Capítulo 11: "Cita inesperada".
A pesar de que sus instintos inmortales les pedían a gritos que no se moviera del lugar, Alexander se animó a acercarse a la mujer cuya aura púrpura probablemente significaría su perdición (aprovechando que su alma se había ido a telefonear a su amante y sabía que tardaría un buen rato).
—Buenas noches, señoras. No esperaba encontrarlas acá.
—Hola, Alexander ¿Cómo estás? —preguntó Ámbar. Tenía los ojos brillosos ¿Acaso había estado llorando?
—Vine a acompañar a mi jefe a cenar —porque Mateo no quería estar solo esa noche y de paso, él debía vigilarlo—, pero ahora está ocupado con una llamada telefónica. Va a tardar un buen rato.
—Sentate con nosotras —los ojos de Lucero brillaban con picardía—. Te podemos tutear ¿No?
—Claro, si a ustedes no les molesta...
—Me resultaría algo incómodo que siendo casi vecinos y de la misma edad usáramos tantas formalidades —Lucero esbozó una sonrisa y miró a Ámbar.
¿Por qué la miraba así?
—Tengo treinta y cinco años —comentó Alex—. ¿Ustedes? —era consciente de que Ámbar sabía su edad, pero Lucero, no.
—Yo treinta y tres, y Ámbar, treinta y dos. Somos todos millenials. Y como sos millenial tengo que preguntarte: ¿Mirabas el laboratorio de Déxter cuando eras chico? ¿La vaca y el pollito? ¿Johnny Bravo? —la rubia se veía curiosa—. Yo tenía un crush con Johnny Bravo.
—¿Un crush con ese tonto? —Ámbar enarcó una ceja.
Alex sonrió, a pesar de que no sabía sobre quiénes estaban hablando.
—No, no miraba dibujitos animados. Solía leer libros cuando era niño. Por eso es que estoy tan entusiasmado con la novela "Un amor rebelde" —miró a Ámbar, y ella lo estaba escuchando con atención.
—Yo también prefiero leer, pero cuando era chica miraba muchas caricaturas —acotó la escritora de Booknet—. Era fanática de las Chicas Superpoderosas y me identificaba más con Bombón.
—Aunque te parecés más a Bellota —comentó Lucero, divertida.
Ámbar le pegó un codazo en broma.
Hablaron de sus gustos durante un largo rato, hasta que Mateo salió del baño.
Alexander se puso de pie, pero su jefe le hizo una seña para que no lo hiciera. Se acercó a la mesa.
—Señora Greco, un gusto saludarla... me alegra que estén entreteniendo a Alexander, porque yo debo abandonarlos.
Se va a ver a su amante en lugar de recuperar su relación con su esposa.
Paciencia, Alexander. Y tranquilo, los Cazadores no lo atacarán. Aún.
—Que tenga buenas noches —lo saludaron.
—Conduzca con cuidado —agregó Alexander, y el señor Pérez hizo un gesto con la mano para que se quedara tranquilo.
El inmortal no se iba a poder quedar por mucho tiempo allí, porque debía vigilar el alma de aquel sujeto. Sin embargo, tampoco podía salir corriendo detrás de él. No debía exponerse.
Pronto, Lucero fingió recibir una llamada (sí, fingió, porque la pantalla estaba en negro cuando simuló atender el teléfono).
—Si hija, ahora voy para allá —"colgó" y miró a su amiga—: me tengo que ir. Rocío no quiere quedarse más con el papá.
—Oh... yo también me voy entonces —Ámbar estaba a punto de ponerse de pie, pero su amiga la detuvo.
—No hace falta. Quédense un rato más. La noche es joven y viven por el mismo barrio, pueden tomarse juntos un taxi.
—Lucero... —Ámbar estaba comiendo con la mirada a su mejor amiga.
—¡Adiós! —dejó dinero sobre la mesa y se fue prácticamente corriendo del bar.
Boyer alzó la mano para llamar al mesero y pidió un trago para ella, y también una porción de torta. Alex pidió un vaso de whisky.
—Perdona el comportamiento de Lucero —comentó cuando pudo pegarle un sorbo a su bebida—. Te usó para vengarse de Matías.
—¿Cómo así...?
—Tenés cara de confiable —y ella tenía cara de haber bebido unas cuantas copas—. Te voy a contar lo que pasó... pero es un secreto ¿Está bien?
—Está bien.
Soltó un largo suspiro.
—Matías tiene una amante once años menor que él. Hoy estuvo todo el día con ella —sonrió con amargura—. "Mi esposo" prefirió pasar su tiempo libre con una chiquita antes que conmigo. Eso me hace sentir... tan sola... —empezó a lagrimear.
¿Cómo era posible que los hombres fueran tan frívolos de dejar a una mujer madura e inteligente por una tan jovencita?
Durante sus años de vida, jamás había comprendido cómo el atractivo físico les atraía tanto a los de su género. Para él, la belleza se encontraba en el cerebro, en el color del aura y en la sonrisa. Ámbar tenía todo eso y, además, era una mujer con un gran temperamento y actitud. Ella era mucho más bonita que cualquier joven de veinte años.
—No pensé que Matías fuera un hombre desatento. Cuando fuimos a su casa... —no terminó la frase, porque recordó que esa noche había visto rastros de un Cazador. No pudo evitar pensar que lo que estaba haciendo en ese momento era peligroso.
