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Capítulo XXXIII

***

- Espera, Mina. Tenemos que hablar.

Ninguna de sus palabras me harían regresar. Cada vez quería alejarme más de él. No había cambiado en absoluto. Todo era una máscara.

Recordé a mi tío Gabriel. Él siempre vivía fingiendo. Con sus empleados del banco era un veedadero demonio. Más de una vez uno de ellos recibió un sillazo en la cabeza. Pero cuando está con las mujeres se coloca la careta de un buen mozo, educado, amable y respetuoso. Nada más falso.

- Déjame sola- respondí, sacando su brazo derecho de mi hombro.- Eres un sucio criminal.

- Perdona, es que a veces no me puedo contener- se disculpó Javier.

- ¿El impulso de matar, de acabar con la vida de otra persona por el sólo hecho de sentirte a gusto contigo mismo?

- Yo te dije una vez, Mina, que mi historia es muy difícil de comprender. Ya no hay vuelta atrás. Nadie me perdonará jamás. Estos pecados permanecerán en mi conciencia por siempre.

Javier comenzó a sollozar. Sus labios se tornaron blancos y su esbelta figura se arqueó lentamente. Sus brazos se juntaron y su rostro se vio cubierto por sus inmensas manos.

Esa escena me conmovió hasta el punto que decidí acercarme poco a poco y, si darme cuenta, estábamos fundidos en un cálido abrazo.

- Perdóname, Mina. No volvamos a hablar de tu padre, ya sabes cómo me pongo con eso.

Javier comenzó a recuperarse lentamente y se puso de pie. Sin dejar de abrazarme me sugirió continuar escuchando la historia. Y de ese modo, con los últimos restos que nos quedaban de aquél cóndor, me dispuse a escuchar la continuación de su apasionante historia.

- A las diez y cuarto cerré lentamente la puerta de la casa y caminé rumbo a la Avenida Frankfurt para reencontrarme con el maldito mocoso.

》Cuando llegó, unos minutos después de las once miré por última vez a mi víctima.

》- Ven un segundo, Lautaro, tengo que mostrarte algo- le dije, algo tímido.

》Tenía miedo de que el crío fuera desconfiado y huyera corriendo. Eso me habría metido en un montón de problemas.

》- ¿Quieres mostrarme las pocas monedas que lograste recaudar esta semana con tu cara de mono cansado?

》Eso fue suficiente. Decidí llevar al niño con mis manos rodeando su cuello hasta un callejón oscuro. Nunca antes nadie había notado cuánto detestaba a aquél niño, pero ese día lo descubrieron demasiado tarde.

》Una vez allí, desenvainé mi filo. El niño gritó pero nadie lo escuchó; yo había tomado todas las precauciones posibles para evitar que nadie nos descubriera: manos y pies atados y un viejo pañuelo de mi madre me servía de mordaza.

》No me preguntes por qué, simplemente no pude conterme. Me acerqué al niño y lo ví por última vez, indefenso, amarrado a una silla. Era el momento de actuar.

- ¡¡Ahhhh!!- estallé de terror.

- Yo te lo advertí varias veces antes, Mina. Si lo deseas puedo terminar con la historia ahora. Veo que no te ha resultado tan agradable después de todo.

Javier desconocía la verdadera causa de mi grito. Si bien su historia me había impactado, no me asusté por ella. No soy tan frágil.

Mi verdadero susto fue a causa de mi armónica cuando descubrí, nuevamente, un chorro de sangre que corría a través de los agujeros y llegaba a manchar mi mano completamente.

***

Auckland, 6 de enero,
algo más tarde...

Los uniformados de azul se hacercaban a paso raudo hacia nosotros. Llevaban sus armas bien cargadas y nos miraban fijamente.

Toda la multitud se encontraba preocupada. Los padres escondían a sus hijos tras ellos, las señoritas jóvenes se encaminaban disimuladamente hacia las salidas de emergencia.

- ¡¡Detengan a esos dos!!- ordenó un hombre de bigote blanco que parecía der el jefe.

Era el fin, nos habían descubierto. Ya no podíamos ocultarnos más, todos los presentes conocían nuestros antecedentes penales y habían actuado en consecuencia.

No nos quedó más remedio que rendirnos. Llevamos nyestras manos detrás de la espalda y esperamos con los ojos cerrados a que nuestra detención ocurra.

- Salga del medio, amigo- la voz del desconocido me alertó y me incentivó a abrir los ojos.

El comisario bigotudo me había pedido permiso.

- No somos nosotros a quienes buscan detener- le susurré a mi jefe entre dientes.- Aún no nos llegó la hora.

Quedamos atónitos ante la situación: dos hombres que se encontraban detrás nuestro eran los detenidos.

Uno de ellos tenía el cabello castaño, un feo gorro marrón oscuro, barba candado, contextura robusta y labios inflados. Una persona totalmente desagradable.

Su acompañante también lo era: un joven de unos veinte años de pelo castaño teñido pésimamente de rubio, cejas gruesas, postura enclenque y grandes brazos.

Al parecer, habían sido descubiertos intentando atravesar el aeropuerto con cincuenta gramos de cocaína en el estómago.

Se veían realmente irritados, en especial el más joven. El viejo permanecía inmutable, esperando ansioso la llegada de algo o alguien que pudiera salvarlos.

El aeropuerto comenzó a vaciarse lentamente. La multitud, aterrorizada, temía por sus vidas. Era un escenario ideal para una gran catástrofe.

Los dos hombres fueron arrestados y comenzaron a sacarlos del establecimiento con sus propias remeras cubriendo sus caras y rodeados de un escuadrón policial.

- ¡Alto ahí!- un hombre todo vestido de negro apareció en la escena. Desde el piso uno apuntaba con su metralleta al primero que se le ocurriera acercarse.

- Vámonos de aquí- me ordenó mi jefe.

- ¡¡Dije que nadie se mueva!! Se encuentran rodeados. Mis hombres se encuentran en todos loa rincones de este lugar y no tienen miedo de disparar.

Mi jefe creyó reconocer esa voz y, lentamente se fue alejando de mí, hasta encontrarse de frente con el dueño de aquella malvada voz. Un piso era la distancia que los separaba.

También reconocí esa voz y decidí actuar. Después de todo teníamos que terminar con él de todos modos.

Los policías apuntaban al dueño de la ametralladora. Ninguno de los dos grupos de atrevía a disparar primero.

Decidí subir lentamente las escaleras. Nadie pudo verme, el gentío se refugiaba en los lugares más convenientes.

Era la hora de actuar. Sujetando un cuchillo y reptando por el suelo me fui acercando poco a poco a aquel hombre para darle por fin un golpe de gracia.

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