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☁️: ꒰O1꒱

Park Jimin estaba detrás de la barra, concentrado en su tarea. La música suave, con un ritmo lento y melódico, envolvía a los pocos clientes en un manto de tranquilidad. El bar, con su aroma a madera vieja y especias, estaba siendo un refugio perfecto del ajetreo del mundo exterior.

Alone era conocido en toda la ciudad como un lugar especial. Para algunos, era un santuario de buena músicai. Otros encontraban consuelo en su atmósfera, buscando compañía o un rincón donde refugiarse de las preocupaciones diarias. Y había quienes llegaban simplemente para llenar algún vacío interior con las excelentes bebidas que se servían allí, preparadas con maestría por el talentoso barténder.

Jimin, con movimientos precisos y elegantes, comenzó a preparar una bebida especial. Sus manos, ágiles y cuidadosas, seleccionaban cada ingrediente con la destreza de un artista. Vertió un chorro de ginebra en la coctelera, seguido de un toque de vermut seco. Añadió unas gotas de naranja, que dejaron un rastro aromático en el aire. Y con una cucharilla larga, removió la mezcla con gracia, como si estuviera dibujando en el aire.

El hielo tintineaba en la coctelera, acompañando la suave música de fondo. Inclinó la coctelera y sirvió el líquido dorado en una copa enfriada, coronándolo con una cáscara de limón que exprimió ligeramente sobre la superficie, dejando que los aceites cítricos liberaran su fragancia.

Al otro lado de la barra, un guapo pelirrojo de cabello ondulado observaba al rubio con una mezcla de coquetería y admiración. Kim Taehyung, con su figura robusta, vestía una camisa sin mangas negra que dejaba al descubierto sus brazos y espalda musculosa, decorados con una impresionante cantidad de tatuajes en diversas formas y colores. Combinaba su atuendo con unos jeans ajustados de color caqui que resaltaban su estilo. Su rostro mostraba una sonrisa encantadora, y su mirada intensa bajo la luz suave del bar capturaba la atención de cualquiera a su alrededor.

No cabía duda de que era un hombre extremadamente atractivo.

—Aquí tienes—Jimin deslizó la bebida hacia su amigo, quien mantenía una sonrisa coqueta mientras lo observaba trabajar.

—Gracias— respondió Taehyung, con una voz grave y melodiosa resonando en el ambiente. Tomó la bebida entre sus manos, llevándola lentamente a la nariz. Aspiró profundamente, dejando que el aroma embriagante lo envolviera. Cerró los ojos, permitiendo que el perfume de la bebida despertara sus sentidos. —Tienes una habilidad increíble para esto. Es fascinante verte trabajar, cariño —halagó, abriendo los ojos con una sonrisa satisfecha y bebió del líquido, disfrutando cada nota de sabor que se desplegaba en su paladar.

—¿Es eso, o solo quieres verme el trasero cada que volteo? —Jimin rodó los ojos ante la descarada coquetería de su amigo, aunque no pudo evitar que una sonrisa se dibujara en sus labios. Pero sin más agarró un trapo y comenzó a pulir una de las tantas copas.

—Puede ser, pero no miento cuando te digo que amo verte trabajar —Taehyung volvió a beber de la copa—. ¿Me regalas uvas? Vi que has traído un poco y se me antojó —pidió con un leve pucherito.

—Tienes una gran cuenta aquí en el bar, ya no me dejan fiarte.

—Solo unas cuantas, ándale —insistió un poco más Taehyung, esta vez con una voz suave y persuasiva. 

Jimin suspiró y dejó el trapo a un lado para luego dirigirse a la pequeña nevera que tenía allí. Pasados unos minutos, colocó un tazón lleno de uvas verdes frente a su sonriente amigo, quien lo observaba con anticipación.

—Gracias —respondió, agarrando una de las uvas y luego la llevó a sus labios con una sonrisa de satisfacción. Sacó su móvil y comenzó a desplazarse por la pantalla, la luz azul reflejándose en sus ojos mientras exploraba algo desconocido.

Kim Taehyung siempre había sido así, visitándolo cada noche en el trabajo y pidiendo una que otra bebida. No era casualidad que tuviera una gran cuenta en el bar, ya que Jimin, a pesar de su amistad, no le daba las bebidas gratis. Sin embargo, esa semana, por alguna razón, el pelirrojo no se había aparecido, y ahora regresaba con su habitual coquetería.

Jimin había extrañado eso.

Levantando la vista de la copa que estaba puliendo, Jimin observó a su amigo, sus ojos deteniéndose en los tatuajes que adornaban su piel. Su mirada se fijó en el tatuaje en el brazo izquierdo del pelirrojo y no pudo evitar recordar la noche en que se tatuaron juntos. Ambos reían y estaban un poco ebrios en una tienda de tatuajes a medianoche. Había sido una de esas aventuras espontáneas que ni olvidaban ni se arrepentían. Ese momento compartido había sellado su amistad de una manera única y especial. Ahora, notaba un nuevo tatuaje intrincado en la clavícula de Taehyung (cosa que antes no estaba), extendiéndose hasta el cuello, una especie de dragón envuelto en rosas donde antes estaban sus iniciales...

