Capítulo XXIII
***
En la caída, un viento suave ondea los pliegues de mi vestido. Mi cabello vuela al compás del viento, mientras que mi cuerpo es atraído por la omnipotente fuerza de la gravedad.
El sonido del agua de lluvia serpenteando a través de las piedras y los troncos caídos ambientaba aquella escena, como si de una película se tratara.
Un enorme y resistente tronco se aproximaba. Era mi única oportunidad.
No era la primera vez que desafiaba a la muerte. Esto se está conviertiendo en un pasatiempo peligroso.
A tan sólo unos pocos metros de aquel arroyo. Tan cerca, tan lejos, estaba él. Mi única salvación era una enorme masa de madera compacta.
De pronto, Javier cesó de disparar y lanzó un grito lleno de dolor.
- ¡¡Me muero!! Auxilio, no sé nadar- gritó tan fuerte que los pájaros que observaban la situación dieron un paso hacia atrás.
Mi corazón se paralizó. En parte, a él es a quien le debo mi vida.
Una decisión desesperada.
Por un lado, encontraría mi salvación y recuperaría mi libertad para siempre. Era lo que más venía deseando desde hace mucho tiempo.
Por el otro, la muerte segura, la oscuridad, la prisión, la vida perdida.
Era el momento de decidir qué rumbo tomaría mi vida.
A lo lejos, en mi mente, una extraña melodía comenzó a jugar con mis emociones.
Mi armónica ya no estaba, se había perdido para siempre.
Mi diario tampoco. A los mejores recuerdos los llevo grabados en el corazón.
Pero esa música seguía vibrando dentro de mi mente. Ya no había vuelta atrás, era hora de oírla.
Incluso en los momentos más críticos, parecería que estas extrañas melodías se burlan de mí.
Más que reírse de mis acciones, son una puerta sin llave para penetrar en mi conciencia.
Esta vez, me encuentro encerrada. Pero no como lo estaba hace mucho, mucho tiempo.
Encerrada en un lujosa casa, envuelta en miles de ideas que revolotean en mi mente.
De pronto, un niño aparece. No es cualquier niño, él afirma ser mi hijo. No obstante, no encuentro a su padre por ningún sitio.
- Madre- me llama, mirándome con unos ojos llenos de ternura.
El niño que decía ser mi sucesor no se me parecía en absoluto. Su cabellera era rubia y poblada de rizos esponjosos. Su cara era redonda y en su rostro se dibujaba una tierna sonrisa.
- Madre- insistió el niño, al notar que yo no sabía que él estaba a mi lado.- ¿Ya has terminado con el informe sobre tu vida? Quiero saber todo sobre ese tal Javier.
Al escuchar su nombre, lágrimas mojaron mi rostro y corrieron el delicado maquillaje que llevaba puesto para la ocasión.
- Aquí está todo lo que podría decirte sobre él- le respondí, señalando una especie de libro enmohecido de tapas duras que llevaba entre las piernas.
Las hojas de aquel diario se hallaban desgastadas de tanto uso. Un color amarillento era presentado por cada una de las hojas que se hallaban ahí dentro.
El niño lo tomó, sin importarle lo descuidado y maltrecho que estaba.
Con el correr de las páginas, su rostro se iluminaba y su mente quería leer más.
Yo permanecía a su lado, observando cómo era que aquel niño corría las páginas de lo que algún día fue un diario íntimo.
Llegó, mejor dicho, llegamos a la última página.
"He oído decir que una imagen vale más que mil palabras".
Esa leyenda era el epígrafe de un boceto a mano alzada que algún día realicé.
La imagen mostraba a una chica saltando hacía un gran tronco, sintiéndose satisfecha de poder salvar su vida.
Pero, de pronto, al fondo de la imagen, como renaciendo de sus cenizas, una segunda silueta apareció.
Se trataba de un hombre. En su rostro se reflejaba su desesperación ante esa situación tan crítica.
La chica no se detuvo a observarlo en ningún momento, olvidando quién era aquél que pedía socorro inmediato.
Cuando alcancé a reaccionar, tan sólo unos centímetros me separaban del tronco que con ansias había esperado desde el momento que lo había visto.
Sin embargo, sabía exactamente lo que debía hacer.
***
Budapest, 30 de diciembre
por la noche
Ya estaba próxima la fiesta del año nuevo y en toda la ciudad se palpitaba el espíritu.
La gente es ingenua al creer que, literalmente, su vida cambiará de un día a otro.
No existe eso de "este va a ser el mejor año de tu vida".
No quiero ser negativo. Sólo tengo una visión más realista de este mundo. Pensar menos y actuar más.
La alegría es un sentimiento altamente contagioso. Y desagradable. Ver a tanta gente sonriendo a mi alrededor me repugna.
Comparto mi opinión con Julio César, quien quería ser amado y temido a la vez. En lo personal, creo que con tan sólo infumdir temor ya es suficiente para dominar al resto.
Mientras caminaba por una angosta callejuela, mi teléfono comenzó a vibrar. Era mi jefe.
Con un pequeño pero certero mensaje de texto me solicitaba que regresara al hotel lo antes posible.
Y con esa inquietud me dirigí, caminando, a reunirme con mi jefe.
Durante el trayecto, una señora mayor me preguntó si yo conocía como llegar a una extraña tienda de modas. Por supuesto, no tenía idea de la ubicación de la tienda que la anciana me había preguntado.
- Joven, ¿al menos sería tan amable de acompañarme a mi casa? Sólo dista de tres cuadras desde aquí y, como verá, a mi edad doscientos metros son una milla.
Ante el insistente pedido de ayuda por parte de la anciana, debí acompañarla.
Aquella mujer no cesaba de contarme acerca de la vida de sus dos nietos y sus cinco biznietos.
Nos encontrábamos a tan sólo dos casas de la vivienda de la anciana cuando las campanadas de una ruinosa iglesia que se levantaba entre las hiedras de un monte nevado marcaron las doce.
Nuestros pasos fueron al compás de aquella música y, al finalizar la décima campanada ya estábamos en el umbral de la casa de la anciana.
La vivienda tenía un toque rústico. Unas enormes plantas adornaban las esquinas de la casa y una enorme mecedora, ya oxidada de tanto uso, se balanceaba sola, impulsada por la suave brisa de un helado viento.
- Es aquí- me indicó la anciana.
Ya me estaba despidiendo de ella cuando, de pronto, se volvió sobre sus pasos para agradecerme una última vez e invirarme a una taza de té.
Pero yo nunca me hubiera imaginado cuál era la verdadera intención de aquella anciana.
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