Capítulo 19: "La espada celestial".
Buenos Aires, 12 de mayo de 2019.
—¿A dónde crees que vas, escoria?
Noah sacó su espada celestial, forjada hacía quinientos años por un ángel de plata. Brillaba como las estrellas.
El demonio de bajo rango, con su aspecto de ser humano en descomposición, desprendía humo negro por las partes más putrefactas de su cuerpo. Era una pesadilla salida del inframundo.
No todas las almas del infierno estaban capacitadas para convertirse en demonios de bajo rango. Sólo las que albergaban mayor resentimiento podrían ser aprovechadas por Brujas y Cazadores.
Agradecía que los seres humanos no pudieran verlos.
—¡Muere!
El monstruo corrió. Corrió a tanta velocidad que Noah tuvo que utilizar su máxima energía para poder perseguirlo ¿Hacia dónde iba? ¿Por qué huía, cuando estas criaturas estaban programadas para atacar a los Celestiales?
Cruzó un parque. Esquivó niños. Noah casi se tropezó con un perro callejero.
—¡No huyas, escoria! ¡Te mandaré de nuevo a donde perteneces!
Justo cuando estaba por ingresar en una casa blanca y sencilla, Noah le lanzó su espada, y le cortó la cabeza. Había tenido miedo de hacerlo antes porque había mucha gente, y aunque fuera invisible, no quería lastimar a nadie.
La criatura gritó y se desvaneció, dejando solamente un rastro de humo delante de él.
—¿Por qué se detuvo en esa casa?
Percibió una energía proveniente de allí. Magia negra y espiritual. Energías opuestas. Enfundó su espada y se volvió visible otra vez.
—¿Será...?
Miró hacia adelante, y vio que Alexander caminaba hacia allí, con una mujer tomándolo del brazo.
Se trataba de una mujer con una brillante aura púrpura: el blanco ideal para cualquier demonio de bajo rango o marionetas, las cuales sólo servían para extraer energía de los seres vivos.
Es ella. La están buscando a ella.
Ella es la que cambiará el destino del Cielo y del Infierno.
Elenis caminó hacia la pareja.
—¡Noah! —Alexander lo saludó con la mano cuando se encontraron a apenas unos metros—. Ella es una amiga, Ámbar Boyer.
Dimitri se enojaría mucho si se enteraba de que, nuevamente, Samaras había estado perdiendo el tiempo acostándose con humanas.
No podía juzgar al joven Samaras, él también había cometido errores. Los Celestiales lo hubieran castigado si hubiesen sabido que se había acostado con tantas mujeres. No obstante, a diferencia del caso de Alex, nadie había muerto por ello.
—Hola, Ámbar. Mi nombre es Noah, y soy amigo de Alexander.
—Un gusto —sonrió.
Cuando sonreía, su alma brillaba más. Era un radiador para marionetas y demonios. Era sospechoso que los Demoníacos no hubieran sentido interés en ella hasta entonces.
Por cierto... era abrumador también el parecido con el alma de Mía Loncar. Si no la hubieran asesinado con un arma negra, podría asegurar que sería su reencarnación.
Recordaba que Alexander, en mil ochocientos treinta, le había señalado secretamente cuál era la mujer que le gustaba. En ese entonces, Noah asistía a muchos burdeles, y no veía problema en que Samaras tuviera una aventura. Al fin y al cabo, eran inmortales, pero habían sido humanos.
—Su alma es demasiado púrpura —le había dicho en aquel entonces.
—Lo sé ¿No es hermosa?
Los pensamientos de Noah volvieron al presente.
—Un gusto conocerla, muchacha ¿Usted vive por aquí?
—Sí, esa es mi casa —le señaló la vivienda blanca en donde había muerto el demonio, del cual el único rastro que quedaba era el olor a chamuscado—. Alex y yo solemos pasear a menudo, ya que vivimos muy cerca.
—Excelente... —miró a Alexander con impaciencia, y el inmortal entendió.
—Lo siento, Ámbar. Tengo que despedirme.
—¡Adiós!
La mujer entró a la casa apresuradamente, y cerró las ventanas.
—¿Sentís el olor? —le dijo Noah a Alexander—. Detuve a un demonio de bajo rango en la puerta de la casa de esta mujer. Deberías tener cuidado... ¿Dimitri sabe...?
