡Andate de mi casa!
Ámbar, quien ya no podía tolerar más esa situación, intentó jalar a la adolescente de la muñeca para arrastrarla a la fuerza fuera de su casa.
Sin embargo, no pudo hacerlo: atravesó el brazo de Samantha como si se tratara de un holograma.
—¿Cómo puede ser? —empezó a dolerle la cabeza y a sentirse mareada—. ¿Cómo puede ser? ¿Qué carajo está pasando?
Ahora que Samantha había dejado de ser una amenaza, empezó a buscar por todos lados algún proyector escondido. Tenía que ser una proyección. Quizás Matías le estaba haciendo una broma.
Revisó atrás del sofá. Debajo de la mesa. Al costado del mueble. Entre los adornos. En la cocina. En el baño. En el jardín. En su habitación.
—No encontrará nada, señora. Yo no pertenezco al mundo de los vivos —apareció Samantha de repente—. Hace varios días que estoy acá, pero nunca me mostré, pensando que quizás podría ser especial. Sin embargo, hoy me llamó la atención un adorno y por eso hice ruido sin querer... no debería haberme oído.
—Dejá de decir pavadas. Es evidente que sos una proyección.
Ámbar se sentía descompuesta.
No podía estar viendo fantasmas. No había perdido tanto la cordura ¿No? Creía en los espíritus, pero pensaba que éstos eran invisibles y que no hablaban con las personas. No estaba enloqueciendo ¿Verdad?
Estuvo dos horas revisando su casa, abriendo los muebles, revolviendo los cajones, mirando debajo del sofá, de la cama, en las paredes.
Y no encontró nada. Nada que pudiera dar indicio de una proyección.
—¡Andate de mi casa! —gritó una vez más, asustada. Estaba temblando de pies a cabeza. Sentía que estaba a punto de desmayarse.
Estaba teniendo alucinaciones ¿No? ¡ESTO ERA DEMASIADO ANORMAL E INESPERADO!
—Tranquila —dijo la fantasma con una calma espectral.
Luego, se acercó a la estatuilla de arcilla y la señaló con sus dedos pálidos.
—Estoy segura de que culpa de esto puede verme. Yo soy un ente deambulante... los muertos somos invisibles a los ojos humanos. No entiendo mucho de magia negra... pero puedo ver la energía oscura que reflejan esos rubíes —apuntó hacia las piedras preciosas del adorno—. Mi espíritu es débil y por eso no he sentido su poder, pero he presentido que algo raro sucedía con usted y me he escondido durante algunos días... hasta que vi el objeto. Creo que debería ser desechado.
Ámbar se vio obligada a tomar asiento y a tratar de calmarse.
¿Cómo podía ser? ¿Cómo? Si bien ella creía en Dios y en las almas, lo que le estaba sucediendo en este momento era completamente absurdo ¿Cómo podía estar viendo un fantasma?
Se echó a llorar y se tomó la cabeza con ambas manos. Se sentía descompuesta, y no era capaz de asimilar lo que estaba sucediendo.
De repente, la fantasma empezó a tutearla. Era lo más errático que le había sucedido en la vida:
—No tengas miedo, no voy a hacerte daño. Es más —sopló la estatuilla hasta lanzarla por la ventana—. No puedo tocar nada, pero puedo hacer algo de viento, por eso hice ruido recién. Puedo seguir soplándola hasta que dé en una alcantarilla. Presiento que sería de mal augurio que la sigas teniendo en tu casa... por cierto, también deberías alejarte del Emisario. Sé que es dolorosamente atractivo, pero es peligroso para los humanos relacionarse con inmortales. De hecho, aléjate de los hombres por un tiempo. Consejo de una muerta —le guiñó un ojo y se encargó de lanzar la estatuilla fuera de su casa.
"Consejo de una muerta". Ámbar llegó a preguntarse si las chicas de pastelería le habían puesto drogas alucinógenas a las tortas que habían comido.
Por otro lado, el espíritu había repetido muchas veces la palabra "inmortal", así que tuvo que preguntar:
—¿Inmortales? ¿De qué estás hablando? ¿Qué tiene que ver Alexander en todo esto?
No estoy loca. Tiene que haber alguna explicación para que haya una muerta intrusa en mi casa.
Ámbar no era capaz de dejar de temblar. Temía perder la compostura en cualquier momento. Sudaba frío y se sentía tan débil que apenas podía sostenerse de pie.
—Llamalo. Él tiene que explicarte lo que está pasando ¡No es normal que una humana vea fantasmas!
¿Por qué los tipos sólo me traen problemas? ¿Por qué carajos la fantasma afirma que Alexander es un inmortal? ¿Qué está pasando?
—¿Cuánto tiempo?
—Cuánto tiempo... ¿Qué?
—Estuviste en mi casa —Ámbar se tomó la cara con ambas manos, sin poder creer que estaba hablando realmente con un fantasma.
—Creo que una semana. Perdón, no estaba segura si podías verme o no, y lo confirmé con la estatua. Lo mejor que pude haber hecho fue quitarla de tu casa, sólo te haría sentir triste. Marcá el número del inmortal —cambió de tema—. Deberías avisarle que vimos un objeto de magia negra.
¿El inmortal?
Ladeó la cabeza, la cual le punzaba fuertemente en las sienes.
No estoy loca. No lo estoy ¿Verdad?
Asustada y sintiéndose al borde de perder la cordura, decidió marcar con sus dedos temblorosos el número de Alexander, el supuesto "inmortal".
¡Muchas gracias por leer! Nos vemos mañana.
Sofi.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro