Capítulo 18: "Aferrándome".
Buenos Aires, mayo de 2019.
—No quiero hacer esto. Ya no más —sollozó la hermana menor.
—Tenemos que hacer que nos busquen. Es lo que nos ordenaron —explicó la hermana mayor, mientras le arrancaba la cabeza a una pobre rata con sus uñas afiladas.
—Ya no lo soporto. Van más de trescientos años...
—Es sólo un tiempo más, hermana. Nuestro trabajo de años no será en vano —contestó, aplastando los huesos de la rata para llevar a cabo el hechizo de magia negra.
La hermana mayor era demasiado talentosa. Era capaz de hablar y al mismo tiempo, realizar un encantamiento.
—No he soportado que los Cazadores se aprovecharan de nosotras y he hecho el trabajo sucio del demonio durante siglos para que todo se termine aquí.
Un humo negro salió disparado del suelo cuando el hechizo se concretó. Esa era una de las diferencias más evidentes entre la magia de Luzbel y la de Dios: la de Dios era invisible, y la de Luzbel emanaba humo negro... además, claramente, de que Dios no lastimaba seres vivos para usar magia.
—Tenés razón —la hermana menor observó su alrededor con preocupación. Le tenía terror a los Emisarios, especialmente a los de nivel tres—. Resistiremos. Ahora, date prisa.
Sábado 4 de mayo de 2019. 8.55 p.m.
Alex vigiló un rato a Mateo, luego decidió dar una vuelta por el centro de Capital, y más tarde, volvería a ir a echarle un vistazo a su alma.
Tuvo que hipnotizar a un oficial de policía para que le permitiera atravesar las rejas que rodeaban al Obelisco. No le gustaba utilizar sus poderes sobre humanos, pero necesitaba examinar el lugar.
Encontró sangre seca, pero no pudo identificar el hechizo.
—¿Trabajando en mi zona, Samaras? —soltó una voz familiar.
El primo de Dimitri, Noah, también había cruzado la protección del monumento para examinar la brujería.
—Dimitri me pidió que te diera una mano ¿Qué es esto? —preguntó Alexander.
—Claramente, un encantamiento sanguis. No sabemos para qué lo hicieron aquí. Sabemos que es un hechizo poderoso.
—Las brujas y los Cazadores suelen ser muy cuidadosos —observó Alexander—. Si esto está aquí, es porque quieren distraernos.
—O ser evidentes. Quizás quieren contactarnos, o localizarnos. Estos encantamientos pueden tener varias funciones.
—¿Para qué querrían contactarnos?
—No lo sé. Debemos leer más libros de magia negra para intentar deducir este hechizo. Se vienen tiempos oscuros, Alexander.
—Eso dicen. Eso dicen.
—Andá a vigilar tu alma. Yo me quedaré registrando el lugar.
—Recién llego...
—No deberías quitarle el ojo a tu destinado. Los Demoníacos están cada día más fuertes. Ahora, andá.
Sábado 4 de mayo de 2019, 9.55 p.m
Matías y su madre estaban sentados en la cocina y poniendo la mesa justo cuando Lucero tocó timbre.
—¿A quién estás esperando? —preguntó él, sorprendido.
—Invité a Lucero y a Rocío... total, hay comida de sobra.
Su mejor amiga se había ofrecido a "hacerle el aguante" esa noche (había usado exactamente esas palabras), así no tenía que soportar sola a su suegra.
—¿Invitaste a la rubia que tiene cara de zorra? —intervino la señora.
Ámbar se paró frente a ella y la miró fijamente a los ojos. Esta vez, no iba a quedarse callada.
—No se atreva a insultarla, porque no dudaré en echarla de mi casa.
—¡Matías! ¡Mirá como me habla tu mujer!
Él se hizo el desentendido, y prendió la televisión. Era tan cobarde... qué diferente que era de Alexander, quien no había dudado en frenar a su amigo cuando éste la había tratado mal.
Por cierto, Ámbar sospechaba que Dimitri estaba enamorado de Alex, sino ¿Por qué iba a estar tan enojado de encontrarlo con una mujer?
Debe ser difícil no enamorarse de Alexander... pensó, pero se apresuró para apartar de su cabeza esa idea.