—¿Quieres un beso o por qué tanto escaneo? Para ti son gratis, bombón, ya lo sabes —dijo Taehyung, guiñándole un ojo.

—Tus labios han pasado por media ciudad, así que no, gracias, paso —respondió Jimin con una sonrisa mientras dejaba la copa perfectamente pulida a lado de las demás.

Su tono era sarcástico, pero la chispa en sus ojos mostraba que disfrutaba de la charla.

—La oferta siempre seguirá en pie —se inclinó un poco más hacia el rubio, sus ojos brillando con una mezcla de picardía y sinceridad—. ¿Sabes, Jimin? Si no fueras tan buen barténder, te contrataría como modelo para mi próxima sesión de fotos. Te podría llevar a la fama, cariño. Solo piénsalo.

Jimin carcajeó y, con un movimiento juguetón, le tiró el trapo en la cara con el que estaba puliendo la copa, provocando que ambos rieran aún más.

—¿No has notado algo diferente en mi cuello? —preguntó de repente el pelirrojo, señalando sutilmente hacia su clavícula.

—Sí, noté que tienes un nuevo tatuaje. Te queda realmente bien —comentó Jimin, admirando el intrincado diseño que adornaba la piel de su amigo.

Taehyung sonrió, complacido por el cumplido. 

—Era hora de añadir algo nuevo a la colección. Me alegra que te guste.

Jimin llevó un dedo a su barbilla y achinó los ojos, simulando estar en profunda reflexión. Hizo una pausa, pensativo, antes de hablar.

—Pues sí... pero me parece algo irónico —inclinó la cabeza ligeramente mientras fruncía el ceño—. Mientras yo sigo esperando que mi propia marca se revele algún día, tú decides ocultar la tuya con más tatuajes. Es como si quisieras deshacerte de algo que se supone debería ser especial.

Tae se encogió de hombros, mostrando una indiferencia fingida. 

—¿Aún estás obsesionado con la idea de encontrar a tu alma gemela?—preguntó, refiriéndose a las marcas que la Diosa Luna había otorgado a cada ser humano con el fin de encontrar a su otra mitad, y que por algún motivo a su amigo no se le habían revelado aún—. Pfff Cariño, eso es tan del pasado. Además, sabes que yo no creo en esas cosas. Hoy en día, las conexiones se crean de formas mucho más emocionantes y únicas, donde se involucra el placer y mucha, mucha pasión —alzó repetidamente las cejas, lo que provocó que el rubiecito se sonrojara levemente.

—E-Eres un cerdo —Jimin rodó los ojos mientras intentaba controlar el sonrojo en sus mejillas.

A Taehyung le resultaba entretenido ver cómo su amigo podía resistir su coquetería y sus cumplidos habituales, pero se sonrojaba rápidamente cuando la conversación tomaba un giro más íntimo o sugerente. 

Observó a Jimin con una sonrisa divertida, disfrutando de la reacción del otro.

—¿Sabes por qué decidí ocultar mi marca? —continuó, señalando su nuevo tatuaje—. Este dragón me llamó mucho más la atención que una marca impuesta por la Diosa. No necesito una señal predestinada para encontrar lo que busco. Al final, lo que quiero, lo obtengo.

El lindo barténder simplemente asintió.

Jimin cerró la puerta del bar tras de sí, sintiendo la brisa nocturna juguetear con su cabello mientras comenzaba a caminar por las calles desiertas. 

Solo dos cuadras lo separaban de la calidez de su hogar.

De repente, su tranquilidad se vio interrumpida por unos ladridos feroces que rasgaban la quietud. Intrigado y preocupado, Jimin alzó la vista, tratando de localizar el origen de los ruidos. Al acercarse a uno de los tantos callejones, los ladridos se hicieron más intensos. Sin pensarlo dos veces, se adentró en el callejón, guiado por los sonidos. Bajo la luz vacilante de una farola, un pequeño conejo blanco se encontraba acorralado por dos perros de mirada feroz.

—¿Qué hace un conejo en medio de la ciudad? —se preguntó en voz alta.

Pero rápidamente se sacudió la cabeza. No había tiempo para más cavilaciones. Buscó rápidamente algo con qué distraer a los canes. Su mano se cerró en torno a una tapa de basura metálica y, con un movimiento firme, la arrojó al suelo. El estruendo metálico reverberó por el callejón, captando la atención de los perros.

—¡Eh, fuera de aquí! —gritó con autoridad.

