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🔹Revelaciones🔹

La noticia sobre Enriqueta, la chica desesperada que había estado intentando comunicarse con mi padre durante dos meses, nos dejó atónitas. Pero lo que descubrimos después nos dejó sin aliento.

Ella nos citó en un café y nos contó que trabajaba en un vinoteca cercana a nuestra casa. Según la joven, mi padre la había conocido cuando iba a comprar sus vinos finos y había entablado una relación con ella después de intercambiar números de teléfono.

—¡No puede ser! —exclamé, sintiendo que el mundo se me venía abajo—. ¿Mi padre estaba teniendo una aventura con una chica de 21 años que vende escabio?

Mi madre parecía igual de impactada por la revelación, con los ojos abiertos de par en par y una expresión de incredulidad en el rostro.

—No puedo creer que mi Antoine fuera capaz de hacer algo así —chilló—. Siempre pensé que éramos una familia feliz y unida.

La sensación de traición y confusión que nos embargaba era abrumadora. ¿Cómo podía ser posible que mi padre nos hubiera ocultado dos relaciones tan importantes durante tanto tiempo? ¿Y qué significaba esto para nuestra familia y nuestra relación con él?

Decidimos confrontar a Enriqueta para obtener más información sobre su relación con mi padre y aclarar todas nuestras dudas. Le preguntamos si papá le daba plata o si le compró cosas.

—Sí, yo le pedí plata para comprar un boleto de ida y vuela a Italia —respondió, mirándonos con curiosidad y cautela—. ¿Por qué me lo preguntan?

—Somos la familia de Antoine, el hombre con el que estabas teniendo una relación —dijo mi madre, con la cabeza caliente por la ira—. Necesitamos que nos cuentes sobre lo que ha estado pasando entre tú y él.

Enriqueta parecía sorprendida por nuestra prepotencia, pero accedió a contarnos más cosas. Nos sentamos en unas sillas junto a una mesa y esperamos a que Enriqueta nos contara más detalles de la historia, mientras esperabamos que nos trajeran los cafés.

—Lo siento mucho por todo lo que ha pasado —empezó Enriqueta, con los ojos llenos de lágrimas—. No quería causarles ningún daño, pero no sabía qué más hacer para contactar a Antoine y en el internet pude hallar el número telefónico de la casa de tu abuela Brigitte.

—Brigitte, es mi abuela materna, no es la paterna. No entiendo —dije.

—No lo sé. Me confundí —respondió.

—¿Cuando se besaron por primera vez? —pregunté, intentando mantener la calma a pesar del vendaval de emociones que me invadía.

—Fue una noche cuando vino a comprar un vino rosé en la tienda —respondió Enriqueta—. Empezamos a hablar y nos dimos cuenta de que teníamos mucho en común. Él era tan amable y cariñoso conmigo, nunca pensé que fuera casado.

La rabia y el dolor se mezclaban dentro de mí mientras escuchaba a Enriqueta hablar sobre mi padre. ¿Cómo podía ser que él fuera tan hipócrita y egoísta como para engañar a mi madre y a su familia de esta manera?

—¿Cómo era la relación entre tú y mi padre? —preguntó mi madre, con la voz temblorosa aguantando no querer golpearla en el medio de la jeta.

—Era maravillosa al principio —respondió la joven pelirroja, con una mueca triste en los labios—. Pasábamos mucho tiempo juntos y él me hacía sentir especial. Pero luego, de repente. Cuando volví de Italia me empezó a ignorar las llamadas y no respondía los mensajes, yo no sabía que había pasado. Hasta que un día me dijo que nunca me había amado y que había sido un error conocerme.

La angustia y el dolor eran palpables en las palabras de Enriqueta, y sentí una punzada de compasión por ella. A pesar de todo lo que había sucedido, era solo una joven de 21 años atrapada en una situación que estaba fuera de su control. Pero ella también tenía la culpa por ser ingenua.

—Siento mucho por todo lo que has pasado, Enriqueta —dije y mentí, con la voz rasposa—. Nadie merece ser tratado de esa manera.

Enriqueta asintió con tristeza, agradecida por nuestras palabras de compasión y apoyo. A pesar de todo lo que había pasado, seguía siendo una víctima en toda esta situación, y no podía evitar sentir un poquito de lástima por ella.

