Capítulo XLII
***
- Veo, Mía,- comienza a explicarme el matón- que al parecer nunca desconfiaste de mí. ¡Y qué ingenua has sido al no hacerlo! Aún no puedo comprender que hayas pensado que estaba cambiando y más tú, que ya deberías estar acostumbrada a convivir con el falso de tu padre.
》Verás, la primera vez en la que me acerqué a tí, sentí un poco de compasión al comienzo. Pensé "Pobre niñita se va a morir de hipotermia, debo hacer algo". Debo felicitarte por el espléndido papel que representaste. Sin dudas, sabes fingir tan bien como tu progenitor. Pero lo que me extraña es que un actor no reconozca a otro.
》Tenía órdenes precisas de mantenerte con vida. Probablemente alguna vez nos podrías haber servido para chantajear a tu padre o, mejor aún, como rehén contra la policía.
No puedo creer lo que estoy oyendo. Pero es la verdad, y por más dura que resultase no cesa de ser real. Mi corazón estalla de furia.
En esos momentos nunca me contuve de gritar, más la mordaza me lo impide. Al parecer, Javier conocía de antemano a la loca con la que debía tratar. Ningún detalle se le escapa, es tan perfeccionista que a veces me asusta.
Mi armónica fue la primer víctima de Javier. Ahora es mi diario el que correrá por la misma suerte.
Javier lo toma por una esquina y, haciendo una mueca de asco, lo acerca hasta un balde repleto de un líquido que desconozco.
Luego me informa que sumergirá mi cuaderno en nitrógeno líquido (cuya temperatura oscila alrededor de los -200 grados Celsius).
Dicho y hecho. Tras unos minutos mi cuaderno sólo es una masa de hielo sólido y fácil de quebrarse.
A continuación, Javier desaparece por unos segundos. Abre una vieja puerta y permanece en la habitación por unos minutos. Al parecer, se trata del cuarto de trastos.
Regresa con un viejo bate de madera en uno de sus brazos y una pistola en su mano izquierda. Además, viene acompañado de Manuel, quien también empalma un revólver.
- Toma- Javier me entrega el bate- y parte este cuaderno a los golpes. No quiero que quede un pedazo sano. Tampoco intentes rebelarte- me señaló a su compañero que, desde las sombras, me vigilaba arma en mano.
Debo hacerlo. A pesar del inmenso dolor que esto puede significar para mí, no tengo otra opción.
Al ver mi diario desintegrándose poco a poco a causa de mis golpes, no puedo soportarlo y comienzo a llorar. Y cada lágrima caída me hace golpearlo una vez más; y mi imaginación transforma a esa tapa de cuero llena de hojas en el recuerdo de Javier. De ese modo, me dan más ganas de destruirlo. Lo odio y lo aborreceré hasta después de muerta.
Al finalizar con mi proceso destructivo, Javier sonríe. Luego se me acerca, apuntándome con su revólver, y me solicita la devolución del bate. Asiento y no intento ningún truco. El cobarde sonríe y me palmea dos veces en la cabeza, como si se tratara de un can.
Cada vez mi final está más cerca. ¿Quién me podrá anticipar acerca de sus próximos movimientos? Sólo el tiempo y Dios (¡Oh, mi buen Dios! ¿Por qué me haces sufrir esto?) me lo dirán.
***
Auckland, 11 de enero,
a la una de la madrugada...
Una vez que dejamos atrás a la policía, nos dirigimos a toda velocidad hacia el hospital.
- ¿Y ahora qué hacemos?- Se me ocurrió preguntarle a mi jefe.
- Tengo una idea,- me respondió, iluminado- pero apenas veas una tienda de maquillaje frena. Vamos a realizar un secuestro express.
Era necesario, por lo tanto, dejar atrás a la policía. Eso no sería fácil, por cierto, ya que venían a ochenta kilómetros por hora y muy pronto nos alcanzarían.
- Unas cuantas chinches los detendrán- mi jefe comenzó a arrojar puñados de estos objetos metálicos punzantes en la calle- o al menos nos servirás para tomar la delantera.
Ingresamos en una calle repleta de niños. La policía nos pisaba los talones. Las chinches no habían provocado el efecto que buscábamos.
- ¡¡Maldición!!- Vociferó mi jefe.
Fue en ese momento cuando se me ocurrió una idea arriesgada que una vez había observado en la televisión.
- ¿Cuánto dinero traen consigo?- Les pregunté a mis acompañantes. Ellos quedaron anonadados frente a mi cuestionamiento.
- Apenas unas monedas y un par de billetes de cinco dólares.- Me informó mi jefe buscando más dinero en su cartera.
- ¿Y tú, Zesh?
- Lo suficiente como para chantajear a mil hombres.
- Entonces creo que no te costará desprenderte de un par de billetitos- le dije tomando su maletín.
Y sin dejarles tiempo para reaccionar, arrojé los cientos de dólares de Zesh y las pocas monedas de mi jefe por la ventanilla.
- ¡¿Qué haces, imbécil?!- Exclamó mi jefe furioso.
- Ya vas a verlo- le contesté serenamente.
Y de pronto una multitud de niños corrió y se colocó en medio de la calle justo en el momento en el que el patrullero debía pasar. Un plan arriesgado, pero funcionó.
Ahora estábamos a una distancia prudente de la policía. El líder me indicó que nos hallábamos a dos cuadras del "Salón de belleza de Lady Di & Co."
Tomamos una curva a la derecha y nos encontramos con un lindo localcito de cartel rosado a mitad de cuadra.
Rápidamente, mi jefe bajó armado y obligó a la única enpleada que allí se encontraba a subirse a nuestro auto. Se percató de que llevara con sus manos el kit de maquillaje de emergencia que, según las publicidades, no le debía faltar a ninguna mujer. Además empacó un poco de masilla y una peluca.
La mujer no paraba de gritar, mas la inmensa mano de mi jefe le cubría la boca mientras, al mismo tiempo, y con una pistola apoyada en la sien, le ordenaba que se sentara junto a nuestro viejo Zesh.
- Ahora sí, Manuel, condúcenos al hospital. Apúrate que la policía ya debería estar cerca.
Finalmente, y habiendo transcurridos veintitrés minutos de la una de la madrugada, arribamos al hospital. Unos cuantos voluntarios nos esperaban en la puerta para ayudarnos a arrear al "herido".
Sin embargo, decidimos cargarlo nostros mismos para que nadie descubriera la verdad.
- Necesito urgente un quirófano vacío.- Les ordené.- Yo mismo atenderé a este hombre.
Y de ese modo mi jefe, Zesh, la joven empleada y yo cerramos la puerta de la sala de operaciones. Era el momento de comenzar a jugar... ¡y con vidas humanas!
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