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Capítulo XLVIII

***

Al regresar a mi habitación me siento segura. Unas semanas atrás había visto a ese cuarto como una jaula cruel, pero ahora, y luego de haber experimentado la quinta parte de todos los castigos que ellos tienen planeados para mí, resulta una bendición encontrarme aquí, sola y segura.

Al abrir la puerta me encuentro con una gran variedad de comidas y bebidas sobre la tabla que funciona como mi colchón: salchichas, medallones de carne, vegetales, frutas, platos repletos de fideos que aún no cesaban de humear, patitas de pollo y muchas otras delicias.

Por otra parte, en el otro extremo, se halla una gran cantidad de bebidas, en su mayoría alcohólicas (a las cuales, pese a mis dieciocho años recién cumplidos, siempre intenté evadir ya que al olerlas ya me causan náuseas) : wisky, frizzé, champagne, sidra, cerveza rubia y negra y unas escasas botellas con agua, algo de jugo de limón y una Pepsi de medio litro.

Entre todos los platos que aquí se encuentran, formando lo que se podría describir gráficamente como un banquete digno de una reina (apresada), se halla un pequeño papelito con una frase casi ilegible, a causa del sinnúmero de pliegues que sufrió la pequeña hoja. Me horroricé al leer la pequeña inscripción, escrita por la mano de Javier :

"Come y bebe que la vida es breve".

No comprendo cómo puede relacionarse una frase tan simple con lo que estos asesinos tienen planeado para mí. Posiblemente, la comida posee algún tipo de somnífero que me hará caer en sus brazos y ser de nuevo la marioneta central de su espectáculo.

Creo seriamente que ellos me oyen  y ven a través de algún agujero oculto, probablemente en el techo. Afirmo esto ya que justo en el instante en el que devuelvo el papel a su sitio, la puerta emite un chirrido, el cual significa que alguien se ha colado en mi habitación.

La cara del jefe de los matones se deja ver y, aunque intenta evitarlo, no puede dejar de sonreír al ver mi cara de desconcierto frente a todo este festín. Y en este momento recuerdo que yo me había dicho a mí misma que el daño que sufriría aquí sería más moral que físico. Y eso, hasta ahora, es verdad.

- Come tranquila, Mía, te aseguro que ni un gramo de toda esta comida ha sido contaminada. Te recomiendo que comas bien, porque no sabes lo que te espera- el matón comienza a reír suavemente, para después subir lentamente su tono hasta acabar riendo de modo tal que el mismo cuarto le devuelve la risa. Y luego de esto, cierra la puerta y vuelvo a hallarme sola, segura y tranquila.

Sin duda alguna, todo este banquete tiene una relación, directa o indirecta, con el castigo que me será impuesto. "Come y bebe que la vida es breve". Todo esto es muy extraño...

Pero decido obedecerle al líder de los matones y llevo una cucharada de pasta a mi boca y, tal como me lo había asegurado el viejo, nada de extraño posee la comida. Sin embargo mi instinto me indica que debo comer lo más que pueda, antes de que sea demasiado tarde...

***

Auckland, 13 de enero,
27 horas antes de la elección...

Finalmente, y tras lo que parecía una eternidad, mi jefe ajustó todos los detalles del pastel y nos dispusimos a tomar un taxi rumbo al hospital.

Nos costó bastante trabajo conseguir que uno se adentrara en el solitario barrio de nuestro hotel y, mucho menos, que se atreviera a tenernos como clientes. Ya es sabido, y lo vemos como a algo completamente normal, al hecho de que muy pocos conductores quieren tener a estas caritas en su asiento trasero.

Finalmente, y tras media hora de búsqueda (y tres rechazos), un hombre con cara de pocos amigos, canoso, entrado en años y con unas gafas como las de Harry Potter, decidió abrirnos las puertas de su vehículo y nos invitó a entrar.

Nuestra conversación abarcó los temas más usados y triviales de conversación entre desconocidos: el estado del clima, el estado de las calles y la negligencia de los otros conductores. No existe algo tan estúpido como esto.

El señor tenía sintonizada la Radio Nacional 103.4, en donde los locutores no cesaban de hablar sobre las próximas elecciones. Reproducían también las palabras del Inspector Lemon acerca de sus últimas pesquisas:

- Nuestros servicios de inteligencia- la voz del inútil inspector sonaba extraña, a causa de que mantenía una conversación telefónica con la locutora- ya han localizado el paradero del joven que puede llegar a aportar alguna luz en el caso.  Se hospeda en la calle George Washington 1678 y ya lo hemos llamado, mas no contestó.

》Pero yo no me rindo tan fácilmente. He investigado y tengo su ubicación precisa en estr instante. Sabemos que está a bordo de un taxi...

- ¡Alto en la próxima cuadra!- le ordenó mi jefe al conductor. Por primera vez en los dieciséis años que lo conozco pude ver en su rostro semejante expresión de terror. Nuestro semblante nos  delataba y no podíamos seguir a bordo del vehículo.

El conductor frenó de mala gana y luego de cobrarnos diez dólares por el paseo (lo cual para nosotros pareció un robo) bajamos a la acera y comenzamos a caminar lo más rápido posible hacia un callejón oscuro que se hallaba a dos cuadras de destancia.

Caminábamos rápidamente (o lo más raudo que su pata de palo le permitiera a mi jefe), empeñándonos por esconder nuestros rostros y mirar lo menos posible a todas las personas que se nos cruzaban.

Finalmente llegamos a un viejo granero. Una vez allí, me disfracé de un modo que resultaba irreconocible hasta para mi jefe: un largo vestido verde esmeralda, una peluca rubia, unas sombras grises en los párpados, un ligero rosado en los pómulos de forma tal que convine con el carmín de mis labios. En ese instante, mis delicados rasgos de señorita (de los que tanto se reían el resto de mis colegas) sirvieron para representar el papel a la perfección. Mi jefe debió quedarse escondido allí.

- Comprende, Manuel, que no todos los días te cruzas con un viejo pirata de para de palo. No quiero levantar sospechas, por lo qie tendrás que ir solo. Si al cabo de una hora no regresas, deberé entrar a la fuerza y armado al hospital para sacarte de allí.

》En el caso de que te descubrieran y llegaran a entrevistarte, no te preocupes. Desde aquí se ve y se oye el televisor de los vecinos. Supongamos que por alguna razón estés en apuros dile al detective las palabras "Soy inocente, inspector, y si no me cree ese ya no es mi problema".

Y de esta manera, y luego de haberme cargado con la torta y de recibir una palmada de aliento de mi jefe, me dirigí al hospital para enfrentarme de una vez con todas a la justicia, a la verdad y a una misión muy difícil de cumplir.

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