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Capítulo XXIX

***

A la mañana siguiente Javier despertó preocupado. Necesitaba hablar conmigo lo antes posible.

Me zamarreó desesperadamente.
- ¿Qué ocurre?- lo indagué mientras me refregaba los ojos y me desperezaba ocupando la mitad del tronco.

- Sabes, estuve pensando. Sobre lo de ayer. La historia. Mi historia- Javier titubebaba, no se animaba a decirme lo que sea que necesitaba contarme.

- ¿Y a qué conclusión arribaste?- pregunté, buscando ir al punto de esa conversación.

- He decidido contártela.

- ¿De veras?- Sonreí como una niñita al escuchar sus palabras. Javier lo notó. Sonrió también.

- Eres madura cuando quieres- Javier comenzó a reír. Nunca antes lo había hecho. Tiene una risa contagiosa. Me reí también.

De pronto, en la mitad de nuestro ataque de risa, Javier retomó su tan característica seriedad.

- Debes entender que este es un tema serio, Mina, muy serio. Esta es la verdad. Mi verdad. ¿Estás dispuesta a oírla?

》Un día jueves, no importa la fecha, me desperté temprano para salir a la calle con el objetivo de mendigar.

》Mi madre estaba muy ocupada: recientemente una pareja le había solicitado que le borde un ajuar y no tenía mucho tiempo porque el casamiento era en unos días.

》Cuando salí de mi habitación ví que la puerta del taller de mi madre estaba cerrada y la máquina de tejer no dejaba de chillar.

》Muy despacio fui bajando las escaleras. Había tomado la precaución de cubrirme los pies con trapos porque sabía lo enfadada que se ponía mi madre cuando me veía en la casa y no mendigando.

》Aquel día recordé que debía reencontrarme con ese maldito niño. También rememorié la reprimenda de mi madre.

》'Tengo que hacer algo' me dije. Inmediatamente pensé en una manera de callar a ese niño, pero de forma permanente.

Javier observó la cara que, atónita, había mostrado frente a esas palabras.

- Ya veo que no estás preparada para oír esta historia.

- Sí lo estoy, por favor continúa- le rogué de rodillas.

- Bueno, bueno está bien. ¿En qué estaba? Ahh, cierto.

》Fue hasta que llegué a la cocina y me encontré con una de las gallinas que había escapado de su corral. La dejé en su sitio, que era el gallinero de nuestro patio trasero, y regresé a la cocina con la intención de tomar el desayuno.

Fue en ese momento cuando, mientras untaba una rodaja de pan duro con algo de manteca, mi mirada se fijó en el lugar en donde mi madre guardaba todos sus utensillos de cocina, desde cucharas hasta un extraño cuchillo que ella solía utilizar para degollar a nuestras gallinas, siguiendo la tradición familiar de hacía siglos.

》Me levanté de la mesa, abrí el pesado y enorme cajón y tomé el fabuloso cuchillo. Era una obra de arte: tenía un mango de madera tallado que representaba en la punta un gallo parado sobre un tronco. ¡Qué ironía! Aún quedaban restos de sagre seca. Casi vomito mientras lo limpiaba.

》Una vez ya limpio, lo tomé, lo oculté tras mi camisa y utilizando mi cinturón como vaina, lo guardé. Era difícil caminar con un filo colgando pero me acostumbraría a fuerza de los cortes.

》Sabía que mi madre necesitaría ese cuchillo al mediodía y ya eran las diez de la mañana. Debía apresurarme. No podía fallar. No debía ganarme otra reprimenda de mi madre. Sabía que a las cosas no las dice del mismo modo a la segunda ocasión, y menos aún si llegaba a encontrar a su hijo con un cuchillo para degollar animales.

De pronto, Javier interrumpió su hustoria y buscó algo en su bolsillo, más específicamente algo que estaba escondido bajo sus jirones y sujetado por su cinturón.

Yo no comprendía la situación. Esraba lista para lo que sea. Quería ver ese cuchillo.

Pero mis ansias se curaron rápidamente cuando Javier sacó lo que tenía bajo sus ropajes y descubrí, atónita, que se trataba de un arma, bien cargada y dispuesta a disparar a quien se cruzara por su camino.

***

Budapest, 3 de enero,
ya más tranquilos...

Al fin habíamos acabado con Antonio. Él era nuestro único y último obstáculo antes de dar con el maldito cubano. Era momento de sentarse y reflexionar.

Mi jefe decidió telefonear a nuestro compadre para ponerlo al tanto de todo lo que nos había ocurrido.

- Tumb, tumb, tumb...

Javier no atendía y mi jefe se desesperaba cada vez más.

- ¡¡Atiende, atiende por favor!!- vociferaba mi jefe.

Finalmente, y cuando fue la voz del contestador quien lo atendió, estampó su teléfono sobre la pared, desintegrándolo en mil pedazos.

- No puede ser que este hombre no se digne a respondernos un mensaje jamás.

La noche era calma, éramos los únicos en la cuadra que gritábamos. Bueno, nosotros y un par de gatos que no paraban de discutir y arañarse por ahí afuera.

- Debemos trazar un plan para encontrar a este maldito hombre.

- ¿Qué tan difícil puede ser?- indagué. - Deberíamos llamarlo y decirle que tenemos en nuestro poder a su hija. El viejo no podrá resistirse.

- Tienes razón Manuel. Pásame su número y tu teléfono, lo contactaremos ahora mismo.

Accedí, sin cuestionar ninguna de sus órdenes.

- Pe, pero ¿qué hay de la enorme tarifa que cobran por las llamadas internacionales?

- ¡Nada de tarifas!- exclamó mi jefe, revoleando su único zapato por sobre mi cabeza.

Me levanté del piso, por suerte el zapato ni me había rozado. Mi jefe esperaba con ansias que le dicte el número del cubano.

- Aquí lo tienes- dije, extendiéndole una notita amarilla en donde figuraba su número telefónico.

- Esos gatos están furiosos- hablé, como para acotar algo y romper un poco el silencio sepulcral que se había instalado en la habitación.

- ¡Cállate imbécil! Me desconcentras.

Mientras mi jefe discaba los números y esperaba impaciente a quien estuviera del otro lado del tubo, yo miraba a través del ventanal cómo esos dos gatos luchaban.

Uno de ellos tenía un pelaje anaranjado, sin dudas, un gato único. El otro era completamente negro. Algo me parecía familiar en él, más no lo noté en ese momento.

- ¡Tampoco contesta!- estalló mi jefe.- Está bien, lo llamaré luego. Y ahora, disfrutemos de esta pelea de gatos de la que tanto hablas.


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