Capítulo 17: "El regaño".
Buenos Aires. 25 de abril de 2019, 00:25 a.m.
Alexander estaba vigilando a Mateo fuera de su vivienda, mientras entrenaba el uso de su espada por millonésima vez. Intercambiaba la daga con mango esmeralda y la espada tradicional. La espada tradicional era un arma celestial de plata, creada también por un ángel con alas de plata. Infringía heridas mortales en los Demoníacos si se los golpeaba en puntos vitales.
Samaras imaginó que enterraba la hoja en el corazón al Cazador que había acabado con la vida de sus padres y de Mía.
Ámbar.
No era capaz de dejar de pensar en ella, en su alma púrpura envolviéndolo, en sus suaves y tibias manos acariciando sus cicatrices... y en lo peligroso que era desear tanto a una humana. Tampoco podía dejar de pensar en lo extrañamente similar a Mía que era su aura. De sólo pensar en el parecido, un escalofrío recorría su espina dorsal.
—Olés a perfume de mujer —dijo una voz conocida: Dimitri—. ¿Otra vez estuviste perdiendo tiempo en prostíbulos en lugar de llevar a cabo investigaciones? Sabés perfectamente que los seguidores de Luzbel están en Latinoamérica.
Cuando ellos eran más jóvenes, habían perdido tiempo juntos. Se habían alcoholizado y...
Quitó ese pensamiento de su cabeza. Jamás podría recordarle algo así a Dimitri, un Emisario de nivel tres.
—He intentado buscar rastros, pero casi siempre se mueven en climas lluviosos, nevosos o de neblina.
No había encontrado nada, se hallaba caminando en círculos. Eso lo frustraba.
—No pongas excusas, Alex. Para eso entrenaste: para poder perseguirlos por intuición.
—La intuición no es suficiente con un enemigo tan astuto. Además, estoy preso en Argentina. Si pudiera moverme, podría ir a España para...
—Tuviste tiempo para viajar por el mundo hasta mil ochocientos treinta.
—Viajaba en barco, no puedo teletransportarme —revoleó los ojos—. Además, en esa época Dios no contaba con los recursos que cuenta ahora: objetos celestiales modernos, un séquito mucho mayor de Emisarios... El último Emisario se convirtió en la década de los noventa.
—Dejá de excusarte, Alexander. Es preferible que le pidas ayuda a Noah si no podés solo. Él ahora tiene un alma destinada fácil de cuidar: una señora anciana.
Sí, porque los Emisarios solían dividirse por sectores en el mundo. Los primos Elenis y Samaras estaban en Capital Federal. Luego había cincuenta Emisarios más en el resto de Argentina... y miles por el mundo.
—Cuando tiene tiempo libre, está persiguiendo a los seguidores de Luzbel por Latinoamérica —agregó Dimitri. Solía ponerse intenso con un tema de conversación que lo obsesionaba—. Escuchó que en Bogotá hubo un incidente muy sospechoso, que pudo haber sido ocasionado por algún demoníaco.
—¿Cómo fue el incidente? —las venas comenzaron a arderle. No tenía corazón, pero podía sentir cómo su sangre había comenzado a circular violentamente por su cuerpo.
—Un hombre apareció con el pecho abierto. Su alma no estaba destinada, pero la misma desapareció. Si pudiéramos hacerles preguntas a las víctimas de los Cazadores, todo sería más sencillo —frunció el ceño.
—Te ves cansado, Dimitri.
—Estoy harto de renegar siempre con lo mismo. Es evidente que Dios necesita hacer unos cambios. Pero no puedo ser yo quien los proponga, debe ser un ángel. Los Demoníacos se están expandiendo demasiado rápido.
—Los ángeles le temen a Namael, por eso guardarán silencio. Cada vez que uno de ellos contradice al líder, hay problemas...
Y yo también le tengo miedo, pensó Alex, pero no lo dijo en voz alta.
—Lo sé —hizo una breve pausa—. Si no frenamos a los seguidores del Diablo pronto...
—...los seres humanos podrían correr grave peligro.
Sábado 4 de mayo de 2019.
—Alexander, por favor, por favor, no sigas... o acabaré —gimió.
Para su decepción, alzó la cabeza para mirarla con sus hermosísimos ojos grises.
—No puedo parar, hermosa —le besó el abdomen, luego sus pechos y finalmente, sus labios. Sin embargo, no le quitó los dedos de adentro.
Su boca sabía a menta, y su piel, a bosque. Su cuerpo ardía, y podía notar cuántas ganas tenía de hacerlo.
Ámbar deslizó sus dedos traviesos por sus abdominales, descendiendo hasta el interior de su bóxer.