—Sí, sabe. Por eso me ha pedido que te ayudara a registrar los hechizos.
—Es inútil —negó con la cabeza—. Deberíamos buscar al ser que nos está enviando a sus demonios y títeres, así lo detenemos. No queremos que la historia del pasado se repita.
Alexander se estremeció.
—¿Pudiste extraer una muestra del demonio?
—No. Se desvaneció muy rápido. Le corté la cabeza y el humo se dispersó en cuestión de segundos.
Alexander frunció el entrecejo y apretó los labios. Noah sabía que estaba preocupado por su nueva amiga.
—Yo rastrearé la zona. Andá a vigilar a tu alma.
—Gracias por todo, Noah.
El Emisario de nivel dos asintió, y vio cómo Samaras corría para encontrarse con su alma.
Lo deja demasiado tiempo solo. Eso no terminará bien.
13 de mayo de 2019, Buenos Aires.
Lucero recibió a Ámbar en su casa, quien todavía se veía preocupada por el suceso de la suegra.
—¿En serio están bien luego de lo que pasó? No merecían ese trato. Creo que no dije lo suficiente para defenderte...
—Lo hiciste bien, amiga. Además ¿Cómo no iba a hacerte el aguante después de todo lo que has hecho por mí?
Lucero no olvidaba que, cuando estaba separándose de su ex, Francisco, Ámbar solía llevar a Rocío a dormir a su casa, al cine y al parque. Su amiga había protegido a su hija mucho más que su exesposo.
Tampoco olvidaba que, en las noches en las que había llorado desconsoladamente por su divorcio, Ámbar había ido a hacerle compañía.
Se habían conocido en la secundaria, cuando Lucero había repetido segundo año. Recordaba que sus padres estaban muy mal económicamente y había tanta tensión en su casa, que apenas lograba concentrarse para los exámenes.
No fueron los docentes quienes la ayudaron con esa situación, sino Ámbar. Ámbar la invitaba a estudiar a su hogar y su mamá, Silvia, preparaba chocolatada con galletitas caseras para que hicieran los deberes con la panza llena.
No le cabía dudas de quién había heredado Boyer el talento para la pastelería. Una pastelera que odiaba prender fuego, y muchas veces les pedían a otras personas que lo hicieran por ella. Así era Ámbar. A veces fuerte, a veces frágil. A veces contradictoria y difícil de comprender. A veces, una nerd. Otras, una holgazana. En resumidas cuentas, era su mejor amiga y su hermana del corazón.
—Aunque yo te haya ayudado en el pasado, no tenías por qué fumarte a mi suegra.
—Futura exsuegra —enfatizó la palabra "ex" —. Y lo hice porque quise, no porque me lo hayas pedido. Los vínculos tienen que ser así, Ambi. Hoy por mí, mañana por vos. Con Matías te acostumbraste a dar y nunca recibir nada.
—Es cierto, me acostumbré para mal. Por cierto, desde que pasó lo de su mamá, estuvimos ignorándonos. Hace más de una semana que no hablamos más de lo justo y necesario.
—¿Cuándo lo vas a dejar? ¿Cuándo Alexander te lo pida?
—Alexander no me pide nada —se puso a la defensiva.
Lucero no pudo evitar reírse.
—Te nombro a Alex y hacés pucheritos como si fueras una nena de la edad de Rocío. No dije que él no te vaya a esperar, pero si realmente siente interés en vos ¿No creés que es injusto para él que te vea con otro, aunque ese "otro" sea tu marido?
—Todavía no hicimos ningún acuerdo de exclusividad... de hecho, lo único que hemos hecho es disfrutar de nuestra compañía. Así estamos bien.
—Creo que es tu manera de evadir los problemas... pero no te juzgo. Sólo quiero que no salgas herida de esta situación. Cuanto antes termines con Matías para poder estar bien con Alex, menos sufrirás.
Ámbar clavó la vista en sus manos, como siempre hacía cuando no quería seguir conversando de un tema.
—Bueno, hablando de exmaridos ¿Querés saber el chisme que me enteré sobre Francisco?
¡Muchas gracias por leer!
Nos vemos mañana.
Sofi.
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