Los perros, ahora más cautelosos, miraron al chico, quien se interponía entre ellos y el conejo. Con lentitud, retrocedieron, todavía emitiendo gruñidos sordos, pero al final optaron por la retirada, desvaneciéndose en las sombras de la noche.

El conejo, aún temblando, miró al chico frente a él con ojos grandes y llenos de miedo. Con cautela, Jimin caminó hacia el pequeño animal, su corazón latiendo con fuerza. Se agachó lentamente y extendió su mano hacia el conejo, intentando no asustarlo más. Sin embargo, el conejo, abrumado por el miedo, inesperadamente cayó desmayado.

Sorprendido y preocupado, Jimin envolvió al conejo con su chaqueta, sintiendo su pequeño cuerpo temblar bajo el abrigo. Con pasos cargados de urgencia, se apresuró hacia su hogar.

. . .

La puerta de su apartamento se cerró con un clic detrás de él, y sin perder un segundo, se dirigió a su armario. Entre las prendas colgadas, sus dedos encontraron la sábana de seda que había reservado para ocasiones especiales. La tela, suave y fría, se deslizó entre sus dedos mientras se dirigía a la sala.

El sofá lo recibió, y con sumo cuidado, depositó al conejo sobre la sábana extendida. El animal yacía inmóvil, y por un instante, Jimin se permitió contemplar la posibilidad de que el pequeño corazón hubiera cesado su danza vital.

—¿Estará...? —la pregunta se suspendió en el aire.

Las manos de Jimin comenzaron a temblar, un ligero temblor que parecía querer contagiar al resto de su cuerpo. No era momento para el pánico. Necesitaba ayuda. 

Con dedos que luchaban por obedecer, marcó el número de su mejor amigo.

—Hola, ¿buenas? —se escuchó desde le otro lado de la línea.

—¿Cómo sé si un animal está muerto?

—Sí, también llegué bien a casa, gracias por preguntar, cariño.

—Responde, por favor.

—Yo qué sé, nunca he tenido una mascota.

—No te pregunté eso.

—Pues escucha si late su corazón, ¿no? —Tae, al otro lado de la línea, suspiró con exasperación. —Y si no late, pues está tieso, amigo. Y para qué...

Sin más, Jimin colgó la llamada. No había tiempo de escuchar las curiosidades de Tae.

—Cálmate —se animó a sí mismo. Con un movimiento suave, giró al conejito, y poco a poco se acercó a él. Su oreja rozó el pecho del animal, y el pelaje sedoso le acarició la piel.

Y entonces, como si fuera un truco de magia, el conejo abrió los ojos.

El rubio retrocedió del susto, su corazón latiendo a mil por hora. Una especie de nube comenzó a emanar del conejo, envolviendo todo en una neblina que parecía sacada de un sueño. La neblina, etérea y brillante, flotaba alrededor, creando un ambiente irreal.

Con el pulso disparado y los ojos abiertos como platos, Jimin se levantó del sofá, incapaz de apartar la mirada del espectáculo que se desarrollaba ante él. La nube se arremolinaba, cubriendo ya parte de la sala con su danza mística. Estaba a punto de salir corriendo por la puerta y dirigirse a casa de Tae, buscando algún tipo de normalidad, cuando una figura comenzó a emerger. La nube se deslizó como agua entre sus dedos, revelando lentamente la silueta.

Ante él, apareció un hombre de presencia imponente. Su torso, esculpido y poderoso, irradiaba fuerza. Sus ojos, oscuros y profundos, lo miraban con una intensidad que desafiaba toda lógica y comprensión.

—Estoy alucinando. Estoy alucinando. He estado doblando turnos en el bar estos días, estoy exhausto —pensó Jimin, desesperadamente buscando una explicación lógica—. Sí, eso es. Así que cerraré los ojos y al abrirlos, todo habrá vuelto a la normalidad.

Con un nudo en la garganta, cerró los ojos y contó hasta tres.

Uno.

Dos.

Tres.

Los abrió lentamente, y aquel hombre seguía allí, tan palpable como el aire que llenaba sus pulmones. La neblina aún flotaba alrededor, añadiendo un toque de magia a la escena. Jimin se sintió atrapado entre la realidad y el sueño, sin saber si estaba despierto o sumido en una fantasía.

—¡AHHH! —el grito de Jimin resonó por toda la casa, un eco de terror y asombro que rebotaba en las paredes. El hombre, sorprendido, se llevó las manos a los oídos, tratando de amortiguar el sonido. Cuando el estruendo cesó, el hombre bajó las manos lentamente y miró a Jimin con una gran sonrisa.

—Hey, humano, gracias por salvarme —dijo con una voz ronca y una mirada penetrante que parecía atravesar su alma.

—¿Ah? —Jimin estaba en shock, petrificado, su mente un torbellino de preguntas sin respuestas. Su corazón latía desbocado mientras trataba de procesar lo que acababa de ocurrir.

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