—No aguanto más. Te quiero dentro de mí.
Bajó su ropa interior y empezó a acariciarle su miembro con la lengua.
—Nunca me sentí así por una humana —jadeaba una y otra vez.
—Repetí lo que dijiste —lo desafió, mientas su boca se apoderaba del órgano viril de su amante.
Él jadeó, y le acarició el cabello mientras dejaba que la lengua de la mujer lo volviera loco.
—Ámbar, Ámbar, Ámbar...
Cuando Ámbar notó que él estaba a punto de estallar de placer, se detuvo y se subió sobre las caderas del inmortal, permitiendo que el húmedo miembro viril se alojara entre sus piernas.
Empezó a moverse.
Nunca en su vida un hombre la había hecho sentir así. Estaba loca por Alexander.
Mientras lo hacían, el muy travieso se atrevió a lamerse dos dedos y acariciarle su intimidad.
Ella se frotó contra la piel de él, acarició sus cicatrices y gritó. Gimió como nunca lo había hecho en su vida.
—Basta —jadeó de pronto, pero él empezó a mover sus dedos cada vez más rápido—, voy a acabar... voy a...
Los dos estallaron de placer simultáneamente. Dejó escapar un largo suspiro y se tumbó a su lado, completamente satisfecha.
—Cada vez lo haces mejor, Alex —exhaló, encantada.
Se habían visto todos los días desde la primera vez que se habían besado. Matías seguramente sospechaba, pero no le importó. Le encantaba ese hombre.
—Estoy muerto por vos, Ámbar. Me encantás —la miró a los ojos, y la tomó de las manos.
Debía admitir que ella sentía lo mismo. No era un simple amante: él era cariñoso, atento, leía sus novelas, la escuchaba y le daba consejos. Tampoco la presionaba con respecto a dejar a su esposo, ya que él era un hombre bastante ocupado con sus dos empleos (el de la fábrica de chocolate y el de la metalúrgica).
—Deberíamos ducharnos —sugirió—. Estás manchada...
—¡Tenés razón!
Se metieron juntos en la bañera. Mientras se enjabonaban, ella se animó a preguntarle por las cicatrices.
—Es como si te hubieran azotado o quemado con algo... ¿Qué te sucedió?
—Las cicatrices son recuerdos de errores que uno no debe cometer —fue todo lo que dijo, y ella no se animó a preguntarle más.
—Mientras lo hacíamos, me dijiste humana ¿Acaso tenés un fetiche...?
Alexander sonrió y la arrinconó contra la pared húmeda de la ducha. Ámbar sintió que una chispa de desafío se encendía en su interior.
—Vos ¿Qué sos?
—Una mujer. Humana —revoleó los ojos, mientras el agua tibia los salpicaba—. Me sorprendió que me llamaras así, excluyéndote.
—Tengo muchos fetiches —sonrió, y la tomó de la cintura—. Uno de ellos es hacerlo en el agua.
—¡Alexander! ¿Otra vez?
Ámbar se sintió más que halagada. Se puso en puntas de pie y lo besó apasionadamente.
* * *
Una vez aseados y vestidos, estuvieron tomando mates en la cocina. Ella vio que él había encendido la vela que le había regalado aquella vez en el parque, y se sintió conmovida. Sin embargo, no lo mencionó.
—No te conté, pero esta noche va a comer la desgraciada de mi suegra a mi casa. No quiero verla.
—Todavía no has conversado con Matías ¿Verdad?
—Somos prácticamente desconocidos. Intercambiamos diálogos cuando necesitamos hablar de las cuentas o cuando él invita gente a la casa. Me avisó que esta noche irá mi suegra, y me puse de mal humor de sólo pensarlo.
—¿Te toca preparar la cena? —preguntó. Luego, expresó—: no deberías quedarte callada si no querés invitarla a cenar. Es tu casa también. Hacete valer.
Tenía toda la razón. Sin embargo, respondió lo siguiente:
—No pienso cocinar. Si él quiere llevar a la insoportable de su madre, que se ocupe él. En esta ocasión no me comprará con un lavavajillas.
—No entiendo ¿A qué te referís?
Le explicó el intercambio que habían hecho ella y su esposo la primera vez que Alex había ido a comer junto a sus colegas.
—Entiendo. Por eso creo que no deberías invitar a tu suegra si no querés verla.
—Es complicado —resopló.
Para ser honesta, no tenía ánimos para confrontar a nadie.
—Lo imagino. Sin embargo ¿Qué es más importante que tu propia salud mental?
Una vez más, tenía razón. Por eso amaba sus consejos. Le recordó a su madre, Silvia de Boyer.