Después de nuestra conversación con Enriqueta, nos dirigimos de vuelta a casa con el corazón lleno de dudas y emociones encontradas. Aunque habíamos obtenido algunas respuestas sobre la relación entre mi padre y Enriqueta, aún quedaban muchas preguntas sin respuesta. Mi papá estaba muerto y no había a quien reprocharle todo lo malo que hizo en vida.

¿Cómo podríamos seguir adelante como familia después de todo lo que había sucedido? ¿Y cómo podríamos enfrentar la verdad sobre mi padre y su doble vida?

Estabamos por tomar el café y procesar todo lo que habíamos descubierto. Pero lo que sucedió a continuación fue algo que nunca hubiéramos esperado.

Mientras estábamos sentadas en una mesa, intentando asimilar toda la información que habíamos recibido, la joven insistió con saber por que razón papá estaba preso.

—Enriqueta, eso es confidencial —dijo mi madre mientras tomaba un sorbo de su taza.

Ella nos miró con una expresión de ira en el rostro.

—¿Ustedes son realmente la familia de Antoine? —preguntó la joven, con la voz cargada de furia.

—Sí, lo somos —respondí, sin saber qué esperar de la situación.

La joven nos miró con ojos llenos de rencor.

—¿Qué saben sobre él? —exigió saber, con la mandíbula apretada y los puños apretados—. ¿Dónde está? ¿En qué penal está?

—¿A vos que te importa? —refunfuñó mi mamá.

—Es que preciso ir a verlo... —murmuró la pelirroja.

—Mi padre ya no está con nosotros —respondí, sintiendo un nudo en el estómago al recordar la trágica verdad—. Murió inesperadamente hace unos meses.

La expresión de la joven se transformó en una mezcla de sorpresa y furia al escuchar mis palabras.

—¡Mentirosas de mierda! —gritó, levantándose de su silla con violencia—. ¡No pueden engañarme! Sé que tu padre está en prisión, y voy a encontrarlo cueste lo que cueste.

Intenté calmarla, explicándole que no estábamos mintiendo y que mi padre realmente había fallecido. Pero la joven no quería escuchar razones y se lanzó hacia nosotras con violencia.

En un instante, la situación se volvió caótica. La joven comenzó a golpearnos y a gritarnos, mientras nosotras intentábamos defendernos y calmarla al mismo tiempo. La gente a nuestro alrededor nos miraba con sorpresa y horror, sin saber qué hacer para detener la pelea.

—¡Cállate, pelotuda! —grité, tratando de hacerme oír por encima del caos que nos rodeaba—. ¡Te voy a cagar a palos si no te calmás en este preciso momento!

Pero la joven estaba demasiado enojada como para escucharme, y seguía golpeándonos con una furia desenfrenada. Sentí el dolor de los golpes en mi cuerpo y la rabia se apoderó de mí mientras luchaba por protegerme a mí misma y a mi madre. Ella era un palillo y sabía que si le ponía una mano encima la iba a matar de un golpe.

Finalmente, algunos clientes de la cafetería intervinieron y separaron a la joven de nosotras, poniendo fin a la pelea. Nos quedamos sentadas en el suelo, jadeantes y con el corazón acelerado, mientras intentábamos recuperar el aliento y procesar lo que acababa de suceder.

La vergüenza y la humillación se apoderaron de mí mientras me levantaba del suelo y miraba a mi alrededor, consciente de las miradas de desaprobación y conmiseración de las personas que nos rodeaban.

—Lo siento, vieja —murmuré, con los ojos llenos de lágrimas—. No debería haber permitido que esta loca de mierda apareciera.

Mi madre me abrazó con fuerza, consolándome.

—No es tu culpa, nena —dijo, con la voz áspera —. Hiciste lo que pudiste para calmar la situación. Ahora tenemos que irnos de aquí antes de que las cosas empeoren.

—Enriqueta, ándate, desaparecé de acá —le grité, ella se levantó del piso y salió corriendo.

Un muchacho se acercó y me dió la mano, asentí con la cabeza y nos levantamos del suelo, listas para dejar atrás ese momento vergonzoso y doloroso. Aunque la pelea en la cafetería había sido un recordatorio brutal de la violencia y el caos que puede surgir cuando las emociones están fuera de control, también nos recordó la importancia de la familia en tiempos de adversidad y de locura.

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