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Capítulo 20: "Al descubierto".

14 de mayo de 2019, Buenos Aires.

Era de madrugada. Alexander estaba vigilando el departamento en donde Mateo se había alojado con su amante. Sin embargo, esa noche estaba durmiendo solo. Bueno, casi. No sabía que contaba con la presencia de un Emisario Inmortal de nivel bajo (o nivel uno, era lo mismo).

Como Samaras era invisible, se sentó en el sofá, reflexivo. Jugueteó con su reloj mientras pensaba en el demonio de bajo rango que había aparecido fuera de la casa de Ámbar. Otra vez, tenía el mismo dilema ¿Debía acercarse más para protegerla, o alejarse? ¿Acaso las reglas Celestiales protegían a los humanos? Sus recuerdos no podían dar fe de ello.

Se cubrió el rostro con ambas manos, preocupado.

Y sin poder evitarlo, se quedó dormido.


—Mía y Ámbar son la misma persona —le dijo una voz aterradora.

Alexander alzó la mirada. Él estaba en un bosque muy similar al lugar en donde había vivido durante su infancia. Frente a él, había una Bruja y un Cazador cuyos rostros no podía ver. Estaban borrosos.

—¡Muéranse! —balbuceó, pero se encontraba tan débil que apenas fue capaz de hablar.

—Nosotros, no. Ellas, sí.


Se despertó sobresaltado. Hacía desde la muerte de Mía que no tenía una pesadilla así. Corrió hasta la habitación de Mateo para chequear si se hallaba a salvo, y luego, le escribió a Ámbar. Ella solía tener problemas de insomnio, y si estaba despierta, le respondería.

Volvió a sentarse en el sofá y a juguetear con su reloj.

Mía y Ámbar. No puede ser.

Alexander sabía que habían enterrado a Mía en el cementerio de la Recoleta, y que luego alguien había hurtado sus restos. La había visto morir en sus brazos. Habían hecho una autopsia y se habían enterado de que había sido asesinada en manos de un arma negra.

No podían ser la misma persona.

No tenía sentido.

Su dolor de cabeza se calmó cuando de repente le sonó el celular.



18 de mayo de 2019.

Ámbar y Ámbar continuaron viéndose casi todas las tardes.

Ese sábado, Boyer decidió ponerse ropa ajustada: un pantalón de bengalina azul, un suéter blanco y unas botas largas. Se maquilló y se perfumó. Cuando se estaba yendo, Matías le preguntó a dónde iba tan arreglada, y ella dijo que saldría con Lucero. Sin embargo, fue caminando hasta la vivienda de su amante.

Él llevaba puesta una camisa a medio desabrochar y unos jeans. Olía a bosque, como siempre.

—Hola...

Vestía una camisa blanca a medio abrochar y unos jeans azules. Olía a bosque y parecía recién salido de la ducha. Era tan hermoso que Ámbar sintió un hormigueo en el estómago. No se acostumbraba a sentirse así por un hombre.

—Te he extrañado —confesó, y apretó los labios contra los de ella.

Terminaron acostados en el sofá, él sobre Ámbar. Samras quitó el suéter, la camiseta y el corpiño, y le pasó la lengua por los senos. También metió la mano dentro su pantalón, y deslizó un par de dedos en su intimidad.

—Alex —jadeó—. No tan rápido... sabés que no me resisto...

—Shh. Dejame tratarte como a una reina.

Le quitó los pantalones, la ropa interior y empezó a besar su parte íntima. Pasó la lengua por su zona erógena, haciéndola gritar de placer.

—¡Alexander!

Ella se dejó llevar por la pasión. Permitió que la boca de su amante jugara como quisiera, mientras Ámbar revolvía el cabello de Alexander. Estaba extasiada. Él siempre buscaba la forma de que hacerla sentir deseada, sin exigirle nada a cambio. Eso la encendía aún más.

—Alex...

Samaras notó que Boyer estaba a punto de acabar, entonces se colocó sobre ella, y sus cuerpos acabaron unidos por la pasión.

Sus movimientos pélvicos la hacían gemir como si estuvieran matándola. A Ámbar le encantaba hacerlo en el sofá. Cuando estaba a punto de terminar, lo obligó a sentarse. Ella se movió encima de él, mientras él lamía sus senos y le metía los dedos...

—Voy a... a... —estallaron de placer simultáneamente.

Una vez que terminaron, tuvieron que ir a ducharse.

—Menudo recibimiento el de hoy —comentó Ámbar, mientras se metía en la ducha.