Le habló un rato de ella. Le contó que fue Silvia quien inspiró sus gustos por los sahumerios y las velas. Le explicó que, a pesar de que su madre no disfrutaba de leer, había querido inculcarle la lectura a ella y a su hermano.
—Si extrañás tanto a tu familia, ¿Por qué no hablás con tu hermano?
—Mi historia con él es demasiado complicada y dolorosa. No estoy preparada aún para lidiar con eso.
—Parece que no estás preparada para lidiar con ningún tipo de problema —observó, mientras le pasaba un mate.
—¿Qué querés decir? —frunció el entrecejo.
—Que uno nunca está listo para lidiar con ciertas cosas en la vida. A los veintiún años yo ya había perdido a mi familia completa ¿Pensás que estuve preparado para semejante golpe? —negó con la cabeza—. No estoy haciéndome la víctima, sólo te estoy explicando que, basado en mi experiencia, es mejor cuando uno no postpone ciertas situaciones. Eso sólo prolonga el dolor —se encogió de hombros.
—Alex... —apoyó su mano sobre la de él. Sus ojos grises se veían tristes y cansados ¿Por cuántas cosas había tenido que sufrir en soledad?
—Te voy a contar algo que no le dije jamás a nadie: no sé cuánto tiempo estuve llorando junto a los cadáveres de mis padres. Fue Dimitri quien apareció y me trajo de vuelta a la realidad.
—Lo lamento mucho —volvió a apretarle la mano—. ¿Vos creés que si te digo que sus espíritus deben haber estado cuidándote todo este tiempo?
—Creo en los espíritus, creo en Dios... y sé que, si ellos hubieran estado cuidándome, no me hubieran sucedido ciertas cosas.
—Cosas ¿Cómo qué? —preguntó una voz masculina.
Ámbar se sobresaltó.
Había un hombre alto y esbelto, de cabello castaño oscuro y tez aceitunada. Vestía una camisa blanca, un suéter negro y un pantalón de vestir gris ¿De dónde había salido? ¿Por qué tenía una expresión tan seria en el rostro?
—Dimitri —Alexander se puso de pie.
Dimitri. Su amigo.
—Se ve que te gusta perder tu tiempo con mujeres —comentó con desdén—. Mujeres púrpuras.
¿Púrpuras? ¿Por qué estaba enojado este señor?
—No le hables así —Samaras frunció el entrecejo, y luego, miró a Ámbar, quien observaba la situación con asombro—. ¿Podrás irte sola a tu casa?
—Sí —la señora Boyer tomó su bolso y su abrigo.
Sin embargo, antes de irse, se paró frente a Dimitri y lo contempló con la cabeza en alto.
—No soy cualquier mujer. Te aviso por si no te diste cuenta.
Enojada, se marchó dando zancadas.
* * *
Alexander se quedó perplejo, mientras observaba cómo la mujer más hermosa del planeta se marchaba de su casa.
Después le daría una buena explicación.
—Sólo una mujer con aura púrpura se atrevería a desafiar a un inmortal —suspiró Dimitri, impaciente—. ¿No sabés lo peligroso que es que un inmortal esté con ella? ¡Podés llamar la atención de los Cazadores! ¿Por qué estás obsesionado con las mujeres argentinas con almas violetas?
No lo sé. Quisiera no sentirme así, pero ella ejerce una atracción magnética sobre mí.
En cambio, replicó:
—¿Por qué viniste?
—Para pedirte que estés atento. Hay brujas en Buenos Aires. Encontraron restos de un hechizo con sangre de ratón cerca del Obelisco.
Tragó saliva. Los demoníacos estaban más cerca de lo que pensaba ¿Y si iban a por Ámbar o a por Mateo? No podía perderlos de vista.
—¿Qué tipo de hechizo?
—No lo sabemos. Es nuevo. Noah está investigando, pero me temo que él solo no podrá cubrir toda el área de la ciudad.
—Revisaré el centro de Capital, para ver qué encuentro.
—Bien. Eso es todo lo que tenía para decirte —se adelantó hacia la puerta, y luego, volteó—: vos recordás las reglas de los Emisarios ¿Verdad? No podés perder tiempo con humanos ni tener relaciones sexuales con ellos.
—Lo sé.
—Lo sabés, pero no cumplís las normas. Las reglas están hechas para la seguridad de todos los seres vivos ¿No te das cuenta?
Alex apretó los labios. Era consciente de lo peligrosa que era su relación con Ámbar, pero no podía alejarse. Quería estar cerca, protegerla, besarla...
—Si volvemos a perder otra alma púrpura por tu culpa, seré yo mismo quien te arranque la cabeza ¿Me escuchaste?
¡Muchas gracias por leer! ¡Nos vemos mañana!
Sofi.
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