Le abrió la puerta a su mejor amiga. La niña la recibió con un abrazo, y luego corrió a saludar a Hojita. Lucero —quien lucía unos pantalones engomados de color negro y un top demasiado escotado debajo de su abrigo—, abrazó a su amiga.
—Traje unos buenos vinos —Lucero le entregó las tres botellas de Malbec—. Esta noche, nos divertiremos.
—Gracias por la buena onda. Me encanta la ropa que te pusiste —le susurró al oído—, mi suegra estará horrorizada.
—Lo sé —le guiñó un ojo—. Odia a las mujeres sexys. A vos nunca te odió porque siempre usaste ropa bastante aburrida. Hoy podrías haberte puesto algo más desabrigado —observó el pantalón caqui de su amiga y el suéter negro—, total hace calor aquí adentro con la estufa.
—Aunque tenés razón, prefiero evitar conflictos. Además, seamos sinceras: disfruto demasiado de la comida como para ponerme ropa ajustada.
Fueron a la cocina. Ámbar guardó dos vinos en la heladera y uno lo colocó sobre la mesa. Lucero y Rocío saludaron a Matías y a su madre. Ésta última las miró con cara de pocos amigos.
—Voy a poner un poco de música —Ámbar no soportaba el silencio sepulcral.
Reprodujo un álbum de Queen, mientras servía la cena: tarta de verduras y empanadas de diferentes sabores. Lucero aprovechó para abrir el Malbec y servirse.
La señora Greco hizo una mueca, mientras devoraba un pedazo de tarta.
Va a ser una noche larga, pensó la escritora de Booknet. Larga, pero necesaria para poner límites de una buena vez.
* * *
Lucero y Ámbar habían tomado una botella de vino cada una. Reían y hablaban de tonterías. Se divertían con Rocío, quien contaba anécdotas graciosas de su escuela y hacía payasadas, como cualquier niño.
La madre de Matías estaba indignada.
—Dos mujeres mayores de treinta años, bebiendo delante de una criatura —comentó, mientras se servía otra porción de torta (la cual Ámbar había hecho con sus propias manos)—. Y vos, jovencita, que no sos capaz de darle un hijo a Mati, pero sí de beber como un camionero... estoy indignada.
Lo que no sabía esa señora es que el alcohol hacía que una persona fuera más valiente. Había estado esperando ese comentario para poder defenderse como nunca lo había hecho:
—Estoy harta de que me denigre. Soy una mujer adulta e independiente y estoy en mi casa, si quiero beber hasta quedar en coma, lo haré. Me importa un carajo lo que opinen los demás.
La señora se llevó las manos a la boca, sorprendida.
—¡Matías! ¡No podés permitir esta falta de respeto!
Greco, como siempre, permanecía en silencio. Para él era más fácil no intervenir, para quedar bien con Dios y con el Diablo.
—Él no tiene nada para decirme porque está acostándose con una mocosa once años menor que él. Si yo no lo eché por eso ¿Por qué a él le molestaría que yo bebiera o que le ponga límites a su mamá?
Matías se quedó impactado. No esperaba que Ámbar fuera a soltar algo así delante de su madre.
La señora se levantó, furiosa, y empezó a caminar hacia la salida.
—Llevame a mi casa, hijo. No volveré a este lugar hasta que tu mujer no se comporte como una buena mujer —escupió.
—No vuelva nunca más. El cincuenta por ciento de la casa es mía ¿Sabe? Yo pago los impuestos tanto como él. Y no voy a tolerar que una señora metiche venga a decirme si tengo que tener hijos o no, si tengo que beber alcohol o no, etcétera. No voy a permitir más faltas de respetos, ni suyas ni de nadie ¿Me oyó? —el corazón de Ámbar latía con violencia. Se sentía valiente y libre ahora que se animaba a expresarse libremente.
—¡Sos una maleducada! ¡Maldigo la hora en la que mi hijo se casó con vos!
—¿Pedirle respeto es ser maleducada? Por favor, si no acepta cómo vivo, puede irse. Pero deje de gritar, hay una criatura aquí.
Rocío estaba abrazando a su mamá, y se veía muy triste. Ámbar no quería que la niña tuviera que escuchar todo eso. No lo merecía.
Que le pidiera que dejara de gritar la hizo enfurecerse aún más.
—¡Malparida! —estalló. Sus ojos estaban rojos. Luego, miró a Lucero y aulló—. ¡Zorra barata! ¡Sos una mala influencia para ella!