Samaras se ruborizó.

Mientras se bañaban, Boyer quiso seguir conversando:

—¿Cómo aprendiste a darle tanto placer a una mujer?

—Con un poco de práctica —sonrió, y luego, se quedó un rato en silencio.

Se veía sumergido en sus pensamientos.

—¿Pasa algo? —inquirió la escritora de Booknet, mientras enjuagaba el jabón de su cuerpo.

—No puedo evitar pensar en todo lo que ha ocurrido estas últimas semanas... y en que seguís con Matías. Yo lo veo en el trabajo casi todos los días y él actúa como si nada hubiera sucedido.

—¿Te genera incomodidad verlo?

—Apenas. Me genera más incomodidad... —se mordió la lengua.

—¿Qué cosa?

—Pensar que dormís con él —miró hacia otro lado.

¿Estaba celoso? Tuvo que contener el impulso de abrazarlo.

—Nunca compartimos la cama. Él suele irse con la amante...

—No me des explicaciones —la detuvo—. Lamento haberte incomodado —terminó de enjuagarse el pelo.

—Alex...

En ese momento, el timbre interrumpió su conversación. Maldición, pensó Boyer.

Alexander se apresuró para salir de la ducha y colocarse una bata. A Ámbar aún le faltaba enjuagarse el cabello.

—¿Será Dimitri? —preguntó ella, tratando de apresurarse.

La escritora no le había comentado aún que sospechaba que su amigo tenía sentimientos por él. No había sabido cómo decírselo.

—No lo creo. Él suele entrar sin llamar a la puerta. Iré a ver.

Ámbar estaba terminando de quitarse el champú del cuero cabelludo cuando de repente sintió que una voz familiar vociferaba:

—¡TRAIDOR! ¡FUISTE A COMER A MI CASA, ¡COMPARTÍAMOS MUCHAS HORAS EN EL TRABAJO Y A MIS ESPALDAS, TE COGÍAS A MI MUJER!

No puede ser.

Ámbar terminó de ducharse tan rápido como pudo y empezó a vestirse. Tenía que detener a Matías con urgencia.

—Matías, podemos hablar tranquilamente —la voz de Alexander sonaba autoritaria pero calma.

Le temblaban las manos mientras se ponía los pantalones y el calzado. De sentir mariposas en el estómago, pasó a sentir un nudo en la garganta. Debía apurarse.

—¿Querés que hablemos tranquilos de cómo escuché que hacías gemir a mi esposa? —soltó, rabioso.

Su marido era una persona cobarde y de temperamento pacífico, pero ese día parecía furioso. Furioso como nunca lo había oído en los diez años que habían estado juntos.

Empezó a bajar las escaleras, dándose cuenta de que tenía el cabello mojado y que Alexander había salido en bata.

Maldición.

Regresó al baño a buscar un secador, pero era evidente que Alexander no usaba uno. Se peinó como pudo. Los dedos le temblaban, mientras escuchaba cómo los dos hombres discutían en la planta baja.

—¡Tuvieron relaciones prácticamente en la ventana! ¡Debe haberlos oído todo el barrio! ¡Y ni siquiera traés ropa puesta, desgraciado!

—Matías, por favor, sentate y hablemos...

—¡No me voy a sentar en el sofá en donde te cogiste a mi mujer! —hizo una pausa, y aulló—: ¡Ámbar! ¡Bajá ya mismo!

Ella bajó las escaleras. Sentía que las piernas le temblaban como una hoja y que estaba a punto de desfallecer a causa de los nervios.

Su esposo la siguió con la mirada hasta que llegó a la planta baja. No la dejó decir siquiera una palabra.

—Te seguí porque ibas demasiado coqueta para ver a Lucero... y te vi entrar acá. También los escuché coger en el living... —sus ojos se llenaron de lágrimas, y apretó los puños a ambos lados de su cuerpo—. Jamás hubiera esperado una traición de tu parte. Veo que después de coger, se ducharon juntos —señaló el pelo mojado de ella y la bata de baño de Alex.

—No quería que todo sucediera así —hizo un gesto con las manos para que él intentara calmarse.

No quería generarle problemas a Alexander. Quería que fueran a hablar a otro lugar, y que su relación finalizara en buenos términos.

—¿QUÉ COSA NO QUERÍAS? ¿COGERTE A MI COMPAÑERO DE TRABAJO?

—Matías... —Alexander le lanzó una mirada de advertencia.

