Capítulo XXIV
***
Un salto al vacío. Un intento desesperado para seguir con vida.
Mis pies comenzaron a mojarse, luego todo mi cuerpo también. Nadaba hacia aquel lugar con una única intención: salvarlo.
La lluvia estaba furiosa y el agua ya alcanzaba los dos metros de altura.
Un último grito indicó el fin de Javier.
Nadé hacia allí, concentrándome en dar las mejores brazadas posibles para alcanzarlo con prisa.
De a poco sus gritos fueron ahogándse también. En el agua nada daba señales de que alguien vivo se hallaba atrapado.
A lo lejos, mi armónica y mi bolso de cuero negro navegaban a salvo sobre un resistente tronco. Algún día quizá sepa qué habrá sido de ellos.
No era momento de volver atrás ni pensar en cómo recuperar mis pertenencias. Era una situación crítica, de vida o muerte.
Después de todo, Javier me ha salvado la vida y estoy dispuesta a devolverle el favor.
Esta vez, yo grité.
No era un grito de desesperación, quería que Javier sepa que no estaba solo. Éramos dos.
Mis manos comenzaron a sentir algo que no era agua. Algó sólido, que de a poco perdía su fuerza.
Era Javier.
Con mucho esfuerzo y cargando su peso en mis brazos, logré llegar a la superficie.
Un inmenso tronco se avecinaba hacia nosotros. El único obstáculo era una gigantesca roca que sobresalía sobre la superficie.
Y justo en aquel momento en el que deseaba que no pasara, ocurrió. El tronco saltó por encima de la roca y también sobre nosotros y se alejó a gran velocidad.
Unos pocos jirones le servían a Javier como vestimenta.
Mi vestido estaba completamente empapado y sucio.
Mi piel estaba embarrada y con muchos raspones a causa de las malditas ramas que por el agua circulaban.
Al fin alcanzamos la gran roca. Desde allí se veía todo lo que el agua se llevaba cargado a sus espaldas.
Pasamos allí varias horas pensando en cómo escapar de aquella difícil situación.
De pronto, Javier despertó. Bastaron unos pocos minutos para ponerlo al tanto de lo que había ocurrido.
Ya no estaba sola.
Pasamos la noche juntos, esperando con ansias el nuevo día, para conocer si podríamos escapar de esta prisión flotante.
A la mañana siguiente, me desvelé temprano. En realidad, entre tanto ruido de truenos y rayos, no había podido descansar.
Mis ojos se abrieron cuando mis pies fueron mojados por el agua de aquel inmenso río formado a causa de la tormenta.
La situación había empeorado. No teníamos escapatoria. Lo único que quedaba en pie era el inmenso roble que me había servido de refugio. El único problema era que la distancia que nos separaba era tan grande como la altura de dicho árbol. Estábamos perdidos.
Javier me hizo una pregunta que me descolocó:
- ¿Puedes alcanzarme dos ramas, por favor?
Sin objetar ni cuestionarlo por su pedido, lo asistí inmediatamente.
Javier comenzó a frotar las ramas y de a poco fue encendiéndose una pequeña fogata.
Luego, tomó su pistola. Al verlo con el arma en sus manos me asusté. Sin embargo, no conocía el plan que Javier tenía en mente.
En lugar de colocar una bala solamente, Javier agregó además aquella rama que recientemente había encendido.
Apuntó con mucha presión y su disparo dio en el blanco. El inmenso roble comenzó a encenderse.
- ¿Qué haces?- pregunté imquietada.
- ¿Nunca te han enseñado en la escuela que el fuego atrae los rayos?
A partir de ese momento comencé a comprender el porqué de su accionar.
Era momento de esperar a que un rayo fulmime aquel árbol.
Sin embargo, el agua ahogó aquella llamarada, como ya iba hacerlo con los dos humanos que se hallaban sobre un inmensa roca y se atrevían a desafiarla.
***
Budapest, 30 de diciembre, tiempo después...
Conozco a mi jefe y sé que el no soporta que nos distraigamos y despejemos un instante nuestras mentes.
Pero... ¿qué podría salir mal? Era beber un té durante unos minutos y luego regresaría a su lado. Nada más simple. Lo único que podría salir mal es que a la anciana se le ocurriera preparar un té de boldo.
Apenas ingresé en la pequeña casucha, un gato negro que se hallaba jugando con la lana de la buena señora se volteó para observar a quien invadiría su privacidad durante los próximos cinco minutos.
La señora notó la frialdad de su gato y decidió presentármelo.
- Señor Bigotes, este señorito se llama Manuel y me ayudó a llegar hasta aquí. Ven y salúdalo.
El Señor Bigotes bajó lentamente del sofá y caminó a mi encuentro. Cruzó por delante mío y comenzó a pasar a través de mis piernas.
A pesar de que la anciana me había asegurado que el Señor Bigotes nunca mordía a nadie, mi temor supersticioso me indicaba que algo malo podía ocurrir pronto. No todos los días te encuentras con un gato negro y el se cruza en tu camino.
La ancianita me invitó a pasar a la cocina.
El Señor Bigotes me vigilaba desde la ventana. Cada tanto maullaba para recordarme que él seguía allí, junto a su ama y la defendería todo lo que hiciera falta.
Nos sentamos en unas sillas celestes cómodamente diseñadas y, ante la mirada del gato centinela, comenzamos a disfrutar de una deliciosa taza de té.
La señora seguía hablando de lo perfectos que eran todos sus nietitos (que seguramente de chiquitos ya no tenían nada).
La anciana me comentaba que había nacido en un pueblito pequeño ubicado a cincuenta kilómetros de su actual residencia.
Entre tantas anécdotas, decidió contarme una historia que su padre solía narrarle de niña en alguna noche de insomnio.
Me afirmó también que, para lograr relajarme mejor, cubriría mis ojos con un pañuelo.
- Tranquilo nene, confía en esta ancianita.
El Señor Bigotes se instaló a mi lado y comenzó a ronronear.
- Así comienza la historia de un joven que tenía una vida tranquila, salud y dinero.
》Se dedicaba a vagar por el pueblo cercano a Budapest. Vivía a base de apuestas, derroches y borracheras.
》Una noche se encontró con una anciana que buscaba regresar a su casa para poder pasar tiempo con su peludo gato.
》Una vez que hubieron llegado, la vieja lo invitó a cobijarse en su casa para pasar la noche.
》De pronto, mientras el joven no veía dónde estaba y dormía cómodamente, la anciana lo aprisionó y él descubrió que aquella mujer en verdad era...
La anciana no había terminado de contar su falsa historia cuando noté que mis manos se hallaban inmovilizadas por dos grandes esposas y un segundo pañuelo que cubría mi boca me servía de mordaza.
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