Capítulo XXXII
***
Mi rostro demostraba una excesiva felicidad al ver qué era en realidad aquel objeto. No pude contenerme y abracé a Javier. Fue un abrazo corto pero lleno de emociones. Nunca antes había experimentado tantas sensaciones en unos pocos segundos.
Javier, que ya no mostraba su anterior faceta de criminal frívolo y sin corazón, me abrazó también.
El agua ya no representaba un problema para nosotros; tampoco lo era la comida.
- Toma, esto te pertenece- me había dicho Javier en el momento en que me entregó mi armónica, momentos antes de nuestro abrazo.
El utensillo metálico brillaba más que nunca. Aunque estaba un poco deteriorada por la acción del agua, mi armónica no dejaba de transmitirme las mismas sensaciones que la primera vez.
- Adelante Mina, dedícame una canción.
La melodía se tornó demasiado melancólica hasta el punto de comenzar a llorar. No podía creer lo que estaba viendo.
Aparezco en una casa desconocida. Es una magnífica construcción antiquísima. Las paredes celestes del interior del comedor hacen juego con el mar que se puede ver a la distancia.
En el centro, una enorme mesa redonda de roble presenta los restos de una cena reciente. Dos vasos con whisky a medio vaciar yacían abandonados en una esquina de ésta.
La soledad reina en el enorme salón. De pronto, se siente el sonido de un cerrojo corriéndose y la habitación se ve invadida por dos personas.
Los últimos rayos del Sol que penetraban a través del enorme ventanal me dieron una vista excelente para saber de quiénes se trataba.
La canción tomó ahora un ritmo mucho más violento e impulsivo. Tanto Javier como yo reconocimos inmediatamente a uno de ellos. En realidad, se trataba de un hombre y una mujer.
El hombre, de un acento extranjero muy notorio, tiene el cabello castaño, ojos marrón oscuro y mirada huidiza. Su rostro, fatigado, da muestras de haber trasnochado varios días. Su barba tupida demuestra que, a pesar de todo lo ocurrido, ha mantenido su aseo y pulcritud.
A pesar de las enormes ojeras bajo sus ojos y su cara de enorme preocupación, pude identificar a mi padre.
- ¿Qué hace él allí?- susurró Javier.- Debería estar muerto.
Simulé no haber escuchado sus quejas homicidas. Después de todo, Javier tiene sus ataques asesinos de vez en cuando. Siempre me ha resultado arriesgado convivir con él.
La señora, una mujer grande, de cabello enrulado y teñido de rubio mira preocupado a su marido.
- No podemos salir de aquí- exclamó asustado el cubano.
- Tarde o temprano nos alcanzarán y nos asesinarán como a nuestra pobre hija.
Las palabras de mi madre fueron un bocado difícil de tragar.
Acabé de inmediato con mi canción y me dediqué a llorar desconsoladamente. Mi familia ya no estaba conmigo, me hallaba sola, o mejor dicho, en compañía de un asesino serial. Ya no podría confiar en él.
- Escucha Mina- me habló Javier- debes entender. Es que nosotros un día...
- Conozco la historia- lo interrumpí sin dejar de sollozar.
- Perdóname, sabes que nunca te traicionaré.
- Con mi padre no puedes asegurar lo mismo, ¿cierto?- No podía controlar mis emociones, me sentía presa de un ataque de cólera.
- ¿Qué puedo hacer para que vuelvas a confiar?- Me preguntó Javier.
Justo en el momento en que iba a responderle fijé la mirada en mi armónica, a la que llevaba en mi mano izquierda, y me sorprendí al ver un hilo de sangre serpenteando por los diferentes hoyos.
Se trataba, sin dudas, de un peligro inminente...
***
Auckland, 6 de enero,
minutos después del aterrizaje...
Una mañana nubosa llegamos por fin a la capital neozelandesa. Sin dudas, se trata de una excelente ciudad que, muy pronto, sería dominada por el mal y la inseguridad.
Bajamos del avión con las manos cargadas de papeles y bocetos mal logrados de nuestros próximos pasos. No podíamos fallar.
Ingresamos al aeropuerto rápidamente a por nuestras maletas. Un gran número de turistas que acababan de arribar se encontraban allí.
Una pareja muy joven esperaba su momento para hacerse con sus maletas. El joven, a pesar de no sobrepasar de los veinte años de edad, era totalmente calvo, lo que me causó algo de risa.
- No llames la atención- me ordenó mi jefe entre dientes.
Permanecimos más de dos horas esperando por nuestras maletas. Equipajes de todos los colores y tamaños cruzaron frente a nuestros ojos. Valijas rojas, azules, anaranjadas, blancas, amarillas... ¡¿A quién se le podría ocurrir comprarse una maleta amarilla?!
Esta vez no pude contener la risa al ver al joven calvo y a su esposa recoger la misma valija de la que yo me acababa de burlar. El pelado me miró de reojo y se fue.
- Disculpen pero desgraciadamente sus maletas se extraviaron durante el vuelo- dijo sonriente la recepcionista cuando fuimos a denunciar la pérdida de nuestra valija.
- ¡¡Maldición!!- estalló mi jefe.
En ese momento todo el aeropuerto estaba paralizado observándonos. La pata de palo les llamaba la atención y las actitudes de mi jefe terminaban con posar su vista sobre nosotros.
Esta vez fui yo quien afrontó ese problema.
- Disculpe- le dije a la señorita con la misma sonrisa sobradora con la que ella nos había comunicado la noticia- ¿no hay ninguna forma de recuperarlas? Llevamos cosas muy importantes en ellas y no podemos perderlas.
- Todo puede volver a conseguirse- dijo deslizando mil quinientos doláres sobre la mesa- Este es su reembolso.
Para cualquier persona esta situación hubiera equivalido a ganar una fortuna en la lotería, pero no era nuestro caso.
"¿Y ahora qué haremos? No tenemos ni una pistola de agua para fingir la muerte de Zesh. Esto es realmente malo". Esas fueron las palabras que se cruzaron por mi mente y que, seguramente, mi jefe compartía.
- Vámonos de aquí Manuel,- me ordenó mi jefe- lo único que falta es que nos rapten en la puerta.
Sus palabras proféticas se volvieron realidad cuando, de pronto, un grupo de policías abrió la puerta de par en par y se dirigió hacia nosotros.
Afuera, un patrullero en marcha esperaba para cargar a dos pasajeros nuevos en el asiento de atrás.
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