XV. ¡Ay!
Las páginas
se derriten,
mis lágrimas
aguardan
arropadas,
inyectadas
en mi sangre
volatilizada.
Siento que perezco
de nuevo,
que me asesinan
el jodido tiempo
y el psicópata silencio.
El frío cañón
apunta sin miramientos
mi puta boca
y mi corazón
se balancea
como puede...
las muletas
se esfumaron lejos.
Necesito un sustento,
estoy pereciendo
y ni siquiera Dios
puede cargar con mis lamentos.
Mi barriga
se obliga
a comer
aunque el puto huracán
no esté luchando fuera,
sino dentro.
Mi cara
se descompone
¿quién podría salvarme
si te electrocutas al tocarme?
¿Quién podría entenderme
si reemplazo mis pensamientos
por consejos
que me alivian por momentos?
¿Quién querría acompañarme
si me alejo
y aparezco,
me ignoro
y vuelvo
al mudo
miedo?
Cuando cavo
y salgo
de mi hoyo,
me entierro
y me rompo las uñas
contra el cemento.
Me destruyo,
me callo
y pienso,
mi peor condena
es seguir pensando
en un pasado
que creía
haber superado.
— Janny.
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