—¡Váyase de mi casa! —Ámbar señaló la puerta. Sentía que su paciencia estaba a punto de agotarse—. ¡No tiene derecho a agredirnos! ¡No tiene por qué hablarle así a mi amiga!
—¡Putas de mierda! —escupió.
Si la señora hubiera sido más joven, Ámbar la hubiese abofeteado ¿Cómo se atrevía a hablarle así en su propia casa? ¿Cómo tenía la osadía de juzgarla por beber alcohol delante de una niña cuando ella no dudaba en gritar y en insultar a la madre de dicha criatura? ¡Era una descarada!
Matías reaccionó cuando su madre se agarró el pecho, como si estuviera por darle un ataque al corazón. La tomó de los hombros, agarró la llave del auto y se la llevó sin siquiera decir una palabra.
Rocío estaba asustada, abrazando a su madre. No dejaba de sollozar.
—Mami ¿Por qué esa señora les dijo esas cosas horribles?
—Porque es mala, pero no hay que ponerse tristes ¿Sí?
—Claro que no hay que ponerse tristes, sino que hay que defendernos de señoras como esas —Ámbar le acarició la cabeza—. ¿Querés comer torta y que veamos una película?
La pequeña asintió, secándose las lágrimas.
Ámbar puso Frozen (a pesar de que la niña ya la había visto varias veces). Mientras la pequeña bebía gaseosa y miraba la animación, Lucero y Ámbar cuchicheaban.
—No puedo creer que con tan poco alcohol en sangre hayas podido decirle la verdad en la cara. Se lo merecía ¿Cómo te sentís?
—Me siento aliviada. Hacía mucho que quería echar a esa señora de mi casa, especialmente delante de Matías.
—Es insoportable. Lo único que lamento es que Ro haya escuchado todos esos insultos... ¿Realmente estás bien?
—Sí, estoy bien... aunque no tengo ganas de enfrentar a Matías cuando vuelva. Lo único que le va a importar es que le dije a su madre que él me había sido infiel. El resto de lo que pasó le va a importar un carajo.
Lucero se frotó el mentón, reflexiva.
—¿Realmente creés que te enfrentará? ¿No ha demostrado ser muy cobarde hasta ahora?
Callaba en lugar de defenderla. La engañaba ¿Cuánto más cobarde podría ser?
—Tenés razón —suspiró, sirviéndose una copa más de vino—. En algún momento, voy a tener que ser yo quien le pida el divorcio.
—Claro, además ahora que contás con... —y guiñó el ojo—, ya no te importa quedarte sola.
Ámbar se ruborizó. No era exactamente así ¿Cómo podía explicárselo? Había generado un vínculo muy bonito con Alexander.
—Callate, que la nena puede escuchar.
—¡Pero si tengo razón!
Asintió.
—En cierta forma, él ha aportado buenos consejos. A veces, las conversaciones indicadas con las personas indicadas pueden ayudarte a crecer.
A crecer. A dejar atrás una vida que no era sana. A no perdonar. A mirar hacia adelante...
Matías. Seguir con Matías era aferrarse al pasado. Aferrarse a alguien que le dio un abrazo cuando sus padres murieron. Aferrarse a algo que ya había perdido hacía años.
—...y a acabar —concluyó Lucero con picardía, distrayéndola de sus tristes pensamientos.
—¡LUCERO! —le pegó un codazo.
* * *
Al día siguiente, 5 de mayo, Matías no miró a su esposa. Se limitó a hacer de cuenta que nada había sucedido. No se quejó porque lo delató con su madre. Tampoco había protestado la noche anterior cuando había regresado súper tarde —seguramente la señora Greco le había dado un sermón de por qué Ámbar era una mala esposa—. Ni siquiera había vuelto a tocar el tema de la amante.
—¿No creés que esto ya no da para más? —le preguntó Ámbar, mientras le cebaba un mate. Hacía mucho que no compartían un rato juntos.
—Se me complicaría con el trabajo vender la casa y contratar un abogado para hacer el divorcio ¿Por qué no esperamos un tiempo?
Su frialdad no dejaba de sorprenderla.
—Como quieras.
Sin embargo, ella no quería aferrarse más a algo que había muerto hacía mucho tiempo.
¡Muchas gracias por leer! ¿Les está gustando la historia?
Nos vemos mañana.
Sofi.
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