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Prólogo

     El aroma a petricor que penetraba con descaro sus delicadas fosas nasales envió pequeños escalofríos a través de la espalda de aquella cerdita antropomórfica de piel rosada, quien cruzaba las calles escondida bajo su chaqueta de cuero negro. Había sido una mala idea salir de su hogar usando una camiseta blanca y jeans rotos con cadenas de adorno en vez del abrigo que sus padres le recomendaron la noche anterior, pero en ese entonces había calor y consideró innecesario el llevársela consigo. No sabía cómo le hacían sus padres para siempre acertar con su pronóstico del clima, y probablemente se quedaría como un misterio que jamás tendría respuesta, pero a lo mejor en un futuro, cuando se acercara a la mediana edad, desarrollaría esa habilidad.

     Su cabello castaño lacio, ojos azules y labios rosaditos reflejaron la poca iluminación que había en el ambiente de la misma forma en que lo harían las joyas más preciosas del mundo, y sus muslos carnosos eran su atractivo más llamativo para cualquier alfa que buscara saciar su lujuria en ella. Sin embargo, el llevar ropa tan ajustada que hacía relucir sus atributos más deseables era una condena debido al frío que envolvía su cuerpo. Podría haber agarrado el transporte público de no ser porque la ruta que la dejaba cerca de su casa fue redireccionada, y no podía subirse a un taxi o a cualquier otro medio de transporte porque no cargaba dinero en efectivo. Si continuaba así sufriría de hipotermia antes de siquiera llegar a casa, sobre todo porque olvidó su paraguas sobre su escritorio dentro del establecimiento en el que trabajaba. A este punto se le olvidarían las llaves un día de estos y le tocaría esperar a que sus padres pensionados regresaran a casa para abrirle la puerta. La única ventaja que tenía era que, como conocía sus propios defectos, configuró una alarma en su IPhone que le recordaba la hora exacta en la que tenía que beber sus supresores para evitar entrar en calor y tener un encuentro desafortunado con un alfa que estuviera merodeando por ahí.

     Por si lo preguntaban, sí, aun estando pensionados los padres de la omega salían de paseo o visitaban a sus amigos para hacerles compañía con la finalidad de seguir sintiéndose útiles; pues la vida de un adulto mayor era bastante solitaria, más cuando la sociedad los invalidaba al ya no ser fértiles. Así que la omega entendía muy bien su situación y, hasta cierto punto temía llegar a la adultez, puesto que no sabría si sus futuros cachorros cuidarían de ella como ella cuidaba de sus padres. Sacudió su cabeza una vez se percató de que estaba ensimismada dentro de sus pensamientos y se dijo a sí misma que tenía que disipar esas preocupaciones, pues desde que George se fue de casa para estudiar en el extranjero, ella era quien ahora estaba a cargo de la casa y necesitaba mantener su estabilidad emocional para que las cosas continuaran con normalidad. Y es que también jugaba un papel muy importante el cómo muchas veces sus compañeros alfas y betas la criticaran por haber conseguido un trabajo en vez de quedarse limpiando en su hogar como los de su clase debían hacer. Ella hacía caso omiso a sus palabras, pero en el fondo estaba dolida porque sabía que un alfa jamás se fijaría en una omega tan capacitada como ella.

     Suspiró aún estando pensativa, no fue su culpa que la biología se encargara de hacerle la vida más difícil de lo que ya la tenía. Pronto se vio obligada a volver a la realidad cuando chocó contra alguien y cayó de espaldas al mojado pavimento que tuvo bajo sus tacones.

     —¡Lo siento mucho! —se escuchó decir una gruesa voz llena de vergüenza acercándose a su posición—. Déjame ayudarte.

     Aún sin identificar de quién se trataba, aceptó su ayuda agarrando su mano con delicadeza y se dejó alzar. Una vez estuvo de pie pudo detallar a la persona que tenía frente a sus ojos y se dio cuenta que se trataba de un robusto ogro de piel verdosa con hermosos ojos grises y cabello negro, quien vestía un suéter negro de cuello alto junto a un collar rosado con púas, jeans ajustados y con un flequillo que cubría uno de sus hermosos ojos. Intentó captar su aroma de forma disimulada al acercarse un poco más para averiguar su casta, mas lo único que captó fue el aroma a petricor esparcido en el ambiente. Se le hizo extraño que aquel ogro no desprendiera aroma, pero supuso que era consecuencia del uso regular de bloqueadores o perfumes para taparlo. A juzgar por su apariencia probablemente era un alfa, o en su defecto un beta (lo cual explicaría la ausencia de aroma), pero dudaba mucho sobre la idea de que él fuera un omega por lo raro que era encontrar a uno con sus rasgos físicos. 

     —¿Estás bien? —preguntó el ogro suavizando sus facciones a una expresión preocupada—. De verdad lo lamento mucho.

     Y sin embargo, era tan atento, tímido y cariñoso como lo sería uno. 

     —¡Ah! Sí, sí, de verdad lo siento, no te vi por estarme cubriendo con mi chaqueta. —La omega de piel rosada observó con desdén su chaqueta de cuero que yacía dentro de un charco de agua.

     —Lamento mucho lo de tu chaqueta, déjame compensártelo —mencionó mientras extendía su paraguas y se lo entregaba a ella en sus manos—. Es lo menos que puedo hacer por ti. Y no te preocupes, vivo a sólo dos cuadras de aquí, por lo que el trayecto es corto.

     Una vez dicho eso, recogió la chaqueta de la omega, la exprimió sacándole el exceso de agua y se la entregó en sus manos junto a una sonrisa. La omega se sonrojó a más no poder mientras se perdía en su ensoñación al haber experimentado por primera vez un trato tan digno y amable, causando que no prestara atención a las palabras que el ogro pronunciaba. Y justo cuando regresó a la realidad, después de haber planificado una vida juntos, el ogro de casta indefinida ya no estaba. Se quedó allí durante unos segundos demás, procesando lo que ocurrió a la vez que apegaba su chaqueta más hacia su cuerpo. Había sido un flechazo, pero falló en siquiera haberle preguntado por su nombre, por lo que el resto de sus días tendría que lamentarse pensando que había perdido al amor de su vida. Sin embargo, la vida da muchas vueltas y siempre hay segundas oportunidades.

<<A veces uno encuentra al amor de su vida en los lugares menos esperados>>

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