—Vos me traicionaste primero ¡Vos estabas saliendo con una chica de veintitrés años! ¡Tengo incluso hasta las capturas de pantalla! ¿Y yo qué iba a hacer? ¿Esperar que la dejaras? ¿Quedarme llorando en casa?

—Claro que no, fue más fácil salir a tener sexo con el primero que se te cruzó. Al final, mi mamá tenía razón: vos y tu amiga son unas putas de mierda.

Ámbar iba a gritarle que era un desubicado y que se fuera, pero Alexander fue más rápido. De hecho, demasiado rápido: cerró su puño derecho y le pegó una piña en la mandíbula al señor Greco. Éste se tambaleó para atrás y cayó sobre el sofá, sosteniéndose la cara con ambas manos.

—¡PAREN! —agarró a Alexander del brazo derecho. Como si Ámbar fuera capaz de detener físicamente a alguien atlético y veinte centímetros más alto que ella.

—No vuelvas a insultarla —Samaras la ignoró. Tenía la vista clavada en Matías—. No lo merece. Ya toleró bastante tus desatenciones. Ya lloró demasiado por vos.

Se quedó un minuto viendo a Alexander fijamente. Sus ojos estaban llenos de lágrimas. Seguramente estaba pensando qué decir para no recibir otro puñetazo en la cara.

—¿Eso te dijo? ¿Qué yo era un desatento? ¡Ella se negaba a acostarse conmigo! ¡Se ha negado a darme un hijo! ¡He tenido que pagarle para que me ayudara con las reuniones en casa! Y lo peor: ¡Ha tratado mal a mi mamá! Ahora entiendo la razón de todo eso: era porque se estaba acostando con otro.

Luego de los diez años que habían compartido ¿Así era como pensaba de ella? La escritora de Booknet pasó de sentir preocupación a sentir ira.

—Estás muy equivocado. Andate de acá —soltó Ámbar de repente, súper enojada.

Él sólo era capaz de ver lo malo que ella había hecho, y no todo lo que le había tolerado a lo largo de una década. Matías la había convertido en eso: en una mujer sin amor por su esposo. Él la había engañado. Él la había ignorado. Él la había menospreciado ¿Y ahora ella era la mala de la película?

—Hablaremos en la casa —tenía que tranquilizarse ella para que su marido y Alexander no terminaran lastimándose entre ellos. Sin embargo, sentía que los latidos de su propio corazón podían escucharse a kilómetros de distancia.

—¿Casa? —escupió.

—Legalmente la compartimos —respondió con calma, a pesar de que se le hervía la sangre de la bronca por la forma en la que él la estaba tratando. Él también había sido infiel y ella no lo había insultado por eso—. Es necesario que hablemos como dos personas adultas —trataría de evitar el tema de la madre de Matías, porque todo acabaría muy mal.

Greco se puso de pie. Tenía una marca roja en la mandíbula, era evidente que pronto se le haría un moretón.

—Adelantate —insistió Ámbar—. Nos vemos en diez minutos.

—¿Se van a echar otro polvo? —preguntó Greco con desdén.

Alexander apretó los dientes y tensó el cuerpo.

—Andate de mi casa —masculló.

Matías, para no recibir otro puñetazo, salió.

No me respeta a mí como mujer, sino a Alexander como hombre, pensó Ámbar, indignada.

La escritora empezó a guardar sus pertenencias en la cartera: su teléfono celular, el cargador, un lápiz labial, etcétera.

—Ámbar... lamento haber golpeado a Matías...

—No te preocupes. Se lo merecía.

Es más: estaba agradecida con él porque la había defendido. No había permitido que otro tipo la insultara.

—¿Querés que te acompañe? ¿Y si intenta lastimarte?

Ella le puso una mano en el pecho. No sintió su corazón, pero sí su presión sanguínea.

—¿Confías en mí?

—Sí. Confío en vos.

—Bueno, todo va a salir bien, vas a ver —lo abrazó.

Él la envolvió con fuerza, como si no quisiera dejarla ir. Su calidez era abrumadora y reconfortante.

Era el hombre más hermoso del mundo. Por dentro y por fuera.

—Te llamo luego ¿Está bien? No te preocupes por mí. No permitiré que ese hombre vuelva a denigrarme.

Alex asintió, no muy convencido de dejarla ir sola a enfrentar a su marido.



¡Muchas gracias por leer! Les dejo un edit de la historia:



¡Nos vemos mañana! Recuerden que pueden seguirme en Insta si desean ver más contenido literario :) literatura.libros.escritos.ok 

Sofi.

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