—Cuando vinieron a mi hogar, tuve que ocuparme de todo yo. Siempre tengo que hacer todo yo. Por cierto, siempre denigra mi trabajo.
—¿Tu trabajo de escritora? —¿Cómo alguien podría despreciar una labor tan noble?
—Soy escritora y diseñadora gráfica. Estoy casi todo el tiempo en línea escribiendo, actualizando mis escritos y haciéndome autopromoción en las redes sociales. Un perfil estético atrae mucho más la atención de los lectores ¿Sabía?
—No, no lo sabía —ni siquiera sabía qué era considerado estético, pero lo manifestó.
—Es un arduo trabajo. Y él no lo valora. No valora nada. No es compañero en ningún sentido de la palabra.
Se quedó un segundo en silencio, esperando una devolución. Era una mujer demasiado bella para verse tan frustrada.
—Por lo poco que te conozco, puedo decir que tu trabajo es muy bueno. Si él no sabe valorarlo, no es el indicado ¿Qué hay del amor propio que muestran las protagonistas tus libros...?
—Uf, Lucero me salió con lo mismo —bebió un trago más. Alexander pensó que ella ya había bebido demasiado, pero no le dijo nada. No podía entrometerse en sus asuntos—. De la boca para afuera, parezco una loba empoderada. Por dentro, soy demasiado sensible y todavía estoy haciendo el duelo por la muerte de mis papás. Moriría por volver a abrazarlos —se le quebró la voz.
Él se encogió de hombros. Conocía ese dolor punzante de haber perdido a un ser amado. Era agobiante, y a pesar de que el tiempo hacía que uno se acostumbrara a vivir con la ausencia, el vacío, muchas veces, era abrumador.
—Yo también perdí a mis padres, a ambos el mismo día —se estremeció ante el frío recuerdo—. No le deseo a nadie ese dolor.
—Yo los perdí en un accidente, aunque mamá sobrevivió unos días más —bebió un poco más. Luego, cambió de tema—. Cambiemos de tema, por favor. Hablame sobre algo que no sea tu colección de reliquias.
¿Qué podía decirle? ¿Qué era un Emisario del Cielo? ¿Qué en ese momento debería estar protegiendo a Mateo, pero estaba bebiendo con una humana? ¿Qué podía visualizar el color de las auras, hipnotizar gente, ver espectros...? (Por cierto, había unos cuantos en ese bar).
Sin embargo, comentó:
—Me gusta pasar tiempo con Zeus y leer libros, pero eso ya lo sabías. También sabés lo de mi colección, y que tampoco soy muy bueno tomándome fotos —recordó sus conversaciones por Facebook, y a pesar de todo, no pudo evitar sonreír.
—Es cierto ¡Nunca te saqué la foto para que pongas en Face! —bebió un poco más, y luego, inquirió—: ¿No tenés amigos? ¿No hacés deportes? Te ves... atlético —se ruborizó al decir la última palabra.
¿Su deporte? Entrenar para pelear con Cazadores y Brujas ¿Su rutina? Llevar almas a su destino final.
¿Amigos? Su único "amigo" podría llegar a ser Dimitri... pero en realidad, era su Superior. Era un Emisario de nivel tres. Siempre había estado tan sumergido en su dolor, que no había sido capaz de establecer vínculos duraderos ni con los inmortales ni con los humanos. Noah, el primo de Dimitri, no era tan cercano a él.
—Soy heredero de una fábrica de chocolates en la Patagonia. De vez en cuando, viajo a Bariloche para ver cómo está el negocio y hacer algunas de las actividades de montaña que me gustan. Sé esquiar, por ejemplo —a veces, disfrutaba de los golpes de adrenalina. Él no les tenía miedo a las alturas y mucho menos, a la velocidad.
—Wow, no lo veía haciendo deportes peligrosos... pensé que era un poco más conservador.
¿No lo imaginaba haciendo nada peligroso? Se alegraba de que ocultaba bien su verdadero ser. Se alegraba de no mostrarle al mundo de que él estaba acostumbrado no sólo a andar por las montañas, sino a luchar a muerte con aliados del Demonio.
—Tengo mis momentos de aventuras —sonrió. El chiste era para sí mismo.
Ella continuó conversando.
—A mí me gusta hacer postres... pero trato siempre de que sean fríos. No me gusta el fuego, me da mucha impresión. Tuve una mala experiencia cuando era chica.
Alexander se quedó pasmado por unos instantes.
No le gustaba el fuego. Igual que a Mía.
¿Acaso era posible que Ámbar y Mía fuesen...? ¿Acaso...? No podía ser, Mía había muerto en manos de un arma negra. Sin embargo, si existía una chance de que ellas...
Se estaba acercando demasiado, y podía ser sumamente peligroso para Ámbar.
No podía permitir que sufriera el mismo destino.
Se levantó bruscamente de la silla. Trató de disimular que su cuerpo temblaba de pies a cabeza. Se sintió débil como si todavía fuera un humano.
—Lo siento, recordé que no le di de comer a Zeus. Será mejor que la acompañe hasta su casa —depositó el dinero sobre la mesa, aprovechando que Ámbar no estaba lo suficientemente sobria como para protestar por ello.
—Está bien. Vámonos.
¡Muchas gracias por leer! ¡Nos vemos mañana!
Sofi.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro