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Capítulo XIII

***

Me desvelé temprano, justo para ver el momento en el que el alba vencía al ocaso y el astro rey comenzaba a brillar. Aquel espectáculo que tan sólo duró algunos segundos me dejó maravillada. El poder del Universo es infinito.

Decidí registrar las partituras de aquella hipnótica melodía, que cada vez que regresaba, lo hacía para sorprenderme y asustarme. Comencé a rellenar las pocas hojas libres de mi diario de notas musicales, que brotaban de mí como un manantial. Pero, una vez ya terminada, no podía seguir la melodía con mi armónica. Cada día surgía algo nuevo, único e irrepetible. Como si nunca quisiera volver atrás y me enfocara hacia el futuro. Tal vez deba estar aquí el tiempo suficiente para aprender de esta canción. La melodía me habla, me grita y me dice "ten cuidado". Sólo debo saber escucharla.

Y un día esto debía ocurrir, ya demasiado había burlado al destino todo este tiempo. Era hora. Me encontraba escribiendo aquella atrayente canción recostada sobre el viejo colchón que me servía de cama, sofá y mesa cuando la puerta se abrió. Ya era tarde, no podía echarme sobre mi cama y simular estar dormida, como la última vez. Durante esos dos segundos que tardó la puerta en abrirse rogué que nada malo sucediera. Y Dios es grande: quien había entrado no era el de la pata de palo sino quien me había dado la bienvenida a este lugar inhóspito, lúgubre y frío.

Oculté mi rostro tras las hojas de mi diario y levanté la vista tímidamente por unos segundos. Observé cuando el hombre depositó aquella bandeja pesada en el suelo. Al lado de ella colocó también unas mantas, que me protegerían de aquel frío arrasador. Por un instante nuestros ojos se cruzaron. Rápidamente bajé la vista, algo humillada. Pero pude leer sus ojos, ya no tenían aquella expresión vengadora que les vi el día que lo conocí.

Dejé de temblar cuando él cerró la puerta. Me quedé pensando un momento y noté que la puerta no había sido asegurada, caso contrario, al oír el ruido del candado, me hubiera echado cuerpo a mi colchón. Él sabía eso e intentó evitarlo. ¡¡Qué extraño!! ¿Quién lo hubiera pensado?

De todos modos, ignoré lo que acababa de acontecer en la habitación y me entregué a mi armónica. Esta vez, jamás podría haber pensado lo que me revelaría esta vez.

La escena cobra nitidez y me revela a aquel hombre que acababa de irrumpir en el cuartucho, esta vez puede verlo más de cerca: ojos verde esmeralda, cejas finas, nariz celestial, gruesos labios y dientes grandes, barba color castaño, al igual que su cabello, piel levemente aceitunada, contextura promedio. Nunca antes lo había podido ver con tanto detenimiento.

La canción continuó y me transportó a otro sitio que ya había tenido oportunidad de conocer.

En la gran sala, el hombre, cuya edad oscilaría entre los veinte y veinticinco años, mira por televisión un partido de rugby. Puedo notar su aburrimiento y soledad, también su sorpresa cuando escucha por primera vez mi melodía. Noto esa atracción. No puede detenerse, se sienta junto a la puerta y se prepara para disfrutarla. Sin embargo no pude volver a escuchar aquella canción, la nueva me había borrado todos los recuerdos de las canciones pasadas.

Puedo notar que a la noche no pudo dormir ni un momento. Decidió por lo tanto, arrimarse a mi habitación y deslizar el candado. Abrió la puerta, pero me vio dormida y me dejó en paz. Esperó toda la noche, preparó un suculento desayuno y buscó unas mantas. Aprovechó el hecho de que la puerta estaba abierta para sorprenderme y que no tuviera tiempo de ocultarme. Pude ver en su mirada un gesto de compasión.

Concluí esta nueva melodía y un escalofrío recorrió mi cuerpo de arriba a abajo. Seguramente, me había pescado un resfriado. Nada grave. Me envolví en mi manta y me recosté un rato. Desperté con las manos entumecidas y me di cuenta que aquello no era tan sólo un simple resfrío.

***

Cataluña, 22 de diciembre por la tarde

Conozco a mi jefe y sé que si tardo en llegar no será muy fácil lidiar con él. Por lo que con suma urgencia frené a un taxista que justo pasaba delante mío. Me costó horrores entender aquel extraño idioma que el hombre hablaba. Tras un momento de confusión, le di la dirección y partimos. Recorrimos grandes manzanas llenas de edificios luminosos, me deleité observando el espectáculo que brindaba la fuente mágica de Montjuic a los turistas de la región. Me quedé admirado de lo bello que era el paisaje, mas no pude disfrutarlo mucho.

Luego de cinco minutos de viaje estacionamos en el hotel en el que me hospedaba junto a mi jefe. Subí por el ascensor y marqué el piso trece. Luego de una lentísima subida, la puerta del elevador se abrió y el montacargas desapareció de mi vista.

Algo nervioso, pero muy emocionado abrí la puerta y no podía creer lo que estaba viendo. Era él, el maldito cubano. Estaba atado de manos y pies y un pañuelo color sangre inutilizaba sus gritos. Me sorprendí gratamente por el hallazgo de mi jefe. Ahora comienzo a creer que fue una buena ideas aliarse a esta red de criminales.

Intenté contenerme pero no pude más.

- ¿Cómo lo han encontrado?- pregunté muy interesado.

- Se lo debemos a nuestros aliados- me respondió mi jefe, señalando con su dedo índice a su compinche.

- Mi nombre es Antonio, encantado de conocerte- dijo el aludido.

- El placer es mío. Ahora tendrán que contarme cómo lo encontraron- atiné a decir, buscando encauzar la conversación hacia el lado que en verdad me extrañaba.

- A decir verdad, todo fue por casualidad. Esperábamos el avión, pero se nos dio por visitar varias pensiones de mal agüero y encontramos a este pajarito- narraba Antonio, orgulloso de su hazaña. - Lo rodeamos y nada pudo hacer. Viéndose acorralado decidió entregarse. Lo único extraño radica en que su esposa no se encontraba junto a él.

- Todo lo demás es secundario- dijo mi jefe, orgulloso de tener por fin al cubano entre sus garras. -También lo es el boleto que llevaba en el bolsillo con destino a Ushuaia. Lo importante es que está aquí y ahora y vamos a vengarnos de una vez por todas.

Mientras hablábamos, noté algo raro: el cubano se veía rejuvenecido. Me acerqué a él y le saqué el pañuelo de su boca para notar algo que seguramente mi jefe ignoraba, un pequeño lunar que debería estar junto a su boca ya no estaba. Era un hecho indiscutible, aquel hombre no era verdaderamente Samuel Ferrero.

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Antes que nada quería agradecerle a todos los nuevos seguidores y a todas las personas que le dieron la oportunidad a esta novela. Nos vemos el próximo domingo.

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